25.6.15

RODOLFO ALONSO EN GALICIA 2015




(Comunicado de prensa / Agradeceremos su difusiónJ


RODOLFO ALONSO EDITADO EN GALLEGO POR PRIMERA VEZ


         Hijo de padres gallegos, y con infancia bilingüe, el poeta, traductor y ensayista argentino Rodolfo Alonso ya había sido publicado en castellano muchas veces en Galicia, pero pronto verá allí su primera edición en idioma gallego. La editorial Barbantesa, de Cangas, tiene en prensa su libro Cheiro de choiva, de inminente aparición, que lleva prólogo de X. L. Méndez Ferrín, sin duda la figura más destacada de la literatura gallega contemporánea.
Quien ya había escrito en su excelente revista A Trabe de Ouro: “Nacido en Buenos Aires en una familia cuyos progenitores eran gallegos, hablaban gallego y se leía a Rosalía de Castro, Rodolfo Alonso vino produciendo una poesía en clave de originalidad y hondura silenciosa a veces estremecedora. Los poemas escritos por él en nuestro idioma no sólo no están al margen, sino que figuran en el centro de sentido y de significado de su obra, del mismo modo que nuestro idioma y la memoria de Galicia, percibida a través de las vidas no vividas por él del padre y de la madre, parecen ser una de las experiencias nucleares en la vida y en la obra del poeta Rodolfo Alonso.”






11.6.15

Los mil y un Pessoa(s)




por Rodolfo Alonso *


El 13 de junio se cumple un nuevo aniversario, el ciento veintisiete, del nacimiento en Lisboa de Fernando António Nogueira Pessoa (1888-1935). Nadie podía imaginar entonces, y tampoco incluso muchas décadas después de su muerte, que su poesía alcanzaría al mismo tiempo la canonización universal y la intimidad de tantos que lo siguen viviendo como un secreto personal.
Los argentinos bien podríamos preciarnos de haberlo “descubierto”.  O, al menos, de haber sido de los primeros en hacerlo. Mucho antes de que empezara a hablarse de él, cuando hasta en Portugal era casi desconocido, en 1961 Fabril Editora publica en Buenos Aires la primera traducción de Fernando Pessoa  en América Latina. Que fue, al mismo tiempo, la primera en castellano de todos sus heterónimos. El reconocimiento llegó incluso a Portugal, donde esa edición argentina tuvo el honor de ser celebrada en Lisboa por Maria Aliete Galhoz, que en 1963 dijo: “Rodolfo Alonso nos restituye un poeta a través del amor de otro poeta.”
Cuando Aldo Pellegrini (1903-1973) siendo yo tan joven me ofreció seleccionar y traducir una amplia antología de Pessoa, recuerdo que no sólo fue arduo conseguir sus libros sino también convencer a su cuñado, Francisco Caetano Dias. Como si su familia se avergonzara de ese extraño pariente, de vida más que anónima, que recluyó bajo la humilde apariencia de esporádico traductor de correspondencia extranjera para casas comerciales la gestación de su “drama en gente”, la múltiple obra de creación que lo poblaba.
Pero lo relevante de esa primicia argentina no se limita a su carácter pionero, sino también a la intensidad con que fue recibida. La aceptación fue tan inmediata que en contado plazo, sin publicidad alguna, exigió sucesivas reediciones, anticipando lo ahora evidente: Pessoa conquista sus admiradores de persona a persona, por la propia potencialidad de sus poemas, sin que se trate en absoluto de un éxito programado, superficial, y de forma tan indeleble que todavía –me consta-- aquella edición se conserva  como un entrañable compañero, de huella perdurable.
Ahora que una canonización universal confirma la premonición de Adolfo Casais Monteiro, que ya en 1958 lo vio como “el más universal y el más portugués de los poetas de este siglo”, me sigue sorprendiendo la exquisita avidez, la delicada fidelidad con que tantos lectores, en esta era de banalidad globalizada, viven como descubrimiento propio, trascendente y enriquecedor, a ese gran poeta distante, multifacético, exigente y oculto. Una de las condiciones de cuyo encanto será siempre el carácter auténticamente enigmático, la irónica altivez de quien supo desnudarse a fondo: “Trata de seducir con lo que hay en tu silencio”.
Pero aún ahora, es del legendario baúl que en Lisboa conserva en hojas sueltas su disperso y al parecer infinito legado, de donde se continúa haciendo surgir nuevos “libros” de quien sólo publicó uno en vida: Mensaje. Y sus lectores, ya que se trata de obras exigentes, no son los de tanto best seller predigerido sino aquellos que, como dijo alguna vez Ricardo Piglia, son los únicos para quienes vale la pena escribir: los que siguen buscando el texto único en la maraña de las librerías marginales.
Pessoa no sólo concretó lo que el genial adolescente Rimbaud (1854-1891) había intuido: “Porque YO es otro”. También nos dejó no pocos enigmas contagiosos. El hecho sorprendente de que su apellido signifique al mismo tiempo “Persona” y “Hombre”  en portugués ya sería premonitorio pero, además, su etimología nace en “Máscara”, mientras que en francés se aplica también a “Nadie”. De esas máscaras que son uno y muchos, de esas máscaras que revelan y velan, que cubren y descubren, Pessoa hizo nacer espejos, imborrables y hondos, que nos siguen hablando a la vez de él y de nosotros. Porque el arte no puede ser ni juego, ni entretenimiento, ni espectáculo, sino apuesta desmedida. Como él mismo sostuvo: “la literatura es la prueba de que la vida no alcanza”.
Susan Sontag afirmó que “El gusto es el contexto, y el contexto ha cambiado.” Y Luis Cernuda señaló, citando a Bécquer, que la obra de arte alcanza las dimensiones de la imaginación que impresiona. Y se refería, sin duda, al legítimo alcance que una gran obra podía lograr, al ser descubierta y valorada. Pero hoy, emasculándola al masificarla, oscureciéndola al exhibirla a plena luz, la sociedad del espectáculo destruye con bárbara inocencia el sentido crítico, la negatividad de una gran obra mediante el simple recurso de hacerla triunfar en el mercado, sin volverla cultura,
         No creo que sea posible con Pessoa. A pesar de encontrarse traducido casi en todo el mundo, a pesar de los incontables estudios sobre su obra y su persona, algo lo mantiene fuera de la desoladora tiranía del mercado. Algo secreto seguirá siempre vigente en el Pessoa público. Algo intransferible. ¿Qué puede hacer la sociedad de consumo con alguien capaz de expresarse con la ferocidad que sigue? “Si escribir –en el sentido de escribir para decir algo-- es un acto que tiene el cuño de la mentira y el vicio, criticar cosas escritas no deja de tener su correspondiente aspecto de curiosidad mórbida o de futilidad perversa.”
         Fernando Pessoa es felizmente irrecuperable. Como su gemelo no menos oscuro e indeleble, Franz Kafka, en una carta de 1923, bien hubiera podido decirnos: “¿De qué estás hablando? ¿Qué ocurre? Literatura, ¿qué es eso? ¿De dónde viene? ¿Para qué sirve?”. Lo cual prueba que ambos fueron y son auténticos escritores, escritores de raza, nunca apenas meros literatos.



* Poeta, traductor y ensayista argentino.


9.6.15

Un visionario en los infiernos





         Hace setenta años, el 8 de junio de 1945, a los pocos días de haber sido liberado de su calvario infernal por los campos de concentración nazis de Auschwitz, Buchenwald y Flöha, uno de los más singulares y míticos poetas del surrealismo, Robert Desnos, enfermo de tifus, moría en el abarrotado hospital ruso improvisado en otro siniestro eslabón de esa misma cadena, Terezin. No sin admirada sorpresa, en su cadáver se descubrió un último poema de amor seguramente destinado a Youki, la mujer de su vida, de modo extraño similar a otro escrito mucho antes (“Tanto he soñado contigo”). Otro blasón del surrealismo, “el amor loco, el amor único”, se había hecho en él carne palpitante.
Concluía así, en forma tan emblemática como había vivido, el singular, más que trágico destino de Robert Desnos. Nacido con el siglo, el 4 de julio de 1900, y nada menos que en el barrio des Halles de París, desde muy joven su suerte se liga con la del grupo de quienes iban a revolucionar la poesía del siglo XX: Benjamin Péret, André Breton, Louis Aragon, Tristan Tzara, Paul Éluard, Philippe Soupault, René Crevel, Antonin Artaud, Jacques Prévert, René Char. Con ellos, le tocó vivir la etapa heroica e “inocente” del surrealismo, aquella que en la década de los veinte del siglo pasado creía hacer realidad a la vez todos los sueños y todos los deseos. Y en la cual participó no sólo con algunos de los libros más significativos de ese período fulgurante (en 1924: Deuil pour deuil; en 1927: La Liberté ou l´Amour!; en 1930: Corps et biens), sino también hasta exponiendo su cuerpo y su psiquis en inolvidables sesiones de ensoñación hipnótica, que lo conducían a un auténtico trance. Por eso, sin duda, pudo decir con justicia André Breton: “Nadie como él ha cargado con la cabeza baja en todas las vías de lo maravilloso”.
         Pero también le tocó a él percibir –y manifestar--, llegado el momento, que el surrealismo había caído ya en el “dominio público” (título que se daría póstumamente, en 1953, a un volumen con la mayor parte de su obra poética: Domaine public), y que estaba en consecuencia “a disposición de los heresiarcas, de los cismáticos y de los ateos”. Después de romper con el exigente casi puritanismo a la inversa de André Breton, aquel ortodoxo de la heterodoxia a quien no pocos de sus adeptos terminaron tildando como Papa del surrealismo, Robert Desnos volcó en el periodismo, la radio, la canción, el cine y, aunque fugazmente, hasta en la publicidad, su genio y su ingenio.
         Heroico participante en la Resistencia francesa contra la ocupación nazi, fue arrestado por la Gestapo una mañana de febrero de 1944. Internado primero en Buchenwald, conoció luego la siniestra serie de los campos de concentración del hitlerismo. Que lo ofrecería a la muerte.
         Exponente de las mejores virtudes, no sólo estéticas por supuesto, que emergieron con la rebelión surrealista, la poesía de Robert Desnos nos inquietó con las experiencias inefables de Rrose Sélavy (un personaje imaginario creado por telepatía con el pintor Marcel Duchamp), se anticipó con mucho a las inquietudes de la lingüística sin dejar nunca de ser poeta en L´Aumonyme o Langage cuit, y nos deslumbra en textos como los de A la mystérieuse y Les ténèbres con un lirismo límpido y poderoso, entrañable y fraterno, siempre enamorado de las fuentes más hondas y fecundas de la vida.





EL ÚLTIMO POEMA

Tanto he soñado contigo,
Tanto he caminado, hablado tanto,
Tanto he amado tu sombra,
Que no me queda ya nada de ti,
Me queda ser la sombra entre las sombras
Ser cien veces más sombra que la sombra
Ser la sombra que retorna y retornará
En tu vida asoleada.

Robert Desnos
(Traducción de Rodolfo Alonso)



   
                               





4.6.15

* Giuseppe Ungaretti *


Claro enigma:


 

Por Rodolfo Alonso *


El 2 de junio se cumplieron cuarenta y cinco años del fallecimiento de  Giuseppe Ungaretti (1888-1970), uno de los más altos y exigentes poetas del siglo XX. Un siglo que, de manera espléndida en su primera mitad, pero también un poco más allá, fue pródigo en cuanto a producir figuras cumbres del mejor lirismo.
         Ungaretti fue sin duda uno de ellos, y su nombre es el primero que se nombra al recordar aquella espléndida “gran estación poética italiana”, un momento de oro en la poesía peninsular en cuyas cimas sólo llegaron a aproximársele, primero Eugenio Montale y luego, con el tiempo, otras dos figuras no por aisladas menos ejemplares: Dino Campana y Umberto Saba.
Fue il miglior fabbro (el mejor artífice), porque quizá ningún otro en su tiempo, no sólo en su lengua sino en toda Europa, llevó más lejos y más hondo aquella “prolongada oscilación entre sonido y sentido” con que Paul Valéry logró aludir en forma magnífica al poema. Pero fue también, al mismo tiempo, en forma ineludible, uomo di pena (hombre de pena), porque nunca hubo para él palabra, por más dignamente elaborada, de la que no pudiera asegurar: “cavada está en mi vida / como un abismo”.
          Lo que no dejó de ser advertido. Los grandes críticos percibieron su inusitado alcance, su verdadera dimensión, desde un comienzo. Giuseppe De Robertis lo vio “poeta tan absoluto, tan esencial, tan incógnito”. Y el mismo Montale,  no vaciló en afirmar: “Él solo, en su tiempo, logró aprovechar la libertad que ya estaba en el aire, los otros no supieron qué hacer con ella, y cambiaron de oficio o gimieron incomprendidos...”.
          Pero tuvo que ser un poeta más joven (en sus comienzos bellamente dialectal, nada aquejado de hermetismo, y más cercano al realismo político-social), Pier Paolo Pasolini, un intelectual tan desinhibido como incisivo, quien supo afirmar con claridad: “la historia de la poesía de Ungaretti se despliega, por definición, en el centro de la historia de la poesía del siglo XX”.
Pensando en lo que diría si hubiera llegado hasta hoy, no resisto la tentación de recordar que, ya en 1966, el mismo Ungaretti puntualizó: “Hay algo en el mundo de los lenguajes que ha acabado definitivamente. El hombre, me parece, no atina más a hablar. Hay una violencia en las cosas que se convierte en su propia violencia y le impide hablar. Una violencia más fuerte que la palabra. Las cosas cambian y nos impiden nombrarlas, y por lo tanto fundar reglas para nombrarlas y permitir a los otros gozar de ellas. Podría ser éste el apocalipsis.”
Y concluye, no menos dramáticamente: “Somos hombres que han sido arrancados de su profundidad... No, las palabras no nos sirven. Las palabras de las viejas retóricas son palabras sin suficiente fuerza de secreto.” Y si tal era, para un extremado artista de la palabra, hace casi cinco décadas, la desolada situación de la poesía en un mundo desolado, ¿cuál sería hoy su perspectiva al respecto, en estas áridas circunstancias?
         Francesco Flora fue el primero en aludir a Ungaretti como hermético, un término elogioso de su exigencia de raíz, que llegó a abarcar a un renovador movimiento pero con el cual algunos miopes intentaron rozarlo. Quien llegó a dar la mejor respuesta (muy probablemente sin haberlo pensado), fue el mismísimo Ungaretti cuando tituló a su poesía completa “Vida de un hombre”. Nada más. Nada menos.







El puerto sepulto

Aquí llega el poeta
y después vuelve a la luz con sus cantos
y los dispersa

De esta poesía
me queda
esa nada
de inagotable secreto

Giuseppe Ungaretti
(Traducción de Rodolfo Alonso)




* Poeta, traductor, ensayista.