Miércoles, 30 de mayo de 2012
Opinión

Vida y pasión de Alfonsina

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Por Rodolfo Alonso *
Los aniversarios solían prestarse a grandilocuencia y expansiones. Quizás eso hubiera ocurrido precisamente en sus tiempos. Pero hoy, recordar los 120 años del nacimiento de Alfonsina Storni (1892-2012), sin duda debería encarar otras aristas, otras perspectivas. “El gusto es el contexto”, dijo Susan Sontag, ya hace varias décadas, “y el contexto ha cambiado”.
La trayectoria vital de Alfonsina Storni, esa mujer tan valiente como sensible, parece marcada, a la vez, por su propio destino y por el ambiente sociocultural en que le tocó desarrollarse. Una época en la cual por ejemplo la poesía (cosa que hoy no deja de asombrarnos) constituía un ámbito de trascendente resonancia para el medio, y donde el papel de la mujer era en todos los dominios, pero también en ése, injustamente subordinado por la preponderancia masculina que, como todo poder omnímodo, discrecional y que no se imagina cuestionable, se ejercía sobre los pies de barro de la hipocresía y el cinismo.
A lo cual no podía dejar de añadirse, para una perspectiva menos simplista, raigal e ineludible –entonces como ahora– la bien llamada cuestión social. Perteneciente por su origen a una clase media centroeuropea generalmente activa y próspera, al parecer una debilidad paterna (la contracara del mito machista), vino a descolocar económicamente a su familia. Y así tuvo Alfonsina que depender toda su vida del trabajo personal, cosa que hizo con notable entereza y dignidad. Las mismas virtudes que llevó a su propia existencia que, muchas veces con una animosa sonrisa y contra viento y marea, supo encarar sin destruirse, por convicciones propias y sin someterse a los prejuicios de su tiempo, asumiéndose noblemente desde muy joven como madre soltera: “Yo soy como la loba. / Quebré con el rebaño / y me fui a la montaña / fatigada de llano”. A la vez, una temprana vocación que la acompañó toda su vida, la convirtió (a fuerza de trabajo y por derecho propio) en una de las primeras mujeres que supieron ocupar, más que dignamente, su lugar en otro ámbito entonces también dominado por los hombres. Prefeminista entonces, pero también de algún modo protosocialista, y al mismo tiempo autora de una poesía íntimamente relacionada con los avatares y trajines de su acontecer y de su espíritu, no es siempre por su originalidad estrictamente literaria que esta personalidad precisa y entrañable se nos impone ineludiblemente. Hay aquí, como ya me ha tocado aludir en otras ocasiones, algo así como un aura que envuelve de auténtico lirismo a formas que, acaso, de otro modo no hubieran sobrevivido al paso del tiempo.
A todo lo cual su trágico suicidio, la prueba suprema, quizá nunca como en esta ocasión tan justicieramente convertida en mito, pero que también podría hacernos pensar más a fondo sobre qué arrastró a tantas personalidades argentinas significativas a semejante decisión, viene a dar algo así como la definitiva garantía de honestidad. La misma que supo ser reconocida, casi empáticamente, como una evidencia, más allá de la mortal retórica y el vacío de la mal llamada vida literaria (aunque en su tiempo todavía menos innoble que la nuestra), sobre todo por sus lectoras femeninas, de entonces y de ahora. Aunque no le falten ya a esta altura, como empezó a ocurrirle en vida con memorables amistades (nada menos que Horacio Quiroga o José Ingenieros, entre otros), comprensibles admiradores masculinos.
Y es que merece ser tratada sin concesiones y sin demagogia, superando estereotipos y sentimentalismos, con la misma sobriedad y el mismo empuje con que la propia Storni (como la llamaba, de colega a colega, el gran autor de Cuentos de la selva) sin duda prefería ser tratada: “Yo soy como la loba, ando sola y me río / del rebaño. El sustento me lo gano y es mío / dondequiera que sea, que yo tengo una mano / que sabe trabajar y un cerebro que es sano”.
* Poeta.
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