19.7.18


EDUVIM
Editorial Universitaria Villa María



Colección
LA GRAN POESÍA
Dirigida por Rodolfo Alonso



Títulos publicados

Mi bella tenebrosa
Antología esencial
Chales Baudelaire

Cantos órficos
Antología
Dino Campana

La razón ardiente
Antología esencial
Guillaume Apollinaire

La asesina rubia
Antología poética
Emily Dickinson

DENTRO –de luz
Poemas en prosa juveniles
Miguel Hernández

La gloria de la lengua
Poesía medieval italiana
Guido Guinizelli
Guido Cavalcanti
Cecco Angiolieri

YO es otros
Antología esencial
Fernando Pessoa



En preparación

El inmortal futuro
Poesía escogida
Saint-Pol-Roux



YO es otros


Fernando Pessoa

YO es otros
Antología esencial

Selección, traducción, prólogo y notas de
Rodolfo Alonso

Edición bilingüe

Colección LA GRAN POESÍA
EDUVIM
Ediorial Universitaria Villa María





“La canonización universal de un poeta tan secreto, originalísimo y poco complaciente como el portugués Fernando Pessoa (1888-1935), no deja de resultar asombrosa. Sólo llegó a publicar un único libro: “Mensaje”, y fue durante muchísimos años tan imperceptible como su vida cotidiana. Que escondía algo insólito: la peculiar existencia en su yo de otros poetas, cada uno con su biografía y su estética propia, los heterónimos. Es decir, lo único que lo haría resplandecer, brillar, era lo escondido, lo oscuro, lo no visto. Y lo que le volvía único, era ser muchos. Aún sorprende la exquisita avidez, la delicada fidelidad con que tantos lectores, en esta era de banalidad globalizada, viven como descubrimiento personal, trascendente y enriquecedor, a este gran poeta distante, multifacético, exigente y oculto.”
RODOLFO ALONSO

16.7.18


Un reportaje en Venezuela a Rodolfo Alonso

 

 

 

 

 

EL HONOR DE SER CAPAZ DEL POEMA


En su número 66, fechado el 15 de febrero de 1987, la revista venezolana Poesía, publicada en la ciudad de Valencia por la Universidad de Carabobo, publicó las respuestas de un grupo de poetas latinoamericanos al cuestionario que fuera elaborado por Eugenio Montejo. Las que siguen pertenecen a Rodolfo Alonso.


¿Cuál es su opinión sobre la poesía latinoamericana en las actuales circunstancias?
La ambiciosa --y probablemente inocente-- desproporción de esta pregunta, sin duda debería inhibirme. Generalizar siempre es riesgoso, y hasta puede derivar en lo vacuo, en lo superficial. ¿Quién puede afirmar que se encuentra en condiciones, cuando más estadísticas, de haber leído todo --o aún suficientemente-- lo que se produce en nuestro maravilloso e infausto continente? ¿Quién podría aseverar que conoce a toda la poesía latinoamericana? Digamos, cuando menos, que en un momento de por lo general crasa lasitud y opaca anomia para la poesía occidental contemporánea, por contraposición el fervor y el hervor de nuestro continente se hacen palpables más en una ausencia, en la conciencia de una carencia, en la herida que es la poesía posible y que nos falta, revelados por lo mucho que se escribe poesía entre nosotros.
          Hay una verdadera epidemia de autores, pero me temo también que falte el criterio del valor. Como ya dije alguna vez, quizá el sentido de la presencia evidente de una poesía latinoamericana contemporánea sea este: representar amplios estados de ánimo colectivos antes que limitarse a algunas pocas cimas significativas. Al mismo tiempo, todo hace suponer que ciertos mitos acerca del poeta se van derrumbando lentamente. Ni ángeles caídos ni profetas redentores, los mejores entre los poetas latinoamericanos se van redescubriendo en la oscura selva viva del lenguaje, que no es distinta a la oscura selva viva del corazón humano y de la mismísima e incontrastable realidad.
          Abrumados por esa desmedida cuando no asoladora realidad, orgullosos de una estirpe que sin embargo no tiene ahora curso legal, dueños y a la vez deudores ante el mundo, hay sin duda poetas recientes en Latinoamérica que ya nos han dejado su señal. De la magnitud o de la persistencia de su brillo, de su resplandor en el mejor de los casos, del alimento de su luz o del alcance de su luz, también seremos todos un poquito responsables.
          Por enésima vez, digamos que la poesía no describe ni enuncia, que el poema es. En primer lugar, entonces, volvamos a la obra. La poesía escrita tiene una praxis concreta que no es otra, por supuesto, que el texto. Toda opinión, todo prejuicio, debe ser sostenido con la alusión al texto que lo avale. No es por los servicios prestados a una u otra causa, por los favores conquistados o los halagos merecidos que debe ser juzgada una obra. Aunque ella tenga también su vida propia, como organismo histórico, social y cultural, debemos esforzarnos en apreciarla ante todo como texto: es allí, en el desafío del lenguaje, donde todo valor y todo sentido han de encararse como evidencia para merecerse.

El llamado boom de la narrativa acrecentó el interés por la nueva literatura de este continente. ¿Cree usted que ello haya favorecido de algún modo a nuestra poesía?
Además de los innegables ingredientes que hicieron del publicitado boom de la narrativa latinoamericana antes otro lanzamiento comercial de la inefable sociedad de consumo que un auténtico acontecimiento cultural, digamos que Latinoamérica debe renunciar de una vez a sentirse condenada a esperar perpetuamente la reiteración de su descubrimiento. El verdadero descubrimiento de América será el que ella haga de sí misma, de su propia ventura y de su propio dolor, de su propio lenguaje y de su propia savia, y no el que quiera seguir viendo reflejado en los ojos del otro: conquistador, caudillo, general, patrón, desarrollado, superpotente.
          Quizá por ello la auténtica poesía latinoamericana (mirada nueva, limpia, fresca, original, mirada hacia sí misma, en sí misma) no pudo obtener ningún beneficio concreto del estallido del boom porque su misma esencia, su ser poesía y ser además latinoamericana, la hacía inviable para los carriles por donde circularon en cambio fácilmente otros productos. La poesía latinoamericana, por serlo, no resultaba ni útil ni rentable para los artífices del boom.

Tradicionalmente los poetas latinoamericanos, de expresión castellana, al contrario de lo que ocurría en otras lenguas, no nos han dejado --salvo excepciones-- aportes teóricos sobre poesía. Algunos, como Neruda, se rehusaron expresamente a hacerlo, reservando esta labor a los críticos. ¿Cuál es su parecer al respecto?
De ninguna manera pienso que pueda entenderse como obligatorio el hecho de que un autor reflexione teóricamente sobre su propia obra o la de otros. Pero creo también sinceramente que nadie puede sustituir como teórico al auténtico creador cuando se lanza a reflexionar. En esto, sin duda, volvemos a lo que ya afirmaba Baudelaire: ningún crítico llegará a ser poeta, pero todo poeta esconde a un crítico. Como naciones, como culturas, nos conviene que aflore urgentemente la mayor cantidad posible del pensamiento crítico que hay sin duda dentro de los poetas y de los artistas latinoamericanos.

Las tendencias líricas aparecidas en los últimos cuarenta años, las mismas que se hallan más o menos vigentes, se agrupan bajo lo que tentativamente Octavio Paz ha definido como la posvanguardia. ¿Está de acuerdo con esa denominación o prefiere emplear otra diferente?
Aquí, en cambio, me parece que el problema supera ampliamente a la pregunta. La cuestión no es cómo denominamos al fenómeno, sino si lo hemos comprendido y hemos asimilado lo que tenía de positivo, desechando por otro lado lo nocivo o negativo. Los movimientos artísticos no existen en el vacío, no tienen entidad si no se encarnan en obras. Son las obras, entonces, en primer lugar, y luego sus relaciones y sus significados culturales, las que deben preocuparnos, y no la forma de denominarlas. Salvo que esa denominación, ese nombrar, incluya, implique una nueva perspectiva, ilumine un nuevo ámbito, amplíe nuestro espacio para vivir y para crear. Modestamente, no creo que el vocablo post-vanguardia, apenas temporal o físicamente clasificatorio, alcance a superar o esclarecer las ambigüedades y contradicciones que ya el concepto de vanguardia, acuñado a comienzos del siglo XX, acarreaba consigo desde entonces.

En la época que vivimos, de amenazas universales y tensiones de pre-guerra atómica, ¿qué misión le asigna usted al poeta?
Otra vez, una pregunta de inocencia demoledora. ¿Cómo evitarse decir que todos quisiéramos que el poeta fuera capaz con su palabra a la vez de realizarse como persona y de ayudar a todos sus hermanos, de enunciar la palabra necesaria, imprescindible y única, la palabra a la vez tan íntima y secreta, húmeda todavía del silencio de los orígenes, emergiendo en una orilla virgen del universo, y también a la vez general, compartida, fraterna, solidaria, no tan sólo ofrecida sino también aceptada por los otros, que entonces la harían suya y le darían destino, aunque ese destino fuera el no poco glorioso de volverse sabiamente anónima, ya sin autor ni tiempo, encarnada en el fluir mismo de la vida y de lo humano?
          Ni traicionarse, pues, ni traicionar a los otros; y además, no traicionar la propia lengua, el propio idioma, el sonido que uno ha venido a traer al mundo. Y siendo uno ser la especie, tan bellamente bárbara e intuitiva como trágicamente condicionada por las culturas que se ha hecho o le han impuesto. Y ser la esperanza de un mañana mejor, la luz de la utopía sin la cual no merece la pena vivir. Y ser también, al mismo tiempo, la conciencia de nuestra irrisoria pero desmedida condición. Lo que somos, lo que podríamos ser, quizá lo que seremos.
          Pero bien sabemos que, por ahora, la única gloria honestamente deseable ya no es siquiera ni la de vivir en el corazón de los otros, de algún otro, sino más humilde y sabiamente el honor y el placer, la angustia y la ansiedad de haber escrito, de haber sido capaz del poema, que por nosotros circuló y ahora está vivo, fragante y tibio, latente carne de lenguaje, recién amanecido, temblorosamente inclinado, libremente tendido hacia los otros, hipócritas o no, semejantes, hermanos.



Poema en prosa de Rodolfo Alonso





UN HORIZONTE QUE RETROCEDE

El altísimo nuba se alzó, en toda su extensión, tan elásticamente como si no hubiera separación, hiato alguno (y, milagrosamente, no lo había) entre su cuerpo esbelto, torneado cuidadosamente por la mismísima intemperie, y aquello que lo animaba. Los hombres de Kau –y esa denominación, a la vez precisa y ambigua, incluía ineludible y naturalmente a las mujeres--, vivían en su cuerpo como lo hacían en la naturaleza, sin percibir distancia alguna con ella.

Sin embargo esa sutil inmersión no era exactamente la misma de que gozaba, por ejemplo, el animal. Casi sin distinción posible, pero con una distensión que implicaba alguna forma de dominio, algún poder que no necesitaba ejercer el poder, los nuba eran hombres con la misma naturalidad, desde la misma naturaleza con que eran animales los animales que no conocían más que la libertad.

Por ello no podían imaginar siquiera, de una manera digamos racional, que había habido quizás, y quizá también mucho tiempo atrás, alguna leve modificación, algún pequeño sobresalto en la cadena de todos los hombres del mundo que los había conducido precisamente allí, a ser nubas en Kau. Y tampoco podían saber, porque de saberlo hubieran sido otros, que Kau no era todo el ancho mundo y que no todos los hombres habían mantenido esa, al parecer, armonía con el cosmos y con su propio cuerpo.

Al mismo tiempo que se pintaba cuidadosamente con ceniza, sin saber acaso que el hacerlo constituía una religión, y que blandía sin aspavientos sus armas de siempre, pequeñas y livianas pero tan eficaces, tal vez sin saber que eso constituía, asimismo, una estrategia y por lo tanto un arte de la matanza, al mismo tiempo que adoptaba muchas veces, en descanso, la pose que iba a adoptar alguna vez dentro de la ventruda vasija funeraria en la que no pensaba nunca, pero también sin saber que eso constituía, digamos, una civilización, el nuba no podía imaginar que había habido alguien llamado César, Atila o Alejandro, ni tampoco, por supuesto, Tersites o Espartaco y que, al igual que él, había respirado alguna vez en el mismo planeta cierto nombrado Adolf Hitler.

La pureza era entonces saludable porque no tenía constancia de ser una pureza y, por lo tanto, al no temer ninguna Moby Dick podía permitirse no ser, aún, feroz. ¿No había entonces ningún mal en el mundo que el nuba creaba al desplazarse armoniosamente junto a sus compañeros, animales u hombres, en su tierra de Kau? ¿O el mal estaba dentro, aletargado, esperando aparecer al soltarse de improviso como un muñeco de resorte?

El nuba concluyó de levantarse, tomó en la mano derecha su corto venablo de hoja ancha y aguzada, cargó sobre sus hombros el peso imperceptible de arco y flechas, miró sin pestañear al horizonte rojizo del alba que él no sabía africana y, sin darse cuenta tampoco, quedó inmortalizado para esta y otras muchas preguntas en una foto de Leni Riefenstahl, esa mujer que se negó a elegir entre Belleza y Mal, para dejarnos –acaso-- las siniestras contestaciones a nosotros.


DESNUDO Y AUTOPISTA


Poema en prosa de Rodolfo Alonso

 

 

 

 

 

DESNUDO Y AUTOPISTA


(En modesto homenaje a
Aloysius Bertrand y Charles Baudelaire)

Rozando el horizonte, baja, la luna enorme se asoma sin pudor. Altos focos afónicos y la ancha pradera del asfalto lustroso crean el escenario, reluciente, cósmicamente real, sobre el que los fantasmas veloces de los autos no se imaginan como personajes. Pero sí que lo hacen esta noche grandes putas vivaces, esbeltísimas, no menos relucientes, pavoneándose en sus tacos altísimos y que se desplazan, ofreciéndose, agresivamente vestidas de desnudo, con gloriosa pintura de guerra, en las orillas del río tornasolado donde se mezcla el fuerte hedor azul de los aceites y de las naftas quemadas, como un bárbaro incienso, con la rutilante niebla nacarada que acuchillan los faros. Todo se hace espléndido y concreto, un instante cabal generado acaso por el genio inconsciente y preciso de un sueño colectivo, suspendido en el espacio y en el tiempo, a la vez al borde y en el centro de esa ciudad que sigue cabeceando en su vigilia anhelante e insaciable. Casi en la frontera del fluir resplandeciente, de espaldas a las fantásticas figuras, el espectáculo sorprende a alguien que cree pasear su perro y queda en descubierto, absorto, al descubrirlo, desde las bambalinas de su realidad. No lo sabe pero algo está por ocurrir, certero, inevitable, y él está allí tan sólo para verlo. Y para intentar, quizá, que otros vean. Una morena se aparta rozagante volviéndose hacia las sombras de la tierra de nadie, donde no hay más que pastos ralos calcinados de smog y sequedad, entre rezagos, detritus, desperdicios. Ella da unos pocos pasos tensos, elásticos, desde su altura que al mirón se le hace grave y densamente seductora, hacia los árboles escasos que, agrupados, proyectan sus pequeñas sombras, simulacro de selva, sobre un claro irrisorio. El que la ve se imagina un contexto, el contorno: la puta enorme de andar casi desnudo, que en la relativa oscuridad de esa faja sin dueño entre el resplandor y el vecindario ha perdido sus reflejos ficticios, ganando algo que a él le parece diría natural, sanamente animal, y que al volverse –desde lejos, al menos--también se ha vuelto ahora vagamente carnal, tibiamente cercana en su sorprendida y sorprendente intimidad solitaria. Pero ella orgullosa y simplemente se acuclilla, sin dejar por eso de mantener erguida fieramente su cabeza, y aparenta orinar largamente, con la magnífica dejadez de un momento sagrado, permitiendo al hacerlo que la luz entre eléctrica y lunar se deslice como un brillante espejismo sobre su grupa hendida, deliciosa, soberbia, para concluir escurriendo rápidamente hacia arriba de una sola vez el canto superior de su mano derecha entre los muslos. Él se descubre preguntándose, extrañado y extraño, si podría llegar a importarle saber que ha sido vista, o si lo que tal vez él únicamente ha percibido es algo del todo incomprensible o tal vez majestuosamente lejano para ella. Que no sabe entonces que la luna ha llorado esta noche en las orillas de la gran carretera.




OPINAN SOBRE RODOLFO ALONSO







Rodolfo Alonso es uno de los mejores exponentes de la más nueva generación de poetas argentinos. Dotado de un sorprendente dominio de la materia verbal, en la que conjuga las conquistas de la poesía moderna en el terreno del lenguaje con el respeto de la estructura y del espíritu de la lengua cotidiana, sus poemas surgen de un apasionado diálogo con el mundo y los hombres, asumidos en su dramática realidad. Surgen en el limpio decir del amor y de la esperanza. Y este decir nos convence por su sinceridad de experiencia y su calidad de comunicación.

RAÚL GUSTAVO AGUIRRE
Buenos Aires, 1956







Intensificación espiritual, síntesis, absoluta liberación expresiva a través de la simplicidad y la brevedad; eso es lo que Rodolfo Alonso aporta a lo que se ha dado en llamar “vanguardia de la poesía argentina”.
TOMÁS ELOY MARTÍNEZ
Tucumán, 1958







Resulta atractiva y curiosa la polivalencia de algunos giros, al haberse suprimido los signos de puntuación, como es frecuente en la poética contemporánea. Poesía distante de la huella discursiva, que tanto daña a casi todos nuestros poetas. Poesía ceñida y a la par generosa, pero no con generosidad de reparto, sino de ser (“quisiera hablar de mí / sin olvidar a nadie”).
                                                                      ROBERTO JUARROZ
Buenos Aires, 1959







La voz de  Rodolfo Alonso tiene un acento de autenticidad ineludible. Discreta, lenta, como distante, ella se apoya en las palabras más simples y cotidianas, en las locuciones aparentemente más insignificantes, como para verificar el valor del lenguaje, la resistencia de sus nexos. Esta distancia que acentuamos es la  señal de una intimidad y de un rigor. Es que esta voz es siempre la de alguien, la de un hombre. Pero si su timbre no hiere porque discreto, si el poema tiende a resolverse circularmente en una leve ondulación que se alarga hasta la orilla del silencio --  un mar mayor donde él emerge y adonde retorna--, si, en fin, esta voz tiene el peso grave de la soledad, tiene igualmente el de la responsabilidad que admirablemente nos es propuesta en este dístico: “los ojos que sostienen el mundo / no deben detenerse”. La soledad de este poeta no es un obstáculo a la comunión fraterna, hasta se diría que es una condición de ella. Sea como fuere, no hay allí complacencia ni renuncia, sino el gusto acre de la conciencia en tensión con la existencia, la tensión propia de quien busca el justo equilibrio, el verdadero centro de la realidad, donde las diferencias accidentales se anulan para dejar lugar a la diferencia esencial, a la verdadera presencia del yo ante el  mundo y ante los otros. Una poesía que en su contención y en su elegancia no escamotea los datos dolorosos de la condición humana, y nos convida a una presencia a un tiempo más auténtica y más vasta, es una poesía que no puede dejar de interesarnos porque es capaz de dar toda la medida de la dignidad humana y del duro oficio de vivir del mundo de hoy.
ANTÓNIO RAMOS ROSA
Oporto, 1961







Querido Rodolfo Alonso: Sus palabras de amistad me resultan preciosas proviniendo de un hombre que me parece dar tanto valor a la Poesía como para no disolverla en el discurso y la efusión gratuita, sino por el contrario asirla y respetarla en su estado de revelación, comprender lo que ella tiene a la vez de pudoroso y de violento y saber no traducir sino su grito sin añadirse indebidamente a ella. Creo que esa es la única manera de acceder a la dignidad de respirar también un día con lo que esa Poesía guarda de calma sagrada y de efusión eterna. Tratarla, como usted lo hace, en el honor de su simplicidad y de su apartamiento frente a lo que no son más que accidentes en el mundo, le asegura proseguir durante largo tiempo su camino con esta grande y quizás única real Compañera. Yo se lo deseo de todo corazón y le envío mis votos de coraje cotidiano, sabiendo cuánto la vida en Poesía reclama de abnegación y de energía mental. Desde todo punto de vista, estamos siempre en condiciones de morir y toda presencia se gana en la sangre y el sudor del alma. Pero usted es un verdadero combatiente.
RENÉ MÉNARD
París, 1964







Rodolfo Alonso ha publicado varios libros breves hasta el presente, y el último de ellos que recoge poemas de diversos años muestra el nivel acaso más alto de su producción. El título, Entre dientes, es en sí la acertada definición de una estética. Entre dientes no se pueden decir más que pocas palabras: los dientes son un filtro que a la vez que impide la cuestionable fluidez del discurso habitual brinda en vocablos contados –cuyo poder expresivo se multiplica proporcionalmente a la disminución de su número-- la esencia del discurso. Así lo muestra con felicidad el poema brevísimo titulado: “EL QUE QUIERA CELESTE QUE LE CUESTE // cielo / rodeado // tierra que quema”, en el que cinco palabras bastan para crear una zona de alta sugestión.
H. A. MURENA
Buenos Aires, 1965







Una poesía que no usa las palabras por la sensualidad que desprenden, sino por el silencio que concentran: así es la de Rodolfo Alonso. Poesía que intenta expresar el máximo de valores en el mínimo de materia verbal, imponiéndose una concisión que llega a la mudez: “Hay cosas que ni digo.” Y que, por eso mismo, se juzga con severidad: “¿Para salvar / un minuto / escribo / en lugar de vivir?”.
En verdad, escribir, bajo tamaña exigencia, es un acto de vida, liberada de violencias, mistificaciones y compromisos. Y restaura la vida esencial, captando lo que, en la sucesión del tiempo, ni siquiera es percibido por los que tienen ansia de llegar a un punto inexistente. Rodolfo Alonso observa, por ejemplo, una cicatriz. Aparentemente, es una obra acabada de la naturaleza. Pero, por debajo de ella, el poeta descubre el fuego central de la llaga, permanente, que consume y alimenta. “La herida ya no sabe si existe. Sólo la cicatriz, pero viviente, zumba y resiste, negándose a morir, negándose a vivir.”
Tal vez la ambición de este poeta –¿cómo saber con certeza la ambición de la poesía?– sea traer a la vida de todos los días el fuego de una llaga viva de amor, ardiendo en el mayor silencio de comprensión.
                                              CARLOS DRUMMOND DE ANDRADE
Rio de Janeiro, 1969







Desde su participación en el grupo “invencionista” hasta este último libro, Relaciones, Rodolfo Alonso aparece como un nombre imprescindible en la historia de nuestra poesía. Sus numerosos volúmenes recorren el proceso de búsqueda de un espacio que, en las coordenadas argentinas, realice el doble gesto de universalidad y ruptura.
HÉCTOR N. SCHMUCLER
Buenos Aires, 1969







Tengo un libro suyo que me gustó mucho por su pureza y claridad: Entre dientes. Sería muy bueno conocer más de su poesía.
JORGE TEILLIER
Santiago de Chile, 1979






La poesía, relativamente independiente de las arduas negociaciones que presiden los cambios en los modos generales del sentir y del pensar, puede a veces anunciarlos: por eso, no es extraño que un poeta prefigure los que luego devendrán los lugares comunes ideológicos de una generación. Seguir a Rodolfo Alonso a través de esta aventura poética que abarca veinticinco años y cien poemas es una experiencia sencillamente impresionante: no sólo porque esta excelente selección muestra la madurez, la “entrada en sazón” de una voz poética de primer orden, sino también porque en cada tramo del camino el poeta que querría hablar de sí “sin olvidar a nadie” señala el trayecto que todos habían --habíamos-- de seguir.
                                                                  DANIEL SAMOILOVICH

Buenos Aires, 1981







“Incide en su poesía, como una luz negra, todo el dolor de nuestra época. Esa conjunción de la historia, la desgracia y del momento `intemporal` --valga la paradoja--, edénico, es uno de los caracteres que más seducen en su obra.”
ALEJANDRO NICOTRA
Villa Dolores, 1988







El poema de Rodolfo Alonso es un acto, un acto de ternura irradiante como un gesto de amor en una luz discreta y refinada. Es en ese acto que se manifiestan, y se resuelven temporariamente, las contradicciones de las que toda existencia está animada. En el curso de esta aproximación activa, siempre inquieta y sin embargo feliz, de una resolución precaria, los poemas se escriben, casi fortuitamente, según las condiciones del momento e independientemente de todo proyecto formal. Rodolfo Alonso no es de aquellos que se sientan a la mesa con intención de “fabricar” un poema: eso le parecería no solamente ridículo, sino lógicamente absurdo. Es en la existencia misma y en sus datos inmediatos que las palabras hallan su fuente, no para traducirlos, sino para clarificarlos, para elucidarlos. No es inocentemente que Rodolfo Alonso tituló a una de sus más bellas colecciones “Hablar claro”. Elucidación a menudo dolorosa, a veces tangencialmente risueña, pero constantemente aireada como por un sentimiento de alivio, la voz de Rodolfo Alonso se hace vuelta a vuelta extremadamente breve, a menudo muy lacónica, a veces más distendida pero siempre de una profunda discreción. Hay pocos lenguajes, sobre todo en la América hispánica, que sean de una tan escrupulosa precisión, perfectamente exenta de la menor nota falsa, de la más mínima importunidad. Ese “porte”, esa elegancia (en el sentido más elevado del término) no son para nada pretendidos ni apremiados, sino muy simplemente naturales, y probablemente el efecto de una suerte de timidez que depende, ella, de la incertidumbre, de la duda, que son lo propio de todo poeta auténtico. Estoy convencido que Rodolfo Alonso, precisamente porque lo que escribe es un acto de vida, radicalmente extraño a toda vanidad de elaborar una obra “literaria” (aunque, de hecho, ella se haya constituido magistralmente bajo nuestros ojos), ¡fue el primer sorprendido al descubrir que sus escritos eran eso que se llama poemas! Quizá fue eso lo que me tocó tan profundamente cuando leí por primera vez y por otra traduje, sus textos.
                                                                      FERNAND VERHESEN
Bruselas, 1991







“En su poesía he sentido siempre –mejor dicho, en gran parte de su poesía-- una preciosa conjunción estética de historia y eternidad. Quiero expresarle que su aprehensión del esplendor sagrado, de lo inefable de la vida, está muchas veces aunada a la sugerencia de la circunstancia histórica.”
ALEJANDRO NICOTRA
Villa Dolores, 1994







Si me dijeran que hay en otra parte
de este mundo una sonrisa tan cercana y 
tan lejana a la vez, sonreiría, descreído
y un poco desorientado.

Pero ahí está Rodolfo Alonso,
viajando a la tierra desde el infinito:
hace, de este modo, su camino al revés,
pero seguramente que será reversible, y
alguna vez, a la vera de algún dios, lo
tendremos rindiéndole cuentas a la poesía,
con una libretita titulada Salud o Nada.

El tribunal de su rendición lo forma-
rán sus mejores enemigos -si los tuvo-,
algunas danzarinas, aliadas de la poesía,
y un hada muy bella pero muy maliciosa,
que finalmente firmará una sentencia que
dirá:
       “La paz sea contigo, hijo de la
       poesía”.
                                                                FRANCISCO MADARIAGA
Buenos Aires, 1998







Desde “Salud o nada”, que apareció en 1954, la vida y la obra de Rodolfo Alonso vienen dedicándose con exclusiva pasión al trabajo poético, en su triple vertiente de creación, de traducción y de reflexión sobre el arte singular de la poesía, buceando, como está escrito en su homenaje a Aldo Pellegrini, “en la opacidad de las palabras / a la búsqueda del momento justo”. En este nuevo libro: “El arte de callar”, la limpidez lírica de Alonso, internándose en la espesura riesgosa de formas y de temas nuevos, instala una compleja atmósfera poética, hecha de confesiones, de argumentos, de juegos verbales, pero también de devociones y de requisitorias, de diatribas y de homenajes. Una obstinada lucha por el verbo y por la verdad poética sintetizada por uno de sus más apropiados dísticos: “Batallas perdidas ya hace tiempo / se siguen combatiendo en mi cabeza.”
                                                                             JUAN JOSÉ SAER
París, 2003







H. D. Thoreau requería a cada escritor que, tarde o temprano, hiciera un sencillo y sincero resumen de su vida. Rodolfo Alonso también ha respondido cabalmente a ese requerimiento y nos entrega, con generosidad inusual, las claves de su propia obra, con la integridad de su conducta como ser humano y como poeta. Al realizar el inventario de sus lecturas –-Rimbaud, Dante, Baudelaire, el digno Saint-Pol-Roux, víctima de la barbarie nazi, y tantos otros--- hace  también el recuento de su propia vida, sus experiencias en el placer y el esplendor de la obra de los demás, de la gloria de la lengua y de la dignidad de las palabras.
                                                                                  HÉCTOR TIZÓN
Yala, 2004







La evaluación del largo trayecto recorrido por Rodolfo Alonso en medio siglo conduce al lector a establecer la abolición del escenario histórico y cronológico, para que el trabajo poético de uno de los mayores poetas argentinos (y latinoamericanos) de nuestro tiempo pueda dejarse ver en toda su nitidez – y en todo su misterio. El telón de fondo de su actuación apunta hacia una era de emergencias y torbellinos: el siglo XX, con su extenso catálogo de colisiones y cambios, y el surgimiento y sucesión de tantos movimientos poéticos, desde el pos-simbolismo mallarmeano y valéryano al surrealismo, al dadaísmo, al cubismo, al creacionismo, al ultraísmo, a los vanguardismos autocráticos o irradiantes, en busca de una contemporaneidad que casi siempre se sitúa o se oculta en dominios oscuros o desvaídos.
Las mutaciones estéticas de un siglo dividido y desgarrado entre la tradición y la ruptura, el avance y la regresión, la aventura y el orden, rigen la herencia poética de Rodolfo Alonso. Hombre de su y nuestro tiempo, abierto a la información estética, él no convivió y convive apenas con los grandes legados ostensivos o esquivos de la creación poética. En su condición de traductor –o mejor, de Príncipe de los Traductores, que promovió la travesía lingüística de tantos nombres contundentes o eméritos– participa, como co-autor o co-creador, de un proceso en que el trasplante de poemas extranjeros a su lengua natal corresponde a una verdadera recreación. En su faena de traductor, él les confiere una nueva respiración; un nuevo secreto; incluso un nuevo espanto. Les transfiere esa respiración viva y alentadora que sustenta sus propios versos.
LÊDO IVO
Rio de Janeiro, 20 de febrero de 2006







Traductor, ensayista, crítico y, ante todo y sobre todo, poeta, Rodolfo Alonso ha publicado más de veinte libros de poesía. El título del primero, que recoge poemas escritos desde los 17 años, anuncia la obsesión central de esta voz única: salud o nada. “Yo quiero ser / de los que aman la vida / de los que son la vida / candente inimitable.” Desde hace más de medio siglo, esta voz cristalina celebra la existencia vertebrando su palabra como una espiral más abierta. La espiral, dijo sor Juana, es la verdadera representación de la belleza.
La belleza hace la música de estos poemas, repujados con un rigor formal, imaginativo y conceptual excepcionales. “Yo los invito / a pasear el amor entre los indiferentes”, invita Alonso. Su fulgor sin duda nace de un subsuelo de dolores y suciedades del mundo que él supo apisonar a golpes de hermosura. En una época cada vez más deshumana como la que nos toca padecer, llagada por ese genocidio  más silencioso que el de los hornos crematorios pero no menos terrible que es el hambre, su poesía dispara contra los ministros de la muerte y espera el tiempo “en que la palabra amor no tenga necesidad de ser pronunciada”. Parafraseando a René Char, no permite que los caminos de la memoria sean cubiertos por la lepra de los monstruos.
Alonso, poeta verdadero, nombra lo que no tiene nombre todavía. Su poesía crece a la intemperie de lo que va a venir y está llena de hombres y de mujeres: le duelen “las cadenas / las manos de los otros”. Ve la palabra ajena y la alberga, la transforma, la calcina para devolverla limpia al otro. Interroga al misterio y encuentra los laberintos del enigma: “El bien y el mal te forman un solo meridiano.” Se piensa a sí misma y, para saberse, se ignora. Su invención ensancha  la invención del horizonte.
JUAN GELMAN
México DF, 2006






Un notabilísimo poeta y escritor que amo mucho, Rodolfo Alonso, y al cual debo también una generosa atención, sobre todo el descubrimiento de su poesìa. Una intensa, bellísima poesía, con una gran fuerza intelectual, y un gran encanto fantástico, pero llena de imágenes que van al corazón. Que hace sentir con gran originalidad el amor, “El amor victorioso”, “todo cae sobre mí”.
Estoy contento de que Trieste lo festeje como merece.
CLAUDIO MAGRIS
Trieste, 2009







Allí donde la historia ejecuta, el poema, en tanto posterioridad, no situado en la actualidad sino en el “después” que se vuelve el “aún” (“Auschwitz, aún”), allí el poema redime en su decir los hechos traumáticos. Lo hace como una traducción de la vida en epifanía, palabra encontrada, recién hecha, común y al mismo tiempo atesorada: tesoro pendiente, don pendiente de ser descubierto al abrir como por azar un libro de poemas, cualquier página de Poemas pendientes, poemas que dependen de nosotros mismos para ser de nuevo, como una tarea en común. Por eso ante la poesía pendiente, como Alonso predica de Arlt, hay que ocuparse. “Ocúpense de la poesía”, dice Rodolfo Alonso: es decir, ocupémonos de nosotros mismos.
JORGE MONTELEONE
Buenos Aires, 2010







Diáfana, la poesía de Alonso, de más de cincuenta años de producción, muestra una rara coherencia, una unidad de registro tal que la datación pierde sentido, no se siente más fuerza o menos fuerza en los poemas según cuando se escribieron, si en la postadolescencia –Alonso comenzó casi niño a escribir-- o en la reposada madurez, ya en la plena lucha por el lenguaje poético en un Buenos Aires sobresaltado por la realidad y por la poesía. De un poema a otro reaparecen en toda su hondura los temas permanentes, como ilustrando la vieja teoría pascoliana acerca de que en el poeta el niño que fue permanece alojado, invulnerable al desgaste, en el corazón de su imaginario, con toda su pena, con toda su extrañeza. Correlativamente, el tono permanece, ha sido hallado y sigue alentando nuevas imágenes que las primitivas recuperan y cuya fuerza sigue alentando y haciendo surgir otros poemas.
Fulgurante poesía, culminación de un proceso todavía abierto, la obra visible de Rodolfo Alonso encarna lo mejor que la lengua española está dando: palabra clara, luminosa, entrañable, el mester hecho forma y la forma desplegándose con suave profundidad.
NOÉ JITRIK
Buenos Aires, 2010

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