23.10.13

Vinicius, la poesía misma





Jueves, 17 de octubre de 2013
Opinión

Vinicius, la poesía misma

Por Rodolfo Alonso *
El 19 de octubre, Vinicius de Moraes (1913-1980) cumpliría cien años. ¿No parece increíble? Porque si hay alguien que estuvo vivo y joven, intensa y apasionadamente vivo, fue él. Tanto, que de su propia vida hizo leyenda. Y una leyenda que, teniendo fundamentos, también sirvió para opacar su veta más honda y más fecunda: su íntegra, completa, decidida, devota, fervorosa entrega de fondo a la poesía.
Como Rimbaud, su guía, su gurú, su maestro, quiso “cambiar la vida”. Y lo logró, no sólo con su propia existencia, sino también con las múltiples resonancias que hizo crecer en muchos otros. Patriarca inveterado de la noche bohemia, sereno en el exceso, convicto del alcohol y de la música, de la poesía y del amor, su sensacional asunción de una figura nueva (brasileñísima) de hombre público lo llevó con naturalidad, sin proponérselo, con clase, a enfervorizar primero a su país, luego a América toda y finalmente al mundo.
¿Quién iba a sospecharlo cuando se inició como el alumno más fiel de los jesuitas, ceñido por límites, culpas y ensueños metafísicos? ¿Quién iba a imaginarlo cuando muy joven alcanzó el ansiado rol de diplomático, y de ejercerlo en las más bellas ciudades del mundo? Pero en su interior bullían como jugos nutricios los mil rostros complejos de su Brasil. Y el primer cambio fue tan revelador como insólito: dejó Itamaraty para recluirse en la ciudad más hondamente espiritual de su país, Bahía, “la Roma negra” que tan bien bautizó Jorge Amado.
Desde allí su vida pareció un torbellino, pero un torbellino envidiable, y los poemas y los libros se unieron naturalmente con la música y los ritmos de la bossa nova, un sutil y contagioso movimiento musical que, como ocurre en Brasil, fue tan auténticamente nacional como ineludiblemente universal. Se dijo que había abandonado la poesía por la música, por la bohemia, por el espectáculo. Pero en realidad no fue así: Vinicius se mantuvo siempre leal a la poesía, y esas canciones y esa música eran la mismísima, la mejor poesía. Reunió la secular tradición de los trovadores, que siempre cantaron sus poemas, con el prodigioso manantial de la música popular. Vinicius demostró y alcanzó a devolver a la poesía, a la verdadera poesía, que nunca estuvo totalmente encerrada en los libros, todo el fuego y el calor de la música hecha voz: la poesía misma.
Y fue otro gran poeta brasileño, nada menos que Carlos Drummond de Andrade, funcionario público, de vida silenciosa y retirada, que nunca dejó su departamento de Ipanema, que nunca aceptó subir a un avión y conocer el mundo, quien pudo expresarlo mejor que nadie, con su austera precisión de mineiro, de nacido en Minas Gerais: “Vinicius es el único poeta brasileño que osó vivir bajo el signo de la pasión. Es decir, de la poesía en estado natural”. Y no sólo eso, también “fue el único de nosotros que tuvo vida de poeta”. Y por si fuera poco, confesó Drummond: “Yo hubiera querido ser Vinicius de Moraes”.
Es una lástima que aún no haya sido traducida la mejor biografía que conozco, la más intensa y viva, la más reveladora, de Vinicius de Moraes. Se titula El poeta de la pasión y le llevó dos años a mi amigo José Castello, que en 1995 me dedicó en Curitiba un ejemplar de la segunda edición, magníficamente ilustrada con fotos y editada por Companhia das Letras (San Pablo, 454 pgs., 1994). Allí se advierten ejes que vertebran la vida y obra de Vinicius: el amor, que le dio nueve casamientos, siempre con mujeres de misteriosa belleza; y el activo círculo de sus amigos: de formación, compañeros de bohemia, artistas, poetas y músicos. Y embebiendo todo eso, poemas y canciones que le fueron naciendo. Y que nunca dejaron de estar ligadas con hechos concretos de su existencia.
“La poesía es tan vital para mí que ella llega a ser el retrato de mi vida”, afirmó él mismo. Y añadió, dejándonos sin más que decir: “Por lo tanto, juzgar mi poesía sería juzgar mi vida. Y yo me considero un ser tan imperfecto...”

* Poeta, traductor y ensayista argentino.
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15.10.13

VINICIUS CUMPLE 100 AÑOS


4 LITERARIA LA GACETA

DOMINGO 13 DE OCTUBRE DE 2013

VINICIUS


          CUMPLE 100 AÑOS

• Por Rodolfo Alonso
Para La Gaceta – Olivos
(Provincia de Buenos Aires)

El 19 de octubre, Vinicius                               
de Moraes (1913-1980)
cumpliría 100 años. ¿No
es increíble? Porque si
alguien estuvo vivo,
apasionadamente vivo,
fue él. Tanto que su vida
fue leyenda. Una leyenda
que sirvió para opacar su
veta más honda: su
íntegra, completa,
decidida, devota,
fervorosa entrega de
fondo a la poesía.

Como Rimbaud, su guía,
su gurú, su maestro, Vinicius
quiso “cambiar la
vida”. Y lo logró, no sólo
con la propia, sino con
las resonancias que tuvo en muchos
otros. Patriarca de la noche
bohemia, sereno en el exceso,
convicto del alcohol y de la música,
de la poesía y del amor, su
asunción de una figura nueva
(brasileñísima) de hombre público,
lo llevó a enfervorizar primero
a su país, luego a América toda
y finalmente al mundo.
¿Quién iba a sospecharlo cuando
se inició como el alumno más
fiel de los jesuitas, ceñido por límites,
culpas y sueños metafísicos?
¿Quién podía imaginarlo
cuando muy joven alcanzó el ansiado
rol de diplomático, y ejercido
en las más bellas ciudades?
Pero en él bullían los mil rostros
complejos de Brasil. Y el primer
cambio fue ya revelador: dejó Itamaraty
para recluirse en la ciudad
más espiritual de su país: Bahía,
“la Roma negra” de Jorge
Amado.
Luego su vida se hace torbellino
(un torbellino envidiable), y
poemas y libros se unen con la
música y los ritmos de la bossa
nova, contagioso movimiento
musical que, como ocurre en Brasil,
fue tan local como universal.
Se dijo que dejaba la poesía por
el espectáculo. Y no fue así: Vinicius
se mantuvo siempre leal a la
poesía, y esas canciones y esa
música eran la mismísima, la mejor
poesía. Juntó la secular tradición
de los trovadores, que cantaban
sus poemas, con el rico manantial
de la música popular.
Vinicius logró devolver a la
poesía, que nunca estuvo encerrada
en los libros, el fuego y el
calor de la música hecha voz: la
poesía misma.

© LA GACETA
Rodolfo Alonso -
Poeta, traductor y ensayista.


POEMA DE NAVIDAD

POR VINICIUS DE MORAES

Para eso fuimos hechos
Para recordar y ser recordados
Para llorar y hacer llorar
Para enterrar a nuestros muertos
Por eso tenemos brazos largos para los
adioses
Manos para tomar lo que fue dado
Dedos para cavar la tierra.
Así será nuestra vida:
Una tarde siempre por olvidar
Una estrella apagándose en la sombra
Un camino entre dos sepulcros –
Por eso necesitamos velar
Hablar bajo, pisar suave, ver
A la noche dormir en silencio.
No hay mucho que decir:
Una canción sobre una cuna
Un verso, tal vez, de amor
Una oración por quien se va
Pero que esa hora no olvide
Y por ella nuestros corazones
Se dejen, graves y simples.
Pues para eso fuimos hechos
Para confiar en el milagro
Para participar de la poesía
Para ver el rostro de la muerte –
De repente nunca más esperaremos
Hoy la noche es joven; de la muerte, apenas
Nacemos, inmensamente.

*Traducción de Rodolfo Alonso


Vinicius de Moraes

7.10.13

Roberto Arlt


espectaculos
VIERNES, 4 DE OCTUBRE DE 2013
TEATRO › OPINION

Roberto Arlt, entre la redacción y el libro

Cada nueva muestra del feliz interés editorial por inéditos del gran escritor argentino Roberto Arlt (1900-1942) me recuerda mi temprana adolescencia, cuando lo descubrí espontáneamente en librerías de viejo, donde se conseguían aún sus primeras ediciones y se arrumbaban, sin lectores, aquellas heroicas reediciones de Raúl Larra para su editorial Futuro. Prácticamente ignorado, Arlt fue entonces, y sigue siendo para mí, una presencia personal, casi íntima. Y no dejo de sonreír al imaginar lo que diría, con su ironía agridulce y socarrona (pero tan complacido), de su merecida resonancia actual.
Una investigadora mexicana, Rose Corral, ha reunido en un cuidado volumen, Al margen del cable, todas las crónicas periodísticas de Roberto Arlt publicadas en el significativo diario El Nacional, de México (1937-1941). Crónicas que habían aparecido previamente en nuestro memorable diario El Mundo, donde el autor integraba una brillante redacción de destacados escritores.
Es sin duda la notable capacidad creadora de Roberto Arlt –que podía convertir la sucinta noticia de un cable en un vívido, inquietante retrato literario– lo que motiva el interés de los editores mexicanos, sostenido hasta la muerte del autor. Pero hay algo más. Reparemos en el intenso, doloroso período histórico de lucha antifascista que acompaña estas crónicas: desde la Guerra Civil Española hasta la Segunda Guerra Mundial. Y recordemos, asimismo, no sólo que El Nacional es el diario fundado en 1929 por la revolución mexicana sino que, al asumir la presidencia el legendario general Lázaro Cárdenas, aquel proceso entró en una etapa de acelerada profundización: reforma agraria, nacionalización del petróleo, solidaridad con la República Española, cuyos refugiados políticos fueron acogidos con ejemplar amplitud. Del mismo modo que lo fueron nada menos que León Trotsky, perseguido y finalmente asesinado por el stalinismo, o las primeras víctimas del nazismo que ya devastaba Europa.
Lo que ese libro nos devuelve, entonces, no es apenas la penetrante capacidad creadora de Arlt, su apasionada inteligencia y su demoledora, sutilísima ironía, sino igualmente sus lúcidas opiniones de política internacional, en un momento clave y densamente trágico de la historia del mundo. Quien lea ahora esas páginas podrá comprender no sólo las sólidas razones del gran diario mexicano para publicarlo sino, también, la no menos sólida inventiva con que Arlt consiguió enfrentar su gran dilema (“Escribí siempre en redacciones estrepitosas, acosado por la obligación de la columna cotidiana”): supo hacer de sus crónicas buena literatura y de sus relatos, una tocante prueba de experiencia vivida.
Una reflexión final. No es que la narrativa ácida y mordaz de Arlt haya reflejado, simplemente, la realidad argentina sino que, mucho me temo, fue nuestro tanto tiempo desdichado país el que había terminado imitando, hasta el exceso, el mundo despiadado y grotesco del hondo, indeleble Roberto Arlt.
* Poeta, traductor y ensayista.