13.2.19

ACABA DE APARECER




Rodolfo Alonso

SER SED
Poesía reunida 1993-2018

Introducción de Jorge Monteleone
Eduvim, 2019



Con “Ser sed” (1993-2018), Eduvim completa la poesía reunida de Rodolfo Alonso, una de las voces más reconocidas de la poesía iberoamericana, de quien ya editó anteriormente “Lengua viva” (1968-1993) y “El uso de la palabra” (1956-1983). En este caso, “Ser sed” incluye sus libros “El arte de callar” (2003), “Poemas pendientes” (2010) y “A flor de labios” (2015), culminando con un nuevo libro inédito: “Poemas al gusto del día” (2013-2018).
En su introducción al volumen dice el respetado especialista Jorge Monteleone: “Hace mucho tiempo que la vida acontece en la poesía de Rodolfo Alonso. Así la palabra encarna la vida y la vida es palabra encarnada. La palabra encarnada no como verbo divino, sino como testimonio. La palabra es lo que la vida atestigua, el modo en el que la vida misma se vuelve testimonio. Y lo que testimonia es lo que vive viviendo en la palabra que un cuerpo nombra.”
Y el gran poeta brasileño Lêdo Ivo afirma: “La evaluación del largo trayecto recorrido por Rodolfo Alonso conduce al lector a establecer la abolición del escenario histórico y cronológico, para que el trabajo poético de uno de los mayores poetas argentinos (y latinoamericanos) de nuestro tiempo pueda dejarse ver en toda su nitidez, y en todo su misterio. En su condición de traductor –o mejor, de Príncipe de los Traductores– participa, como co-autor o co-creador, de un proceso en que el trasplante de poemas extranjeros a su lengua natal corresponde a una verdadera recreación. Les transfiere esa respiración viva y alentadora que sustenta sus propios versos.”



Revelado como el más joven de la legendaria revista de vanguardia “poesía buenos aires”, su obra fue publicada en muchos países de América Latina, Bélgica, España, Francia, Italia, Galicia, Inglaterra. Y premiada en Argentina, España, Venezuela, Brasil, Colombia. También ensayista, en su vasta tarea de traductor del portugués, italiano, francés y gallego, se destaca la primera versión al castellano de Fernando Pessoa y sus heterónimos. Así como la primera traducción de la poesía de Cesare Pavese. Junto con Klaus Vervuert, de los primeros en traducir a Paul Celan.





3.2.19





DESDE LA UNIVERSIDAD IBEROAMERICANA (TORREÓN, MÉXICO),
DESTACAN LA REEDICIÓN DE “DEFENSA DE LA POESÍA”, ENSAYOS DE RODOLFO ALONSO





Un día lluvioso de silencio

Por Daniel Lomas

Quizás la primera vez que Rodolfo Alonso se sentó a escribir un poema fue allá a finales de la década del 40, precisamente un día lluvioso. Y no es gratuito que haya ocurrido un día lluvioso. Dejó en el papel tres líneas concisas, reconcentradas, que seguramente le habrán quemado los ojos a aquel muchacho que por entonces no rebasaba los catorce o quince años de vida. Y entre ese acto iniciático de sentarse a escribir, empujado por quién sabe qué fuerza inaplazable, y la frase que a continuación transcribiré, surgida también de la pluma de Rodolfo Alonso pero varias décadas más tarde y ya en su etapa de plena madurez, hay una conexión no oculta sino evidente: “No se es realmente parte del universo cuando no se le ha experimentado con la piel. Y, lo sepamos o no, la poesía, la verdadera poesía, tiene que ver con eso”. De ahí que no resulta extraño que se haya sentado a escribir un día lluvioso. Porque, qué es la lluvia y qué es el olor que despierta la lluvia en los campos mojados, y qué el aroma que uno rastrea con olfato de amante en los alrededores del ombligo de una mujer, y qué las lágrimas con que nos arrasa la muerte cuando nos roba a los seres más amados, qué es todo esto sino una experimentación del universo a ras de piel. Pues, en efecto, la piel es también un órgano del conocimiento, un pararrayos de las revelaciones. 
Por fortuna ya cayó en mis manos un primer libro del argentino Rodolfo Alonso: Defensa de la Poesía. Obvio no es el primero que él publica (en su corpus poético se cuenta al menos una treintena de títulos e innumerables traducciones; fue, por cierto, el primero en verter al castellano a los heterónimos de Fernando Pessoa y continuó luego con un repertorio de poetas de gran talla: Pavese, Paul Celán, Ungaretti, Drummond de Andrade, Mallarmé, Baudelaire, Apollinaire, Antonin Artaud, Manuel Bandeira, Lėdo Ivo, Eugenio Montale y un larguísimo etcétera). Pero, ríanse de mí, Defensa de la Poesía es el primer libro suyo que leo. Por ignorancia, por azar, por deficiencia de las librerías, porque el mundo es vastísimo y la literatura no es de menor tamaño, en ocasiones uno suele tardar en dar al blanco con los escritores que vale la pena leer. No dudo que Rodolfo Alonso pertenezca a esa estirpe. Uno de esos escritores que valen por la autenticidad con que ejecutan su oficio, por la obediencia al mandato que les palpita en el pecho y los obliga a enfrentarse al solitario papel incluso en contra de su propia voluntad. Cierto que la autenticidad con que se ejercita un oficio es una cosa tan subjetiva que casi no podría rastrearse ni con la ayuda del detector de mentiras, pero en estos casos la intuición como lectores no nos desampara. Ya volveré a esta idea párrafos más delante.
Gracias al youtube (hoy tan vidente como el ojo de Dios o como el Aleph de Borges) he descubierto en la red un puñado de videos en que se ve y escucha charlar a Rodolfo Alonso. Vamos a ver quién es este hombre, poeta, traductor, ensayista, antiguo editor, crítico, narrador, que nació en Buenos Aires, Argentina, primer hijo de inmigrantes gallegos, y que vivió una infancia bilingüe. Hoy, hombre ya maduro, y a pesar de los cabellos nevados, luce fuerte y permanece activo en términos literarios, y al oírlo charlar en medio de una salita que probablemente sea la de su casa, encontré otra razón (no menos subjetiva) para que me cayera bien: no se nota en él pizca de petulancia, no hay en sus modales atildamiento intelectual. Sereno, pausado y con voz ronca, dice ser un hombre tímido, lo cual no deja de ser asombroso y loable en alguien con tantas horas de estudio a cuestas, sabedor acaso de que la poesía no está en los reflectores de la vanidad.
Hablemos, sin embargo, del libro Defensa de la Poesía. Que es una recopilación de sesenta y tantos artículos, comentarios y breves piezas ensayísticas, cómodos de leer en estos tiempos en que se recurre a lo fragmentario y lo aforístico, y que según entiendo aparecieron publicados paulatinamente en periódicos o revistas. El nervio del libro, obvio, es la poesía. Y satélites de temas variados giran en torno de ella: por ejemplo, se nos recuerda cómo la prosa poética se inició con Baudelaire tal vez para captar el ritmo febril de las ciudades, o cómo la infancia es un dulce país a donde el poeta puede volver desde su exilio, como lo sostuvo Rilke. O por ejemplo, se nos plantea cómo el poeta a veces elige esconderse debajo de alguna máscara: pensemos en los heterónimos de Pessoa, o en Juan de Mairena y Abel Martín, los alter ego de Antonio Machado (y aquí yo agregaría al mexicano Francisco Hernández, que en este rubro es genial); Defensa de la Poesía nos dice también que las peores enfermedades que padece el idioma castellano son la verborrea, la ampulosidad, la charlatanería, la grandilocuencia que rima con delincuencia, y, en cambio, los frutos más nobles se ganan en el recato y la hondura, en la concentración y la reticencia.
Por otra parte, y con más fuerza que una obsesión, hay una convicción que relampaguea a lo largo del libro: la idea de que el hombre es lenguaje: “No usamos el lenguaje, somos lenguaje.” Me veo remitido así a pensar que nuestra conciencia es un flujo imparable de palabras, como ya lo demostró Dostoievski con sus personajes de hiperactividad mental. Y Defensa de la Poesía nos recuerda también que la palabra nos hominiza, nos vuelve literalmente hombres.
Sin embargo, casi enseguida, Rodolfo Alonso nos fustiga con otra de sus convicciones cruciales. Trataré de explicarlo: él afirma que el lenguaje, botella al mar arrojada por un náufrago para comunicarse con otro náufrago, es impreciso, es aproximativo, es insuficiente, es ambiguo. Y así lo reitera firmemente en unas páginas y otras: la tara que padece el lenguaje es la ambigüedad. Qué extraño entonces, estamos hechos de palabras pero las palabras no bastan para decir lo que somos. No obstante, Rodolfo Alonso no se arredra ante esta limitación del lenguaje. Por el contrario, él confía en la ambigüedad de las palabras; confía, que es casi como decir que profesa una fe en la pata coja de las palabras, ya que al mismo tiempo considera (y esto deviene en una bella paradoja), considera, repito, que es precisamente a partir de esta limitación del verbo donde el poeta podrá encontrar la veta mineral de la cual extraer la cantera que edifica a los poemas. Gran exigencia pues y gran acto de magia: trascender el lenguaje con un salto desde los mismos vacíos del lenguaje.
Y quizás de todo esto se derive otra certeza más de Rodolfo Alonso: la de creer en la poesía no solamente como un acto de comunicación entre los hombres, sino como algo más profundo: una vía de comunión.
Por otra parte, Rodolfo Alonso sabe que, a la hora de las definiciones, la poesía es como un pez invisible que nada rápido y no se deja atrapar. Así que no da ninguna. Pero, en cambio, insiste en la necesidad de que el poeta afile sus armas: la exigencia, la precisión, la infinitud, el instinto, el cerebro, el oído, la honestidad consigo mismo, todo eso que minuciosamente deberá invertir en la práctica de su arte. La poesía no es pues ningún abanico para espantarse el calor o las moscas. Es más bien un juego en serio. Que exige una manera de vivir: de entrega absoluta a la llama del lenguaje.
Casi al final de su libro, Rodolfo Alonso nos zarandea con una gravísima disertación, en cuyo tono es imposible no escuchar el aliento de auténtica angustia que ahí resuena. Resulta muy complejo encapsular o reducir al máximo su inquietud en unos cuantos renglones, pero aquí va. Durante miles de años la humanidad ha vivido dentro de civilizaciones cuyo centro es el lenguaje. Sin embargo, después de la segunda guerra mundial, se ha extendido sobre el planeta una nueva cultura: han aumentado las sociedades de consumo, la ciencia ha favorecido el endiosamiento de la tecnología que no siempre se traduce en una búsqueda del bien común; se ha disparado la idolatría al dinero, la adicción a la banalidad, a los shows que ofertan los medios masivos de comunicación, y la seudocultura light, y con todo ello se ha desacralizado a la vida y al planeta. Y ahí no para el daño. Se ha perjudicado asimismo al lenguaje que ahora sufre una mutación o mutilación: ya no ocupa el centro de la vida en las civilizaciones. De ahí que, si enfrenta alguna crisis la poesía, que casi no cuenta con adeptos en el mercado o vende poco y es poco visitada, esto no se debe a una mera crisis del género, sino a algo más profundo: al daño contra el lenguaje que a su vez representa un daño contra la raíz del hombre, contra aquello que nos hominiza o humaniza, y cuyos estragos aún son insospechables. Así pues, Rodolfo Alonso remata su discurso con una pregunta desasosegadora que formulara el querido César Vallejo: “¿Y si después de tantas palabras / no sobrevive la palabra?”. Como verán, se trata de una angustia complejísima y casi apocalíptica la que él viene a tirar sobre la mesa de las discusiones, abierto al eco de los demás. Y he aquí la solución que ofrece: Rodolfo Alonso considera que solamente aquellos que sean capaces de reflexionar en medio de esta pesadilla de banalidad se volverán absolutamente imprescindibles.
Una vez que finalicé la lectura de Defensa de la Poesía, me intrigó una duda. Cada vez más convencido de que palabra y silencio son retoños del mismo útero, me pregunté qué pensaría este autor acerca del silencio. Buceé en internet, y miren el hallazgo que encontré a la mitad de una entrevista:
“El silencio valoriza con su halo a la palabra. Ese silencio que hoy, en esta sociedad del ruido ensordecedor, se ha vuelto casi subversivo. Sin silencio no se puede pensar, no se puede meditar, no se puede oír lo más profundo de uno mismo, lo que es a la vez individuo y especie. Y no se pueden oír tampoco las voces, la voz de la Naturaleza, de nuestra naturaleza. Sin silencio, intuyo, es imposible que pueda haber gran poesía”. Como supondrán, respiré felizmente aliviado después de su comentario.
En fin, decía que Rodolfo Alonso es un autor a quien vale la pena seguirle los pasos. Para mí, Defensa de la Poesía es apenas el picaporte de una puerta que habrá que franquear, pues me quedo con el apetito y el compromiso ante mí mismo de indagar más libros de este autor.
Ya para cerrar mi texto, agregaré una posdata con ánimo de que las últimas y primeras palabras en brillar sean las del argentino. Transcribo aquí un poema suyo, y me despido.





Déjà vu


Una mujer se desnuda en mi memoria
mientras afuera resplandece la ciudad
o llueve y hace frío
Una mujer lava su pelo negro con el agua de mi infancia
una distancia va formándose

Su piel es lenta y fresca como la mañana que acaricia
su voz se hace lejana

Una mujer me alcanza
el primer seno descubierto
el primer seno acariciado

Mientras adentro resplandece la memoria



(Revista “Acequias”, nº 67, mayo-agosto 2015,
Universidad Ibeoramericana, Torreón, México)





Bibliografía:

Defensa de la Poesía, ensayos de Rodolfo Alonso, Universidad Veracruzana, Xalapa, México, 2014

Defensa de la Poesía, ensayos de Rodolfo Alonso, Alción Editora, Córdoba, 2012