22.6.12

El testamento de Atahualpa Yupanqui




Opinión

Rodolfo Alonso

El testamento de Atahualpa Yupanqui

RODOLFO ALONSO 11 de junio de 2012
A veces me pareciera intuir que, como ya dijo Ortega para el hombre, también las cosas tienen su circunstancia. ‘La capataza’, ese libro de Atahualpa Yupanqui publicado en 1992, me llegó casi al mismo tiempo que la noticia de su muerte (ocurrida en Nimes, al sur de Francia, ese 23 de mayo) y, sin embargo, entre el auténtico dolor por semejante pérdida y las habituales efusiones de rigor que prodigaron los medios –en este caso, harto merecidas–, me sorprendí con la alegría de reencontrarlo, vivo, en esas páginas. Que eran una cabal reafirmación de su lirismo pero que, editadas apenas un mes antes de su partida, se volvían sin duda un testamento.
Bajo la clara metáfora del título, esa “luna del cielo” a la que nombra, tan sugestivamente, “capataza / de todo lo que amo y lo que dejo”, ese libro reúne textos y poemas de toda una vida tan íntimamente rica como generosamente prodigada. No por casualidad tuvo el orgullo y el honor, bien limpios, de lograr ser escuchado –aún fuera del país– sin desdeñar su hombría de bien, su dignidad de artista, creando con su sola presencia un aura de respeto leal y de calor humano, donde se recreó el antiguo diálogo del hombre con la voz y su música, con la verdad y su misterio.
Fue suyo y supo ser de todos, sin duda porque supo ser él mismo, con todo, íntegramente y, por serlo, puede ser tan nuestro. Separadas en aquel libro de su guitarra nítida, indeleble, de eso  que constituye la canción lograda, sus palabras se revelan en su plena honestidad. Había en él también, y es comprensible, un don de lenguaje como había un don de oído, y esas páginas nos devuelven la nobleza pausada de su acento, el poderío de su lengua.
Nacido en la bonaerense Pergamino para 1908, a los siete años ya se afincó en Tucumán. De su padre ferroviario heredó la pasión de los viajes y, si anduvo todos los caminos, primero fueron los del Norte y la Argentina entera, luego la América limpiamente mestiza y, más tarde, Europa, Japón, el mundo.
Para mi infancia de porteño hijo de inmigrantes que buscaba  (instintivamente) su identidad y que desde muy temprano intentó conocer el país, el temprano contacto con su personalidad resultó fundamental. Junto con el tango en su era de esplendor, allá por los cuarenta, el arte de Atahualpa Yupanqui y de otros como él (¿quién puede olvidar a Manuel Castilla y ‘Cuchi’ Leguizamón?) me impregnaron, desde niño, como el más puro y auténtico folklore de este suelo. Sólo ya de muchacho, buscando entender, descubrí que esa música honda y contenida, que esa palabra encendida no era la voz anónima del pueblo, sino que tenía autor, autores, creadores.
Pero más adelante comprendí, ya adulto, que esos autores eran en realidad, de modo inmanente, recreadores, retransmisores de una sabiduría también honda y encarnada, que si se nos hacía propia a los que queríamos llegar a ser argentinos no dejaba de tener ancestros, muchas veces insospechados. Que esos ancestros fueran los indios primigenios, los auténticos naturales de estas tierras, no era sorpresa alguna, pero sí que se entremezclaran allí coplas y tonos y hasta instrumentos de otros orígenes, que inclusive se habían llegado a imaginar conquistadores.
La voz y la guitarra de Atahualpa Yupanqui (nombre de alta raigambre incaica, con que se rebautizó el que se llamaba Héctor Roberto Chavero) se convirtieron, con indudable señorío, en la evidencia de una identidad personalísima y en el renacimiento de una resonancia antigua y general.
Hoy, y no sólo asolados por su ausencia, se nos hará más difícil alentar una esperanza tan reparadora. Las fuentes antaño espontáneamente fecundas de la creatividad popular, mucho me temo que hoy parecen definitivamente cegadas por los miasmas deletéreos de la sociedad de consumo masivo. Esa sociedad donde lo espectacular y lo estruendoso digitado por los medios conspira –cuando no la anula– contra la recogida comunión con un artista legítimo, que no apela sino a su voz y su guitarra, cantando casi como para sí mismo. Y, como puede comprobarse precisamente en las páginas de ‘La capataza’, fue el mismo don Ata quien lo percibió, ya el 30 de mayo de 1936: “Y en Buenos Aires el folklore seguirá siendo para algunos una misión, para otros algo que está de moda, y para la gran mayoría una industria”.
Como los desolados colegas que despidieron su ataúd en París, el 28 de mayo de 1992, cuando lo devolvían a su tierra, a su Cerro Colorado, no podemos dejar de sentirlo presente. Él sabía, como tantas otras cosas, que los poetas “sienten cuando los ronda de cerca el gran silencio; cuando se les va acercando, cada día, cada semana, como una sombra amplia, amada, nunca desconocida, el silencio.” Y por eso podemos decir de él, contra el silencio, lo que él supo decir a la muerte de Félix Pérez Cardozo: “Difícil será oir en adelante un arpa como la suya.” Sólo que poniendo en sus manos, claro, para siempre, la guitarra de siempre.

2.6.12

Rodolfo Alonso en Teatro El Círculo



TEMPORADA  2012  
CICLO DE POESIA EN EL CIRCULO 


El día viernes 15 de Junio, a las 19:30 hs, la Asociación Cultural El Círculo, en el año de su centenario, continúa con el ciclo "POESÍA EN EL CÍRCULO" en la Sala Vila Ortiz, con la participación de uno de los mas importantes poetas y traductores argentinos RODOLFO ALONSO, quién bajo el lema"La poesia es una manera de vivir" expondrá sobre su reconocida experiencia como poeta, traductor y ensayista. 

          Presenta: Humberto Lobosco   
  
 Coordina: Héctor Berenguer     Organiza: Asociación Cultural El Círculo 
  Entrada libre y gratuita   


RODOLFO ALONSO. Poeta, traductor y ensayista argentino. Es voz reconocida de la poesía latinoamericana. Fue el más joven de la revista “Poesía Buenos Aires”. Publicó más de 30 libros. Primer traductor de Fernando Pessoa en América Latina. Tradujo a Pavese, Ungaretti, Éluard, Marguerite Duras, Montale, Drummond de Andrade, Prévert, Dino Campana, Artaud, Apollinaire, Pasolini, Baudelaire, Murilo Mendes, Bandeira, Rosalía de Castro, Valéry, Olavo Bilac, Mallarmé, André Breton, Lêdo Ivo, Schehadé, etc. Fue editado en Argentina, Bélgica, Colombia, España, México, Venezuela, Francia, Brasil, Italia, Cuba, Chile. Premiado en Argentina, España, Venezuela, Brasil, Colombia, EEUU.
Dijo el gran poeta brasileño Lêdo Ivo: “La evaluación del largo trayecto recorrido por Rodolfo Alonso en medio siglo conduce al lector a establecer la abolición del escenario histórico y cronológico, para que el trabajo poético de uno de los mayores poetas argentinos (y latinoamericanos) de nuestro tiempo pueda dejarse ver en toda su nitidez y en todo su misterio. En su condición de traductor o mejor, de Príncipe de los Traductores, que promovió la travesía lingüística de tantos nombres contundentes o eméritos participa, como co-autor o co-creador, de un proceso en que el trasplante de poemas extranjeros a su lengua corresponde a una verdadera recreación. Él les confiere una nueva respiración; un nuevo secreto. Les transfiere esa respiración viva y alentadora que sustenta sus propios versos.”


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