13.10.15

"La Radio Galega entrevistó a RA"


(Comunicado de prensa / Agradeceremos su difusión:)



LA RADIO GALEGA ENTREVISTÓ A RODOLFO ALONSO

Con motivo de la aparición de “Cheiro de choiva” (Barbantesa Editora, Cangas, 2015), primer libro de Rodolfo Alonso publicado en idioma gallego, la Radio Galega le efectuó la siguiente entrevista, a cargo de la escritora Ana Romaní.
Se la puede escuchar por los siguientes links:

http://www.crtvg.es/rg/destacados/diario-cultural-diario-cultural-do-dia-23-09-2015-1459726

https://www.facebook.com/diariocultural

https://twitter.com/diariocultural_

    Por su parte, Rocinante Editora ha adquirido los derechos para publicar en gallego otro libro de Rodolfo Alonso: “Tango del gallego hijo”, relatos autobiográficos.
    Como se recordará, Rodolfo Alonso es un poeta, traductor y ensayista argentino, de padres gallegos e infancia bilingüe.


2.10.15

Palabra de Pavese


Es 27 de agosto y Contratapa.

Por Rodolfo Alonso *


Piamontés universal, Cesare Pavese es sin duda uno de los más significativos escritores italianos del siglo XX. Nacido el 9 de setiembre de 1908 en el medio campesino de Santo Stefano Belbo, hijo de un secretario de juzgado en Turín, iba a concluir poniendo fin a su vida (“Palabras no. Un gesto. No escribiré más”, son las líneas finales de su indeleble diario, El oficio de vivir), en un cuarto de hotel en Turín, el 27 de agosto de 1950. Esa vida y esa obra se irían cubriendo (y los argentinos fuimos tal vez de los primeros en percibirlo fuera de Italia) de significados a la vez entrañables y nítidos, donde conviven voces ancestrales y moderna lucidez, cuya riqueza, perfección formal, perdurabilidad y resonancia permiten considerarlo un auténtico clásico.
Dueño de una apasionada inteligencia, una bella sensibilidad y una indomable voluntad de raciocinio, en pocos como en él se reunieron en su época, a la vez como evidencia estética y como testimonio intelectual, por un lado la entereza de un humanismo capaz de pensar y de intentar un mundo para todos (“en medio de la sangre y el fragor de los días que vivimos va articulándose una concepción distinta del hombre. El hombre nuevo será puesto en condiciones de vivir la propia cultura y de reproducirla para los otros, no en abstracto, sino en un intercambio cotidiano y fecundo de vida”). Junto a ello, la devoción por una belleza que no se niega a ninguna verdad, por aparentemente oscura que parezca (“La fuente de la poesía es siempre un misterio, una inspiración, una conmovida perplejidad ante lo irracional, tierra desconocida”). En esa tensión, que no supo dejar fuera a su propia vida, alcanza una hondura y calidad especialmente tocantes. Y aunque el suicidio parece constituir el broche de la angustia, una tozuda, lúcida y fecunda voluntad de vida, de belleza y de trabajo emerge limpiamente de sus palabras.
         Su juventud creció con el fascismo, que lo arrestó el 15 de mayo de 1935 y lo confinó, como opositor político, en Brancaleone Calabro, de donde volvió en marzo de 1936. Pero no cambiado. A la bochinchera y grandilocuente cultura oficial del fascismo supo enfrentarse, lúcidamente, como su impar compañero de generación, Elio Vittorini, con la traducción y el análisis crítico de la gran literatura norteamericana. Heredero de un mundo campesino que nunca cesó de nutrirlo, su primer libro, Trabajar cansa (Solaria, 1936, con reedición aumentada de Einaudi, 1943), es un nuevo ciclo abierto y cerrado por él en la poesía italiana moderna, tanto como una revisión exhaustiva de ese mundo natal, lleno de atavismos que, a pura luz de razón, se convierten en auténticas iluminaciones. Y ese mundo está siempre presente en su gran narrativa. Y hasta en sus resplandecientes ensayos, donde la percepción del claro espacio mítico que es el campo, la viña, el bosque, la sangre, la noche, los astros, se convierte en alimento de esclarecedoras conclusiones.
         Llegó a triunfar en Turín, la gran ciudad de sus sueños de infancia, como intelectual y como artista: pudo ser director literario de la prestigiosa editorial Einaudi, y poco antes de morir recibió el consagratorio Premio Strega. ”Narrar es como nadar”, supo decir, aludiendo a los ritmos combinados con que el nadador desplaza su cuerpo en el agua, y también “Narrar es monótono”, por supuesto en el sentido de la insistencia, de la persistencia en un tono, en un clima, que nunca es puramente verbal aunque está hecho de lenguaje. Las palabras de los hombres a las que supo aludir cálida y sabiamente como “esas tiernas cosas, intratables y vivas”.
         Ítalo Calvino advirtió lo imposible de imaginar hacia dónde habrían llevado a Pavese las inquietudes etnográficas y antropológicas que lo apasionaban. Y percibió su compleja y angustiada personalidad, esa voluntad de razón iluminista que sin embargo no abandona una temblorosa auscultación instintiva. Mucho de ello se advierte en los inteligentes y lúcidos ensayos que reunimos y tradujimos con Hugo Gola, no mucho después de su muerte, con el título de El oficio de poeta (Nueva Visión 1957), donde en El mito escribe: “Antes que fábula, casi maravilloso, el mito fue una simple norma, un comportamiento significativo, un rito que santificó la realidad.  Y fue también el impulso, la carga magnética que pudo, ella sola, inducir a los hombres a realizar obras.”
         Hay en todo Pavese la felicidad del trabajo consumado, esa satisfacción por el logro tras el esfuerzo, pero también la insatisfacción permanente ante el vacío posterior, ante la incapacidad de volver a colmarlo o el temor de no lograrlo. A ese vacío aludió como uno de los motivos de su suicidio, y aunque nunca lo sepamos con exactitud (¿quién podría?), se hace imposible no advertir que el hombre capaz de realizar en sólo 42  años de vida una obra semejante, difícilmente estuviera terminado como artista. El mismo que, horas antes de tomar una trágica decisión, escribía en su diario: “Mi parte pública la he hecho –lo que podía--. He trabajado, he dado poesía a los hombres, he compartido las penas de muchos.”
         No pocas veces reiteró Pavese que consideraba a Diálogos con Leucó “la cosa menos infeliz que yo haya escrito”. ¿Cómo no coincidir con él ante esos diálogos de transido lirismo y honda resonancia, que logran el casi milagroso resurgir, como una moderna fuente de vida, de los fundacionales mitos griegos? Y recordemos que ese libro quedó abierto junto a su lecho, en el cuarto de hotel donde se suicidó. Que su palabra fue escuchada, lo probaron tanto su persistente repercusión como la estima de sus contemporáneos. Emilio Cecchi lo dijo quizá mejor que nadie: “Reconozcamos, una vez más, que de su generación Pavese fue de los espíritus no sólo artísticamente más dotados, sino, en el conjunto de todas las facultades, intelectual y moralmente más ejemplares.”






* Poeta, traductor, ensayista.



 "Página/12"  27 de agosto de 2015


VIVIR ES ROTUNDO

RODOLFO ALONSO: VIVIR ES ROTUNDO


Por Jorge Monteleone


Lengua viva
Poesía reunida 1968-1993
Rodolfo Alonso
Eduvim, Córdoba, 2014


         Hace mucho tiempo que la vida acontece en la poesía de Rodolfo Alonso. Hace mucho tiempo que la vida aparece manifiesta en la poesía de Rodolfo Alonso, como si la poesía misma fuera el sentido intrínseco de la vida, o como si la vida tuviera su ser implícito en la lengua poética que la vuelve viva. No porque la vida no sea redundantemente viva, sino porque la vida vive como un incremento de sí misma en la medida en que es nombrada. Pero a la vez el que nombra es el poeta, que vive y posee un cuerpo que la vida atraviesa: así la vida respirada es también la vida como nombre y hálito, como si cada palabra fuera una respiración. La vida es vida porque se vuelve palabra, pero se vuelve palabra porque alguien la vive nombrándola. “Hablar ---escribe Rodolfo Alonso--- es la riqueza de mi cuerpo”, “Una palabra emerge / crece vibra / y ocupa su lugar / en el espacio // Pero en el centro / ávido / de ese espacio / que la irisa / y que la hace / enriquecerse / no hay sino cuerpo // Cuerpos / que irrigar, no / enrigidecer”. Así la palabra encarna la vida y la vida es palabra encarnada. La palabra encarnada no como verbo divino, sino como testimonio. La palabra es lo que la vida atestigua, el modo en el que la vida misma se vuelve testimonio. Y lo que testimonia es lo que vive viviendo en la palabra que un cuerpo nombra
         La poesía es entonces lengua viva ---el nombre de esta compilación--- en cuanto la vida se torna poesía. Escribí hace unos años que la vida es el espacio donde la poesía de Alonso tiene lugar. “Tú confirmas la vida con tu voz” escribió en su primer libro. La vida confirmada en la voz es para Rodolfo Alonso la voz poética. “La gran vida” es el título de un poema de su segundo libro. La gran vida es para Alonso esa suplementariedad, esa exageración de lo vivido que se halla en los hechos transfigurados en el poema. “La vida no da más de lo que se le pide” escribió en el tercero. Y lo que Rodolfo Alonso le pide a la vida es el poema. Tituló a su antología de 1952 a 2008: La vida entera. El primer libro incluido en Lengua viva se llama Señora Vida (1979). No me parece, decía, un lugar común ni una casualidad. La noción de vida lleva al poema de Alonso el acontecimiento. La poesía de Rodolfo Alonso es una poesía donde lo que acontece, lo que se halla pendiente del tiempo, se transforma, por vía poética, en un acontecimiento. Por eso su poesía produce un curioso efecto: los poemas parecen a la vez un artefacto, es decir, un objeto más agregado al mundo donde el artificio es ostensible ---es decir, se halla alejado de la vida--- y a la vez tienen el aire casual de aquello que simula un jirón del mundo, un fragmento dicho al pasar, como si fuera un diario ---lo periódico, la circunstancia elevada a una categoría epifánica. La vida es lo que acontece y como tal se transforma en una presencia insoslayable, que el poeta de pronto, ve.
         En “La canción de las hojas”, del segundo libro de esta compilación, Sol o sombra (1981) se lee: “Vida que se desvive / por vivir, vida viva, / maravilla sedienta / coronada de ecos. // Cada murmullo late / atento a cada hoja, / silencio suspendido / por una boca eterna”. Pero me interesa un contraste no dicho en ese libro. Los poemas incluidos están fechados entre 1979 y 1981. Es decir fueron escritos durante la dictadura argentina más sangrienta de la historia. La poesía argentina no sólo es testimonio de la vida, sino un síntoma de la historia. Y en ese libro hay inflexiones que dicen ---como lo hicieron todos los poetas de la época--- lo que no se puede decir. Hay un poema muy breve, “Soy escrito”, que reza: “Escribo soy escrito / lenguaje mi país  // Me baño en una lengua / donde se lava el mundo. ¿Cómo era posible escribir poesía en esos años? ¿Cómo era posible escribir, lo dije muchas veces, con una lengua culpable? Del único modo en el cual la poesía puede tener lugar. Si no puede tomar la palabra del desaparecido, hablar por él ---un ejercicio de la vergüenza, como pensaría Agamben, ser testigo en la medida en que hablo por otro que no está--- al menos saneará la lengua, la poesía escribe al sujeto y al país y en ese escribirse lava el mundo, como las aguas lustrales de un origen o un bautismo. Usa la lengua para nombrar lo que está interdicto, usa, con la lengua oral de su país, lo que no existe, como en “Oratoria de un hombre confuso”: “La libertá es redonda / fecunda indeseable nutritiva / pequeña amartillada // La libertá es temible // La libertad se ve como se palpa / rugosa primitiva // La libertá andrajosa / en la penumbra desollada”. Y si la poesía es la vida, lo que es en la medida en que puede decir la palabra libertá en la lengua materna en medio de la penumbra desollada. Y si la poesía sólo puede encarnarse en un cuerpo, lo que nombra en la penumbra es un cuerpo desollado. La poesía es así luz para la sombra ---así se llama el libro: Sol o sombra---, la poesía es disyunción respecto de la sombra. Sol: “recuerdo con auténtico dolor tanto garguero hendido, tantas vísceras víctimas de su llama, tanto hígado corroído por el vino común, tanto viento pasado. Y el sol, feroz, cuartea la tierra. Y esas hojas que vuelan en la brisa contra el opaco cielo ni siquiera dan sombra” se lee en “Discépolos”. Pero también la poesía es testimonio de la sombra y puede leerse solo sombra. Así la poesía cuando nombra lo que ella no es también es un ejercicio nutricio de resistencia: la poesía como negación. Dedicado a Herman Melville, que hacía decir a Bartleby que preferiría no hacerlo, en este libro el poeta dice NO, afirma el NO: “Afirmarse en el no, ahondar el no, pulirlo, el no limpio de polvo y ambición, el positivo no, el no pequeño atronador, cara de hombre, altura de hombre, tan vivo como un álamo, un arroyo, una foca”. Ahora el NO es la afirmación de la vida, el no del poema hace la vida sustantiva en nombre de la libertá. En el tercer libro, Jazmín del país, la poesía aparece como lo contradictorio: “Bajo el bárbaro cielo / la despiadada noche // Los rescoldos del miedo / inspirando al horror // Comidos digeridos / por la ávida nada // El ojo insobornable / que tiembla en el vacío”. La poesía como el ejercicio soberano contra la muerte, como esos dos versos puros levantados del poema “Anti-funeral”: “Fiera vida feroz / y ferozmente amada”.
         En la poesía de Rodolfo Alonso el vivir es rotundo, la libertá es redonda. Esa palabra rotundo, también es redonda y tiene la misma raíz: redondo es lo que también rueda, rota, lo que circula, lo que se mueve, muta, avanza. El no progresista es aquello  que no afirma la inmovilidad, lo que está quieto: “Estaba yo tan hondamente / desorientado y angustiado, / desanimado y aún confuso, / que alguien me dijo: “Quédate / quieto y sólo deja, / oye a la vida fluir en ti. // ¿Pero es que entonces fluye / la vida, todo fluye / y ha de quedarse quieto uno?” pregunta un poema del primer libro, “En el mismo río”. La respuesta es la propia poesía de Rodolfo Alonso. La poesía de Rodolfo Alonso es profundamente dinámica, pero como manifestación orgánica de la vida mutable. Y si esos poemas escritos entre 1968 y 1979 reconocían la vida hasta en la muerte, los poemas de los dos libros siguientes, Jazmín del país y Música concreta son la manifestación yo diría la asunción de la potencia poética. No se trata sólo del vivir rotundo, sino de la vida poética misma, de la capacidad de vivir poéticamente. La poesía, no como una moral, sino como una ética. Pero no se trata de una ética referida a la institución de lo social, aunque se manifieste en ese espacio, que es el espacio de intercambio simbólico de la palabra. Se manifiesta en un mas allá de la lengua que es otra vez el espacio de manifestación de la vida: es la vida en el mundo. La poesía nombra la vida encarnada en el mundo. Y al hacerlo ilumina súbitamente las caras, como la de Espartaco, en el agon de la libertad: “Por un momento / el preciso relámpago / rasga esta selva oscura // Alumbra un rostro de hombre / ojos de un fuego inmenso / el momento preciso”.
         Así el poeta atestigua la vida que acontece como un relámpago en la redención del instante.”Immortale é chi accetta l´istante” es el epígrafe de Pavese que cita Alonso en el poema “Pavese como Ovidio”. Ese instante, que relampaguea en la historia, es aquello que la poesía va a nombrar incesante. Y en ella, en la voz y la palabra, pasa así todo el mundo, y pasan también las cosas ardidas, y el fresno y el ave: pasa también el nombre de todas las cosas, como incandescencias, como fuga estelar, como reverberación y rumor. No hay olvido en la poesía aunque sea olvidada e ignorada, como le reza al Leteo: “Intensa invicta insomne / inquietante invisible / invasora invadida”. Y ese nombrar es colectivo, nunca individual. Rodolfo Alonso sabe que al nombrar el árbol, como el joven fresno, nombra también el coro de las voces que miran, donde se halla la huella de la vida: “Fiel rastro de lo vivo / primavera insaciable // El joven fresno estalla / y alguien cree que resurge // ¿En el cuerpo del habla / florecerán las voces?”. La poesía en la vida se despliega en el mundo a través del nosotros:

¿NOSOTROS?

nos otros
nuestros otros
nosotros somos otros
somos el otro nos
somos el otro
somos el otro nuestro
el otro es nos
el otro es nuestro
no sin otros
nuestros
nuestros nos
nuestros nosotros
nuestros otros nosotros

no es otros
nuestro otro

el nos es otros
en el desierto refulgente
estrepitoso y trepidante
en el lago de sed
en el hambre lujosa
la tumba sin silencio


El libro Música concreta renueva esa profesión de fe, pero por algo que nos conmueve y nos convoca. La vida del poeta Rodolfo Alonso. Todos podemos atestiguar que la vida de este poeta es la de una vida poética, que su vivir rotundo es una vida dedicada a la poesía. La música se vuelve concreta en este cuerpo que la profirió: la vida es así corporal y personal, halla en el nombre de Alonso una de sus encarnaciones. Rodolfo Alonso, como el sujeto de su poema, “Ha dicho”:

HE DICHO

A la sombra del miedo
ante los vastos rumbos
bajo cielos gigantes
he dicho

Con muchísimo gusto
contra la inmensa muerte
de una cierta manera
he dicho

Desde el lugar común
en medio de la lluvia
entre tanto entre todos
he dicho

Hacia los grandes vientos
hasta que el día llegue
para ser uno mismo
he dicho

Por hacer compañía
según ruedan los astros
sin pensarlo dos veces
he dicho

So pena de penar
sobre las propias huellas
tras las huellas de muchos
he dicho

Así el poema predica y se predica atravesando el vacío, el desierto, incluso la nada. Así el poema reproduce en el tiempo la vida vivida como rumor del mundo. Arroyo, río, yo: el tiempo que fluye en la vida del poeta se arremolina en el poema como una piedra, o como el guijarro que se vuelve perla en la ostra. Esa voz que es de todos y de nadie, que es la voz de la vida y el rumor del mundo, atraviesa el cuerpo del poema y al decirla, se dice: “Es una voz de aliento, que se siente muy cerca y llega desde lejos. Hija del cielo y de la sierra, de las ramas y del agua, de la piedra y el pájaro, en la ciudad ajena y estruendosa, inhóspita e indócil, se hace un íntimo río que nos impregna y transcurre desde siempre, en la mirada y su memoria.”
         Ese vivir rotundo halla en el cuerpo del poeta el tiempo como un hiato: el poema de cada poeta obra en ese hiato de la vida con fondo de muerte. Todo poeta sabe íntimamente que su ejercicio adamantino contra la muerte es una garantía de que un día su voz de vida será la voz de un muerto, y ese fantasma todavía proferirá la vida, la vida misma, toda la vida clamando en el desierto. Esta poesía es el aquí y ahora de todos los tiempos, los mundos, en el nombrarse a sí misma de la vida en el poema. Cada poeta, todo poeta, Rodolfo Alonso, dirá como en el poema “Entretanto”: “He conducido mi cuerpo hasta aquí / Lo que me ha conducido ha conducido // Me ha conducido mi cuerpo hacia mí / Me ha conducido la muerte hasta mí”.

         Y, con esa condición inexorable de cada palabra encarnada y dicha, con la sabiduría de advertir que “Todavía / hay sol, dioses y olvido”, asimismo Rodolfo Alonso dice el extraordinario poema “Tormenta de Qumrán”, llega del desierto la evidencia desmesurada del viento, llega esa palabra del viento como una borrasca, llega una palabra de la vida como algo santo, el verbo que se hace carne incesantemente en la duración del mundo, la vida que se empecina, la alegría del habla: “Del viento del desierto, saludable, / incómodo, inmortal, sólo podía / esperarse algo santo: el espesor / ácidamente vivo de la verdad / desnuda”.