7.12.20

RENÉ CHAR SURREALISMO PAUL ÊLUARD RIMBAUD

 

CONTRATAPA


02 de diciembre de 2020

René Char, del Surrealismo a la Resistencia


Rodolfo Alonswo*


La rica personalidad de René Char (1907-1988) se perfila nítidamente sobre su época y resulta, a la vez un devoto del Oscuro de Éfeso, Heráclito, faro mayor de los presocráticos, o del resplandeciente humanismo que a la luz de una vela supo revelar siglos atrás el pintor Georges de la Tour. Hombre capaz de decir no, de plantarse ante las injurias de la prepotencia o de la infamia, es también el dulce intérprete de las mil y una radiantes bellezas naturales, en medio de las cuales nació y que lo nutrieron desde niño.

Pero su destino se cumple con celeridad. En agosto de 1929, “Arsenal” aparece en Nimes con sólo 25 ejemplares. autr, enviado a Paul Éluard, determina el viaje de éste a L´Isle-sur-Sorgue, en plena Provenza. Y Char viaja a París, donde se encuentra con André Breton, Louis Aragon, René Crevel y sus amigos surrealistas. A fin de año adhiere al movimiento y colabora en el nº 12 de su revista “La Revolución surrealista”, como uno de sus miembros más jóvenes.


Sigue leyendo a los presocráticos, luego a Rimbaud y a los grandes alquimistas. Participa con los surrealistas que encabezan Breton y Éluard en el saqueo del bar “Maldoror” (en defensa de su venerado Lautréamont), donde es acuchillado. Junto a Breton, Aragon y Éluard prepara la nueva revista ”El Surrealismo al servicio de la Revolución”, donde colaborará asiduamente.


Las Ediciones surrealistas publican 4 de sus primeros títulos. En 1930 “Retardarr Trabajos”, legendario libro escrito en trío con Breton y Éluard, y “Artine”, con un grabado de Salvador Dalí. En 1931 “La acciónn de la justicia se ha extinguido”. Y en 1934 el ya memorable “EL Martillo sin dueño”, con una punta seca de Vassili Kandinsky.


Firma numerosos manifiestos del surrealismo: sosteniendo “La Edad de oro”, film de Luis Buñuel violentamente atacado por la extrema derecha; en contra de la Exposición colonial; y apoyando las primeras luchas revolucionarias en España. En mayo de 1933 “El Surrealismo al servicio de la Revolución” publica un relato de sueño de Char, su respuesta a dos encuestas y anuncia la nueva revista “El Minotauro”, donde no querrá participar. En el volumen colectivo “Violette Nozières”, en defensa de la joven parricida de 18 años violada por su padre, Char participa con un poema y firma el manifiesto “La movilización contra la guerra no es la paz”, a la vez antibélico y crítico de cierto apenas decorativo pacifismo.


En febrero de 1934 se une a una gran manifestación antifascista en París. Hacia fin de año aún firma otros 2 manifiestos, pero cada vez se distancia más del movimiento. Pasa largos períodos aislado en islotes boscosos del Sorgue. La difusión a sus espaldas de una carta privada con críticas al surrelismoo, produce un duro incidente con Benjamin Péret, al cual replica como siempre en forma pública,


Pero la historia se acelera. El 18 de julio de 1936 se desencadena el alzamiento franquista contra la legítima República española, frenado por la espontánea resistencia popular y dando origen a la sangrienta guerra civil, primera gran batalla mundial contra el fascismo, ya que Hitler y Mussolini se incorporarán a la cruzada fratricida. Todavía hoy me emociona, en su libro “Cartel para un camino de escolares”, con poemas contemporáneos a los hechos, la indeleble y extensa dedicatoria de Char fechada en marzo de 1937, que comienza: “Niños de España, -- ROJOS, oh cuánto, hasta empañar para siempre al acero que va a desgarrarlos; -- A Ustedes.” Y que concluye: “Niños de España, he forjado este CARTEL mientras que los ojos matinales de algunos de entre ustedes no habían aprendido nada aún de los usos de la muerte que se hundía en ellos. Perdón por dedicárselo. Con mi última reserva de esperanza.” (¿Es posible sorprenderse, entonces, de que uno de los pocos poetas que Char tradujo sea Miguel Hernández?)


El 3 de septiembre de 1939 Inglaterra y Francia declaran la guerra a Hitler, que ha invadido Polonia. Char es movilizado en Nimes y, como Apollinaire, es artillero. A pesar del derrotismo oficial, alcanza un alto desempeño. Asegura la retirada de su columna y en el puente de Gien, con algunos hombres, durante muchas horas hacen posible el escape de civiles desmoralizados, bajo bombardeos alemanes e italianos.


Francia cae. Desmovilizado y ascendido, se retira una vez más a L´Isle-sur-Sorgue. Pero es delatado como militante de extrema izquierda, y va a detenerlo la policía de Vichy. Advertido, se refugia en Céreste, donde comienza a frecuentar opositores. En 1942 ya actúa en la Resistencia. Su nombre de guerra es Alexandre. Su primer sabotaje es contra ocupantes italianos, pero los nazis terminan por dominar toda Francia. Char dirige acciones cada vez menos desordenadas. Se enrola en el naciente ejército secreto “mientras dure la guerra”, y con el grado de capitán se le encargan operaciones de aterrizaje y paracaidismo en toda el área. Con tal éxito que 21 depósitos secretos de armas no serán descubiertos por los nazis, mientras sus pérdidas fueron mínimas.


Pero los últimos meses de la guerra son los más dolorosos, y ve caer muchos amigos entrañables. El alto mando interaliado en Argel le encomienda colaborar con el desembarco en Provenza. El 26 de agosto de 1944 París es liberado. Y sólo entonces Char retoma sus tareas literarias, interrumpidas en 1939.


La amistad que unió a Albert Camus con René Char, fue tan entrañable y duradera que sólo la muerte pudo detenerla. En la minuciosa biografía de Camus que le llevó a Olivier Todd 900 páginas, hay todo un capítulo dedicado a ella: “Tres amigos”. Y sus primeras líneas ya son explícitas: “En 1948, Albert Camus tiene 35 años, el poeta René Char 41. Camus no es un gran aficionado a la poesía contemporánea pero recomienda la publicación de “Hojas de Hipnos”. La novedad de esos textos le parece “luminosa”. Tranquiliza a Gaston Gallimard, que está perplejo. A G. G. y a otros. Camus les dice: “Difícil de juzgar por nuestros contemporáneos. Pero si hay alguien que tenga genio, ése es René Char.” Y al correr de las líneas encontramos un muy logrado retrato: “Con más de 1 metro 85, robusto, de dedos de herrero, Char es un menhir, un árbol que no se puede abatir. Tiene la cabeza en las estrellas poéticas y el cuerpo arraigado en su tierra provenzal.” 


*Poeta, traductor, ensayista.

Encuentros con Heidegger

 





Rodolfo Alonso 


“En el curso de mi viaje a Francia”, escribe Martin Heidegger (1889-1976) en 1955, “estaría muy contento de conocer a Georges Braque y a René Char”. Es decir, un pintor riguroso y ejemplar, mentor de la más pura vanguardia, y un poeta excepcional, activo militante juvenil en el surrealismo, que iba a abandonar por otras cumbres, y, no mucho después, heroico comandante del maquis, que combatió la ocupación nazi hasta su fin. Se vieron con Char en el jardín de otro filósofo: Jean Beaufret, quien recuerda: “Bajo las ramas de un castaño, un filósofo y un poeta hablan de lo que saben y de lo que son”. Y señala que, ambos, “aprenden la lengua de su diálogo.”


Después, habría tres encuentros más, siempre, en verano. En 1966 y a invitación de René Char (1907-1988), primera permanencia de Heidegger en Thor, cerca del entrañable L´Isle-sur-Sorgue, en Provenza, lugar natal del poeta. En 1969, última de las tres estadías en Thor. Beaufret, François Fedier, François Vezin, Patrick Lévy y otros participaron de los seminarios y entrevistas.


En 1959, Char es vertido, por primera vez, al alemán. Entre sus traductores se encuentra el más que significativo poeta Paul Celan (1920-1970). Toda su familia fue tragada por el infierno de Auschwitz y él mismo había escapado por milagro.


Pero, hilos más sutiles que la traducción terminarían relacionándolos. Celan escribe a su mujer el 2 de agosto de 1967: “La lectura en Friburgo tuvo un éxito excepcional: mil doscientas personas me escucharon durante una hora conteniendo la respiración, después, Heidegger vino hacia mí”. La carta se detiene en ese punto. Era inusual que el filósofo acudiera a oír poetas. Paul Celan lo visita en su cabaña de la Selva Negra y, aunque se negó a fotografiarse juntos, a esa reunión alude su poema Todtnauberg. Para George Steiner hubo dos encuentros más (Heidegger volvió a escucharlo), en junio de 1968 y marzo de 1970, un mes antes de que Celan se arrojara, finalmente, al Sena.


Según Steiner: “somos testigos de una de las colisiones o conjunciones supremas entre la poesía y la filosofía en el pensamiento occidental. Un fenómeno exquisitamente “triangular” si tomamos en cuenta las inspiradas traducciones que Celan hiciera de Char”. Y, más adelante, “Cuando René Char, el gran poeta francés y líder de la Resistencia le dio la bienvenida a Heidegger, el gesto fue de fascinación anárquica y carismática reciprocidad. Char no sabía alemán; Heidegger hablaba poco francés. Ambos reverenciaban a Heráclito y la luz del sol.”


Steiner no se ahorra, hoy, ninguna afirmación sobre el nazismo del filósofo ¿En ese entonces Char no intuía lo mismo que Celan? La cuestión sigue abierta, pero, algo es real. El miércoles 26 de mayo de 1976, René Char despedía al filósofo con estas palabras: “Martin Heidegger ha muerto esta mañana. El sol que lo ha acostado le ha dejado sus útiles y no ha retenido más que la obra. Ese umbral es constante. La noche que se ha abierto ama de preferencia.”


Como las intensas, inmensas preguntas que inquietaron a los tres toda su vida, quizá, también, a nosotros sólo nos quedan más preguntas.


Rodolfo Alonso es poeta, traductor y ensayista. Publicó: René Char, Vivir, límite inmenso, Alción, Córdoba, 2019 (selección, traducción y prólogo de Rodolfo Alonso).

 




¿César Vallejo ha muerto?







Rodolfo Alonso 


Como él anticipó, en un poema memorable: Piedra negra sobre una piedra blanca, falleció en París, pero, sin aguacero y no un jueves, sino, un viernes santo. A las 9 y 20 horas del 15 de abril de 1938 se produjo su muerte. Y, sin embargo, cuánta vida nos ha seguido dando. Mi descubrimiento personal, hondo e íntimo, de César Vallejo, me resultó un hecho extraordinario. No sólo porque ocurrió a los 15 años, sino, también, porque mi primera percepción de su enorme, profundísima poesía fue absolutamente inocente, inesperada. Algo similar me aconteció, contemporáneamente, con Roberto Arlt.


Había, allí, algo encarnado en lenguaje que iba más allá del lenguaje. Y el sentimiento se contagiaba sin posibilidad alguna de retórica, latente en su palabra, viva. Y se dio entrañablemente vinculado con dos acontecimientos que, también, se me hicieron legendarios: la guerra civil española, con aquellos humildes milicianos, los voluntarios que defendieron a la República, y el hecho de que, en su sangre, se mezclaran -todavía de manera inconsciente para mí- lo celtíbero y lo indígena.


La madre de César Vallejo se llamó María de los Santos Mendonza Gurrionero (“de pecho en pecho hacia la madre unánime”) y era hija del sacerdote gallego Joaquín de Mendonza y la india chimú Natividad Gurrionero. Pero, no sólo eso. También, su padre, Francisco de Paula Vallejo Benítes (“Mi padre, apenas, / en la mañana pajarina, pone / sus setentiocho años, sus setentiocho / ramos de invierno a solear”), no sólo, era hijo de otro sacerdote gallego, José Rufo Vallejo, sino, que su propia madre, también, era otra india chimú, Justa Benítes.


Y eso no es todo. César Vallejo nació el 16 de marzo de 1892 en una Compostela indoamericana, la peruanísima Santiago de Chuco. Y, en su sangre, conviven, se confunden, se unifican la morriña dolida del gallego trasplantado, con la melancolía sangrante del indio sometido. Y los entresijos de la mitología católico-cristiana, ineludiblemente entrelazados con verdaderas, auténticas historias de amor, junto con todo lo que arrastra haber nacido de sangre indígena en el mismísimo meollo del Perú de los Incas.


¿De dónde sale sino la Dulce hebrea de Los heraldos negros (1918), a la cual se le pide “Desclávame mis clavos oh nueva madre mía!”, de dónde la amada que se ha “crucificado / sobre los dos maderos curvados de mi beso”? ¿O, incluso, “un viernesanto más dulce que ese beso”? Por supuesto, que del lenguaje. Pero, no sólo del lenguaje ¿De dónde surgió, también, ese magnífico TriIce? Que, desde Trujillo, en 1922, agota de antemano muchas de las futuras experiencias de las vanguardias europeas. O aquel que, a mí, me parece el libro más hondo y tocante -y logrado- que haya producido la guerra civil: España, aparta de mí este cáliz, mucho más que póstumo y, no por casualidad, escrito por un hijo de América: “¡Niños del mundo, está / la madre España con su vientre a cuestas!”.


Y alrededor del cual la misma agonía del poeta, casi, enhebrada en la lumbre del mito, vueltos un solo destino personal y momento histórico, se vuelve, asimismo, luminosa evidencia, verbo hecho aliento. Según otro poeta, su amigo Juan Larrea, las últimas palabras de Vallejo fueron: “Me voy a España”. Es decir, a la España republicana, que estaba desangrándose también -al mismo tiempo- en su “agonía mundial”. En la Clínica Arago, donde falleció, los médicos no atinaban a explicar la verdadera causa de su muerte. Pero, al año siguiente, 1939, al editarse, por fin, sus indelebles Poemas humanos, escritos, probablemente, entre 1930 y 1937, pudieron conocerse estas otras palabras tan suyas, no sólo premonitorias: “En suma, no poseo para expresar mi vida sino mi muerte”.





                                                 Óleo de Santiago J. Alonso.


¿De dónde surge, digo, algo así, de tal calibre? De la lengua humana, empapada de vida y, también, fuente de vida, vida ella misma, instintiva y orgánica, cargada de los humus nutricios de la pequeña historia y de la gran historia, pero, también, de los instintos y los sueños, de las ansiedades y los deseos de los hombres. De un hombre capaz de ser, a la vez, él mismo y todo lo humano, lo más humano de lo humano, de ser único y general, al mismo tiempo, entre todos los hombres, junto a todos los hombres. La de César Vallejo no es una voz unánime, sino, prójima, íntimamente próxima. Qué otro sino un gran poeta, podía habernos dejado esa sucinta clase –magistral- de economía política: “la cantidad enorme de dinero que cuesta el ser pobre…”.


Me enorgullezco limpiamente de saber que el primer hombre que me hizo descubrirme latinoamericano llevó en sus venas la sangre de mis antepasados labradores gallegos y, también, la noble sangre de los primeros hijos de la América primera, la aborigen, la indígena. Como la lengua, como la vida toda sangre es espléndidamente mestiza. Sólo la muerte es pura.


¿Me será permitido insistir, con modesta firmeza, que no puedo dejar de percibir a César Vallejo como el más grande poeta de la lengua castellana y hasta, quizás, no sólo en el siglo veinte?


 


Vallejo, César

 


Nadie estuvo más hondo


ni más cerca.


Nadie llegó tan lejos


más temprano.


Nadie fue más ninguno


y menos Nadie.


 


(Poema de Rodolfo Alonso).





El genocidio de Guernica



Rodolfo Alonso 






Paul Éluard y Pablo Picasso.


 

A metros de la Casa Rosada, junto a la estatua de Juan de Garay, Buenos Aires ostenta, desde 1919, un retoño del más que secular Árbol de Guernica, emblema sagrado de las libertades vascas. Anterior, incluso, a la existencia de España como Estado nación, a partir de Isabel y Fernando, los reyes acostumbraban jurar bajo su sombra venerable respetar los fueros de Euzkadi.


Acentuando su fuerte simbolismo, ese magnífico Roble sobrevivió, en medio de un hito legendario: la guerra civil española (1936-1939), a otro hecho de trágica resonancia. El 26 de abril de 1937, la vieja villa de Guernica fue literalmente reducida a polvo, junto con buena parte de su población, por los flamantes aviones nazis de la Legión Cóndor.


Porque, el 18 de julio de 1936, militares conducidos por Francisco Franco se sublevan contra la legítima República española. Controlados y, muchas veces, vencidos por el pueblo en armas, los milicianos recuperaron en Madrid su principal reducto, el Cuartel de la Montaña. Así, comenzó la última guerra de hombres y la primera contra el fascismo. Contra los fascismos, que reaccionaron de inmediato.


Del principio al fin, Hitler y Mussolini cooperaron con la rebelión enviando sus mejores tropas y modernos adelantos bélicos, decisivos para la victoria franquista. Goering probó, allí, su naciente Luftwafe y más de 700 pilotos alemanes, cuidadosamente elegidos, volaron para Franco. Ensayaron bombardeo de ciudades, blitzkrieg o guerra relámpago, terror sobre poblaciones civiles, ataques aéreos en picada y táctica de apoyo directo a las tropas de tierra. Sin olvidar los tristemente célebres tanques Panzer I.


Esas crueles experiencias fueron invalorables, al estallar, casi de inmediato, la segundo guerra mundial (1939-1945), para los primeros éxitos nazis en toda Europa. La misma Europa que abandonó a los republicanos españoles. Que sólo contaron con la ayuda, sobre todo inicial, de la URSS y el apoyo permanente del México de Lázaro Cárdenas, sin olvidar las heroicas e indomables Brigadas Internacionales.


El 23 de abril de 1937, el jefe de la Legión Cóndor, Wolfram von Richthoffen, primo del famoso as de la aviación alemana en la primera guerra, anota en su diario: “¿Qué se puede hacer? La Legión Cóndor se retira. No se puede dirigir a una infantería incapaz de atacar posiciones débiles”. Y, al día siguiente: “¿Conseguiremos destruir Bilbao?”.


El 26 de abril, a las 14,30hs., la campana mayor de Guernica repicó alertando sobre un ataque aéreo. Era día de mercado. Se corrió a los sótanos. Un solitario bombardero Heinkel 111 de la Legión Cóndor arrojó su carga letal en el centro y desapareció. La gente dejó sus refugios para socorrer heridos. Quince minutos después, la escuadrilla completa de la élite aérea nazi sobrevuela Guernica. Cierto número de cazas italianos Fiat CR-32 y Fiat-Ansaldo participaron también. Hubo una estampida para huir al campo, pero, cazas Heinkel 51 ametrallaron sin piedad hombres, mujeres y niños. Sin embargo, faltaba lo peor.


A las 17,15hs., cuarenta bombarderos Junker 52 arrasan, minuciosamente, la ciudad, en pasadas de 20 minutos durante dos horas y media. Arrojaron desde bombas medianas o pequeñas hasta de 250 kgs, antipersonal e incendiarias. Los testigos describen escenas apocalípticas. Familias enterradas por escombros de sus casas o aplastadas en refugios. Vacas y ovejas ardiendo por la termita y el fósforo blanco, enloquecidas hasta morir entre ruinas en llamas. Salvo la Casa de Juntas y el Roble milenario, no alcanzados por hallarse fuera del corredor aéreo que los pilotos alemanes siguieron disciplinadamente, Guernica era una pira de fuego, humo y terror.





                                          Guernica, por Pablo Picasso.


El Gobierno vasco sostuvo que un tercio de la población (1645 muertos y 889 heridos) sufrió en carne propia el bombardeo. Al día siguiente, 27 de abril, la prensa británica anuncia la destrucción de Guernica y, el 28, tanto el Times como el New York Times publican el célebre artículo de George L. Steer. La indignación mundial es inmensa e inmediata. El 29 de abril, el cuartel general de Franco emite un comunicado, donde intenta adjudicar la responsabilidad a “las hordas rojas al servicio del perverso criminal Aguirre”, presidente de Euzkadi.


La mayoría de los vascos eran católicos y moderados o conservadores. Se unieron al Frente Popular en defensa de sus fueros seculares. A diferencia de la Iglesia española, que apoyó vivamente la “Cruzada”, fueron acompañados por sus sacerdotes. Yo mismo recuerdo una foto en la cárcel franquista, donde cien curas vascos rodean al dirigente socialista Julián Besteiro.


Sólo tras morir Franco (1975), como exigió su autor, el cuadro más renombrado de Picasso, pintado frenéticamente entre mayo y junio de 1937, pudo exhibirse en España. Quizá, no todos quienes acuden al Museo Reina Sofía saben, hoy, a qué alude su sobrio título: Guernica. Durante la ocupación de Francia, al preguntarle, ante la misma obra, un oficial nazi: “¿Usted hizo esto?”, Picasso contestó, simplemente: “No, esto lo hicieron ustedes.”


Como prueba, baste lo declarado por Goering en el juicio de Nuremberg (1945-1946) a criminales de guerra nazis: “Cuando estalló en España la guerra civil, Franco pidió auxilio a Alemania, y en especial apoyo aéreo. El Führer vacilaba, y yo le aconsejé con energía que bajo cualquier circunstancia otorgase ese apoyo: en primer lugar, para impedir la extensión del comunismo en esa zona, pero también para poner a prueba mis nacientes Fuerzas Aéreas en una serie de detalles técnicos. Con autorización del Führer envié gran parte de nuestra flota de transporte y numerosos cazas y bombarderos, así como cañones antiaéreos. Pude comprobar en condiciones de combate si el material era eficiente. Para que el personal adquiriese además experiencia práctica organicé una rotación continua, mandando constantemente unidades nuevas y repatriando las anteriores”.


Esa fría, pero precisa enumeración, de por sí escalofriante, se hace estremecedora si la contraponemos con las imágenes concretas y, a la vez, inimaginables del horroroso genocidio sufrido por Guernica. Nadie lo rozó tan hondamente como un íntimo amigo de Picasso, el gran poeta francés Paul Éluard, en su indeleble poema La victoria de Guernica: “Os han hecho pagar el pan / El cielo la tierra el agua el sueño / Y la miseria / De vuestra vida // Las mujeres los niños tienen igual tesoro / En los ojos / Todos muestran su sangre // El miedo y el coraje de vivir y de morir / La muerte tan difícil y tan fácil // Parias la muerte la tierra y la fealdad / De nuestros enemigos tienen el color / Monótono de nuestra noche / Daremos cuenta de ellos.”


Rodolfo Alonso es poeta, traductor y ensayista. Publicó Leda y otros poemas, antología bilingüe de Paul Éluard. Selección, traducción y prólogo de Rodolfo Alonso, Alción, Córdoba, 2014.