19.9.11

Poemas pendientes






POEMAS PENDIENTES
de Rodolfo Alonso


Estos son algunos de los “Poemas pendientes”, nuevo libro de Rodolfo Alonso, con prólogo del gran poeta brasileño Lêdo Ivo (Alción Editora, Córdoba, 2010). Está por aparecer una reedición en México (Editorial de la Universidad Veracruzana, Xalapa, 2011).



Dones para donar

Te doy lo que me dieron:
aquel sagrado olor
a la tierra mojada,
y esa voz que es el viento
entre las ramas altas.

Devuelvo lo que tuve:
los árboles hermanos,
las flores que modula
la niebla, el grillo, el pájaro
cantando en la garúa.

Ni herencia, ni legado.
Sólo pasión y tiempo.
La intensa vida, el aire,
la mañana radiante
y cielos en los ojos.

No nos llevamos nada.
¿Es que lo merecimos?
La llama del instante,
colores en el sol,
el crepúsculo juntos.

El fuego de la hoguera
donde vamos ardiendo.

¿Y veo lo que me ve?
En el momento justo,
el liso resplandor
del neto mediodía
sobre una mesa blanca

y frutas entonadas
como parientes próximos:
la luz, la gama, el iris,
limones con bananas
y la manzana verde.

En la lluvia cabemos,
instantáneos, de pronto,
íntimos y gregarios,
cercanos y distantes.
La lluvia es nuestro templo.

La canción evidente,
la palabra encarnada,
lo que llegó de afuera
porque sonaba dentro.
¿O es que no somos, lengua?

Y el fuego de la especie,
horizonte y pasado.







No hay día de la muerte

----------a la memoria de
----------José Augusto Seabra


Inmóvil, incesante,
la muerte, árida, impura.

Infiel, infame, injusta,
la dura muerte dura.

Impaciente, infecunda,
la inútil muerte, muda.

Indudable, no duda
la muerte ávida y pura.







Epifanía

Como luz en la luz
suena el invierno, al sol.
Serena madurez,
sabor desnudo
que suspende y sostiene
sin sospechar que sabe,
secreto, sólo en sí,
siente sin sentimiento,
a simple sed,
a simple ser,
solo y sumo en el sol
sagrado del silencio
seco, soberbio, suelto
sobre ese frío encendido.







Antropofagia

Sobre la playa apenas mancillada, casi virgen aún, no espanta el pie de Viernes sino la implícita amenaza: otros, el Otro, que acaso nos incluye.







En lo alto de la colina de los pájaros

El mismo mar, después de todo, de cobalto entre ramas, a esta hora. Y el sordo retumbar del tsunami al otro lado del planeta, rebelión de la Tierra, tortura que la Tierra se inflige, sin proyecto ni enigma.
Aquí las golondrinas abrumadas de calor continúan trazando de improviso, aceleradas, en la comba del aire, la precisa fugacidad de sus ondas de vuelo. Y hay torcacitas, loros, tijeretas, palomas, tordos, chalchaleros, gaviotas y hasta desconocidos de vistoso plumaje, de bellos pardos y aún grises, revoloteando indiferentes, abajo o en lo alto, volando desplegados, entre el mar y nosotros.
Entre el azar y la necesidad.







Consecuencias

Un día, mirando sin haberlo previsto el hueco entre el pulgar y el índice de mi mano derecha, yo me he visto latir. Es decir, me he sorprendido vivo, he visto a la vida haciendo su trabajo, a mi cuerpo haciendo su trabajo, por su cuenta, sin que yo tuviera nada que ver en todo eso.







Azucena Villaflor

“Già vola il fiore magro”
Salvatore Quasimodo

Vuela flor
Azucena

sobre el río

Desde la tierna feria
con bolsa y con monedas
a su cena a su mesa

a su escena

que la vuela

sobre el río
sobre el frío

Bella flor Azucena
de dolor y dolor







A la luz del Limay

Cuando nada nos queda
cuando tanto nos falla

En la pura memoria
relumbra el río Limay

Se aparece de pronto
la serpiente turquesa

Y los ojos se lavan
en la luz del Limay

Sol de la Patagonia
que acaso no podemos

No todo está perdido
luce lumbre el Limay

Entre las pardas cuestas
derrama su esplendor

Sereno indiferente
se nos vuelve el Limay

Con su belleza arisca
pueden contar con él

Distante en apariencia
nadie olvida al Limay

Lima lento y alivia
los vislumbres que alumbra

De todo se hace cargo
libre y largo el Limay

Como la áspera tierra
y el cielo ilimitado

El Limay se regala
sin pensarlo dos veces

No es que nos pertenezca
se hace amigo si quiere

Libre luz del Limay
limando nuestros límites

Él guapea creciendo
suelto en nuestro recuerdo

No es para deshacernos
que nos llama el Limay

Porque a nada se achica
obliga a ser nobleza

Lame lomas sin límite
la luna en el Limay

No es prenda ni es comercio
ni vil chafalonía

Es amistad de orgullo
la que ofrece el Limay

Una cosa de hombres
una cosa de dioses

Cuando todo se olvide
que no cese el Limay







Monumento a Maria Bethânia

-------------Música é perfume.
--------------------------M. B.

En el aire, en el mar,
en lo neto del día
o la precisa noche,
sin crepúsculo nunca,
en Brasil que es un mundo,
en el mundo, en el mundo
crepitante y veloz
hay lugar para un mundo:
la voz que usa tu cuerpo.

Hay tono, hay densidad,
hay gravedad, hay timbre,
hay palabra que canta
y hay música que expresa
el latido que sientes.
Rige, Bethânia, ordena
el caos en sentido,
la altura en cante hondo,
la intensidá en aliento.
Ruge, Bethânia, ruge,
feroz delicadeza,
no hay poesía en los libros,
no alcanza la lectura,
oír no es suficiente,
y nada es suficiente
ni siquiera la música.
Porque del pueblo viene,
del humus de lo humano,
de la lengua hecha canto
la luz que te oscurece,
el resplandor orgánico:
la luz que usa tu cuerpo.


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2.9.11

A Celan, por Cioran




A Celan, por Cioran

Por RODOLFO ALONSO


Sin el menor ánimo de polemizar, y apenas a simple título informativo, me permití aludir a una remembranza de Abel Posse sobre “El nada centenario Cioran”, publicada en el suplemento cultural del diario argentino “La Gaceta” (de Tucumán) el pasado domingo 24 de abril.
Al referirse allí a “tantos otros exilados europeos: Ionesco, Mircea Eliade, Paul Celan”, que compartieron su asilo en París con el singular y nada complaciente escritor rumano Emil Cioran, el autor los define como “Hombres de extraordinario refinamiento cultural que vivieron al margen del incendio.” (El subrayado es mío.) Acaso por un lapsus comprensible, incluye entre ellos al citado Celan, a quien sin duda le cabe la primera parte de esa frase, pero muy difícilmente la segunda.
Paul Celan es sin duda uno de los grandes poetas de la época, pero además inviste —en vida y obra— sus inmensas tragedias. Nacido como Paul Antschel en Cernowitz, en la Bukovina, el 23 de noviembre de 1920, no sólo le tocó asistir a la anexión de esa zona por los soviéticos, sino también a la posterior invasión nazi junto con sus aliados rumanos.
Como judío, Paul Celan fue enviado al ghetto, del cual logró fugarse para ser internado en el campo de trabajo de Tabariste. Sus padres y parientes cercanos fueron devorados por el infernal abismo de Auschwitz. Muchos pensamos que resultó la comprensible imposibilidad de admitir finalmente todo eso, la que terminó provocando su suicidio, arrojándose a las aguas del Sena, en mayo de 1970.
Pero, al mismo tiempo, ya le había tocado contradecir aquella célebre aseveración de Theodor Adorno, en el sentido de que “es cosa bárbara intentar escribir poesía después de Auschwitz”. Su entrañable y desgarrador poema “Fuga en muerte” (Todesfuge), quedará para siempre como una evidencia candente de aquellos años de fuego, de sangre y de hierro.
(Ese texto, indeleble, estuvo entre los más conmovedores de que me tocó ocuparme para un libro también conmovedor: “Poesía alemana de hoy (1945-1966)”, que tradujimos juntos con Klaus Dieter Vervuert y que publicó la editorial Sudamericana, de Buenos Aires, en 1967. Klaus se había aparecido de improviso en mi casa para proponérmelo y, ante mi sincera respuesta de que no sé alemán, me retrucó: “Y yo no soy un poeta argentino.”
Como es de imaginar, trabajamos más que juntos durante un largo tiempo, y llegué a abrumarlo con mis dudas, pero valió la pena: allí aparecen no sólo Paul Celan, sino también dos futuros Premios Nobel: Nelly Sachs, otra judía alemana, a quien Selma Lagerloff logró sacar a Suecia en 1940, y el célebre Günter Grass, escritor y hombre público, así como el polémico e incisivo Hans Magnus Enzensberger, pero también nombres del calibre de Ingeborg Bachmann, Günter Eich, Helmut Heissenbüttel y Karl Krolow. Es decir, el renacer de la gran lírica alemana después de la hecatombe. Una prueba más de que, como tan bien afirmó el griego Odiseo Elytis, otro Premio Nobel: “La poesía comienza allí donde la última palabra no la tiene la muerte.”)


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