31.7.13
27.7.13
QUÉ ES SER ARGENTINO
ANDREA COBAS
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República de viento. Un país sin memoria,
Rodolfo Alonso, Leviatán, Buenos Aires, Argentina, 2007. |
Alonso no es prescriptivo: no obliga a una lectura cuyos sentidos nos brinda digeridos. Los ensayos, las crónicas, los fragmentos literarios que componen el libro van más allá: asumen el desafío de invitar al lector a poner a prueba categorías tan centrales que adoptamos sin cuestionar. El interés por esos temas no es casual: hijo de inmigrantes gallegos, Alonso asume su doble origen, su bilingüismo, sus dos orillas. A un tiempo, su tradición son los versos gallegos de Rosalía de Castro y también lo son las Aguafuertes gallegas de Roberto Arlt. Pero Alonso no se queda allí, también hace suya la poesía de Atahualpa Yupanqui, recreador de esa otra herencia que Alonso busca recuperar incansablemente: la de aquellos aborígenes, primeros pobladores de estas tierras. Los complejos dibujos que nacen del encuentro entre las tres aristas de la nacionalidad argentina –pueblos originarios, inmigrantes, criollos– motivan reflexiones que establecen nexos ineludibles entre los textos de su libro: desde la colonización hasta nuestros días, Alonso disloca para explicarlos los procedimientos que contribuyeron a instaurar la república de viento que hoy llamamos “Argentina”.
Trazando una línea que va desde la conquista de América a la conquista encabezada por Julio Argentino Roca, Alonso aborda la primera de las tradiciones nacionales desarticulando frente al lector las operaciones discursivas implícitas en la histórica metáfora del desierto argentino: la lengua –al nombrar– no es inocente. Armazón de ejercicios de índole política, la mirada que –en el siglo XIX– organiza la construcción de la “patria argentina” surge de un proyecto cultural y nacional que encuentra en la homogeneización y en el borramiento la clave de su éxito. Instaurando la idea de un vacío que es imperioso poblar, se emprende la búsqueda de una “nación para el deserto argentino”. No extraña que ese vacío se llene, en primer término, con palabras. Por eso, Alonso recupera la veta más claramente política de la etapa fundacional de la literatura argentina, la porción del corpus que busca intervenir en la construcción de la nacionalidad: Echeverría, Alberdi, Sarmiento, Hernández, Mansilla: nombres propios que evocan textualidades en las que indio, patria, inmigrante, son palabras que representan ideas medulares. Aquel paradojal vacío que delinean los románticos –y que materializan con sangre algunos de los hombres de la generación del '80– cobrará espesor en el imaginario nacional en la figura del inmigrante, esa presencia que con el paso de los años se transfigura de promesa en peligro. Si para los románticos la figura del inmigrante condensa los sueños de construcción de una verdadera república, la generación del '80 pondrá en escena el rostro de una xenofobia intransigente que, bajo la máscara de la defensa de una pretendida identidad argentina, oculta el rostro de los que buscan preservar ciertas prerrogativas de clase amenazadas por el avance social, económico y cultural de los inmigrantes y de sus hijos. Alonso también nos presenta una cara más actual de este modo de entender lo argentino: la supervivencia del estereotipo que aflora en el chiste de gallegos; en la suspicaz mirada hacia el “ruso”; o en la xenofobia desplazada hoy hacia las figuras de bolivianos, peruanos o paraguayos.
La cuestión de fondo que vertebra República de viento tiene que ver con la identidad, con la pregunta sobre qué significa ser argentino. Alonso responde ese interrogante y lo hace rechazando la decimonónica idea monolítica de la argentinidad como un constructo homogéneo y sin fisuras: pensar las inflexiones de la identidad argentina es un ejercicio de apertura, es la elección de un camino que encuentra su razón de ser en la diversidad, en la pluralidad, en el cruzamiento. Alonso cita la frase de Rilke en la que afirma que la verdadera patria del hombre está en su infancia. Esta referencia ilumina República de viento: para Alonso su patria infantil tiene partes iguales de Galicia y de Argentina; de allí que para él, su bilingüismo sea pura riqueza, sea la llave de acceso a un universo en el cual, lejos de motivar el autoodio, la diferencia es pura positividad.
Rodolfo Alonso parece decirnos que es desde el presente que el argentino debe interrogar su modo de entender la argentinidad impresa en las marcas de una variedad étnica que todavía hoy pervive en rostros, lenguajes, edificios e instituciones colectivas: las hendiduras del presente argentino tienen mucho que ver con un pueblo que eligió olvidar sus orígenes, que suele estigmatizar lo que no comprende, que muchas veces elige la burla como un pobre ejercicio para conjurar el miedo.
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RESENHA QUÉ SIGNIFICA SER ARGENTINO
Algunas palabras a propósito de República de viento, de Rodolfo Alonso (Leviatán,
Buenos Aires, 2007)
Andrea Cobas Carral*
A simple vista, sobre un fondo de azul intenso se recorta la figura de una Argentina dibujada con palabras.
Así se presenta ante sus potenciales lectores República de viento (Un país sin memoria), de Rodolfo Alonso.
Desde el diseño de su tapa, el sentido emerge sugiriendo un entramado de problemáticas que se abordará
una y otra vez: lengua, patria, identidad, inmigración son algunos de los ejes que recorren los textos que
componen el libro.
Rodolfo Alonso no es prescriptivo: no obliga a una lectura cuyos sentidos nos brinda digeridos. Los ensayos,
las ponencias, los fragmentos literarios que componen República de viento van más allá: asumen el desafío de
interrogar, de estimular, de invitar al lector a poner a prueba categorías tan centrales que solemos no
cuestionar. El interés por esos temas no es casual: hijo de inmigrantes gallegos, Alonso asume su doble
pertenencia, su bilingüismo, sus dos orillas. A un tiempo, su tradición son los versos gallegos de Rosalía de
Castro pero también lo son las Aguafuertes gallegas de Roberto Arlt – esa mirada de un argentino sobre
Galicia y su gente. Pero Alonso no se queda allí, también hace suya, por ejemplo, la poesía de Atahualpa
Yupanqui, recreador de esa otra herencia que Alonso busca recuperar incansablemente: la de aquellos
aborígenes, primeros pobladores de estas tierras. Los complejos dibujos que nacen del encuentro entre las
tres aristas de la nacionalidad argentina – pueblos originarios, inmigrantes, criollos – motivan reflexiones que
establecen nexos ineludibles entre los textos de su libro: desde la colonización hasta nuestros días, Alonso
disloca para explicarlos los procedimientos que contribuyeron a instaurar esta república de viento que hoy
llamamos “Argentina”.
Trazando una línea que va desde la conquista de América a la conquista encabezada por Roca, Rodolfo
Alonso aborda la primera de las tradiciones nacionales, desarticulando ante el lector las operaciones
discursivas implícitas en la histórica metáfora del desierto argentino: la lengua – al nombrar – no es
inocente. Armazón de ejercicios de índole política, la mirada que organiza la construcción de la “patria
argentina” emana de un proyecto cultural y nacional que – sabemos – encuentra en la homogeneización y el
borramiento la clave de su éxito. Instaurando la idea de un vacío que es imperioso poblar, se emprende –
como tan bien ha señalado Tulio Halperin Donghi – la búsqueda de “una nación para el desierto argentino”.
No extraña que ese vacío se llene, en primer término, con palabras. Así, buceando en la etapa fundacional de
nuestra literatura, Rodolfo Alonso recupera la veta más claramente política de esa tradición literaria, la
porción del corpus textual argentino que busca intervenir en la construcción de la nacionalidad: Echeverría,
Alberdi, Sarmiento, Hernández, Mansilla: nombres propios que evocan textualidades en las que indio, patria,
inmigrante son palabras que representan ideas medulares que se centran en un más allá del lugar común o
del discurso de época. Juan Bautista Alberdi inaugura esta línea de pensamiento a partir de un movimiento
múltiple: enunciando hacia finales de los años 30 que el “indio no constituye patria” y que “la patria no es el
suelo”, prepara las coordenadas que le permiten decir que necesariamente: “Gobernar es poblar”.
Aquel paradójico vacío que delinean los románticos – y que materializan con sangre algunos de los hombres
de la generación del 80 – cobrará espesor en la figura del inmigrante, esa presencia que con el paso de los
años en el imaginario nacional se transfigura de promesa en peligro. Si – como señala Alonso – para Alberdi
y Sarmiento la figura del inmigrante condensa los sueños de construcción de una verdadera república, la
generación del 80 pondrá en escena el rostro de una xenofobia intransigente que bajo la máscara de la
defensa de una pretendida identidad argentina oculta el rostro de los que buscan preservar ciertas
prerrogativas de clase amenazadas por el avance social y cultural de los inmigrantes y de sus hijos.
Xenofobia que se explicita con la generación del 80 pero que va más allá: la Ley de Residencia de Miguel
Cané; las descripciones entre patéticas e inverosímiles de Ramos Mejía; o las encendidas alarmas de un
Lugones que se escandaliza con la plebe ultramarina que le alborota el zaguán. Pero también Alonso nos
presenta una cara más actual de este modo de entender lo argentino: la supervivencia del estereotipo que
aflora en el chiste de gallegos; en la peyorativa y suspicaz mirada hacia el “ruso”; o en la nada velada
xenofobia desplazada hoy hacia las figuras de bolivianos, peruanos o paraguayos. Es desde el presente que el
argentino debe cuestionar su lugar en el mundo, su modo de entender la argentinidad, las marcas de una
variedad étnica que todavía pervive no sólo en rostros y lenguajes, sino también en edificios e instituciones
colectivas. Las grietas del presente argentino – parece decirnos Alonso – tienen mucho que ver con un
pueblo que ha elegido olvidar sus orígenes, que suele estigmatizar lo que no comprende, que muchas veces
elige la burla como un pobre ejercicio para conjurar el miedo.
Escribe Rodolfo Alonso en su ensayo “Inmigración y cultura nacional”: “Si la línea de descendencia que se
imagina racial bajando desde las Carabelas de Colón fuera tan cierta, no sólo no sabríamos dónde poner a
los indígenas, que estaban antes, o a los negros, que trajeron consigo los conquistadores, sino a la
multiplicidad de naciones inmigrantes que fueron convocadas después.” Como se infiere, la cuestión de
fondo que vertebra República de viento tiene que ver con la identidad. Con la pregunta sobre qué significa
ser argentino. Rodolfo Alonso responde ese interrogante y lo hace rebatiendo la decimonónica idea
monolítica de la argentinidad como un constructo homogéneo y sin fisuras. Para Alonso, para este
argentino hijo de Galicia, para este hombre que – o como muchos de nosotros – asume el desgarro del
exilio, que admite las dificultades de la vida de emigrante, que comprende las trampas de la lejanía, pensar las
inflexiones de la identidad argentina es – imperiosamente – un ejercicio de apertura, es la elección de un
camino que encuentra su razón de ser en la diversidad, en la pluralidad, en el cruce. En este sentido no es
accidental la presencia sistemática en las páginas de República de viento de la figura de Juan María Gutiérrez,
instaurador de un gesto fundante y simbólico que Rodolfo Alonso actualiza: en el rechazo de Gutiérrez a
ingresar como miembro de la Real Academia Española se manifiesta lo que cierta mirada buscaba obturar: la
presencia de una lengua “americana”, y por extensión, la existencia de una paradójica identidad que reclama
un lugar propio.
Quién mejor que un gallego para discutir con la idea de patria monolingüe: nuevamente aquí y allá – es
evidente – lo insostenible: la idea de pureza lingüística – como la de pureza racial – se desvanece. Alonso
cita la frase de Rilke en la que afirma que la verdadera patria del hombre está en su infancia. Esta referencia
ilumina República de viento: para Alonso su patria infantil tiene partes iguales de Galicia y Argentina, de allí
que para él, su bilingüismo sea pura riqueza, sea la llave de acceso a un universo en el que, lejos de motivar
el auto-odio, la diferencia es pura positividad.
Quizá la mejor manera de concluir este parcial recorrido a través de las páginas de República de viento sea
acercándoles un fragmento que sintetiza de un modo perfecto y sutil las tensiones que Rodolfo Alonso
construye a lo largo de las páginas de su libro:
El bilingüismo de mi infancia de hijo de inmigrantes me hizo nacer también a la riqueza de Babel, a la
riqueza misma de la diversidad del mundo de los hombres. Y también a la infinita riqueza de las
patrias, las de la tierra, las de la sangre. Ningún lenguaje humano me es ajeno. Ninguna patria humana
me es ajena. Y ni mi patria ni mi lengua servirán para encerrarme sino para expandirme, en el diálogo
y en la peculiaridad. Y en la maravillosa riqueza de la diferencia, de lo plural, de lo viviente y movedizo,
la errancia de la palabra humana sobre las patrias del planeta, la voz de la memoria que se hace
memoria, la poesía misma, se sigue desplegando como una lengua disponible.
Dados da autora:
*Andrea Cobas Carral
Professora – Universidad de Buenos Aires (UBA) – e Membro – Consejo Nacional de Investigaciones
Científicas y Técnicas/CONICET
Endereço para contato:
Universidad de Buenos Aires
Facultad de Filosofía y Letras – UBA
25 de Mayo 200 – Instituto de Literatura Hispanoamericana
Ciudad Autónoma de Buenos Aires
C. Autónoma Buenos Aires – Argentina
Endereço eletrônico: cobas63@hotmail.com.ar; acobascarral@filo.uba.ar
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Mandala para Mandela
Por
Rodolfo Alonso
Billie
Holiday
canta
para ti
Y
Paul Robeson
canta
para ti
Aimé
Césaire
canta
para ti
Langston
Hughes
canta
para ti
Patrice
Lumumba
canta
para ti
Martín
Luther King
canta
para ti
¿Y
qué podría
añadir
entonces
yo
que ni siquiera
tengo
tu hermoso
color?
El 18 de julio Madiba cumplió 95 años
en medio del calor vivo de su pueblo, que tanto le debe y a quien tan bien
inviste. Pero cuando este poema se hizo escribir (o resultó escrito), el 22 de
julio de 1989, Nelson Mandela todavía estaba preso.
Aunque
circuló por no pocas publicaciones nacionales y extranjeras, sólo en 1994 sentí
que cumplía de algún modo su ciclo. Invitado por primera vez al Festival
Internacional de Poesía de Medellín, allí me tocó conocer al poeta zulú Mazisi
Kunene, representante de Sudáfrica. Él se ofreció para llevarle a Madiba esta
”Mandala para Mandela”, que sin duda le pertenece.
El poema fue incluido
en mi libro Música concreta
(Editorial Plus Ultra, Buenos Aires, 1994), al que un jurado de poetas
(Giannuzzi, Madariaga, Salas, Yánover) me hizo el honor de concederle en 1997
el Premio Nacional de Poesía, secundando nada menos que a mi viejo amigo Juan
Gelman.
Pero no era la
primera vez que me dolía el enorme, inicuo drama sudafricano. Ya estaba bien
presente en uno de mis primeros poemas, desencadenado en 1960 por el ciudadano
blanco que le dio nombre: “David Pratt”, con su intento de atentar contra el
mascarón de proa del apartheid, el
primer ministro Hendrik Verwoerd, uno de los fundadores del infame régimen
segregacionista contra la mayoría negra. Publicado por primera vez en el nº 10
de la inolvidable revista “Tarja” (Jujuy, julio de 1960), y reproducido también
en muchas publicaciones, ese poema recién fue incluido en mi libro Guitarrón (La Ventana , Rosario, 1975).
DAVID
PRATT
Por
Rodolfo Alonso
él
estiró su mano
su
mano derecha
cansada
la
dócil
y
eficiente mano derecha
a
la altura del mundo
a
la altura de las dulces costillas
cerca
del corazón
inclinó
la cabeza
un
poco
la
cargó de sentido
le
dio alas
él
apretó su mano contra la forma fría
contra
la aguda
difícil
orilla
del acero
era
un día
una
noche
él
puso su mano blanca
roja
su
mala palabra
en
el camino
esto
ocurría
en Sudáfrica
con
playas y colinas
con
sol
pocas
horas después
de
que muchos negros inocentes
airados
movedizos
muriendo
sin querer
hubieran
dado ocasión
para
todo ello
Escrito en Buenos
Aires, 1960.
Publicado por primera
vez en el nº 10 de la revista
Tarja (Jujuy,
julio de 1960, pág. 417),
Rodolfo Alonso es un reconocido
poeta, traductor y ensayista argentino.
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