16.1.18

CON JUAN O SIN JUAN

Con Juan, sin Juan

Por Rodolfo Alonso











De pronto, me dí cuenta. El 14 de enero se cumplen cuatro años del día en que nos dejó (es un decir) Juan Gelman. Algo me había llevado, el sábado anterior, a releer la bellísima “milonga” que ya por entonces comenzó a dedicarle Jacques Ancet y, con su permiso, yo iba traduciendo casi simultáneamente. Son esos días que uno quiere olvidar, pero al final no puede. Nos falta y no nos falta. Y hace falta. Él está con nosotros, y al mismo tiempo ya no está. Y sin embargo está tan cerca… Como todos los grandes, él permanece bien vivo en su palabra viva. Pero me sigue quemando la gana de abrazarlo. Aunque sé bien lo que él mismo me diría. Si algo no le gustaba era, entre algunas otras cosas, el sentimentalismo. Pero no el corazón, claro, no el amor, la amistad, la poesía, la dignidad, la vida. A tu memoria, entonces, querido Juan, caliente y contagiosa.


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12.1.18

Encuentros con Heidegger




Martin Heidegger, René Char y Paul Celan.

CONTRATAPA
11 de enero de 2018

Encuentros con Heidegger

Por Rodolfo Alonso *

“En el curso de mi viaje a Francia”, escribe Martin Heidegger (1889-1976) en 1955, “estaría muy contento de conocer a Georges Braque y a René Char.” (Es decir, un pintor riguroso y ejemplar, mentor de la más pura vanguardia, y un poeta excepcional, activo militante juvenil en el surrealismo, que iba a abandonar por otras cumbres, y no mucho después heroico comandante del maquis, que combatió la ocupación nazi hasta su fin.) Se vieron con Char en el jardín de otro filósofo, Jean Beaufret, quien recuerda: “Bajo las ramas de un castaño, un filósofo y un poeta hablan de lo que saben y de lo que son.” Y señala que ambos “aprenden la lengua de su diálogo.”

Después habría tres encuentros más, siempre en verano. En 1966, y a invitación de René Char (1907-1988), primera permanencia de Heidegger en Thor, cerca del entrañable L´Isle-sur-Sorgue, en Provenza, lugar natal del poeta. En 1969, última de las tres estadías en Thor. Beaufret, François Fedier, François Vezin, Patrick Lévy y otros, participaron de los seminarios y entrevistas



En 1959, Char es vertido por primera vez al alemán. Entre sus traductores se encuentra el más que significativo poeta Paul Celan (1920-1970). Toda su familia fue tragada por el infierno de Auschwitz y él mismo había escapado por milagro. Pero hilos más sutiles que la traducción terminarían relacionándolos. Celan escribe a su mujer el 2 de agosto de 1967: “La lectura en Friburgo tuvo un éxito excepcional: mil doscientas personas me escucharon durante una hora conteniendo la respiración, después, Heidegger vino hacia mí”. La carta se detiene en ese punto. Era inusual que el filósofo acudiera a oír poetas. Paul Celan lo visita en su cabaña de la Selva Negra, y aunque se negó a fotografiarse juntos, a esa reunión alude su poema Todtnauberg. Para George Steiner hubo dos encuentros más (Heidegger volvió a escucharlo), en junio de 1968 y marzo de 1970, un mes antes de que Celan se arrojara finalmente al Sena. 

Según Steiner: “Somos testigos de una de las colisiones o conjunciones supremas entre la poesía y la filosofía en el pensamiento occidental (un fenómeno exquisitamente ‘triangular’ si tomamos en cuenta las inspiradas traducciones que Celan hiciera de Char)”. Y más adelante, “Cuando René Char, el gran poeta francés y líder de la Resistencia le dio la bienvenida a Heidegger, el gesto fue de fascinación anárquica y carismática reciprocidad. Char no sabía alemán; Heidegger hablaba poco francés. Ambos reverenciaban a Heráclito y la luz del sol.”

Steiner no se ahorra hoy ninguna afirmación sobre el nazismo del filósofo. ¿En ese entonces Char no intuía lo mismo que Celan? La cuestión sigue abierta, pero algo es real. El miércoles 26 de mayo de 1976, René Char despedía al filósofo con estas palabras: “Martin Heidegger ha muerto esta mañana. El sol que lo ha acostado le ha dejado sus útiles y no ha retenido más que la obra. Ese umbral es constante. La noche que se ha abierto ama de preferencia.”

Como las intensas, inmensas preguntas que inquietaron a los tres toda su vida, quizá también a nosotros sólo nos quedan más preguntas.

* Poeta, traductor, ensayista.

6.1.18

UN ESCRITOR MADURO Y JOVEN

UN ESCRITOR MADURO Y JOVEN

Por Rodolfo Alonso


 




1

Aunque resulte difícil asociar juventud y madurez, Fernando Vega (1986) convive felizmente con ambas. Y su primera novela, de tan logrado título: Un cielo inhóspito (Croquis, 2012), lo demuestra cabalmente. Dueño de una sorprendente seguridad --casi instintiva-- en cuanto a la estructura y a la escritura de la narración, tanto como a sus matices de tiempo y de lugar, el autor es capaz también de detenerse, de reflexionar y madurar. En aquella entrañable opera prima, que es ya una realidad y presagia un futuro, los lectores exigentes pueden internarse sin vacilaciones. No sólo se concreta un logro literario. También se evidencia algo más, algo tan reparador como auspicioso: nuestros adolescentes siguen viviendo los dolores y las alegrías del amor, ese sentimiento que la sociedad del espectáculo intentó borrarles. No es poca fortuna. Tanta como que siga habiendo novelas de iniciación, bildungsroman, retablos de esos atisbos de la vida adulta en que alguien que deja la infancia comienza a enfrentarse consigo mismo y con el mundo. Como lo certificó, insisto, Un cielo inhóspito.











6

“Narrar es como nadar”, afirma lúcidamente Cesare Pavese. Y es que un verdadero escritor también debe desplazarse en su elemento, el lenguaje, como el nadador en el agua: creando con su propio cuerpo un ritmo orgánico entre ambos, una respiración, un aliento vivo, una cadencia. No hay muchos autores hoy que, como Fernando Vega, tengan conciencia implícita de una verdad fundamental: la literatura es un arte del lenguaje. Y como tal nos demanda exigencia y devoción, entrega y vigilancia, inteligencia y corazón sí, pero sobre todo belleza. Una belleza que surja del fluir narrativo al mismo tiempo que lo constituye. Como ya demostró cabalmente su primera novela, Fernando Vega es capaz de un lenguaje encarnado, palabras tocantes donde la acción se respira como aroma de flor y el sentimiento nos seduce con el acorde de sus hechos. Así lo evidencia plenamente su reciente primer libro de cuentos: Líbranos del mal (Mil Botellas, 2017).




5.1.18

EL OTRO ROBERTO ARL

LA GACETA LITERARIA
El otro Roberto Arlt








Corría el año 1935. Aunque todavía no gozara de la justa fama que, a partir de la primera década después de su muerte, lo iba a convertir en uno de los más significativos escritores argentinos contemporáneos, Roberto Arlt (nacido, con el siglo, en abril de 1900, y que iba a fallecer el 26 de julio de 1942), ya había probado el éxito. Las agudas y desenfadadas columnas de sus Aguafuertes porteñas, que se publicaban cada mañana en el diario El Mundo desde unos cinco años antes, y que ya sumaban varios cientos, eran prácticamente devoradas por el público
17 Dic 2017 1 12
1

UN HOMBRE DE VISIÓN DESPREJUICIADA Y CRÍTICA. Hijo de inmigrantes muy pobres, Roberto Godofredo Christophersen Arlt (que tal era su nombre completo) podía hablar de los aspectos no sólo tristes sino inclusive siniestros de la vida cotidiana de su época
Por Rodolfo Alonso - Para LA GACETA - Olivos (Buenos Aires)
En 1930 aparecía su segunda novela: Los siete locos, un auténtico clásico de nuestra narrativa contemporánea con el que obtenía el Tercer Premio Municipal de Literatura. No era mucho pero, para un escritor que no se ocupaba en absoluto de sus relaciones públicas, sino más bien todo lo contrario, implicaba sin duda una forma de reconocimiento.
La repercusión de sus crónicas de cada día en El Mundo era tan relevante que, en 1933, se las recopila y se las edita en forma de libro por primera vez. Llevan el mismo título que su columna periodística: Aguafuertes porteñas, que se volvería prácticamente legendario. Como en esa técnica de las artes plásticas a que alude su denominación, el ácido despiadado pero en el fondo siempre compasivo y tierno de su visión, naturalmente desprejuiciada y sanamente crítica, los convertía en auténticos trozos de vida, retratos de costumbres en la gran tradición de Fray Mocho y de Roberto Payró, por supuesto nada complacientes. Y que, si en aquel momento tenían la vigorosa fuerza de lo inmediato, hoy se convierten tanto en testimonio vivo de un pasado como en otra demostración de la indudable pujanza de su pluma.
Hijo de inmigrantes muy humildes, Roberto Godofredo Christophersen Arlt (que tal era su nombre completo) podía hablar de los aspectos no sólo tristes sino inclusive siniestros de la vida cotidiana de su época, porque los había conocido de cerca. Por dentro, y desde abajo. Ser hijo de inmigrantes en la pujante y orgullosa urbe en desarrollo que era entonces Buenos Aires, no sin que entre sus destellos se comenzara a filtrar también un leve pero cada vez más penetrante aroma a decadencia (1935 es el año en que Discépolo estrena Cambalache, su tango más que visionario), no sólo era arduo sino también difícil. Pero mucho más difícil y arduo cuando se trataba de inmigrantes pobres, pertenecientes a una comunidad no demasiado numerosa y que, además chocaba con las dificultades de un idioma poco usual. Su padre, Carlos Arlt, un hombre al parecer autoritario y duro, era alemán de Posnen. Su madre, Carolina Iobstraibitzer, sensible y fantasiosa, quizá un tanto enfermiza, era de la Trieste entonces austriaca.
La dirección del diario El Mundo decide, a fines de 1934, enviar a Arlt de viaje a España y África del Norte. De allí surgieron sus coloridas Aguafuertes españolas, que se iban a publicar en libro durante 1936. Pero sólo mucho después, y para mi sorpresa, pude enterarme que –durante ese mismo viaje– Roberto Arlt había visitado Galicia y enviado desde allí una nueva serie de crónicas, que se publicaron en el diario bajo el nombre de Aguafuertes gallegas. Cuidadosamente recortadas y pegadas, sin duda por el encendido fervor de algún paisano, esas páginas de hace más de medio siglo me llegaron así, fraternalmente salvadas del olvido. Y bien que se lo merecían. (*)
Porque esas Aguafuertes gallegas no son solamente un nuevo ángulo de enfoque para enriquecer nuestra visión, cada vez felizmente más compleja y fecunda, de uno de los más originales escritores argentinos. También nos sirven, además, como auténtico lazo de unión entre ambas orillas, entre ambos mundos, no sólo para conocer mejor a esa realidad porteña y argentina donde lo gallego se halla tan profundamente entreverado, como una sutilísima levadura, sino también para recordar cómo era aquella Galicia de hace ochenta años, que quizá no sabía que estaba a punto de anegarse (como toda España) en la tragedia heroica de la guerra civil.
Y hay un ingrediente más, todavía, que –-a mi modesto entender-– hace especialísimas a esas Aguafuertes gallegas. Y no es otro que el hecho de que, siendo el mismísimo Roberto Arlt, como ya dije, también un hijo de inmigrantes, estaba en inmejorables condiciones de comprender, fraternizar y evaluar (“Nosotros no valoramos al gallego por una subconsciente razón de envidia. En las tierras donde nosotros continuamos siendo pobres, él se enriquece. Si nosotros, los argentinos, tuviéramos que emigrar a Galicia a ganarnos la vida, moriríamos de hambre. Y erróneamente definimos como estolidez lo que es temperamento de hombre de acción”) a ese otro pueblo al que sólo las más difíciles circunstancias económicas y sociales (como él mismo bien lo señala) había obligado a la emigración. Y que, sin embargo, sabía amar tan profundamente a su patria de adopción como a la propia.
Textos de dos amores, también, entonces, el de la patria lejana y el del mundo recién descubierto, las Aguafuertes gallegas de Roberto Arlt se vuelven (además de sus otros, muchos, innegables valores) como un espejo antípoda donde reflejar la doble relación de los inmigrantes con nuestro suelo y de los hijos de inmigrantes con la tierra de sus mayores.
© LA GACETA
Rodolfo Alonso – Poeta, traductor, ensayista.
NOTA:
* Aguafuertes gallegas, de Roberto Arlt, edición, prólogo y notas de Rodolfo Alonso, tuvo en 1997 dos primeras ediciones simultáneas: una en Galicia, de Ediciós do Castro, y otra en Buenos Aires, de Editorial Ameghino.