6.12.18
El oficio de poeta
Ensayos escogidos de
Cesare Pavese
Selección y traducción de Rodolfo Alonso y Hugo Gola
Prólogo y apéndice de Rodolfo Alonso
Reedición ampliada y revisada
EDITORIAL DUINO
La presentación del libro, es el 15 de diciembre a las 19 horas
México 620 - San Telmo
La primera edición de estos luminosos ensayos escogidos de Cesare Pavese, apareció poco después de su suicidio. Y alcanzó entonces tal trascendencia que, no sólo provocó sucesivas reediciones, sino que se mantuvo activa a lo largo de muchas generaciones. Aunque ahora reaparecen en un contexto quizá tan refractario como antípoda, creo que estas tocantes páginas pueden seguir resultando el contacto con una madura lucidez en relación con la gran poesía y, al hacerlo, con el mejor humanismo. Y frente a la sociedad burocrática del espectáculo, de la banalidad globalizada y del consumo autoritario, en pleno totalitarismo de mercado, sostienen una insospechada vigencia. Como contraveneno o como antídoto. Pero también como alimento y como recuperación. La inteligencia, es decir la razón, y también la calidez, la pasión, el temple intelectual y humano de Cesare Pavese pueden continuar ofreciendo hoy, cuando es más necesario que nunca, resiliencia, reparación, renacimiento.
21.11.18
Premio Cervantes 2018 Mejor unas violetas para Ida Vitale
Premio Cervantes 2018
Mejor unas violetas
para Ida Vitale
Por Rodolfo Alonso *
“Los premios no escriben por uno”, me dejó caer alguna vez Juan
Gelman, en uno de sus breves (pero sustanciosos) mensajes de texto. De ese
nivel, de tal calibre había de ser también la montevideana Ida Vitale, a quien
el Premio Cervantes 2018 se ha honrado
al premiarla. Seguramente ha de haber recibido con calma la noticia, en el
silencio habitado que la envuelve, quizá con esa misma inolvidable sonrisa
tierna y levemente triste con que nos regaló aquí, al citarnos de paso, para
tanto tiempo de sosegado diálogo “cuyo tibio recuerdo”, como bien diría ella
después, “persiste en aquella noche de un Buenos Aires, después de mucho
recobrado”.
Y aquí volvimos a encontrarnos, sin
cita previa, cuando coincidimos espontáneamente en el Festival de Poesía de la
última Feria del Libro, donde ella vino hacia mí con los brazos abiertos, desde
lejos, mientras yo la buscaba entre la
gente. Y luego me esperaba sentadita, abrazada al grueso ejemplar de su “Poesía
reunida” que quiso dedicarme, a pesar de dudar por ser el único, cuando su hija
Amparo le aseguró que pedirían otro en el stand de la editora.
¿Cómo no nos iba a dar un enorme
alegrón y al mismo tiempo sorprendernos, cimarrones como somos, que un premio
de a veces tan estruendosos relumbrones le haya tocado, ahora, a una de las más
recoletas, ceñidas y acendradas voces de nuestro sur, de nuestro sur del Sur?
¿Cómo no nos iba conmover que fuera a una uruguaya, es decir la otra orilla de
esa cuenca rioplatense que compartimos con nuestros hermanos orientales, a la
que solían imaginarse tiempo atrás como preferentemente inclinada hacia la
introversión y la melancolía?
Al encarar la personalísima
producción lírica de Ida Vitale, me resulta imposible no percibir de qué
fecunda manera esta poesía que parte ---desde un comienzo--- de la absoluta,
nítida, insoslayable conciencia de nuestra mortalidad (“Serás ceniza y no
tendrás sentido” dice, quevedianamente), y por lo tanto de la consiguiente precariedad
de nuestros actos (“La historia no se olvida y roe, roe”), se descubre a la
altura de ese ineludible despojamiento con el no menos despojado ahondar de su
palabra (“Puedo cantar / en medio del más cauto, / atroz silencio”) y, al mismo
tiempo, de su propia vida (“Ahora estamos a solo, duro, / enemistado cielo”).
Sin la falsa vergüenza de que no la
denuncie su propia entidad, su auténtico sentir, Ida Vitale ha logrado erigir
la escueta carnalidad de sus textos a la vez concisos y jugosos, que no desdeñan
la médula ni el hueso, y que encauzan en su lengua ese contagioso, desesperado
y humanísimo aliento, ese jadeo de nuestra condición.
Entre “un
ramo de ruina” y “el gran árbol de luz”, con “ácida paciencia” la autora no
sólo “trueca el duelo en canto”, sino que es capaz de experimentar ---y
transmitirnos--- la densidad grave y no sólo fonética del lenguaje, de esas
palabras a las que de forma tan tierna y tan lúcida llama “Hermanas, tristes
nuestras”, a las que sanamente también concibe siempre al borde de la mortal
retórica: “Un breve error / las vuelve ornamentales”. La pasión, a un tiempo
enamorada y desolada que se percibe, vívida, en la escritura desnuda, árida y
ávida de Ida Vitale, es a la vez (al unísono, como debe ser) una pasión de vida
y de belleza, y no se entrega a la mortalidad sino para hacer de ella señales
preñadamente contagiosas de la especie, modos de ser más ser, crudo y veraz
lenguaje de los hombres, tenso y transido, que no nos seduce ni encandila. Vida
escrita latente y lista a fecundarnos, de igual a igual, sin trampas ni
añagazas: “Como este pájaro / que espera para cantar / a que la luz concluya, /
escribo entre lo oscuro, / y cuando nada hay que brille / y llame de la tierra.
/ Inauguro en lo oscuro, / observo, escarbo en mí / que soy lo oscuro.”
* Poeta, traductor y
ensayista argentino.
3.11.18
Cesare Pavese
Acaba de
aparecer
El oficio de poeta
Ensayos
escogidos de
Cesare Pavese
Selección y
traducción de Rodolfo Alonso y Hugo Gola
Prólogo y
apéndice de Rodolfo Alonso
Reedición
ampliada y revisada
EDITORIAL DUINO
La
primera edición de estos luminosos ensayos escogidos de Cesare Pavese, apareció
poco después de su suicidio. Y alcanzó entonces tal trascendencia que, no sólo
provocó sucesivas reediciones, sino que se mantuvo activa a lo largo de muchas
generaciones. Aunque ahora reaparecen en un contexto quizá tan refractario como
antípoda, creo que estas tocantes páginas pueden seguir resultando el contacto
con una madura lucidez en relación con la gran poesía y, al hacerlo, con el
mejor humanismo. Y frente a la sociedad burocrática del espectáculo, de la banalidad
globalizada y del consumo autoritario, en pleno totalitarismo de mercado,
sostienen una insospechada vigencia. Como contraveneno o como antídoto. Pero
también como alimento y como recuperación. La inteligencia, es decir la razón,
y también la calidez, la pasión, el temple intelectual y humano de Cesare
Pavese pueden continuar ofreciendo hoy, cuando es más necesario que nunca,
resiliencia, reparación, renacimiento.
Rodolfo Alonso
23.9.18
ENTREVISTA A RODOLFO ALONSO
LEDO IVO RODOLFO ALONSO NÉLIDA PIÑÓN 2006 Academia Brasileña Letras Palmas Académicas
La
Academia Brasileña de Letras
ENTREVISTA
A RODOLFO ALONSO
por Marco Lucchesi
(Uno) Su amistad con Brasil es una de las
páginas más expresivas de su biografía. ¿En ella se profundiza su ancestralidad
ibérica, como si Brasil y Argentina reivindicasen un estrecho parentesco, no siempre
declarado?
Como
a todo lo largo de mi vida, las cosas simplemente me ocurren, nunca son fruto
de un plan o de un proyecto. Yo me descubrí profundamente ligado con Brasil
desde que tengo memoria, desde mis primeros años.
La
contagiosa personalidad y diversidad de la vida cultural y social del pueblo
brasileño, la sensualidad expresiva de su lenguaje y de su música, me sedujeron
pronto. De hecho, los primeros poetas que traduje fueron los grandes
modernistas brasileños. Y a pesar de mi innata timidez trabé amistad con Carlos
Drummond de Andrade y Murilo Mendes, que me hicieron llegar sus libros y sus cartas. Y ese fue sólo el
comienzo.
Desde
entonces hasta hoy, traduje y difundí la gran literatura brasileña en castellano.
Y conocí Brasil, invitado a Bahía, Curitiba, Passo Fundo, Brasilia, Belo
Horizonte, Ouro Prêto, Rio. Y experimenté, así. la maravillosa sensación de
sentirme al fin inmerso en ese planeta vivo que es Brasil.
Sólo
mucho más tarde intuí a qué podía deberse acaso todo eso. De padres gallegos e
infancia bilingüe, el primero de los míos nacido en Buenos Aires, si tuve algún
don fue el de lenguas, el de oído. Nunca necesité aprender portugués. Quizá en
mi sangre venían aquellos trovadores que cantaban en galaico-portugués mucho
antes de que existieran las naciones.
En
1984, tras la dictadura, me tocó asistir emocionado al primer encuentro de los
presidentes Sarney y Alfonsín donde se cimentó el Mercosur, reuniendo a
Argentina con Brasil. Tan sólidamente que son ahora motor de la Unasur, entre las nuevas democracias
soberanas de nuestro continente, unidas como nunca y como nunca atentas cada
una a su propia identidad, a su propio camino dentro del destino general, en su
gran mayoría ampliando las libertades constitucionales y los derechos humanos
con la inclusión popular y la justicia social. Me alegra mucho eso.
(Dos) ¿Como primer traductor de Fernando Pessoa
en América Latina, ya daba muestras de cuál iba a ser su carta de navegación?
Deben haber sido,
supongo, mis primeras traducciones de grandes poetas brasileños lo que hizo que,
siendo tan joven, me pidieran seleccionar y traducir a Pessoa cuando aún era
casi desconocido, incluso en Portugal. Ese mismo año me encargaron la poesía
completa de Cesare Pavese. Y una novela de Marguerite Duras. Y al año siguiente
una amplia antología de Ungaretti. Con sólo eso, de entrada, era evidente
(aunque no lo supiera) que mi destino ya estaba fijado. Escribir, y también
traducir poesía. Que muy probablemente es otra forma de escribirla, ¿no?.
(Tres) Otra marca de su trayectoria fue la
revista de vanguardia “Poesía Buenos Aires”. ¿Más allá del gran papel
desempeñaado por el grupo, qué subsiste en su poesía?
Como dije estas cosas me
ocurrieron, jamás me las propuse. Introvertido y tímido, a mitad de la
enseñanza secundaria, la noche antes de cumplir mis 17 años me descubrí
convertido en el más joven de la
revista “Poesía Buenos Aires”. Fueron años fecundos y veloces, de entrega y
crecimiento.
En un clima de humor,
nada solemne, a lo largo de una década 30 números de una revista de vanguardia hecha
por jóvenes unieron creación, traducción y reflexión alrededor de la poesía. Y
se dijo que cambiaron la forma de vivir y escribir poesía, no sólo en la Argentina
sino aún más allá.
Fraternidad y exigencia,
fue lo que sentí me planteaban desde un inicio. Y es lo que siento me acompañó
hasta aquí. Uno era admitido con absoluta libertad, entre bromas y risas, pero
la poesía es una cosa seria.
(Cuatro) Su amistad con Aldo Pellegrini y todo
un régimen de planos y desafíos estéticos que lo llevaría a los poetas franceses
e italianos, ¿permanecen encendidos, como se puede ver en su libro “Defensa de la Poesía”?
Al
mismo tiempo que me integraba en “Poesía Buenos Aires”, fraternicé con los
surrealistas. Entre ellos, Aldo Pellegrini, figura central, pionero del
surrealismo fuera de Europa y en América Latina, fue muy generoso conmigo. Él
me propuso, muy joven, seleccionar y traducir nada menos que a Pessoa y a
Ungaretti.
Pero
el contacto, como experiencia viva, no apenas literaria, con los grandes de la
poesía francesa (especialmente surrealistas) o italiana, junto con lo que bebía
en lengua portuguesa, sobre todo en Brasil pero también en Portugal, surgían
tanto de una como de otra fuente. Y muchas veces eran descubrimientos
personales, que se compartían como una novedad alborozada.
(Cinco) Cito al azar algunos poetas brasileños
que tradujo: Manuel Bandeira, Dante Milano, Cecilia Meireles, Murilo Mendes, Alphonsus
Schmidt, João Cabral, Drummond de Andrade. ¿Su taller de traducción, abierto en
todos esos años, continúa activo para nuestra parte del mundo?
También traduje a João Guimarães
Rosa y a Mário de Andrade (tarea nada fácil). A Machado de Assis y Olavo Bilac.
O a Anibal M. Machado. Y a Clarice Lispector o Vinicius. Y ese manantial no
está cerrado. Todo lo contrario. Editorial Alción me publicó hace poco dos
antologías: “Poesía escogida”, de Drummond, y “La poesía sopla donde quiere”,
de Murilo, en las que cumplo un viejo sueño: reunir todo lo que traduje de cada
uno. Pero Brasil no me abandona. No puede. Y yo tampoco puedo abandonarlo. De
modo que seguiré incurriendo en traducción.
(Seis) Me gustaría oírlo sobre Juan
Gelman, su gran “compañero de viaje”, para usar la expresión cara a Alceu
Amoroso Lima.
Juan Gelman, pocos años
mayor que yo, me acercó su primer libro cuando ya me habían publicado un par de
títulos. Al comienzo no fuimos tan asiduos, nuestras vidas no siempre se
cruzaron. Todo cambió a partir de nuestro reencuentro, a medidos de 1994, en el
caudaloso Festival Internacional de Poesía de Medellín.
Recuerdo que Juan me
invitó casi secretamente a su hotel, donde me dedicó el bello “Dibaxu”, recién
aparecido. A partir de allí, gracias a su desmedida generosidad, nos
descubrimos muy unidos. Juan era un gran poeta, justamente celebrado, capaz de
seguir jugándose en cada nuevo libro, sin decaer en retórica alguna de sí
mismo. Y, algo tanto más extraordinario, absolutamente exento de cualquier
vanidad y devoto servidor de la poesía (“La Señora”, como solía aludirla.) Y al
mismo tiempo, no menos devoto servidor de la amistad, dueño de una amplia y
fraternal acogida, de una cálida hospitalidad de brazos siempre abiertos.
(Siete) Su obra poética se constituye casi en un
plano goetheano, atento a la filología de la “Weltliteratur”, en sintonía con las lenguas del mundo y de
nuestro tiempo. ¿Cuáles serían sus próximos pasos?
No lo sé. Yo me dejo
llevar. Siempre lo he hecho. Jamás hago proyectos. La poesía me ocurre,
insisto. Y al mismo tiempo estoy siempre rodeado de trabajo. Y trato de ordenar,
para volúmenes colectivos, la totalidad de mis libros de poesía. (Me cuesta
decir “poesía completa”. Me suena a oxímoron.) Ya se han editado tres
volúmenes: uno de Argonauta que reúne mis seis primeros libros, de extrema
juventud: “A favor del viento” (1952-1956), y otros dos de Eduvim: “Lengua
viva” (1968-1993), “El uso de la palabra” (1956-1983). Ese mismo sello
universitario, Eduvim, tiene en prensa el cuarto y por ahora final: “Ser sed”
(1993-2018).
Y aparecieron mis poemas
entonces más recientes: “A flor de labios” (Alción, 2015). Así como se editaron
nuevas traducciones de libros o antologías míos a otras lenguas: tres en
Francia, una en Inglaterra, una más en Brasil, y dos en Galicia.
También aparecieron o se seguirán publicado,
junto con libros propios, nuevas traducciones en Argentina, Chile, México
(Eugenio Montale, Fernando Pessoa, Dino Campana, Jacques Prévert, Sophia de
Mello Breyner Andresen, René Char, Saint-Pol-Roux). Dirijo una colección, “La
Gran Poesía”, para Eduvim (Editorial Universitaria Villa María). Siempre
bilingües, ya salieron siete libros: Baudelaire, Campana, Apollinaire. Emily
Dickinson, Miguel Hernández, poesía medieval italiana (Guinizelli, Cavalcanti,
Angiolieri), un gran Pessoa. El octavo será Saint-Pol-Roux.
Tuve la suerte de ser
editado, en Argentina y en más de una decena de países. Pero muy poco en la
España posmoderna, nada en Portugal, y por segunda vez en mi amado Brasil. Penalux
lanzó mis “Poemas pendientes”, con conmovedora introducción de mi viejo y
querido amigo Lêdo Ivo, y espléndidamente traducido por Anderson Braga Horta.
Pero sólo debería dar
las gracias. Busquemos primero ser dignos del don de la poesía, y todo lo demás
nos será dado por añadidura..
Publicada originalmente en portugués en el nº 77 de
la “Revista Brasileira”
de la
Academia Brasileña
de Letras, Rio de Janeiro, diciembre de 2013, pgs. 9
a 13.
19.9.18
IL RUMORE DEL MONDO
Franco Romanò
IL RUMORE DEL
MONDO
Rodolfo Alonso: Il rumore del mondo
(poesie scelte 1952-2007), traduzione di
Sara Pagnini, Ponte Sisto editore.
Il titolo dell’ampia antologia di Rodolfo Alonso
pubblicata in italiano dice molto, anche per la sua coerenza nella scelta dei
testi, distribuiti fra raccolte diverse su un lungo arco temporale che va dal
1952 al 2007. Alonso è un poeta del reale fisico prima di tutto. Luoghi,
paesaggi, uomini e donne che in tale scenario si aggirano, soffrono, amano,
attraversano la storia: questo è il rumore
del mondo1. Giunto alla fine del percorso del
poeta, due riflessioni mi sono balzate alla mente. La prima: solo in una terra
di larghi spazi poco abitati e colmi di silenzio, possono nascere certe suggestioni
naturalistiche. La prima poesia è già indicativa di questo: /È la pianura il figlio perfetto/ e dopo
avere visto anche per una sola volta la Pampa, come per il momento è toccato a
me, può capire subito perché essa sia il figlio (o la figlia) perfetta.
Percorrendo la Pampa l’occhio si perde, l’orizzonte è una lontanissima
presenza, il silenzio e gli animali sono dominanti, l’umano sembra ritirato in
un angolo di meditazione necessaria.
La seconda riflessione me l’ha suggerita un verso
riportato anche nella quarta di copertina dalla curatrice e traduttrice Sara
Pagnini e che mi ha fatto venire in mente un altro poeta appartenente al
continente americano ma del nord. Il verso dice:
/Io vi
invito,/ a far camminare l’amore tra gli indifferenti/.
Tale verso mi ha ricordato quella che Wallace Stevens
definiva la passione del sì, cioè la
propensione, nonostante gli orrori della storia, a rivolgere lo sguardo alla
vita nei suoi aspetti fisici, legati alla natura organica, alla terra e alla
luce e naturalmente all’amore fra gli esseri umani.
Il testo antologico, come dicevo più sopra, copre un
vasto arco temporale. Nelle prime raccolte il tema dominante è l’amore: La ragazza delle Isole Canarie, Fandango,
Venti favorevoli. Sensualità appena accennata e delicatezza sono il tratto
di queste liriche, ma è in Hiroshima mon
amour che il tema amoroso si fa più intenso e anche drammatico. In scena ci
sono un uomo e una donna come nel film omonimo:
una donna scende in
disperato orgoglio dall’aria di casa sua/come figlia della pena feroce della
furia piccola provinciale/il mondo contento arde quieto intorno a lei/canta
all’interno di questa donna il mondo come una bocca di fuoco//un uomo lontano
la contempla con occhi di disperato amore/quest’uomo è altri uomini è lo stesso
amore cantando per sopravvivere/il mondo contento arde veloce intorno a
lui/canta all’interno di quest’uomo il mondo come una bocca di fuoco/
Ciò che colpisce a una prima lettura è la simmetria
fra le due scene. I due sono lontani e non si possono incontrare, ma la
disperazione del mancato incontro proietta la sua ombra sulla tragedia di
Hiroshima, sottolineato da un lessico che allude in modo esplicito
all’esplosione atomica: pena feroce,
arde, bocca di fuoco. L’incontro non può avvenire perché c’è di mezzo la
storia. La poesia però non è finita.
quando la parola amore non
avrà bisogno di essere proniunciata/amore in tutti i corpi disperati bruciando
tranquilli/il mondo contento come una bocca di fuoco/una donna e un uomo
lentamente intorno ad esso/
L’orrore non è nominabile e infatti il poeta non lo
nomina, ma ci offre alla fine una metamorfosi. Le medesime parole che nella
scena iniziale indicavano la tragedia, nella parte finale indicano un diverso
fuoco e un diverso bruciare, intorno al quale le due figure precedenti potranno
incontrarsi in un futuro che non sappiamo quanto lontano sia. La storia in
quanto tale, entra raramente nell’opera, ma quando lo fa, come nel caso
precedente, la scelta cade sempre su eventi emblematici, oppure fortemente meditativi.
È il caso di Al fondo della notte a pag. 75, dove il grido di un ubriaco diventa
l’urlo di dolore di un mondo intero; oppure in Aria del perduto, (Pag.70), dove la ricerca di una misteriosa voce
o della riva perduta diventano
metafora di una ricerca di che ciascun lettore può ritrovare dentro di sé.
Quanto più ci si avvicina alle raccolte più recenti,
non mutano i temi, ma cambia il tono. L’abbandonarsi e il perdersi nella natura
è presente in un testo come Scogliera, dove il vento, all’inizio della
poesia, è visto nella sua essenza, ma poi subisce una metamorfosi alla fine
della quale è il poeta stesso a identificarsi del tutto con lui: …Vento sono per questo. L’amore torna e
rispetto ai testi delle primissime raccolte emerge la difficoltà delle relazione,
insieme alla determinazione a non cedere però a ricercarlo sempre (Come due astri). Il tono meditativo è
ormai una costante anche se in alcuni testi come Udendo Gilgamesh e Un ramo è più accentuato:
Come fossi una roccia,
l’impatto/del mondo mi levigherà/cinto dalla musica/moderata dagli astri?/
Anche il ramo dell’albero
che reggeva/tra la pioggia e la nebbia/l’uccello cantore di stamani/fa parte
della Storia
In queste brevi liriche, la delicatezza delle immagini
ricorda assai anche quella di certe stampe cinesi e giapponesi, dove con pochi
tratti si dà vita a un mondo. Nelle raccolte finali, tuttavia, la storia
ritorna con il suo peso, ma senza vanificare, la resistenza sottile di una
poesia che sfida il tempo.
UNA POETICA DELLA LUCE
Nel saggio introduttivo alla raccolta, Juan Gelman
parla del fulgore che caratterizza molti di questi testi. In effetti la
sensazione di essere quasi sempre immersi nella luce è una peculiarità che si
percepisce leggendo; tuttavia, ci sono anche paesaggi notturni, scene dove
l’ombra (non in senso metaforico ma reale) è presente. Il senso di lucentezza
forse deriva allora da altro. Il peso della storia, con le sue rovine evidenti
e che emergono dal testo raramente ma sempre emblematiche, non permette
salvataggi a buon mercato di qualsiasi cosa. Alonso è consapevole di aggirarsi
in una scenario di desolazione e non lo respinge ma cerca in quel contesto
quali oggetti, parole, situazioni possono esser salvate e conservate per un
futuro nel quale non bisogna smettere di sperare e prefigurare. La passione del
sì alla vita è in definitiva questa:
inutile rimpiangere un ordine del mondo che non esiste, ciò che conta è
continuare a vivere anche in mezzo a queste rovine e far camminare l’amore fra gli indifferenti.
1 Soltanto dopo la pubblicazione in italiano l’autore si è reso
conto che, insieme alla traduttrice, erano stati entrambi traditi dal demone
dell’omofonia. Infatti, la parola “rumor”, in castigliano, può significa anche
“sussurro” o “mormorio”. Naturalmente
entrambi hanno convenuto che questi sono i rischi di ogni traduzione. In quanto lettore e recensore di quest’opera
posso aggiungere che io stesso ho pensato più volte che “mormorio” fosse una
parola più adatta a rappresentare le atmosfere del libro. Aspettiamo allora una
seconda edizione.
1 Soltanto dopo la pubblicazione in italiano l’autore si è reso
conto che, insieme alla traduttrice, erano stati entrambi traditi dal demone
dell’omofonia. Infatti, la parola “rumor”, in castigliano, può significa anche
“sussurro” o “mormorio”. Naturalmente
entrambi hanno convenuto che questi sono i rischi di ogni traduzione. In quanto lettore e recensore di quest’opera
posso aggiungere che io stesso ho pensato più volte che “mormorio” fosse una
parola più adatta a rappresentare le atmosfere del libro. Aspettiamo allora una
seconda edizione.
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Rodolfo Alonso - Poesía
19.7.18
EDUVIM
Editorial Universitaria Villa María
Colección
LA GRAN POESÍA
Dirigida por Rodolfo Alonso
Títulos publicados
Mi bella tenebrosa
Antología esencial
Chales Baudelaire
Cantos órficos
Antología
Dino Campana
La razón ardiente
Antología esencial
Guillaume Apollinaire
La asesina rubia
Antología poética
Emily Dickinson
DENTRO –de luz
Poemas en prosa
juveniles
Miguel Hernández
La gloria de la lengua
Poesía medieval
italiana
Guido Guinizelli
Guido Cavalcanti
Cecco Angiolieri
YO es otros
Antología esencial
Fernando Pessoa
En preparación
El inmortal futuro
Poesía escogida
Saint-Pol-Roux
YO es otros
Fernando Pessoa
YO es otros
Antología esencial
Selección, traducción,
prólogo y notas de
Rodolfo Alonso
Edición bilingüe
Colección LA GRAN
POESÍA
EDUVIM
Ediorial Universitaria Villa María
“La canonización universal de un poeta tan secreto,
originalísimo y poco complaciente como el portugués Fernando Pessoa
(1888-1935), no deja de resultar asombrosa. Sólo llegó a publicar un único
libro: “Mensaje”, y fue durante
muchísimos años tan imperceptible como su vida cotidiana. Que escondía algo
insólito: la peculiar existencia en su yo de otros poetas, cada uno con su
biografía y su estética propia, los heterónimos. Es decir, lo único que lo
haría resplandecer, brillar, era lo escondido, lo oscuro, lo no visto. Y lo que
le volvía único, era ser muchos. Aún sorprende la exquisita avidez, la delicada
fidelidad con que tantos lectores, en esta era de banalidad globalizada, viven
como descubrimiento personal, trascendente y enriquecedor, a este gran poeta
distante, multifacético, exigente y oculto.”
RODOLFO
ALONSO
16.7.18
Un reportaje en Venezuela a Rodolfo Alonso
EL HONOR DE SER CAPAZ DEL
POEMA
En su número 66, fechado el 15 de
febrero de 1987, la revista venezolana Poesía, publicada en la ciudad de
Valencia por la Universidad de Carabobo, publicó las respuestas de un grupo de
poetas latinoamericanos al cuestionario que fuera elaborado por Eugenio
Montejo. Las que siguen pertenecen a Rodolfo Alonso.
¿Cuál es su opinión sobre la poesía latinoamericana en las actuales
circunstancias?
La
ambiciosa --y probablemente inocente-- desproporción de esta pregunta, sin duda
debería inhibirme. Generalizar siempre es riesgoso, y hasta puede derivar en lo
vacuo, en lo superficial. ¿Quién puede afirmar que se encuentra en condiciones,
cuando más estadísticas, de haber leído todo --o aún suficientemente-- lo que
se produce en nuestro maravilloso e infausto continente? ¿Quién podría aseverar
que conoce a toda la poesía
latinoamericana? Digamos, cuando menos, que en un momento de por lo general
crasa lasitud y opaca anomia para la poesía occidental contemporánea, por
contraposición el fervor y el hervor de nuestro continente se hacen palpables
más en una ausencia, en la conciencia
de una carencia, en la herida que es la poesía posible y que nos falta,
revelados por lo mucho que se escribe poesía entre nosotros.
Hay
una verdadera epidemia de autores, pero me temo también que falte el criterio
del valor. Como ya dije alguna vez, quizá el sentido de la presencia evidente
de una poesía latinoamericana contemporánea sea este: representar amplios
estados de ánimo colectivos antes que limitarse a algunas pocas cimas
significativas. Al mismo tiempo, todo hace suponer que ciertos mitos acerca del
poeta se van derrumbando lentamente. Ni ángeles caídos ni profetas redentores,
los mejores entre los poetas latinoamericanos se van redescubriendo en la
oscura selva viva del lenguaje, que no es distinta a la oscura selva viva del
corazón humano y de la mismísima e incontrastable realidad.
Abrumados
por esa desmedida cuando no asoladora realidad, orgullosos de una estirpe que
sin embargo no tiene ahora curso legal, dueños y a la vez deudores ante el
mundo, hay sin duda poetas recientes en Latinoamérica que ya nos han dejado su
señal. De la magnitud o de la persistencia de su brillo, de su resplandor en el
mejor de los casos, del alimento de su luz o del alcance de su luz, también
seremos todos un poquito responsables.
Por
enésima vez, digamos que la poesía no describe ni enuncia, que el poema es. En primer lugar, entonces, volvamos
a la obra. La poesía escrita tiene una praxis concreta que no es otra, por
supuesto, que el texto. Toda opinión, todo prejuicio, debe ser sostenido con la
alusión al texto que lo avale. No es por los servicios prestados a una u otra
causa, por los favores conquistados o los halagos merecidos que debe ser
juzgada una obra. Aunque ella tenga también su vida propia, como organismo
histórico, social y cultural, debemos esforzarnos en apreciarla ante todo como
texto: es allí, en el desafío del lenguaje, donde todo valor y todo sentido han
de encararse como evidencia para merecerse.
El llamado boom de la
narrativa acrecentó el interés por la nueva literatura de este continente.
¿Cree usted que ello haya favorecido de algún modo a nuestra poesía?
Además de
los innegables ingredientes que hicieron del publicitado boom de la narrativa latinoamericana antes otro lanzamiento comercial de la inefable
sociedad de consumo que un auténtico acontecimiento cultural, digamos que
Latinoamérica debe renunciar de una vez a sentirse condenada a esperar
perpetuamente la reiteración de su descubrimiento.
El verdadero descubrimiento de América será el que ella haga de sí misma, de su
propia ventura y de su propio dolor, de su propio lenguaje y de su propia
savia, y no el que quiera seguir viendo reflejado en los ojos del otro:
conquistador, caudillo, general, patrón, desarrollado, superpotente.
Quizá
por ello la auténtica poesía latinoamericana (mirada nueva, limpia, fresca,
original, mirada hacia sí misma, en sí misma) no pudo obtener ningún beneficio
concreto del estallido del boom
porque su misma esencia, su ser poesía
y ser además latinoamericana, la
hacía inviable para los carriles por donde circularon en cambio fácilmente
otros productos. La poesía latinoamericana, por serlo, no resultaba ni útil ni rentable
para los artífices del boom.
Tradicionalmente los poetas latinoamericanos, de expresión castellana,
al contrario de lo que ocurría en otras lenguas, no nos han dejado --salvo
excepciones-- aportes teóricos sobre poesía. Algunos, como Neruda, se rehusaron
expresamente a hacerlo, reservando esta labor a los críticos. ¿Cuál es su
parecer al respecto?
De ninguna
manera pienso que pueda entenderse como obligatorio el hecho de que un autor
reflexione teóricamente sobre su propia obra o la de otros. Pero creo también
sinceramente que nadie puede sustituir como teórico al auténtico creador cuando
se lanza a reflexionar. En esto, sin duda, volvemos a lo que ya afirmaba
Baudelaire: ningún crítico llegará a ser poeta, pero todo poeta esconde a un
crítico. Como naciones, como culturas, nos conviene que aflore urgentemente la
mayor cantidad posible del pensamiento crítico que hay sin duda dentro de los
poetas y de los artistas latinoamericanos.
Las tendencias líricas aparecidas en los últimos cuarenta años, las
mismas que se hallan más o menos vigentes, se agrupan bajo lo que tentativamente Octavio Paz ha definido como
la posvanguardia. ¿Está de acuerdo
con esa denominación o prefiere emplear otra diferente?
Aquí, en
cambio, me parece que el problema supera ampliamente a la pregunta. La cuestión
no es cómo denominamos al fenómeno, sino si lo hemos comprendido y hemos
asimilado lo que tenía de positivo, desechando por otro lado lo nocivo o
negativo. Los movimientos artísticos no existen en el vacío, no tienen entidad
si no se encarnan en obras. Son las obras, entonces, en primer lugar, y luego
sus relaciones y sus significados culturales, las que deben preocuparnos, y no
la forma de denominarlas. Salvo que esa denominación, ese nombrar, incluya,
implique una nueva perspectiva, ilumine un nuevo ámbito, amplíe nuestro espacio
para vivir y para crear. Modestamente, no creo que el vocablo post-vanguardia, apenas temporal o
físicamente clasificatorio, alcance a superar o esclarecer las ambigüedades y
contradicciones que ya el concepto de vanguardia,
acuñado a comienzos del siglo XX, acarreaba consigo desde entonces.
En la época que vivimos, de amenazas universales y tensiones de
pre-guerra atómica, ¿qué misión le asigna usted al poeta?
Otra vez,
una pregunta de inocencia demoledora. ¿Cómo evitarse decir que todos
quisiéramos que el poeta fuera capaz con su palabra a la vez de realizarse como
persona y de ayudar a todos sus hermanos, de enunciar la palabra necesaria,
imprescindible y única, la palabra a la vez tan íntima y secreta, húmeda
todavía del silencio de los orígenes, emergiendo en una orilla virgen del
universo, y también a la vez general, compartida, fraterna, solidaria, no tan
sólo ofrecida sino también aceptada por los otros, que entonces la harían suya
y le darían destino, aunque ese destino fuera el no poco glorioso de volverse
sabiamente anónima, ya sin autor ni tiempo, encarnada en el fluir mismo de la
vida y de lo humano?
Ni
traicionarse, pues, ni traicionar a los otros; y además, no traicionar la
propia lengua, el propio idioma, el sonido que uno ha venido a traer al mundo.
Y siendo uno ser la especie, tan bellamente bárbara e intuitiva como
trágicamente condicionada por las culturas que se ha hecho o le han impuesto. Y
ser la esperanza de un mañana mejor, la luz de la utopía sin la cual no merece
la pena vivir. Y ser también, al mismo tiempo, la conciencia de nuestra
irrisoria pero desmedida condición. Lo que somos, lo que podríamos ser, quizá
lo que seremos.
Pero
bien sabemos que, por ahora, la única gloria honestamente deseable ya no es
siquiera ni la de vivir en el corazón de los otros, de algún otro, sino más
humilde y sabiamente el honor y el placer, la angustia y la ansiedad de haber escrito, de haber sido capaz del poema, que por nosotros
circuló y ahora está vivo, fragante y tibio, latente carne de lenguaje, recién
amanecido, temblorosamente inclinado, libremente tendido hacia los otros,
hipócritas o no, semejantes, hermanos.
Poema en prosa de Rodolfo Alonso
UN HORIZONTE QUE RETROCEDE
El altísimo nuba se alzó, en toda
su extensión, tan elásticamente como si no hubiera separación, hiato alguno (y,
milagrosamente, no lo había) entre su cuerpo esbelto, torneado cuidadosamente
por la mismísima intemperie, y aquello que lo animaba. Los hombres de Kau –y
esa denominación, a la vez precisa y ambigua, incluía ineludible y naturalmente
a las mujeres--, vivían en su cuerpo como lo hacían en la naturaleza, sin
percibir distancia alguna con ella.
Sin embargo esa sutil inmersión no
era exactamente la misma de que gozaba, por ejemplo, el animal. Casi sin
distinción posible, pero con una distensión que implicaba alguna forma de
dominio, algún poder que no necesitaba ejercer el poder, los nuba eran hombres
con la misma naturalidad, desde la misma naturaleza con que eran animales los
animales que no conocían más que la libertad.
Por ello no podían imaginar
siquiera, de una manera digamos racional, que había habido quizás, y quizá
también mucho tiempo atrás, alguna leve modificación, algún pequeño sobresalto
en la cadena de todos los hombres del mundo que los había conducido
precisamente allí, a ser nubas en Kau. Y tampoco podían saber, porque de
saberlo hubieran sido otros, que Kau no era todo el ancho mundo y que no todos
los hombres habían mantenido esa, al parecer, armonía con el cosmos y con su
propio cuerpo.
Al mismo tiempo que se pintaba
cuidadosamente con ceniza, sin saber acaso que el hacerlo constituía una
religión, y que blandía sin aspavientos sus armas de siempre, pequeñas y
livianas pero tan eficaces, tal vez sin saber que eso constituía, asimismo, una
estrategia y por lo tanto un arte de la matanza, al mismo tiempo que adoptaba
muchas veces, en descanso, la pose que iba a adoptar alguna vez dentro de la
ventruda vasija funeraria en la que no pensaba nunca, pero también sin saber
que eso constituía, digamos, una civilización, el nuba no podía imaginar que
había habido alguien llamado César, Atila o Alejandro, ni tampoco, por supuesto,
Tersites o Espartaco y que, al igual que él, había respirado alguna vez en el
mismo planeta cierto nombrado Adolf Hitler.
La pureza era entonces saludable
porque no tenía constancia de ser una pureza y, por lo tanto, al no temer
ninguna Moby Dick podía permitirse no ser, aún, feroz. ¿No había entonces
ningún mal en el mundo que el nuba creaba al desplazarse armoniosamente junto a
sus compañeros, animales u hombres, en su tierra de Kau? ¿O el mal estaba
dentro, aletargado, esperando aparecer al soltarse de improviso como un muñeco
de resorte?
El nuba concluyó de levantarse,
tomó en la mano derecha su corto venablo de hoja ancha y aguzada, cargó sobre
sus hombros el peso imperceptible de arco y flechas, miró sin pestañear al
horizonte rojizo del alba que él no sabía africana y, sin darse cuenta tampoco,
quedó inmortalizado para esta y otras muchas preguntas en una foto de Leni
Riefenstahl, esa mujer que se negó a elegir entre Belleza y Mal, para dejarnos
–acaso-- las siniestras contestaciones a nosotros.
DESNUDO Y AUTOPISTA
Poema en
prosa de Rodolfo Alonso
DESNUDO Y AUTOPISTA
(En
modesto homenaje a
Aloysius Bertrand y Charles Baudelaire)
Rozando el horizonte, baja, la luna enorme se asoma sin pudor. Altos
focos afónicos y la ancha pradera del asfalto lustroso crean el escenario,
reluciente, cósmicamente real, sobre el que los fantasmas veloces de los autos
no se imaginan como personajes. Pero sí que lo hacen esta noche grandes putas
vivaces, esbeltísimas, no menos relucientes, pavoneándose en sus tacos
altísimos y que se desplazan, ofreciéndose, agresivamente vestidas de desnudo,
con gloriosa pintura de guerra, en las orillas del río tornasolado donde se
mezcla el fuerte hedor azul de los aceites y de las naftas quemadas, como un
bárbaro incienso, con la rutilante niebla nacarada que acuchillan los faros.
Todo se hace espléndido y concreto, un instante cabal generado acaso por el
genio inconsciente y preciso de un sueño colectivo, suspendido en el espacio y
en el tiempo, a la vez al borde y en el centro de esa ciudad que sigue
cabeceando en su vigilia anhelante e insaciable. Casi en la frontera del fluir
resplandeciente, de espaldas a las fantásticas figuras, el espectáculo
sorprende a alguien que cree pasear su perro y queda en descubierto, absorto,
al descubrirlo, desde las bambalinas de su realidad. No lo sabe pero algo está
por ocurrir, certero, inevitable, y él está allí tan sólo para verlo. Y para
intentar, quizá, que otros vean. Una morena se aparta rozagante volviéndose
hacia las sombras de la tierra de nadie, donde no hay más que pastos ralos
calcinados de smog y sequedad, entre rezagos, detritus, desperdicios. Ella da
unos pocos pasos tensos, elásticos, desde su altura que al mirón se le hace
grave y densamente seductora, hacia los árboles escasos que, agrupados, proyectan
sus pequeñas sombras, simulacro de selva, sobre un claro irrisorio. El que la
ve se imagina un contexto, el contorno: la puta enorme de andar casi desnudo,
que en la relativa oscuridad de esa faja sin dueño entre el resplandor y el
vecindario ha perdido sus reflejos ficticios, ganando algo que a él le parece
diría natural, sanamente animal, y que al volverse –desde lejos, al
menos--también se ha vuelto ahora vagamente carnal, tibiamente cercana en su
sorprendida y sorprendente intimidad solitaria. Pero ella orgullosa y
simplemente se acuclilla, sin dejar por eso de mantener erguida fieramente su
cabeza, y aparenta orinar largamente, con la magnífica dejadez de un momento
sagrado, permitiendo al hacerlo que la luz entre eléctrica y lunar se deslice como
un brillante espejismo sobre su grupa hendida, deliciosa, soberbia, para
concluir escurriendo rápidamente hacia arriba de una sola vez el canto superior
de su mano derecha entre los muslos. Él se descubre preguntándose, extrañado y
extraño, si podría llegar a importarle saber que ha sido vista, o si lo que tal
vez él únicamente ha percibido es algo del todo incomprensible o tal vez
majestuosamente lejano para ella. Que no sabe entonces que la luna ha llorado
esta noche en las orillas de la gran carretera.
OPINAN SOBRE RODOLFO ALONSO
Rodolfo Alonso es uno de los mejores exponentes de la más nueva generación de poetas argentinos. Dotado de un sorprendente dominio de la materia verbal, en la que conjuga las conquistas de la poesía moderna en el terreno del lenguaje con el respeto de la estructura y del espíritu de la lengua cotidiana, sus poemas surgen de un apasionado diálogo con el mundo y los hombres, asumidos en su dramática realidad. Surgen en el limpio decir del amor y de la esperanza. Y este decir nos convence por su sinceridad de experiencia y su calidad de comunicación.
RAÚL GUSTAVO AGUIRRE
Buenos Aires, 1956
Intensificación espiritual, síntesis, absoluta liberación expresiva a través de la simplicidad y la brevedad; eso es lo que Rodolfo Alonso aporta a lo que se ha dado en llamar “vanguardia de la poesía argentina”.
TOMÁS ELOY MARTÍNEZ
Tucumán, 1958
Resulta atractiva y curiosa la polivalencia de algunos giros, al haberse suprimido los signos de puntuación, como es frecuente en la poética contemporánea. Poesía distante de la huella discursiva, que tanto daña a casi todos nuestros poetas. Poesía ceñida y a la par generosa, pero no con generosidad de reparto, sino de ser (“quisiera hablar de mí / sin olvidar a nadie”).
ROBERTO JUARROZ
Buenos Aires, 1959
La voz de Rodolfo Alonso tiene un acento de autenticidad ineludible. Discreta, lenta, como distante, ella se apoya en las palabras más simples y cotidianas, en las locuciones aparentemente más insignificantes, como para verificar el valor del lenguaje, la resistencia de sus nexos. Esta distancia que acentuamos es la señal de una intimidad y de un rigor. Es que esta voz es siempre la de alguien, la de un hombre. Pero si su timbre no hiere porque discreto, si el poema tiende a resolverse circularmente en una leve ondulación que se alarga hasta la orilla del silencio -- un mar mayor donde él emerge y adonde retorna--, si, en fin, esta voz tiene el peso grave de la soledad, tiene igualmente el de la responsabilidad que admirablemente nos es propuesta en este dístico: “los ojos que sostienen el mundo / no deben detenerse”. La soledad de este poeta no es un obstáculo a la comunión fraterna, hasta se diría que es una condición de ella. Sea como fuere, no hay allí complacencia ni renuncia, sino el gusto acre de la conciencia en tensión con la existencia, la tensión propia de quien busca el justo equilibrio, el verdadero centro de la realidad, donde las diferencias accidentales se anulan para dejar lugar a la diferencia esencial, a la verdadera presencia del yo ante el mundo y ante los otros. Una poesía que en su contención y en su elegancia no escamotea los datos dolorosos de la condición humana, y nos convida a una presencia a un tiempo más auténtica y más vasta, es una poesía que no puede dejar de interesarnos porque es capaz de dar toda la medida de la dignidad humana y del duro oficio de vivir del mundo de hoy.
ANTÓNIO RAMOS ROSA
Oporto, 1961
Querido Rodolfo Alonso: Sus palabras de amistad me resultan preciosas proviniendo de un hombre que me parece dar tanto valor a la Poesía como para no disolverla en el discurso y la efusión gratuita, sino por el contrario asirla y respetarla en su estado de revelación, comprender lo que ella tiene a la vez de pudoroso y de violento y saber no traducir sino su grito sin añadirse indebidamente a ella. Creo que esa es la única manera de acceder a la dignidad de respirar también un día con lo que esa Poesía guarda de calma sagrada y de efusión eterna. Tratarla, como usted lo hace, en el honor de su simplicidad y de su apartamiento frente a lo que no son más que accidentes en el mundo, le asegura proseguir durante largo tiempo su camino con esta grande y quizás única real Compañera. Yo se lo deseo de todo corazón y le envío mis votos de coraje cotidiano, sabiendo cuánto la vida en Poesía reclama de abnegación y de energía mental. Desde todo punto de vista, estamos siempre en condiciones de morir y toda presencia se gana en la sangre y el sudor del alma. Pero usted es un verdadero combatiente.
RENÉ MÉNARD
París, 1964
Rodolfo Alonso ha publicado varios libros breves hasta el presente, y el último de ellos que recoge poemas de diversos años muestra el nivel acaso más alto de su producción. El título, Entre dientes, es en sí la acertada definición de una estética. Entre dientes no se pueden decir más que pocas palabras: los dientes son un filtro que a la vez que impide la cuestionable fluidez del discurso habitual brinda en vocablos contados –cuyo poder expresivo se multiplica proporcionalmente a la disminución de su número-- la esencia del discurso. Así lo muestra con felicidad el poema brevísimo titulado: “EL QUE QUIERA CELESTE QUE LE CUESTE // cielo / rodeado // tierra que quema”, en el que cinco palabras bastan para crear una zona de alta sugestión.
H. A. MURENA
Buenos Aires, 1965
Una poesía que no usa las palabras por la sensualidad que desprenden, sino por el silencio que concentran: así es la de Rodolfo Alonso. Poesía que intenta expresar el máximo de valores en el mínimo de materia verbal, imponiéndose una concisión que llega a la mudez: “Hay cosas que ni digo.” Y que, por eso mismo, se juzga con severidad: “¿Para salvar / un minuto / escribo / en lugar de vivir?”.
En verdad, escribir, bajo tamaña exigencia, es un acto de vida, liberada de violencias, mistificaciones y compromisos. Y restaura la vida esencial, captando lo que, en la sucesión del tiempo, ni siquiera es percibido por los que tienen ansia de llegar a un punto inexistente. Rodolfo Alonso observa, por ejemplo, una cicatriz. Aparentemente, es una obra acabada de la naturaleza. Pero, por debajo de ella, el poeta descubre el fuego central de la llaga, permanente, que consume y alimenta. “La herida ya no sabe si existe. Sólo la cicatriz, pero viviente, zumba y resiste, negándose a morir, negándose a vivir.”
Tal vez la ambición de este poeta –¿cómo saber con certeza la ambición de la poesía?– sea traer a la vida de todos los días el fuego de una llaga viva de amor, ardiendo en el mayor silencio de comprensión.
CARLOS DRUMMOND DE ANDRADE
Rio de Janeiro, 1969
Desde su participación en el grupo “invencionista” hasta este último libro, Relaciones, Rodolfo Alonso aparece como un nombre imprescindible en la historia de nuestra poesía. Sus numerosos volúmenes recorren el proceso de búsqueda de un espacio que, en las coordenadas argentinas, realice el doble gesto de universalidad y ruptura.
HÉCTOR N. SCHMUCLER
Buenos Aires, 1969
Tengo un libro suyo que me gustó mucho por su pureza y claridad: Entre dientes. Sería muy bueno conocer más de su poesía.
JORGE TEILLIER
Santiago de Chile, 1979
La poesía, relativamente independiente de las arduas negociaciones que presiden los cambios en los modos generales del sentir y del pensar, puede a veces anunciarlos: por eso, no es extraño que un poeta prefigure los que luego devendrán los lugares comunes ideológicos de una generación. Seguir a Rodolfo Alonso a través de esta aventura poética que abarca veinticinco años y cien poemas es una experiencia sencillamente impresionante: no sólo porque esta excelente selección muestra la madurez, la “entrada en sazón” de una voz poética de primer orden, sino también porque en cada tramo del camino el poeta que querría hablar de sí “sin olvidar a nadie” señala el trayecto que todos habían --habíamos-- de seguir.
DANIEL SAMOILOVICH
Buenos Aires, 1981
“Incide en su poesía, como una luz negra, todo el dolor de nuestra época. Esa conjunción de la historia, la desgracia y del momento `intemporal` --valga la paradoja--, edénico, es uno de los caracteres que más seducen en su obra.”
ALEJANDRO NICOTRA
Villa Dolores, 1988
El poema de Rodolfo Alonso es un acto, un acto de ternura irradiante como un gesto de amor en una luz discreta y refinada. Es en ese acto que se manifiestan, y se resuelven temporariamente, las contradicciones de las que toda existencia está animada. En el curso de esta aproximación activa, siempre inquieta y sin embargo feliz, de una resolución precaria, los poemas se escriben, casi fortuitamente, según las condiciones del momento e independientemente de todo proyecto formal. Rodolfo Alonso no es de aquellos que se sientan a la mesa con intención de “fabricar” un poema: eso le parecería no solamente ridículo, sino lógicamente absurdo. Es en la existencia misma y en sus datos inmediatos que las palabras hallan su fuente, no para traducirlos, sino para clarificarlos, para elucidarlos. No es inocentemente que Rodolfo Alonso tituló a una de sus más bellas colecciones “Hablar claro”. Elucidación a menudo dolorosa, a veces tangencialmente risueña, pero constantemente aireada como por un sentimiento de alivio, la voz de Rodolfo Alonso se hace vuelta a vuelta extremadamente breve, a menudo muy lacónica, a veces más distendida pero siempre de una profunda discreción. Hay pocos lenguajes, sobre todo en la América hispánica, que sean de una tan escrupulosa precisión, perfectamente exenta de la menor nota falsa, de la más mínima importunidad. Ese “porte”, esa elegancia (en el sentido más elevado del término) no son para nada pretendidos ni apremiados, sino muy simplemente naturales, y probablemente el efecto de una suerte de timidez que depende, ella, de la incertidumbre, de la duda, que son lo propio de todo poeta auténtico. Estoy convencido que Rodolfo Alonso, precisamente porque lo que escribe es un acto de vida, radicalmente extraño a toda vanidad de elaborar una obra “literaria” (aunque, de hecho, ella se haya constituido magistralmente bajo nuestros ojos), ¡fue el primer sorprendido al descubrir que sus escritos eran eso que se llama poemas! Quizá fue eso lo que me tocó tan profundamente cuando leí por primera vez y por otra traduje, sus textos.
FERNAND VERHESEN
Bruselas, 1991
“En su poesía he sentido siempre –mejor dicho, en gran parte de su poesía-- una preciosa conjunción estética de historia y eternidad. Quiero expresarle que su aprehensión del esplendor sagrado, de lo inefable de la vida, está muchas veces aunada a la sugerencia de la circunstancia histórica.”
ALEJANDRO NICOTRA
Villa Dolores, 1994
Si me dijeran que hay en otra parte
de este mundo una sonrisa tan cercana y
tan lejana a la vez, sonreiría, descreído
y un poco desorientado.
Pero ahí está Rodolfo Alonso,
viajando a la tierra desde el infinito:
hace, de este modo, su camino al revés,
pero seguramente que será reversible, y
alguna vez, a la vera de algún dios, lo
tendremos rindiéndole cuentas a la poesía,
con una libretita titulada Salud o Nada.
El tribunal de su rendición lo forma-
rán sus mejores enemigos -si los tuvo-,
algunas danzarinas, aliadas de la poesía,
y un hada muy bella pero muy maliciosa,
que finalmente firmará una sentencia que
dirá:
“La paz sea contigo, hijo de la
poesía”.
FRANCISCO MADARIAGA
Buenos Aires, 1998
Desde “Salud o nada”, que apareció en 1954, la vida y la obra de Rodolfo Alonso vienen dedicándose con exclusiva pasión al trabajo poético, en su triple vertiente de creación, de traducción y de reflexión sobre el arte singular de la poesía, buceando, como está escrito en su homenaje a Aldo Pellegrini, “en la opacidad de las palabras / a la búsqueda del momento justo”. En este nuevo libro: “El arte de callar”, la limpidez lírica de Alonso, internándose en la espesura riesgosa de formas y de temas nuevos, instala una compleja atmósfera poética, hecha de confesiones, de argumentos, de juegos verbales, pero también de devociones y de requisitorias, de diatribas y de homenajes. Una obstinada lucha por el verbo y por la verdad poética sintetizada por uno de sus más apropiados dísticos: “Batallas perdidas ya hace tiempo / se siguen combatiendo en mi cabeza.”
JUAN JOSÉ SAER
París, 2003
H. D. Thoreau requería a cada escritor que, tarde o temprano, hiciera un sencillo y sincero resumen de su vida. Rodolfo Alonso también ha respondido cabalmente a ese requerimiento y nos entrega, con generosidad inusual, las claves de su propia obra, con la integridad de su conducta como ser humano y como poeta. Al realizar el inventario de sus lecturas –-Rimbaud, Dante, Baudelaire, el digno Saint-Pol-Roux, víctima de la barbarie nazi, y tantos otros--- hace también el recuento de su propia vida, sus experiencias en el placer y el esplendor de la obra de los demás, de la gloria de la lengua y de la dignidad de las palabras.
HÉCTOR TIZÓN
Yala, 2004
La evaluación del largo trayecto recorrido por Rodolfo Alonso en medio siglo conduce al lector a establecer la abolición del escenario histórico y cronológico, para que el trabajo poético de uno de los mayores poetas argentinos (y latinoamericanos) de nuestro tiempo pueda dejarse ver en toda su nitidez – y en todo su misterio. El telón de fondo de su actuación apunta hacia una era de emergencias y torbellinos: el siglo XX, con su extenso catálogo de colisiones y cambios, y el surgimiento y sucesión de tantos movimientos poéticos, desde el pos-simbolismo mallarmeano y valéryano al surrealismo, al dadaísmo, al cubismo, al creacionismo, al ultraísmo, a los vanguardismos autocráticos o irradiantes, en busca de una contemporaneidad que casi siempre se sitúa o se oculta en dominios oscuros o desvaídos.
Las mutaciones estéticas de un siglo dividido y desgarrado entre la tradición y la ruptura, el avance y la regresión, la aventura y el orden, rigen la herencia poética de Rodolfo Alonso. Hombre de su y nuestro tiempo, abierto a la información estética, él no convivió y convive apenas con los grandes legados ostensivos o esquivos de la creación poética. En su condición de traductor –o mejor, de Príncipe de los Traductores, que promovió la travesía lingüística de tantos nombres contundentes o eméritos– participa, como co-autor o co-creador, de un proceso en que el trasplante de poemas extranjeros a su lengua natal corresponde a una verdadera recreación. En su faena de traductor, él les confiere una nueva respiración; un nuevo secreto; incluso un nuevo espanto. Les transfiere esa respiración viva y alentadora que sustenta sus propios versos.
LÊDO IVO
Rio de Janeiro, 20 de febrero de 2006
Traductor, ensayista, crítico y, ante todo y sobre todo, poeta, Rodolfo Alonso ha publicado más de veinte libros de poesía. El título del primero, que recoge poemas escritos desde los 17 años, anuncia la obsesión central de esta voz única: salud o nada. “Yo quiero ser / de los que aman la vida / de los que son la vida / candente inimitable.” Desde hace más de medio siglo, esta voz cristalina celebra la existencia vertebrando su palabra como una espiral más abierta. La espiral, dijo sor Juana, es la verdadera representación de la belleza.
La belleza hace la música de estos poemas, repujados con un rigor formal, imaginativo y conceptual excepcionales. “Yo los invito / a pasear el amor entre los indiferentes”, invita Alonso. Su fulgor sin duda nace de un subsuelo de dolores y suciedades del mundo que él supo apisonar a golpes de hermosura. En una época cada vez más deshumana como la que nos toca padecer, llagada por ese genocidio más silencioso que el de los hornos crematorios pero no menos terrible que es el hambre, su poesía dispara contra los ministros de la muerte y espera el tiempo “en que la palabra amor no tenga necesidad de ser pronunciada”. Parafraseando a René Char, no permite que los caminos de la memoria sean cubiertos por la lepra de los monstruos.
Alonso, poeta verdadero, nombra lo que no tiene nombre todavía. Su poesía crece a la intemperie de lo que va a venir y está llena de hombres y de mujeres: le duelen “las cadenas / las manos de los otros”. Ve la palabra ajena y la alberga, la transforma, la calcina para devolverla limpia al otro. Interroga al misterio y encuentra los laberintos del enigma: “El bien y el mal te forman un solo meridiano.” Se piensa a sí misma y, para saberse, se ignora. Su invención ensancha la invención del horizonte.
JUAN GELMAN
México DF, 2006
Un notabilísimo poeta y escritor que amo mucho, Rodolfo Alonso, y al cual debo también una generosa atención, sobre todo el descubrimiento de su poesìa. Una intensa, bellísima poesía, con una gran fuerza intelectual, y un gran encanto fantástico, pero llena de imágenes que van al corazón. Que hace sentir con gran originalidad el amor, “El amor victorioso”, “todo cae sobre mí”.
Estoy contento de que Trieste lo festeje como merece.
CLAUDIO MAGRIS
Trieste, 2009
Allí donde la historia ejecuta, el poema, en tanto posterioridad, no situado en la actualidad sino en el “después” que se vuelve el “aún” (“Auschwitz, aún”), allí el poema redime en su decir los hechos traumáticos. Lo hace como una traducción de la vida en epifanía, palabra encontrada, recién hecha, común y al mismo tiempo atesorada: tesoro pendiente, don pendiente de ser descubierto al abrir como por azar un libro de poemas, cualquier página de Poemas pendientes, poemas que dependen de nosotros mismos para ser de nuevo, como una tarea en común. Por eso ante la poesía pendiente, como Alonso predica de Arlt, hay que ocuparse. “Ocúpense de la poesía”, dice Rodolfo Alonso: es decir, ocupémonos de nosotros mismos.
JORGE MONTELEONE
Buenos Aires, 2010
Diáfana, la poesía de Alonso, de más de cincuenta años de producción, muestra una rara coherencia, una unidad de registro tal que la datación pierde sentido, no se siente más fuerza o menos fuerza en los poemas según cuando se escribieron, si en la postadolescencia –Alonso comenzó casi niño a escribir-- o en la reposada madurez, ya en la plena lucha por el lenguaje poético en un Buenos Aires sobresaltado por la realidad y por la poesía. De un poema a otro reaparecen en toda su hondura los temas permanentes, como ilustrando la vieja teoría pascoliana acerca de que en el poeta el niño que fue permanece alojado, invulnerable al desgaste, en el corazón de su imaginario, con toda su pena, con toda su extrañeza. Correlativamente, el tono permanece, ha sido hallado y sigue alentando nuevas imágenes que las primitivas recuperan y cuya fuerza sigue alentando y haciendo surgir otros poemas.
Fulgurante poesía, culminación de un proceso todavía abierto, la obra visible de Rodolfo Alonso encarna lo mejor que la lengua española está dando: palabra clara, luminosa, entrañable, el mester hecho forma y la forma desplegándose con suave profundidad.
NOÉ JITRIK
Buenos Aires, 2010
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