Por
Rodolfo Alonso *
Precedida por la justiciera aunque tardía abolición de la esclavitud en
1888, la República es proclamada en Brasil al año siguiente. Imaginándose
predestinada a un destino de progreso, olvidaba o prefería ignorar que, en el
interior del inmenso Brasil, se conservaban vigentes culturas arcaicas,
ineludiblemente propias, ligadas y defendidas incluso por los enormes espacios
desiertos y áridos. Del sertón nordestino surgió entonces una personalidad
singular: Antonio Conselheiro, un líder mesiánico y orgánicamente contrario a
la República (el Almanach Hachette de 1897 se animó a considerarlo un profeta
que predicaba “el comunismo al mismo tiempo que el restablecimiento de la
monarquía”) que, acaso sin habérselo propuesto, se descubrió encabezando enormes
multitudes campesinas. Hombres, mujeres, viejos y niños lo seguían, y también
bandoleros, y temibles guerreros: los legendarios yagunzos. Conselheiro erigió en la casi miserable aldea de Canudos
su “Troya de barro”, como bien iba a decir Euclides da Cunha. Y allí tuvo que
ir a enfrentarlo el modernísimo ejército de la República.
La revuelta vino a confrontar armas
tradicionales, cuando no rudimentarias, con los sofisticados productos de la
industria bélica germana. Pero también comunidades primitivas, reales, con un
proyecto que no las contenía. Le tocó a un ingeniero militar, Euclides da
Cunha, un hombre de mundo que actuó en política y fallecería en un duelo, con inquietudes humanísticas y
etnográficas, preocupado por las culturas del interior brasileño para permitir
la explotación de sus riquezas, formado y entusiasmado por las propuestas
modernizadoras de la República, ser designado en 1897 corresponsal de guerra
del periódico “O Estado de São Paulo” para cubrir la campaña de Canudos. Sus partes
desde el frente son la materia de Los
Sertones (1902), libro que comienza por dos secciones: “La tierra” y “El
hombre”, donde se indagan con visión científica el medio y sus protagonistas,
para concluir con “La lucha”, gravísima y visionaria denuncia del drama
nacional: “Aquella campaña recuerda un reflujo hacia el pasado. Y fue, en la
significación integral de la palabra, un crimen”, dice da Cunha en su nota
preliminar. Y al concluir: “Canudos no se rindió. Ejemplo único en toda la
historia, resistió hasta el agotamiento completo.”
Libro de iniciación, de irrupción, de
excepcional riqueza, apasionante e iluminador, primera mirada sobre la compleja,
contradictoria, riquísima personalidad del Brasil pero también atractivo por sí
mismo, como todas las obras fundadoras de nuestras literaturas (comenzando entre
nosotros por Facundo, su legítimo
ancestro, que Sarmiento publicó en 1845) no responde por completo a la
preceptiva de ningún género. Y aún no se sabe qué admirar más: si la densidad
expresiva, la agudeza político-social o su inusitada fecundidad. De él derivan
líneas fundamentales en la gran literatura brasileña, culminando con obras tan
ejemplares y diferentes entre sí como Casa
grande y senzala, de Gilberto Freyre, en lo sociológico, o la inefable y
originalísima novela Gran sertón: veredas,
de João Guimarães Rosa, en lo más poéticamente literario, y lingüístico.
(Quizá pueda sorprender, pero es sin duda significativo, que
en Argentina la primera versión a nuestro idioma, de Benjamín de Garay, editada
por Claridad en 1942 con prólogo de Mariano de Vedia, fuera un encargo oficial para
la “Biblioteca de autores brasileños traducidos al castellano” auspiciada por
nuestro Ministerio de Justicia e Instrucción Pública mediante una comisión
presidida por Ricardo Levene. No siempre primó la desconfianza o el
desconocimiento entre nuestros dos grandes países hermanos, basamentos
esenciales de la anhelada Patria Grande.)
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Poeta, traductor, ensayista.