20.10.09

Reportaje de Javiera Guttiérrez

Javiera Guttiérrez: ¿Qué significa escribir poesía en esta época?
Rodolfo Alonso: No es fácil generalizar, especialmente en estos temas. Desde un punto de vista personal, acaso sea un destino, e incluso un atavismo. Pero desde una perspectiva más amplia, cultural, social, en estos tiempos en que la omnipresente sociedad de consumo ha devenido una invasora civilización del show, me animaría a hablar de resistencia. Escribir poesía, hacer de la poesía “una manera de vivir” (como dijo Tristan Tzara), es una forma de oponerse a las fuerzas oscuras que conspiran contra una imagen resplandeciente del hombre. En lo específico, en lo desdichadamente actual, es luchar contra la degradación y la banalización del lenguaje. Y el lenguaje, como ya dije muchas veces, no es apenas un instrumento que podemos sustituir por otro. El lenguaje es lo que somos, lo que nos constituye como condición humana. Y lo que afecta al lenguaje nos afecta en lo íntimo, en lo esencial. Cuanto menos lenguaje, menos hombre.

¿Cómo llegó a El arte de callar?
Si la pregunta se refiere al libro, fue de poema en poema. Yo nunca me he propuesto armar un libro con una estructura a priori, como un proyecto. Los poemas me ocurren, cuando surgen en mí, espontáneamente, por uno u otro motivo. O desencadenante, como yo le llamo. Yo no tengo un estudio, no me siento a un escritorio. Incluso pueden pasar largos meses sin que sienta la necesidad de escribir nada. Lo que sí hay es una costumbre que arrastro desde un comienzo: anoto la fecha de cada poema, que luego se incluye en el sumario, y se van ordenando en forma cronológica. Con el tiempo, misteriosamente, nunca de la misma manera, se convierten en un conjunto, manifiestan relaciones entre sí, un tono, una densidad, un ritmo. Algo en común, que no tiene por qué ser la anécdota o los temas. Al menos, no sólo eso. Lo mismo ocurrió con éste recientemente aparecido: El arte de callar. Llegó un punto en que lo sentí maduro. Aunque nunca estoy totalmente en seguro en estas decisiones, salvo muy rara vez, y este libro todavía no se ha apartado totalmente de mí, todavía me inquieta, hasta me angustia. Quizás me he desnudado demasiado en estas páginas.

Horacio Salas se refirió al tema en su presentación. ¿Qué significa para usted el silencio? ¿Cómo lo trabaja dentro de su poesía?
Sobre estos asuntos no es fácil razonar. ¿No es un flagrante contrasentido tratar de hablar sobre el silencio? El mismo silencio ya es en sí lo suficientemente expresivo. Por otro lado, me resultaría sumamente complicado intentar aludir al “trabajo” con respecto a mis poemas. Lo hay, por supuesto, pero no tan sólo en un sentido exterior, artesanal. Más bien siento que uno es como una lengua disponible, y que es desde adentro hacia fuera que se produce la gestación. Uno es preñado, y escribe. O es escrito. Pero la elaboración, el “trabajo” se hace al mismo tiempo, íntima y concretamente. En poesía, al menos como yo la siento, las palabras no son solamente un medio, sino también un fin. Nadie lo dijo mejor que Paul Valery: el poema es “una prolongada oscilación entre sonido y sentido”. El poema logrado, el gran poema, es palabra viviente, verdad y belleza, confesión e invención. Pero también silencio. Ése que debe envolver, enmarcar, dar su aura a la palabra honda, de fondo (a toda palabra, no sólo al poema), para que se cargue de su intensidad, de su resplandor. Pero también el silencio, el callar de la ética, de una ética orgánica, humanísima, palpitante. Y el de aquel desafío que nos dejó el que fue sin duda uno de los últimos grandes filósofos del siglo XX: Ludwig Wittgenstein, cuando se animó a decir: “Lo que no se puede decir, no debe ser dicho.”
¿Algo más, para concluir?
Hay una carencia en la palabra humana: el lenguaje no es evidentemente un instrumento preciso de comunicación. Nadie puede decirle a otro claramente lo que piensa, lo que siente. Pero la gran poesía puede convertir a esa misma carencia en una cantera. Con otros medios, otros hallazgos, intenta superar esa fractura, comunicarse a fondo. Allí, en esa grieta, trabajan los poetas, los hondos, los verdaderos. Y sus problemas no son solamente los de un mero género literario, sino los de la especie. Hace ya varias décadas que Michel Butor supo decir: “El poeta es aquel que tiene conciencia de que la lengua, y con ella todas las cosas humanas, está en peligro.”



NOTICIA

“El arte de callar”, poemas de Rodolfo Alonso (Alción Editora, Córdoba, 2003, 120 pgs.) Con prefacio de Juan José Saer.
Fue presentado por la editorial el jueves 12 de junio, a las 20, en Libros del Mármol, sita en los altos de Un gallo para Esculapio, Uriarte 1795, Buenos Aires. Se refirieron a la obra el editor, Juan Carlos Maldonado, el escritor Horacio Salas (que al mediodía había asumido como flamante Director de la Biblioteca Nacional) y el autor, que también leyó varios poemas.
Dentro de la numerosa concurrencia, que excedió largamente los ámbitos del salón previsto, se destacaban personalidades de las letras, el arte y la cultura. Entre ellos, Sonia Henríquez Ureña (viuda del pintor Alfredo Hlito), los escultores María Juana Heras Velazco y Carlos Boccardo, Carlos Manuel Graña Drummond (nieto del gran poeta brasileño Carlos Drummond de Andrade), el músico Edgardo Cantón (París), Élida Manselli (viuda del poeta Francisco Madariaga), los plásticos Isaías Nougués, Walter Jac, Juan López Taetzel y Alonso Barros Peña, los escritores José Ignacio García Hamilton, Julio Llinás, Pablo Ingberg, Héctor Maldonado, Mario Goloboff, Carlos Dámaso Martínez, Santiago Sylvester, Esteban Moore, Delia Pasini, Lía Rosa Gálvez, Carlos Begue, Cristina Berbari y Alejandra Correa, Marta Santalla (viuda del poeta Raúl Gustavo Aguirre), el psicoanalista Isidoro Vegh, el cineasta Víctor Berbari, y muchos otros.

No hay comentarios: