16.11.15

Pasión de Pasolini

Contratapa  |  Sábado, 7 de noviembre de 2015
A CUARENTA AÑOS DE SU ASESINATO

Pasión de Pasolini


Por Rodolfo Alonso *




Fue asesinado el 2 de noviembre de 1975. Ya han pasado cuatro décadas y, sin embargo, su memoria continúa tibia, encendida. Si tuviéramos que preguntarnos por lo que mantiene aún hechas brasa a sus cenizas, no tendríamos sino que acudir a una de sus propias palabras recurrentes, la que utilizó inclusive en alguno de sus títulos: pasión. Y aunque causáramos todavía la extrañeza de algún que otro extraviado en la tramoya de los géneros, ésos mismos a quienes, de vivir él, hoy, no ahorraría ninguno de aquellos urticantes epigramas suyos con nombre y apellido, esa pasión encontró su fuego y su fondo y su forma en la poesía.
          Es verdad que el ensayo, la novela, el cine, la polémica, la crítica, el panfleto, la ironía y la injuria fueron algunas de las muchas apariencias que adoptó su insobornable pasión poética, pero ¿cuál de esos textos-imágenes o imágenes-textos puede alcanzar por ejemplo la densidad cabal, la grave hondura, la dolorosa belleza de sus indelebles versos “A las campanas de Orvieto”?
          No se negó a experiencia alguna, ni se negó a ningún combate. Heredero poco complaciente de una gran literatura y de una envidiable conciencia civil, devolvió al mejor neorrealismo su contacto con las nuevas asperezas en “Accatone” o “Mamma Roma”, despabiló a no pocos clericales con su “Ruiseñor de la Iglesia Católica” pero también reintegró un profundo sentido místico y humano al mejor cristianismo con “El Evangelio según San Mateo”, supo recuperar la saludable rugosidad primitiva de los clásicos griegos en su sabroso “Edipo Rey”, teorizó siempre entre “Pasión e ideología”, fue capaz de inquietar a un comunismo ya tan poco dogmático como el italiano dialogando fecunda y libremente con “Las cenizas de Gramsci”. No dejó insulto, ofensa o diatriba sin devolver. Y se sentía fieramente orgulloso de que su propio rostro, de agudos planos cortados a pico con sólida prestancia francamente popular, le diera un parecido con Sekú Turé, entonces Presidente de Guinea.


          Vio la luz en Boloña, pero sus raíces estaban en el viento. En el viento de Italia, que es África en el sur y Europa en el norte. En el viento del cambio y del nomadismo con que obligaron a su infancia los oficios de su padre. Nació en 1922, el año de “Trilce” y del modernismo brasileño. El año del “Ulises” y de “Tierra Baldía”, el año de la muerte de Proust. Pero también el año que siguió a la represión del Ejército Rojo contra los obreros revolucionarios de Kronstadt, o el año mismo de la Marcha sobre Roma, aquella caminata ostentosa que dio pie a los veinte años siniestros del fascismo. Su estrella aparecía entonces indisolublemente ligada con la historia, vivida ya no desde las bases sino desde el subsuelo, el humus mismo y a la vez fecundo pero también contradictorio de una inestable y tornadiza frontera entre lo proletario y lumpen, que conocería de primera agua al tener que volver a “adaptarse”, en 1949, a las violentas barriadas plebeyas de Roma, donde vuelve a envolverlo un dialecto, esta vez urbano y de avería. Porque en su sangre venían bullendo los jugos agridulces, macerados, fermentados, de la lengua friulana, heredada de su madre, nacida en aquella Casarsa donde él también tuvo que refugiarse, en 1943, durante la guerra.



          Y ya desde entonces, desde 1940, antes aún de los primeros pasos en una Universidad, el joven Pasolini no sólo escribe en friulano, sino que ésta es directamente la lengua de sus primeros libros, y suya es la intentona de una Academiuta da Lenga Furlana. Si alguno llega a preguntarse de qué se habla cuando alguien hace referencia a la lengua materna, he aquí una respuesta. Y por eso la vida y la obra de Pier Paolo Pasolini están indisolublemente ligadas con la poesía. Mejor dicho, con esa encarnación de una lengua viva que es la poesía lograda.
          Porque, a la vez, qué es lo que llaman un dialecto sino la irrupción visceral, orgánica, no controlada ni regimentada, no socializada administrativamente aún, de una comunidad sumergida junto con su lengua. Lo que ello arrastra, hecho luego teoría, aunque en verso, claro, sigue y seguirá siendo para Pasolini una verdad primaria, elemental, en el mejor sentido, tan bellamente bárbara como sanamente fecunda: “Todos juran ser puros: / puros en la lengua... naturalmente: / señal de que está sucia el alma”. Y también, magníficamente: “¡La Lengua es oscura / no límpida -- y la Razón es límpida, / no oscura!”. Y más aún: “Son infinitos los dialectos, las jergas, / el pronunciar, porque es infinita / la forma de la vida: / no hay que hacerlos callar, hay que poseerlos...”.


          Asesinado en 1975, lo que mantiene vivas, todavía hoy, como decíamos, a las cenizas de Pier Paolo Pasolini, es lo mismo que lo volvió ineludiblemente poeta: la conciencia visceral, empática, de que la lengua es un organismo vivo, en combustión, activo, que gasta y que consume, que vive y muere, hecho a la vez de sublimaciones y detritus, pura y feroz materia nunca inerte, como la vida misma, gran mar nutricio y a la vez devorador, matriz y forma inevitable de lo humano, lengua viva en los hombres, de los hombres, por los hombres.


*




EL CIELO TRANSPARENTA...

El cielo transparenta un leve signo
sobre mí... Sólo es cándida sombra,
una nube. (Reconozco esa sombra,
la no dicha palabra... la herida...
Ah, mi conciencia sola como el cielo.)
El henil y las losas me devuelven
el claro azul de la luna en los ojos.
¿Quién me pone de frente con mi vida?
y ya un aire celeste de lo alto
ha alejado las nubes: ni una sombra
en el cielo desnudo.
PIER PAOLO PASOLINI
(Traducción de Rodolfo Alonso)


*


* Poeta, traductor, ensayista.


13.10.15

"La Radio Galega entrevistó a RA"


(Comunicado de prensa / Agradeceremos su difusión:)



LA RADIO GALEGA ENTREVISTÓ A RODOLFO ALONSO

Con motivo de la aparición de “Cheiro de choiva” (Barbantesa Editora, Cangas, 2015), primer libro de Rodolfo Alonso publicado en idioma gallego, la Radio Galega le efectuó la siguiente entrevista, a cargo de la escritora Ana Romaní.
Se la puede escuchar por los siguientes links:

http://www.crtvg.es/rg/destacados/diario-cultural-diario-cultural-do-dia-23-09-2015-1459726

https://www.facebook.com/diariocultural

https://twitter.com/diariocultural_

    Por su parte, Rocinante Editora ha adquirido los derechos para publicar en gallego otro libro de Rodolfo Alonso: “Tango del gallego hijo”, relatos autobiográficos.
    Como se recordará, Rodolfo Alonso es un poeta, traductor y ensayista argentino, de padres gallegos e infancia bilingüe.


2.10.15

Palabra de Pavese


Es 27 de agosto y Contratapa.

Por Rodolfo Alonso *


Piamontés universal, Cesare Pavese es sin duda uno de los más significativos escritores italianos del siglo XX. Nacido el 9 de setiembre de 1908 en el medio campesino de Santo Stefano Belbo, hijo de un secretario de juzgado en Turín, iba a concluir poniendo fin a su vida (“Palabras no. Un gesto. No escribiré más”, son las líneas finales de su indeleble diario, El oficio de vivir), en un cuarto de hotel en Turín, el 27 de agosto de 1950. Esa vida y esa obra se irían cubriendo (y los argentinos fuimos tal vez de los primeros en percibirlo fuera de Italia) de significados a la vez entrañables y nítidos, donde conviven voces ancestrales y moderna lucidez, cuya riqueza, perfección formal, perdurabilidad y resonancia permiten considerarlo un auténtico clásico.
Dueño de una apasionada inteligencia, una bella sensibilidad y una indomable voluntad de raciocinio, en pocos como en él se reunieron en su época, a la vez como evidencia estética y como testimonio intelectual, por un lado la entereza de un humanismo capaz de pensar y de intentar un mundo para todos (“en medio de la sangre y el fragor de los días que vivimos va articulándose una concepción distinta del hombre. El hombre nuevo será puesto en condiciones de vivir la propia cultura y de reproducirla para los otros, no en abstracto, sino en un intercambio cotidiano y fecundo de vida”). Junto a ello, la devoción por una belleza que no se niega a ninguna verdad, por aparentemente oscura que parezca (“La fuente de la poesía es siempre un misterio, una inspiración, una conmovida perplejidad ante lo irracional, tierra desconocida”). En esa tensión, que no supo dejar fuera a su propia vida, alcanza una hondura y calidad especialmente tocantes. Y aunque el suicidio parece constituir el broche de la angustia, una tozuda, lúcida y fecunda voluntad de vida, de belleza y de trabajo emerge limpiamente de sus palabras.
         Su juventud creció con el fascismo, que lo arrestó el 15 de mayo de 1935 y lo confinó, como opositor político, en Brancaleone Calabro, de donde volvió en marzo de 1936. Pero no cambiado. A la bochinchera y grandilocuente cultura oficial del fascismo supo enfrentarse, lúcidamente, como su impar compañero de generación, Elio Vittorini, con la traducción y el análisis crítico de la gran literatura norteamericana. Heredero de un mundo campesino que nunca cesó de nutrirlo, su primer libro, Trabajar cansa (Solaria, 1936, con reedición aumentada de Einaudi, 1943), es un nuevo ciclo abierto y cerrado por él en la poesía italiana moderna, tanto como una revisión exhaustiva de ese mundo natal, lleno de atavismos que, a pura luz de razón, se convierten en auténticas iluminaciones. Y ese mundo está siempre presente en su gran narrativa. Y hasta en sus resplandecientes ensayos, donde la percepción del claro espacio mítico que es el campo, la viña, el bosque, la sangre, la noche, los astros, se convierte en alimento de esclarecedoras conclusiones.
         Llegó a triunfar en Turín, la gran ciudad de sus sueños de infancia, como intelectual y como artista: pudo ser director literario de la prestigiosa editorial Einaudi, y poco antes de morir recibió el consagratorio Premio Strega. ”Narrar es como nadar”, supo decir, aludiendo a los ritmos combinados con que el nadador desplaza su cuerpo en el agua, y también “Narrar es monótono”, por supuesto en el sentido de la insistencia, de la persistencia en un tono, en un clima, que nunca es puramente verbal aunque está hecho de lenguaje. Las palabras de los hombres a las que supo aludir cálida y sabiamente como “esas tiernas cosas, intratables y vivas”.
         Ítalo Calvino advirtió lo imposible de imaginar hacia dónde habrían llevado a Pavese las inquietudes etnográficas y antropológicas que lo apasionaban. Y percibió su compleja y angustiada personalidad, esa voluntad de razón iluminista que sin embargo no abandona una temblorosa auscultación instintiva. Mucho de ello se advierte en los inteligentes y lúcidos ensayos que reunimos y tradujimos con Hugo Gola, no mucho después de su muerte, con el título de El oficio de poeta (Nueva Visión 1957), donde en El mito escribe: “Antes que fábula, casi maravilloso, el mito fue una simple norma, un comportamiento significativo, un rito que santificó la realidad.  Y fue también el impulso, la carga magnética que pudo, ella sola, inducir a los hombres a realizar obras.”
         Hay en todo Pavese la felicidad del trabajo consumado, esa satisfacción por el logro tras el esfuerzo, pero también la insatisfacción permanente ante el vacío posterior, ante la incapacidad de volver a colmarlo o el temor de no lograrlo. A ese vacío aludió como uno de los motivos de su suicidio, y aunque nunca lo sepamos con exactitud (¿quién podría?), se hace imposible no advertir que el hombre capaz de realizar en sólo 42  años de vida una obra semejante, difícilmente estuviera terminado como artista. El mismo que, horas antes de tomar una trágica decisión, escribía en su diario: “Mi parte pública la he hecho –lo que podía--. He trabajado, he dado poesía a los hombres, he compartido las penas de muchos.”
         No pocas veces reiteró Pavese que consideraba a Diálogos con Leucó “la cosa menos infeliz que yo haya escrito”. ¿Cómo no coincidir con él ante esos diálogos de transido lirismo y honda resonancia, que logran el casi milagroso resurgir, como una moderna fuente de vida, de los fundacionales mitos griegos? Y recordemos que ese libro quedó abierto junto a su lecho, en el cuarto de hotel donde se suicidó. Que su palabra fue escuchada, lo probaron tanto su persistente repercusión como la estima de sus contemporáneos. Emilio Cecchi lo dijo quizá mejor que nadie: “Reconozcamos, una vez más, que de su generación Pavese fue de los espíritus no sólo artísticamente más dotados, sino, en el conjunto de todas las facultades, intelectual y moralmente más ejemplares.”






* Poeta, traductor, ensayista.



 "Página/12"  27 de agosto de 2015


VIVIR ES ROTUNDO

RODOLFO ALONSO: VIVIR ES ROTUNDO


Por Jorge Monteleone


Lengua viva
Poesía reunida 1968-1993
Rodolfo Alonso
Eduvim, Córdoba, 2014


         Hace mucho tiempo que la vida acontece en la poesía de Rodolfo Alonso. Hace mucho tiempo que la vida aparece manifiesta en la poesía de Rodolfo Alonso, como si la poesía misma fuera el sentido intrínseco de la vida, o como si la vida tuviera su ser implícito en la lengua poética que la vuelve viva. No porque la vida no sea redundantemente viva, sino porque la vida vive como un incremento de sí misma en la medida en que es nombrada. Pero a la vez el que nombra es el poeta, que vive y posee un cuerpo que la vida atraviesa: así la vida respirada es también la vida como nombre y hálito, como si cada palabra fuera una respiración. La vida es vida porque se vuelve palabra, pero se vuelve palabra porque alguien la vive nombrándola. “Hablar ---escribe Rodolfo Alonso--- es la riqueza de mi cuerpo”, “Una palabra emerge / crece vibra / y ocupa su lugar / en el espacio // Pero en el centro / ávido / de ese espacio / que la irisa / y que la hace / enriquecerse / no hay sino cuerpo // Cuerpos / que irrigar, no / enrigidecer”. Así la palabra encarna la vida y la vida es palabra encarnada. La palabra encarnada no como verbo divino, sino como testimonio. La palabra es lo que la vida atestigua, el modo en el que la vida misma se vuelve testimonio. Y lo que testimonia es lo que vive viviendo en la palabra que un cuerpo nombra
         La poesía es entonces lengua viva ---el nombre de esta compilación--- en cuanto la vida se torna poesía. Escribí hace unos años que la vida es el espacio donde la poesía de Alonso tiene lugar. “Tú confirmas la vida con tu voz” escribió en su primer libro. La vida confirmada en la voz es para Rodolfo Alonso la voz poética. “La gran vida” es el título de un poema de su segundo libro. La gran vida es para Alonso esa suplementariedad, esa exageración de lo vivido que se halla en los hechos transfigurados en el poema. “La vida no da más de lo que se le pide” escribió en el tercero. Y lo que Rodolfo Alonso le pide a la vida es el poema. Tituló a su antología de 1952 a 2008: La vida entera. El primer libro incluido en Lengua viva se llama Señora Vida (1979). No me parece, decía, un lugar común ni una casualidad. La noción de vida lleva al poema de Alonso el acontecimiento. La poesía de Rodolfo Alonso es una poesía donde lo que acontece, lo que se halla pendiente del tiempo, se transforma, por vía poética, en un acontecimiento. Por eso su poesía produce un curioso efecto: los poemas parecen a la vez un artefacto, es decir, un objeto más agregado al mundo donde el artificio es ostensible ---es decir, se halla alejado de la vida--- y a la vez tienen el aire casual de aquello que simula un jirón del mundo, un fragmento dicho al pasar, como si fuera un diario ---lo periódico, la circunstancia elevada a una categoría epifánica. La vida es lo que acontece y como tal se transforma en una presencia insoslayable, que el poeta de pronto, ve.
         En “La canción de las hojas”, del segundo libro de esta compilación, Sol o sombra (1981) se lee: “Vida que se desvive / por vivir, vida viva, / maravilla sedienta / coronada de ecos. // Cada murmullo late / atento a cada hoja, / silencio suspendido / por una boca eterna”. Pero me interesa un contraste no dicho en ese libro. Los poemas incluidos están fechados entre 1979 y 1981. Es decir fueron escritos durante la dictadura argentina más sangrienta de la historia. La poesía argentina no sólo es testimonio de la vida, sino un síntoma de la historia. Y en ese libro hay inflexiones que dicen ---como lo hicieron todos los poetas de la época--- lo que no se puede decir. Hay un poema muy breve, “Soy escrito”, que reza: “Escribo soy escrito / lenguaje mi país  // Me baño en una lengua / donde se lava el mundo. ¿Cómo era posible escribir poesía en esos años? ¿Cómo era posible escribir, lo dije muchas veces, con una lengua culpable? Del único modo en el cual la poesía puede tener lugar. Si no puede tomar la palabra del desaparecido, hablar por él ---un ejercicio de la vergüenza, como pensaría Agamben, ser testigo en la medida en que hablo por otro que no está--- al menos saneará la lengua, la poesía escribe al sujeto y al país y en ese escribirse lava el mundo, como las aguas lustrales de un origen o un bautismo. Usa la lengua para nombrar lo que está interdicto, usa, con la lengua oral de su país, lo que no existe, como en “Oratoria de un hombre confuso”: “La libertá es redonda / fecunda indeseable nutritiva / pequeña amartillada // La libertá es temible // La libertad se ve como se palpa / rugosa primitiva // La libertá andrajosa / en la penumbra desollada”. Y si la poesía es la vida, lo que es en la medida en que puede decir la palabra libertá en la lengua materna en medio de la penumbra desollada. Y si la poesía sólo puede encarnarse en un cuerpo, lo que nombra en la penumbra es un cuerpo desollado. La poesía es así luz para la sombra ---así se llama el libro: Sol o sombra---, la poesía es disyunción respecto de la sombra. Sol: “recuerdo con auténtico dolor tanto garguero hendido, tantas vísceras víctimas de su llama, tanto hígado corroído por el vino común, tanto viento pasado. Y el sol, feroz, cuartea la tierra. Y esas hojas que vuelan en la brisa contra el opaco cielo ni siquiera dan sombra” se lee en “Discépolos”. Pero también la poesía es testimonio de la sombra y puede leerse solo sombra. Así la poesía cuando nombra lo que ella no es también es un ejercicio nutricio de resistencia: la poesía como negación. Dedicado a Herman Melville, que hacía decir a Bartleby que preferiría no hacerlo, en este libro el poeta dice NO, afirma el NO: “Afirmarse en el no, ahondar el no, pulirlo, el no limpio de polvo y ambición, el positivo no, el no pequeño atronador, cara de hombre, altura de hombre, tan vivo como un álamo, un arroyo, una foca”. Ahora el NO es la afirmación de la vida, el no del poema hace la vida sustantiva en nombre de la libertá. En el tercer libro, Jazmín del país, la poesía aparece como lo contradictorio: “Bajo el bárbaro cielo / la despiadada noche // Los rescoldos del miedo / inspirando al horror // Comidos digeridos / por la ávida nada // El ojo insobornable / que tiembla en el vacío”. La poesía como el ejercicio soberano contra la muerte, como esos dos versos puros levantados del poema “Anti-funeral”: “Fiera vida feroz / y ferozmente amada”.
         En la poesía de Rodolfo Alonso el vivir es rotundo, la libertá es redonda. Esa palabra rotundo, también es redonda y tiene la misma raíz: redondo es lo que también rueda, rota, lo que circula, lo que se mueve, muta, avanza. El no progresista es aquello  que no afirma la inmovilidad, lo que está quieto: “Estaba yo tan hondamente / desorientado y angustiado, / desanimado y aún confuso, / que alguien me dijo: “Quédate / quieto y sólo deja, / oye a la vida fluir en ti. // ¿Pero es que entonces fluye / la vida, todo fluye / y ha de quedarse quieto uno?” pregunta un poema del primer libro, “En el mismo río”. La respuesta es la propia poesía de Rodolfo Alonso. La poesía de Rodolfo Alonso es profundamente dinámica, pero como manifestación orgánica de la vida mutable. Y si esos poemas escritos entre 1968 y 1979 reconocían la vida hasta en la muerte, los poemas de los dos libros siguientes, Jazmín del país y Música concreta son la manifestación yo diría la asunción de la potencia poética. No se trata sólo del vivir rotundo, sino de la vida poética misma, de la capacidad de vivir poéticamente. La poesía, no como una moral, sino como una ética. Pero no se trata de una ética referida a la institución de lo social, aunque se manifieste en ese espacio, que es el espacio de intercambio simbólico de la palabra. Se manifiesta en un mas allá de la lengua que es otra vez el espacio de manifestación de la vida: es la vida en el mundo. La poesía nombra la vida encarnada en el mundo. Y al hacerlo ilumina súbitamente las caras, como la de Espartaco, en el agon de la libertad: “Por un momento / el preciso relámpago / rasga esta selva oscura // Alumbra un rostro de hombre / ojos de un fuego inmenso / el momento preciso”.
         Así el poeta atestigua la vida que acontece como un relámpago en la redención del instante.”Immortale é chi accetta l´istante” es el epígrafe de Pavese que cita Alonso en el poema “Pavese como Ovidio”. Ese instante, que relampaguea en la historia, es aquello que la poesía va a nombrar incesante. Y en ella, en la voz y la palabra, pasa así todo el mundo, y pasan también las cosas ardidas, y el fresno y el ave: pasa también el nombre de todas las cosas, como incandescencias, como fuga estelar, como reverberación y rumor. No hay olvido en la poesía aunque sea olvidada e ignorada, como le reza al Leteo: “Intensa invicta insomne / inquietante invisible / invasora invadida”. Y ese nombrar es colectivo, nunca individual. Rodolfo Alonso sabe que al nombrar el árbol, como el joven fresno, nombra también el coro de las voces que miran, donde se halla la huella de la vida: “Fiel rastro de lo vivo / primavera insaciable // El joven fresno estalla / y alguien cree que resurge // ¿En el cuerpo del habla / florecerán las voces?”. La poesía en la vida se despliega en el mundo a través del nosotros:

¿NOSOTROS?

nos otros
nuestros otros
nosotros somos otros
somos el otro nos
somos el otro
somos el otro nuestro
el otro es nos
el otro es nuestro
no sin otros
nuestros
nuestros nos
nuestros nosotros
nuestros otros nosotros

no es otros
nuestro otro

el nos es otros
en el desierto refulgente
estrepitoso y trepidante
en el lago de sed
en el hambre lujosa
la tumba sin silencio


El libro Música concreta renueva esa profesión de fe, pero por algo que nos conmueve y nos convoca. La vida del poeta Rodolfo Alonso. Todos podemos atestiguar que la vida de este poeta es la de una vida poética, que su vivir rotundo es una vida dedicada a la poesía. La música se vuelve concreta en este cuerpo que la profirió: la vida es así corporal y personal, halla en el nombre de Alonso una de sus encarnaciones. Rodolfo Alonso, como el sujeto de su poema, “Ha dicho”:

HE DICHO

A la sombra del miedo
ante los vastos rumbos
bajo cielos gigantes
he dicho

Con muchísimo gusto
contra la inmensa muerte
de una cierta manera
he dicho

Desde el lugar común
en medio de la lluvia
entre tanto entre todos
he dicho

Hacia los grandes vientos
hasta que el día llegue
para ser uno mismo
he dicho

Por hacer compañía
según ruedan los astros
sin pensarlo dos veces
he dicho

So pena de penar
sobre las propias huellas
tras las huellas de muchos
he dicho

Así el poema predica y se predica atravesando el vacío, el desierto, incluso la nada. Así el poema reproduce en el tiempo la vida vivida como rumor del mundo. Arroyo, río, yo: el tiempo que fluye en la vida del poeta se arremolina en el poema como una piedra, o como el guijarro que se vuelve perla en la ostra. Esa voz que es de todos y de nadie, que es la voz de la vida y el rumor del mundo, atraviesa el cuerpo del poema y al decirla, se dice: “Es una voz de aliento, que se siente muy cerca y llega desde lejos. Hija del cielo y de la sierra, de las ramas y del agua, de la piedra y el pájaro, en la ciudad ajena y estruendosa, inhóspita e indócil, se hace un íntimo río que nos impregna y transcurre desde siempre, en la mirada y su memoria.”
         Ese vivir rotundo halla en el cuerpo del poeta el tiempo como un hiato: el poema de cada poeta obra en ese hiato de la vida con fondo de muerte. Todo poeta sabe íntimamente que su ejercicio adamantino contra la muerte es una garantía de que un día su voz de vida será la voz de un muerto, y ese fantasma todavía proferirá la vida, la vida misma, toda la vida clamando en el desierto. Esta poesía es el aquí y ahora de todos los tiempos, los mundos, en el nombrarse a sí misma de la vida en el poema. Cada poeta, todo poeta, Rodolfo Alonso, dirá como en el poema “Entretanto”: “He conducido mi cuerpo hasta aquí / Lo que me ha conducido ha conducido // Me ha conducido mi cuerpo hacia mí / Me ha conducido la muerte hasta mí”.

         Y, con esa condición inexorable de cada palabra encarnada y dicha, con la sabiduría de advertir que “Todavía / hay sol, dioses y olvido”, asimismo Rodolfo Alonso dice el extraordinario poema “Tormenta de Qumrán”, llega del desierto la evidencia desmesurada del viento, llega esa palabra del viento como una borrasca, llega una palabra de la vida como algo santo, el verbo que se hace carne incesantemente en la duración del mundo, la vida que se empecina, la alegría del habla: “Del viento del desierto, saludable, / incómodo, inmortal, sólo podía / esperarse algo santo: el espesor / ácidamente vivo de la verdad / desnuda”.

6.9.15




El jueves 10 a las 19 inaugura en el
Centro Cultural de la Cooperación,
Corrientes 1543, la muestra
TEXTURAS DE NUESTRA AMÉRICA
Dibujos y pinturas de Santiago Alonso
Sala Espacio, primer subsuelo
Entrada libre y gratuita



En la serie de obras Texturas de Nuestra América, de Santiago Alonso, se produce una fusión entre el arte abstracto y elementos que aluden al paisaje de montaña latinoamericano; asumidos casi como capas geológicas de un barroco implícito, donde texturas, claroscuros, formas y contrastes del mundo natural y estético se tornan, a partir del trabajo técnico y mental con la materia plástica, un universo que se autoconstituye. En dichos trabajos se expresa, además, un dolor histórico, aquel dolor que se ha venido acumulando en la trágica historia de los pueblos americanos, desde los pueblos originarios masacrados por los conquistadores y los africanos esclavizados por el imperialismo europeo hasta los actuales, que siguen luchando por su liberación. Por eso estas obras no son un homenaje, son una evidencia. 

26.8.15

RODOLFO ALONSO EN EUROPA

(Comunicado de prensa / Se agradece su difusión:)








Habitualmente difundido en el ámbito iberoamericano, el poeta, traductor y ensayista argentino Rodolfo Alonso está encontrando reconocimiento en Europa.
         Su introducción “René Char y nosotros” fue requerida para Correspondance 1952-1983, de Raúl Gustavo Aguirre y René Char (Gallimard, París, 2014). Y no sólo su prólogo: “Con Juan, sin Juan. In/certidumbres de un traductor”, sino también su versión simultánea al castellano para La lumière et les cendres / Milonga pour Juan Gelman, de Jacques Ancet (Caractères, París, 2014).
         Su libro L´art de se taire, con palabras de Juan José Saer y edición bilingüe (Reflet des Lettres, París, 2015), fue traducido por Bernardo Schiavetta. Mientras que el Festival de Poesía de Sète auspició su antología bilingüe Dernier tango à Rosario (Al Amar, París, 2015), con traducciones de Roger Munier, Jacques Ancet, Fernand Verhesen, Marcel Hénnart y otros.

         Hijo de padres gallegos y con infancia bilingüe, Cheiro de choiva (Barbantesa, Cangas, 2015) es su primera antología en idioma gallego. Para el 15 de octubre está anunciada la aparición de su primera antología bilingüe en inglés: The art of keeping quiet (Salt, Londres, 2015), con selección y traducción de Katherine M. Hedeen y Víctor Rodríguez Núñez. Y ya está en preparación su libro Entre les dents (Po&psy/Érès, París, 2016), otra edición bilingüe con prólogo de Juan Gelman y traducción de Jacques Ancet.



18.8.15

Los mil y un Pessoa(s)

Contratapa  |  Jueves, 13 de agosto de 2015





Por Rodolfo Alonso *

Nadie podía imaginar en 1888, cuando Fernando António Nogueira Pessoa nació en Lisboa, y tampoco incluso muchas décadas después de su muerte, que su poesía alcanzaría al mismo tiempo la canonización universal y la intimidad de tantos que lo siguen viviendo como un secreto personal.
Los argentinos bien podríamos preciarnos de haberlo “descubierto”. O, al menos, de haber sido de los primeros en hacerlo. Mucho antes de que empezara a hablarse de él, cuando hasta en Portugal era casi desconocido, en 1961 Fabril Editora publica en Buenos Aires la primera traducción de Fernando Pessoa en América latina. Que fue, al mismo tiempo, la primera en castellano de todos sus heterónimos. El reconocimiento llegó incluso a Portugal, donde esa edición argentina tuvo el honor de ser celebrada en Lisboa por Maria Aliete Galhoz, que en 1963 dijo: “Rodolfo Alonso nos restituye un poeta a través del amor de otro poeta”.
Cuando Aldo Pellegrini (1903-1973), siendo yo tan joven, me ofreció seleccionar y traducir una amplia antología de Pessoa, recuerdo que no sólo fue arduo conseguir sus libros sino también convencer a su cuñado, Francisco Caetano Dias. Como si su familia se avergonzara de ese extraño pariente, de vida más que anónima, que recluyó bajo la humilde apariencia de esporádico traductor de correspondencia extranjera para casas comerciales la gestación de su “drama en gente”, la múltiple obra de creación que lo poblaba.
Pero lo relevante de esa primicia argentina no se limita a su carácter pionero, sino también a la intensidad con que fue recibida. La aceptación fue tan inmediata que en contado plazo, sin publicidad alguna, exigió sucesivas reediciones, anticipando lo ahora evidente: Pessoa conquista sus admiradores de persona a persona, por la propia potencialidad de sus poemas, sin que se trate en absoluto de un éxito programado, superficial, y de forma tan indeleble que todavía –me consta– aquella edición se conserva como un entrañable compañero, de huella perdurable.
Ahora que una canonización universal confirma la premonición de Adolfo Casais Monteiro, que ya en 1958 lo vio como “el más universal y el más portugués de los poetas de este siglo”, me sigue sorprendiendo la exquisita avidez, la delicada fidelidad con que tantos lectores, en esta era de banalidad globalizada, viven como descubrimiento propio, trascendente y enriquecedor, a ese gran poeta distante, multifacético, exigente y oculto. Una de las condiciones de cuyo encanto será siempre el carácter auténticamente enigmático, la irónica altivez de quien supo desnudarse a fondo: “Trata de seducir con lo que hay en tu silencio”.
Pero aún ahora, es del legendario baúl que en Lisboa conserva en hojas sueltas su disperso y al parecer infinito legado, de donde se continúa haciendo surgir nuevos “libros” de quien sólo publicó uno en vida: Mensaje. Y sus lectores, ya que se trata de obras exigentes, no son los de tanto best seller predigerido sino aquellos que, como dijo alguna vez Ricardo Piglia, son los únicos para quienes vale la pena escribir: los que siguen buscando el texto único en la maraña de las librerías marginales.
Pessoa no sólo concretó lo que el genial adolescente Rimbaud (1854-1891) había intuido: “Porque YO es otro”. También nos dejó no pocos enigmas contagiosos. El hecho sorprendente de que su apellido signifique al mismo tiempo “Persona” y “Hombre” en portugués ya sería premonitorio pero, además, su etimología nace en “Máscara”, mientras que en francés se aplica también a “Nadie”. De esas máscaras que son uno y muchos, de esas máscaras que revelan y velan, que cubren y descubren, Pessoa hizo nacer espejos, imborrables y hondos, que nos siguen hablando a la vez de él y de nosotros. Porque el arte no puede ser ni juego, ni entretenimiento, ni espectáculo, sino apuesta desmedida. Como él mismo sostuvo: “la literatura es la prueba de que la vida no alcanza”.
Susan Sontag afirmó: “El gusto es el contexto y el contexto ha cambiado”. Y Luis Cernuda señaló, citando a Bécquer, que la obra de arte alcanza las dimensiones de la imaginación que impresiona. Y se refería, sin duda, al legítimo alcance que una gran obra podía lograr, al ser descubierta y valorada. Pero hoy, emasculándola al masificarla, oscureciéndola al exhibirla a plena luz, la sociedad del espectáculo destruye con bárbara inocencia el sentido crítico, la negatividad de una gran obra mediante el simple recurso de hacerla triunfar en el mercado, sin volverla cultura.
No creo que sea posible con Pessoa. A pesar de encontrarse traducido casi en todo el mundo, a pesar de los incontables estudios sobre su obra y su persona, algo lo mantiene fuera de la desoladora tiranía del mercado. Algo secreto seguirá siempre vigente en el Pessoa público. Algo intransferible. ¿Qué puede hacer la sociedad de consumo con alguien capaz de expresarse con la ferocidad que sigue? “Si escribir –en el sentido de escribir para decir algo– es un acto que tiene el cuño de la mentira y el vicio, criticar cosas escritas no deja de tener su correspondiente aspecto de curiosidad mórbida o de futilidad perversa.”
Fernando Pessoa es felizmente irrecuperable. Como su gemelo no menos oscuro e indeleble, Franz Kafka, en una carta de 1923, bien hubiera podido decirnos: “¿De qué estás hablando? ¿Qué ocurre? Literatura, ¿qué es eso? ¿De dónde viene? ¿Para qué sirve?” Lo cual prueba que ambos fueron y son auténticos escritores, escritores de raza, nunca apenas meros literatos.
* Poeta, traductor, ensayista.

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18.7.15

UNA GALLEGA UNIVERSAL

 

por Rodolfo Alonso*




Cuando yo era un niño, Rosalía de Castro podía ser en nuestra casa, un modesto hogar de inmigrantes gallegos en el centro-sur de Buenos Aires, tan cotidiana como el pan y la sal. Su presencia y su palabra aparecían vivas, de repente, sin haberlo previsto, casi como si formara parte del aire que se respiraba, y en una casa donde no había demasiados libros nunca faltó uno suyo. Y sus versos emergían de pronto, citados sin pensarlo, de manera espontánea, como se escucha casi inconscientemente el arrullo de una fuente muy conocida, bien cercana, límpida y habitual.
Pero era también la presencia de una inmensa mujer, casi mítica, siempre de transida sonrisa melancólica, doliente (a la cual llegaría a identificar con la de mi madre, tan similar) que, de una honda tragedia personal: ser hija natural de un sacerdote, en el ámbito aldeano de una Galicia rural enclaustrada en la España decimonónica, milagrosamente sublimada, había llegado a convertirse en paradigma del renacimiento de  su pueblo.  Porque gracias a sus Cantares gallegos, en 1863 el idioma de Galicia volvió a erguirse y a resurgir, después de siglos de censura y oscurecimiento.
Pero no sólo eso consiguió Rosalía de Castro, nacida en 1837 y de quien, el 15 de julio, se cumplen 170 años de su muerte. Sino también acaso lo imposible: ser íntima y hondamente ella misma, y ser también la voz misma de su gente, y ser (al mismo tiempo, de modo inescindible) una gran figura universal, universalmente reconocida y admirada. Y también uno de los pocos románticos españoles que valga la pena.
Pero en mi infancia, como dije, ella era algo más fuerte que ningún convencimiento intelectual. En una de mis primeras actividades sociales, al salir del patio de mi casa para pisar el amplio vestíbulo de entrada al Centro Gallego de Buenos Aires, la presencia (para un niño, imponente) de su estatua no me la volvió fría, lejana o inaccesible. Podía ser ella misma y ser los otros, los suyos y los de todas partes.
Por eso me emocionó tanto ser invitado a traducirla. Una editorial argentina me propuso seleccionar una antología bilingüe, dejándome entera libertad. Traducir a Rosalía fue para mí una auténtica catarsis. Y así me dejé fluir de uno a otro de los dos idiomas en que me crié simultáneamente, tratando sin forzarlo de que el canto de Rosalía fluyera también --con sonido y sentido-- en esta otra lengua castellana que, después de todo, ella también empleó. No sin tomar conciencia de sus límites y de sus riesgosas similitudes. Nadie puede, humanamente, traducir nunca del todo eso tan bien encarnado, ricamente expresivo, bello y logrado en sólo tres palabras: “Cómo chove miudiño”. Y logré que el título mismo del libro quedara en gallego.
Rosalía era, en mi infancia, como el pan y la sal, compartidos en la mesa familiar, en la mesa de todos. De algún modo, ahora  también lo sigue siendo. Y eso resiste hasta a una traducción.


* Poeta, traductor, ensayista.










CUANDO PIENSO QUE TE FUISTE...

Cuando pienso que te fuiste,
negra sombra que me asombras,
al pie de mi cabecera
vuelves haciéndome mofa.

Cuando te imagino ida
hasta en el sol te me asomas,
y eres la estrella que brilla,
y el viento eres que rezonga.

Si cantan, tú eres quien canta:
si lloran, tú eres quien llora;
y eres murmullo del río,
y eres la noche, y la aurora.

En todo estás y eres todo,
para mí y en mí tú moras,
ni me abandonarás nunca,
sombra que siempre me asombras.

ROSALÍA DE CASTRO


Traducción de Rodolfo Alonso

Un negro 18 de julio

El mundo  |  Sábado, 18 de julio de 2015
OPINION



Por Rodolfo Alonso *

El 18 de julio de 1936, hace setenta y nueve años, el golpe militar franquista se alzaba contra el gobierno legal de la República Española. Generada por la espontánea y ejemplar resistencia del pueblo leal, que la llevaría hasta 1939, la Guerra civil española constituyó al mismo tiempo un hecho política y socialmente relevante y un acontecimiento legítimamente legendario. Considerada la última guerra de hombres, antes de que la tecnología bélica ocupara definitivamente el lugar predominante, fue también la primera batalla de la democracia contra el fascismo que de inmediato iba a sumergir a Europa en la segunda guerra mundial, de imprevisibles consecuencias.
Marcada a fuego en la conciencia de muchas generaciones de españoles, una gran cantidad de testimonios, documentos y obras de creación fue dada a luz con la recuperación de la democracia, una vez fallecido el dictador. Pero esa intensidad se fue amenguando, en cierta medida, no sólo por el paso del tiempo, sino también con el ingreso en los antaño confortables beneficios de la comunidad europea. Por eso fue doblemente significativo que haya sido un entonces joven escritor y periodista español, Javier Cercas, quien con un libro por tantos motivos indeleble, y de una manera absolutamente nada maniquea, volvió a plantearnos con claridad e inteligencia los significados y las consecuencias de aquella gesta histórica.
Por su factura y por su tema, “Soldados de Salamina” (publicado originalmente en 2001, llevado al cine, y que Tusquets de Barcelona no cesa de reeditar desde un primer momento), es sin duda un texto fascinante. Partiendo de una escritura donde el autor se involucra activamente, ya que no se plantea como creación literaria sino como relato real, y de una anécdota apenas esbozada de la cual no se tienen casi certezas, Cercas consigue erigir un texto de demoledora y tocante eficacia, tan literariamente logrado como fraternalmente conmovedor.
En los meses finales de la guerra, mientras las últimas tropas republicanas asediadas se retiran hacia la frontera francesa, alguien decide fusilar a un grupo de destacados jerarcas franquistas prisioneros. Entre ellos se encuentra Rafael Sánchez Mazas (1894-1966), un brillante intelectual de derecha, fundador e ideólogo de la Falange, quizás uno de los responsables directos del conflicto fratricida que ha ensangrentado a España y dislocado su destino. Sánchez Mazas consigue escabullirse y logrará salvarse, mientras es minuciosamente perseguido, en un instante que lo acompañará toda su vida, gracias a que un humilde miliciano, que lo descubre y encañona, no se sabe bien por qué y con sólo una mirada de por medio, decidirá no denunciarlo.
Ese humanísimo momento, a la vez oscuro y revelador, es el desencadenante del libro. Pero tampoco aquí la mera anécdota alcanza a transmitir lo que el texto contagia con precisión y fluidez, como sin proponérselo, de modo que poco a poco, y hasta en indagaciones realizadas muchos años después, el calibre de aquellos hechos, individuales y colectivos, va cobrando una honda dimensión que termina rozándose inclusive con aquel bienestar democrático de que gozaron hasta hace tiempo, como dijimos, tantos millones de europeos, sin imaginar que todo lo debían acaso a un puñado de héroes anónimos que, en el momento justo, se jugaron la vida para salvar la civilización. Porque es sabido que cuando los tanques del general Leclerq entran en París, consolidando la liberación de Francia del yugo nazi, con él venían veinte mil combatientes republicanos españoles, quienes ingenuamente imaginaron que el próximo paso iba a ser devolver la democracia a España.
Esas páginas, como ya dije, se leen de un tirón y nos contagian una inmensa luminosidad. Literatura en el mejor estilo, son también periodismo de primera. Y entre otras muchas alusiones constituyen también acaso un homenaje implícito a aquella primera generación de intelectuales españoles progresistas, muchos de ellos descendientes de jerarcas del régimen, que se enfrentaron al franquismo desde adentro y entre los cuales se destaca Rafael Sánchez Ferlosio, el hijo preferido de Sánchez Mazas, cuya tocante y desinhibida novela “El Jarama” (1956) constituye el primer hito de aquella camada inconformista.
Pero algo más nos reserva este incisivo y bello libro. Como si quisiera evidenciar desde la tapa lo que la fotografía arrastra etimológicamente (photos graphein: “escribir con luz”), una deslumbradora instantánea de Robert Capa (el legendario compañero de Henri Cartier-Bresson en Magnum Photo), tomada en Barcelona el 25 de octubre de 1938, durante la emocionante ceremonia de despedida a los voluntarios de las no menos legendarias Brigadas Internacionales, mediante la intensidad de una mirada tan límpidamente trágica como plena de convicción, decisión y coraje, nos dice mucho más de lo que podría transmitirnos cualquier texto. Incluso uno tan revelador y hondo como este imborrable libro de Javier Cercas.

* Poeta, traductor, ensayista.

9.7.15



PREMIO INTERNACIONAL DE POESÍA REINA SOFÍA 2015

Mejor unas violetas para Ida Vitale

Por Rodolfo Alonso *







 “Los premios no escriben por uno”, me dejó caer alguna vez Juan Gelman, en uno de sus breves (pero sustanciosos) mensajes de texto. De ese nivel, de tal calibre había de ser también la montevideana Ida Vitale, a quien el Reina Sofía se ha honrado al premiarla. Seguramente ha de haber recibido con calma la noticia, en el silencio habitado que la envuelve, quizá con esa misma inolvidable sonrisa tierna y levemente triste con que nos regaló aquí, al citarnos de paso, para tanto tiempo de sosegado diálogo “cuyo tibio recuerdo”, como bien diría ella después, “persiste en aquella noche de un Buenos Aires, después de mucho recobrado”.
¿Y cómo no nos iba a dar un enorme alegrón y al mismo tiempo sorprendernos, cimarrones como somos, que un premio de a veces tan estruendosos relumbrones le haya tocado, ahora, a una de las más recoletas, ceñidas y acendradas voces de nuestro sur, de nuestro sur del Sur? ¿Cómo no nos iba conmover que fuera a una uruguaya, es decir la otra orilla de esa cuenca rioplatense que los argentinos compartimos con nuestros hermanos orientales, a la que solían imaginarse tiempo atrás como preferentemente inclinada hacia la introversión y la melancolía?
Al encarar la personalísima producción lírica de Ida Vitale, me resulta imposible no percibir de qué fecunda manera esta poesía que parte ---desde un comienzo--- de la absoluta, nítida, insoslayable conciencia de nuestra mortalidad (“Serás ceniza y no tendrás sentido” dice, quevedianamente), y por lo tanto de la consiguiente precariedad de nuestros actos (“La historia no se olvida y roe, roe”), se descubre a la altura de ese ineludible despojamiento con el no menos despojado ahondar de su palabra (“Puedo cantar / en medio del más cauto, / atroz silencio”) y, al mismo tiempo, de su propia vida (“Ahora estamos a solo, duro, / enemistado cielo”).
Sin la falsa vergüenza de que no la denuncie su propia entidad, su auténtico sentir, Ida Vitale ha logrado erigir la escueta carnalidad de sus textos a la vez concisos y jugosos, que no desdeñan la médula ni el hueso, y que encauzan en su lengua ese contagioso, desesperado y humanísimo aliento, ese jadeo de nuestra condición.
         Entre “un ramo de ruina” y “el gran árbol de luz”, con “ácida paciencia” la autora no sólo “trueca el duelo en canto”, sino que es capaz de experimentar ---y transmitirnos--- la densidad grave y no sólo fonética del lenguaje, de esas palabras a las que de forma tan tierna y tan lúcida llama “Hermanas, tristes nuestras”, a las que sanamente también concibe siempre al borde de la mortal retórica: “Un breve error / las vuelve ornamentales”. La pasión, a un tiempo enamorada y desolada que se percibe, vívida, en la escritura desnuda, árida y ávida de Ida Vitale, es a la vez (al unísono, como debe ser) una pasión de vida y de belleza, y no se entrega a la mortalidad sino para hacer de ella señales preñadamente contagiosas de la especie, modos de ser más ser, crudo y veraz lenguaje de los hombres, tenso y transido, que no nos seduce ni encandila. Vida escrita latente y lista a fecundarnos, de igual a igual, sin trampas ni añagazas: “Como este pájaro / que espera para cantar / a que la luz concluya, / escribo entre lo oscuro, / y cuando nada hay que brille / y llame de la tierra. / Inauguro en lo oscuro, / observo, escarbo en mí / que soy lo oscuro.”


* Poeta, traductor y ensayista argentino.