22.1.13

Umberto Saba



ADN Cultura






Viernes 18 de enero de 2013 | Publicado en edición impresa
Poesía


La raíz compleja de lo sencillo

Una antología del gran poeta triestino Umberto Saba permite redescubrir una voz lírica de engañosos tonos menores, en la que se entrevé una serena desesperación
Por Sandro Barella  | Para LA NACION
 





Acaso el menos célebre de los escritores identificados con la ciudad de Trieste -el exiliado Joyce, Italo Svevo, más recientemente Claudio Magris-, el italiano Umberto Saba (1883-1957) ocupa en el mundo de las letras la clase de lugar que se reserva a las figuras cuya voz nunca se elevó de más. Su poesía proyecta un canto suave, sin estridencia, como música de cámara o como una melodía compuesta para un solo instrumento. Es una poesía acompasada, dicha al oído, con un sentido del pudor que rehúye el escándalo de la sorpresa o el ingenio, concentrada en el rigor de una búsqueda que está más allá del gusto de una época: "Amé palabras simples que ni uno/ osaba. Me encantó la rima flor/ amor,/ la más antigua difícil del mundo". Saba encuentra en la transparencia de lo sencillo la raíz compleja de los pensamientos, las pasiones y las cosas del mundo. Nacido en Trieste en 1883, de padre católico y madre judía, residió la mayor parte de su vida en su ciudad de origen, salvo un período durante la Segunda Guerra, cuando la promulgación por el régimen fascista de las leyes raciales lo obligó a refugiarse en Florencia y en Roma. Como bien anota en el prólogo a esta antología el poeta Rodolfo Alonso, a cargo de la traducción, su destino fue singular: "nada menos que ser buen poeta en una generación con cumbres como Ungaretti y Montale". Así pues, los poetas mayores del "hermetismo" proyectan su sombra, como suelen hacerlo en las diversas tradiciones poéticas las grandes voces. Pero bajo esas sombras siempre aparecen los necesarios tonos menores, como el que representan en la poesía italiana Saba, o, por poner un ejemplo posterior, Sandro Penna. Si se habla de destino, el del poeta está atado, además, a la vacilante condición de su doble origen, lo mismo que a la inestable situación histórica de Trieste, bisagra entre el Imperio Austro-Húngaro y la nación italiana. Así lo siente el poeta en un poema fechado en 1944, donde, además de rebelarse contra la opresión nazi-fascista, expresa su relación con la tierra que lo vio nacer: "Tenía una ciudad entre los montes/ rocosos y el luminoso mar. Mía/ porque ahí nací, más que de otros mía/ que joven la descubrí, y adulto/ por siempre con Italia la desposé en el canto".
La figura de Ulises, a la que Saba evoca en varios de los poemas de esta antología, muestra, más que la reflexión del poeta sobre el mundo antiguo, sobre el mito, la relación que establece con aquello que se sustrae de la rémora del tiempo histórico y llega hasta su mesa de trabajo. Para Saba, Ulises sigue errante en busca de Ítaca, o del amor, como él mismo o como cualquier otro hombre. Amé palabras simples , un verso para el título del libro, ofrece un recorrido para acercarse a la voz del poeta de la "serena desesperación", según lo define Alonso. El poeta que así le habla al lector: "Si lees estos versos y en lo hondo/ más que bellos, los sientes verdaderos,/ encuentras un canario. Y TODO EL MUNDO".

Tapa del libro Amé las palabras simples
de Umberto Saba,
traducción de Rodolfo Alonso
(Alción Editora, Córdoba, Argentina)
Umberto Saba nació en Trieste como
Umberto Poli, en 1883, y murió en Gorizia
en 1957. Hijo de católico y judía, su padre
pronto abandona a su madre, marcando para
siempre su vida. Una cálida nodriza eslovena,
Peppa Sabaz, inspiro el apellido que
usaría como poeta. Abandonó todo empleo
para dedicarse a las letras y vivir por su
cuenta, fundando la Librería Antigua y
Moderna. Se casó con Carolina Wölfler,
también una novia abandonada, con quien
tuvo su hija Linuccia. Vivió un tiempo en
Florencia, escapando de las leyes raciales del
fascismo. Lo protegieron, entonces, Montale
y Ungaretti. Allí comenzó a escribir, escapando
a la incomprensión de los críticos, un
extraño libro en su propio elogio: Storia e
Cronostoria del Canzoniere que, con el
seudónimo de Guseppe Carimandrei, publicaría
en 1948. Obtuvo el Premio Viareggio
(1946), el Premio Accademia dei Lincei y el
Premio Taormina (ambos en 1951), y póstumamente
el Premio Marzotto (1958). A partir
de Poesie (1911), publicó numerosos
libros, destacándose Il Canzoniere (1921),
título que usaría desde entonces para reunir
sucesivamente toda su obra. Trieste lo homenajeó
con una estatua en bronce, de pie y
sobre la acera, que convive con los transeúntes
en la amplia y bella zona peatonal, muy
cerca de su famosa librería.
La mirada calma del gran poeta italiano Umberto
Saba (1883-1957), no menos tensa ni apasionada
aunque discurra en apariencia serena y casi módicamente, prefiere colocar en los paisajes cotidianos su propio tono, su propio clima, el de un lenguaje exento
de complicaciones y sutilezas, y hasta en extremo
sencillo, pero cuya lograda tersura y cuyo sabio
escandido no denotan en absoluto ninguna clase de
facilismo o superficialidad, sino todo lo contrario. Es
la propia médula, el meollo de la misma vida cotidiana,
y la del hombre (común, en el mejor sentido)
que la refleja y que la vive, lo que Saba viene a hacer
fructificar y florecer.
Rodolfo Alonso

Carlos Drummond de Andrade

Tapa del libro Poesía escogida de
Carlos Drummond de Andrade,
traducción de Rodolfo Alonso
(Alción Editora, Córdoba, Argentina)

Carlos Drummond de Andrade es una figura
central en la gran poesía brasileña y, por lo
tanto, también de toda América Latina. Nació
en Itabira do Mato Dentro, estado de Minas
Gerais, en 1902. A partir de sus indelebles
primeros libros: Alguma poesia (1930), Brejo
das Almas (1934), Sentimento do mundo
(1940), Poesias (1942, incluye José), A rosa
do povo (1945), se erige en paradigma del
legendario modernismo brasileño (1922).
Discreto por naturaleza, más bien retraído en
lo social aunque hondamente unido a sus
afectos y amistades, entre quienes se destacan
figuras como Mário de Andrade, Murilo Mendes
o Manuel Bandeira, entrañables compañeros,
nunca viajó al exterior y sin embargo
llegó a lograr, sin habérselo propuesto, un
alcance que no ha cesado de afianzarse. No
sólo su poesía alcanzó con dignidad dominio
público, sino que se prodigó además en narrativa,
crónica y un agudo despliegue periodístico.
En 1975, sin alharaca alguna, con la
misma dignidad con que vivía rechazó el bien
dotado Premio de Literatura de Brasilia, que
celebraba el aniversario de la dictadura militar.
Doce días después de que muriera su adorada
hija única, Maria Julieta, que le dio sus
tres nietos argentinos, fallece en Río de Janeiro
el 17 de agosto de 1987. Pero su presencia,
honda y secreta aunque ampliamente general,
íntima y prójima, se mantiene inalterable

Popular sin demagogia, discreta sin pavoneos, distante
pero cálida, precisa sin frialdad, incluso en sus
comienzos abiertamente comprometida pero con tal
intensidad de vida y de lenguaje que sus poemas de
ese tipo continúan en vigencia y conmoviéndonos, la
obra del gran poeta brasileño Carlos Drummond de
Andrade (1902-1987) constituyó para nosotros, y
especialmente para mí, una experiencia enriquecedora.
Donde lo estético y lo humano se daban como evidencia viva,
lograda, cabal, y al mismo tiempo temblorosamente inerme,
 transida, contagiosa.
Rodolfo Alonso






        

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Viernes 11 de enero de 2013 | Publicado en edición impresa

Comentarios




RIQUEZA POÉTICA

 
Decir que Carlos Drummond de Andrade es una figura central y tutelar de la poesía modernista brasileña tal vez sea decir demasiado poco. Por un lado, porque su período de creación fue tan extenso (su primer libro apareció en la década de 1930 y los últimos, en la de 1980) que no permite ser ceñido a un horizonte epocal; por el otro, porque sería injusto confinarlo a las reglas de una escuela. Esta selección, reunida con el modesto título de Poesía escogida, le hace justicia, con poemas de varias décadas, a la diversidad del autor. Señala en el prólogo Rodolfo Alonso, responsable de la antología y de las traducciones: "Popular sin demagogia, discreta sin pavoneos, distante pero cálida, precisa sin frialdad, incluso en sus comienzos abiertamente comprometida pero con tal intensidad de vida y de lenguaje que sus poemas de ese tipo continúan en vigencia y conmoviéndonos, el desarrollo de la poesía de Drummond constituyó para nosotros una experiencia enriquecedora". La primera persona se justifica porque fue el propio Alonso quien, en las páginas de Poesía Buenos Aires, se ocupó de difundir inicialmente esta poesía en castellano. Este volumen completa ahora la tarea e incluye versos como éstos: "En el cielo también hay una hora melancólica./ Hora difícil, en que la duda también penetra las almas./ ¿Por qué hice el mundo? Dios pregunta/ y se responde: No sé".Gerardo García
Poesía escogida
Carlos drummond de Andrade

Alción
Trad.: Rodolfo Alonso
152 páginas
$ 70


14.1.13

Andrew Marvell, el brioso puritano








Entre los más renombrados poemas de un muy singular lírico inglés del siglo XVII está, según la versión de nuestro Basilio Uribe: “Para exaltar a las musas”.
De escasísima obra aparecida en vida, Andrew Marvell (1621-1678) se hizo famoso en su tiempo, e incluso más allá, no sólo por su reconocida probidad como hombre público sino, también, por la sólida entereza con que supo persistir en sus convicciones. Republicano en la monárquica Gran Bretaña, tuvo además el coraje de ayudar a su amigo John Milton cuando cayó en desgracia (cosa que no dejó de ser valorada, luego, nada menos que por William Wordsworth).
Todas esas virtudes opacaron al parecer, en su época, el brillo de su personalidad como poeta, pero no lograron extinguirla. Latente a través de los siglos, comienza a ser reconocido primero por el celebrado ensayista Charles Lamb (1775-1834) y, después, en su debido momento, ya en pleno siglo XX, hacia 1921 el sesudo y fundacional T. E. Eliot (1888-1965) le da un creciente impulso a su prestigio con un ensayo sin duda favorable.
A pesar de sus firmes convicciones, Marvell ya en vida solía escandalizar a los correligionarios puritanos con sus escapadas de lo acostumbrado. No sólo era fácil encontrarlo en las tabernas, sino que se animaba a usar pelucas diferentes, ¡y hasta a emplear lenguas distintas, como el francés!, lo que en su tiempo y su lugar era algo escandaloso. Todo ese costado anticonvencional y quizá desenfadado de su carácter, que no afectó como sabemos al probo miembro de la Cámara de los Comunes que también era, se manifestó como evidencia lograda –sobre todo para sus admiradores del futuro– en uno de sus textos más renombrados: ‘To his Coy Mistress’, el mismo que Uribe tradujo en Argentina como ‘A su señora esquiva’.
En el alto espíritu de otra doble personalidad como fue la del indeleble John Donne (1572-1631), ese místico británico que se inicia como un hedonista (y que también iba a ser reconocido por el siglo XX), el objetivo de aquel significativo poema de Andrew Marvell está dirigido hacia una finalidad tan vieja como el hombre: convencer a su dama que no deje envejecer sus encantos sin ponerlos en práctica. Pero, más allá de esas comprensibles, compartibles intenciones, claro, y por encima de que todo ello esté  ligado en forma indisoluble –como debe ser– con el texto en que se encarna, lo verdaderamente memorable es el brío y el donaire que aquel puritano Andrew Marvell supo cuajar en la poesía (y por lo tanto en la lengua) inglesa de su época.




Revelación de Clarice Lispector


Opinión


RODOLFO ALONSO | 14 de enero de 2013

Y eso que Juan García Gayo en 1974 ya había traducido La manzana en la oscuridad para Sudamericana. Pero cuando en 1983 a mi vez traduje e incluí tres relatos de la ucraniana de extraña belleza que su infancia convirtió definitivamente en brasileña, Clarice Lispector (1925-1977), en uno de aquellos legendarios volúmenes del Centro Editor de América Latina: La tercera orilla del río y otros textos, junto con João Guimarães Rosa, Anibal M. Machado, Carlos Drummond de Andrade, Murilo Mendes y Milton de Lima Sousa, ella continuaba siendo en la Argentina y en nuestra lengua prácticamente una desconocida. Pero algunas décadas después, y como le hubiera gustado de manera tan espontánea como secreta, fue comenzando a tomar cuerpo la justicia poética.
Pocas veces el título de un libro congenió tanto con su contenido. Porque lo que vinieron a mostrarnos magníficamente aquellas crónicas de la indeleble Clarice Lispector, que Adriana Hidalgo editó en 2004 como Revelación de un mundo y tradujo con delicadeza y eficacia Amalia Sato, aparecidas en el Jornal do Brasilentre 1967 y 1973, no es sólo su visión del mundo sino también el propio mundo interno, la auténtica cosmovisión de uno de los más originales y hondos escritores del Brasil pero también de la entera lengua portuguesa. 
Acaso resulte inimaginable, por lo menos en mi país, que los diarios brasileños ofrezcan sus páginas, desde hace largo tiempo, a columnas periódicas firmadas por grandes autores. A quienes se respetó profundamente en su libertad creativa pero, asimismo, al colocarlos en un espacio de amplia repercusión, en un medio absolutamente público, los obligó a emplear esa libertad dentro de un marco que a la vez les era propio, el de su misma sociedad. De tal modo ejercida, con tanta solvencia y calidad, que han dado lugar a todo un género, el de la crónica, tan despierto como exitoso. La peculiar vitalidad de la cultura y de la vida brasileña demostró así un nuevo punto de toque: la exigencia y la originalidad de los creadores encontró su brillante contrapartida en la exigencia y la calidad de los lectores. 
Dentro de ese envidiable dominio, el de Clarice Lispector bien podría representar quizás un caso límite. Y, a la vez, en gran medida representativo. Porque si hay un escritor en Brasil que haya renunciado a lo meramente descriptivo (“Nada explico. Me rehúso a explicar, me rehúso a ser discursiva”), para que encarne hondamente en un lenguaje original la riqueza de su intimidad, entrevista por medio de la riqueza que percibe en el mundo (“Soy una persona muy ocupada: me hago cargo del mundo”), muchas veces en la mismísima vida cotidiana, sin duda es ella. 
Con un lenguaje felizmente más cerca de la poesía que del periodismo (“Las palabras me preceden y sobrepasan, me tientan y me modifican, y si no tengo cuidado será demasiado tarde: las cosas se dirán sin que yo las haya dicho”), espontáneamente enmarcadas además (“Escribo a la medida de mi aliento”) en una rica tradición y en un rico imaginario, personal y colectivo, pero a la vez ejercidas con el rigor y el alcance que constituyen su marca, su estilo (“Y si intento hablar, sale un rugido de tristeza”), no apenas literario, las crónicas de Clarice Lispector se constituyen en parte viva de su obra y en testimonio latente de la singular, entrañable personalidad artística y humana (“No soy de dominio público”) de la autora de textos tan logrados como El aprendizaje o el libro de los placeres, La pasión según GH o Lazos de familia, por citar sólo algunos. Sin dejar de resultar, al mismo tiempo, indisolublemente, también una flagrante evidencia de la envidiable vitalidad cultural del enorme país hermano. 


5.1.13

RESPONDIENDO A UNA POSTAL DE ANDRÉS FIDALGO EN JUJUY - 18-XII-1990




Por Rodolfo Alonso




Mi buen amigo Fidalgo,
aunque no me hallo poeta,
permitime que me meta
y me aparezca con algo.

Tu saludo, aunque discreto,
no oculta su picardía.
Bienvenida la alegría,
con el resto no arremeto.

Hay poetas y poetas,
a montones bien sabés.
La cuestión es ser buen juez,
y no venirse con tretas.

Por un lado están los fuegos
que nacen del corazón:
fraternidades, amores,
la belleza y otros juegos.

Yo creo sinceramente
que hay poesía no escrita.
Hay vidas que nada quita,
hay gestos que nunca mienten.

No se necesita leer
para entregarse a la lluvia,
a los cielos, a una rubia
o a lo que debamos ser.

Pero también hay un mundo
donde impera, por ventura,
la sorda literatura
con voz de bajo profundo.

El dominio de lo escrito,
la gloria de los renglones
donde nunca papelones
hará quien respete el rito.

Entonces, yo me despido,
con un mensaje de amor:
a los poetas, rigor;
a los poetastros, olvido.

Y aunque Discépolo rabie
y nuestro Homero ande triste,
no le vendamos alpiste
al que prohibimos que escabie.

Con cariño y bien polenta
te lo bate un mal porteño,
que te abraza como en sueño
despidiendo a los noventa.

Que venga el noventa y uno
a seguir parando la olla.
Si la bronca nos arrolla,
ya no nos para ninguno.

Desde San Telmo a Jujuy
no es tan larga la distancia.
El vino que no se escancia
siempre se hace muy muy muy.

Yo los tengo bien cerquita
y nunca me siento lejos,
los cielos son mis reflejos,
la Quebrada me desquita.

No se sientan allí solos,
solos están los que estamos
acorralados de humanos
pero en el fondo resolos.

La multitud no es pareja,
el ruido no es compañía;
venga el silencio, diría,
la soledad y no hay queja.

En esta puta ciudad
las penas de furia arden.
Ojalá sea que me extrañen
donde no hay tanta maldad.

Se me ha hecho largo el rollo
y me alejé de la senda:
pero es mejor ver sin venda
y apoyarse en un apoyo.

De los poetas, hermano,
mejor a veces ni hablar.
Muchos meta figurar
y de palabras, ni mano.

En las altas soledades
de los cerros y la altura,
respiro con más anchura
aunque no me edite nadie.

Porque más vale una mano
tendida con lealtad
que tanto escriba falaz.
¿No te parece, che, hermano?

Viviendo a los cuatro vientos
el viento te lleva todo.
Pero queda, de algún modo,
lo que el viento dejó adentro.

18-XII-1990

QUÉ ES SER ARGENTINO


República de viento
Un país sin memoria

Rodolfo Alonso
Leviatán
Buenos Aires, Argentina, 2007


ANDREA COBAS



A primera vista, sobre un fondo de azul intenso, se recorta la figura de una Argentina dibujada con palabras. Así se presenta ante sus potenciales lectores República de viento. Un país sin memoria de Rodolfo Alonso. Desde el diseño de su tapa, el sentido emerge sugiriendo un entramado de problemáticas que se abordará una y otra vez: lengua, patria, identidad, inmigración son algunos de los ejes que recorren los textos que componen el libro.
Alonso no es prescriptivo: no obliga a una lectura cuyos sentidos nos brinda digeridos. Los ensayos, las crónicas, los fragmentos literarios que componen el libro van más allá: asumen el desafío de invitar al lector a poner a prueba categorías tan centrales que adoptamos sin cuestionar. El interés por esos temas no es casual: hijo de inmigrantes gallegos, Alonso asume su doble origen, su bilingüismo, sus dos orillas. A un tiempo, su tradición son los versos gallegos de Rosalía de Castro y también lo son las Aguafuertes gallegas de Roberto Arlt. Pero Alonso no se queda allí, también hace suya la poesía de Atahualpa Yupanqui, recreador de esa otra herencia que Alonso busca recuperar incansablemente: la de aquellos aborígenes, primeros pobladores de estas tierras. Los complejos dibujos que nacen del encuentro entre las tres aristas de la nacionalidad argentina –pueblos originarios, inmigrantes, criollos– motivan reflexiones que establecen nexos ineludibles entre los textos de su libro: desde la colonización hasta nuestros días, Alonso disloca para explicarlos los procedimientos que contribuyeron a instaurar la república de viento que hoy llamamos “Argentina”.
Trazando una línea que va desde la conquista de América a la conquista encabezada por Julio Argentino Roca, Alonso aborda la primera de las tradiciones nacionales desarticulando frente al lector las operaciones discursivas implícitas en la histórica metáfora del desierto argentino: la lengua –al nombrar– no es inocente. Armazón de ejercicios de índole política, la mirada que –en el siglo XIX– organiza la construcción de la “patria argentina” surge de un proyecto cultural y nacional que encuentra en la homogeneización y en el borramiento la clave de su éxito. Instaurando la idea de un vacío que es imperioso poblar, se emprende la búsqueda de una “nación para el deserto argentino”. No extraña que ese vacío se llene, en primer término, con palabras. Por eso, Alonso recupera la veta más claramente política de la etapa fundacional de la literatura argentina, la porción del corpus que busca intervenir en la construcción de la nacionalidad: Echeverría, Alberdi, Sarmiento, Hernández, Mansilla: nombres propios que evocan textualidades en las que indio, patria, inmigrante, son palabras que representan ideas medulares. Aquel paradojal vacío que delinean los románticos –y que materializan con sangre algunos de los hombres de la generación del '80– cobrará espesor en el imaginario nacional en la figura del inmigrante, esa presencia que con el paso de los años se transfigura de promesa en peligro. Si para los románticos la figura del inmigrante condensa los sueños de construcción de una verdadera república, la generación del '80 pondrá en escena el rostro de una xenofobia intransigente que, bajo la máscara de la defensa de una pretendida identidad argentina, oculta el rostro de los que buscan preservar ciertas prerrogativas de clase amenazadas por el avance social, económico y cultural de los inmigrantes y de sus hijos. Alonso también nos presenta una cara más actual de este modo de entender lo argentino: la supervivencia del estereotipo que aflora en el chiste de gallegos; en la suspicaz mirada hacia el “ruso”; o en la xenofobia desplazada hoy hacia las figuras de bolivianos, peruanos o paraguayos.
La cuestión de fondo que vertebra República de viento tiene que ver con la identidad, con la pregunta sobre qué significa ser argentino. Alonso responde ese interrogante y lo hace rechazando la decimonónica idea monolítica de la argentinidad como un constructo homogéneo y sin fisuras: pensar las inflexiones de la identidad argentina es un ejercicio de apertura, es la elección de un camino que encuentra su razón de ser en la diversidad, en la pluralidad, en el cruzamiento. Alonso cita la frase de Rilke en la que afirma que la verdadera patria del hombre está en su infancia. Esta referencia ilumina República de viento: para Alonso su patria infantil tiene partes iguales de Galicia y de Argentina; de allí que para él, su bilingüismo sea pura riqueza, sea la llave de acceso a un universo en el cual, lejos de motivar el autoodio, la diferencia es pura positividad.
Rodolfo Alonso parece decirnos que es desde el presente que el argentino debe interrogar su modo de entender la argentinidad impresa en las marcas de una variedad étnica que todavía hoy pervive en rostros, lenguajes, edificios e instituciones colectivas: las hendiduras del presente argentino tienen mucho que ver con un pueblo que eligió olvidar sus orígenes, que suele estigmatizar lo que no comprende, que muchas veces elige la burla como un pobre ejercicio para conjurar el miedo. 

4.1.13

Rodolfo Alonso. Poema a Pedro Aznar



Pedro Aznar canta





Pedro Aznar no hace música
es la música
Pedro Aznar no usa el canto
es el canto
encarnado
hecho vida
hecho voz
vida viva
en el aire
abierto
Cualquiera que lo oyó
por ejemplo
digamos
en una noche abierta
como nunca
cantar El seclanteño
como nunca se hizo
tan desnudo
e intenso
como nunca
Cualquiera que lo vio
pendiente de una caja
ser la baguala hacerse
solo y desnudo
la desnudez que somos
la soledad que somos
canto cósmico
hendido contra el cielo
hendido
por una voz humana desgarrada
y purísima
de tanta sucia luz
que lo lava
y lo conmueve
hecha luz nueva
y poderosa
Cualquiera que sintió
sentirse siendo voz
en su voz
siendo música uno
con él
que no interpreta
que no ejecuta
la música
sino que la padece
en el sentido que se vive
se encarna una pasión
Cualquiera que fue Pedro
cuando Pedro era el mundo
y no encontró palabras
para expresar qué siente
podría preguntarse
para qué la palabra
escrita Pedro
para qué si lograste
que la voz se haga canto
que la música encarne
de un cuerpo a otro
tome cuerpo
tenga entidad exista
palabra voz oído
sonido desgarrado
aire suelto en el aire
sagrado de la noche
¿Por qué alguien
entonces
capaz de ser el canto
capaz de ser la música
capaz de ser la voz
en el aire
capaz de ser el aire
hecho voz
hecho oído
silencio noche adentro
densidad timbre
altura intensidad
humana voz irguiéndose
a lo alto
y sin dejar la tierra
voz compartida y única
única y general
de todos y de uno
de siempre y de este ahora
en que somos colmados
por eso que te colma
tendría necesidad
de la palabra escrita?
Porque la vida
no alcanza
dijo
Fernando Pessoa
porque
la vida no alcanza
dijo ya
Pessoa
porque la vida no
alcanza
Pero quizás
en cambio
la palabra
que es voz oído canto
y música si puede
nos alcanza
a veces
de un solo
golpe
cuando
la palabra se hace
canción de un viento
Porque a veces
Pedro Aznar también canta
sin música aparente
contra el silencio opaco
con palabras de música
en el palacio que arde
de la luz que no se extingue
Nada menos
Y qué importa
qué importa
dirán algunos
ciegos y sordos
tal vez
de nacimiento
qué importa
todo eso
¿Qué importa?
importa haber vivido

Publicado en la revista "La Otra" de México