23.10.13

Vinicius, la poesía misma





Jueves, 17 de octubre de 2013
Opinión

Vinicius, la poesía misma

Por Rodolfo Alonso *
El 19 de octubre, Vinicius de Moraes (1913-1980) cumpliría cien años. ¿No parece increíble? Porque si hay alguien que estuvo vivo y joven, intensa y apasionadamente vivo, fue él. Tanto, que de su propia vida hizo leyenda. Y una leyenda que, teniendo fundamentos, también sirvió para opacar su veta más honda y más fecunda: su íntegra, completa, decidida, devota, fervorosa entrega de fondo a la poesía.
Como Rimbaud, su guía, su gurú, su maestro, quiso “cambiar la vida”. Y lo logró, no sólo con su propia existencia, sino también con las múltiples resonancias que hizo crecer en muchos otros. Patriarca inveterado de la noche bohemia, sereno en el exceso, convicto del alcohol y de la música, de la poesía y del amor, su sensacional asunción de una figura nueva (brasileñísima) de hombre público lo llevó con naturalidad, sin proponérselo, con clase, a enfervorizar primero a su país, luego a América toda y finalmente al mundo.
¿Quién iba a sospecharlo cuando se inició como el alumno más fiel de los jesuitas, ceñido por límites, culpas y ensueños metafísicos? ¿Quién iba a imaginarlo cuando muy joven alcanzó el ansiado rol de diplomático, y de ejercerlo en las más bellas ciudades del mundo? Pero en su interior bullían como jugos nutricios los mil rostros complejos de su Brasil. Y el primer cambio fue tan revelador como insólito: dejó Itamaraty para recluirse en la ciudad más hondamente espiritual de su país, Bahía, “la Roma negra” que tan bien bautizó Jorge Amado.
Desde allí su vida pareció un torbellino, pero un torbellino envidiable, y los poemas y los libros se unieron naturalmente con la música y los ritmos de la bossa nova, un sutil y contagioso movimiento musical que, como ocurre en Brasil, fue tan auténticamente nacional como ineludiblemente universal. Se dijo que había abandonado la poesía por la música, por la bohemia, por el espectáculo. Pero en realidad no fue así: Vinicius se mantuvo siempre leal a la poesía, y esas canciones y esa música eran la mismísima, la mejor poesía. Reunió la secular tradición de los trovadores, que siempre cantaron sus poemas, con el prodigioso manantial de la música popular. Vinicius demostró y alcanzó a devolver a la poesía, a la verdadera poesía, que nunca estuvo totalmente encerrada en los libros, todo el fuego y el calor de la música hecha voz: la poesía misma.
Y fue otro gran poeta brasileño, nada menos que Carlos Drummond de Andrade, funcionario público, de vida silenciosa y retirada, que nunca dejó su departamento de Ipanema, que nunca aceptó subir a un avión y conocer el mundo, quien pudo expresarlo mejor que nadie, con su austera precisión de mineiro, de nacido en Minas Gerais: “Vinicius es el único poeta brasileño que osó vivir bajo el signo de la pasión. Es decir, de la poesía en estado natural”. Y no sólo eso, también “fue el único de nosotros que tuvo vida de poeta”. Y por si fuera poco, confesó Drummond: “Yo hubiera querido ser Vinicius de Moraes”.
Es una lástima que aún no haya sido traducida la mejor biografía que conozco, la más intensa y viva, la más reveladora, de Vinicius de Moraes. Se titula El poeta de la pasión y le llevó dos años a mi amigo José Castello, que en 1995 me dedicó en Curitiba un ejemplar de la segunda edición, magníficamente ilustrada con fotos y editada por Companhia das Letras (San Pablo, 454 pgs., 1994). Allí se advierten ejes que vertebran la vida y obra de Vinicius: el amor, que le dio nueve casamientos, siempre con mujeres de misteriosa belleza; y el activo círculo de sus amigos: de formación, compañeros de bohemia, artistas, poetas y músicos. Y embebiendo todo eso, poemas y canciones que le fueron naciendo. Y que nunca dejaron de estar ligadas con hechos concretos de su existencia.
“La poesía es tan vital para mí que ella llega a ser el retrato de mi vida”, afirmó él mismo. Y añadió, dejándonos sin más que decir: “Por lo tanto, juzgar mi poesía sería juzgar mi vida. Y yo me considero un ser tan imperfecto...”

* Poeta, traductor y ensayista argentino.
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15.10.13

VINICIUS CUMPLE 100 AÑOS


4 LITERARIA LA GACETA

DOMINGO 13 DE OCTUBRE DE 2013

VINICIUS


          CUMPLE 100 AÑOS

• Por Rodolfo Alonso
Para La Gaceta – Olivos
(Provincia de Buenos Aires)

El 19 de octubre, Vinicius                               
de Moraes (1913-1980)
cumpliría 100 años. ¿No
es increíble? Porque si
alguien estuvo vivo,
apasionadamente vivo,
fue él. Tanto que su vida
fue leyenda. Una leyenda
que sirvió para opacar su
veta más honda: su
íntegra, completa,
decidida, devota,
fervorosa entrega de
fondo a la poesía.

Como Rimbaud, su guía,
su gurú, su maestro, Vinicius
quiso “cambiar la
vida”. Y lo logró, no sólo
con la propia, sino con
las resonancias que tuvo en muchos
otros. Patriarca de la noche
bohemia, sereno en el exceso,
convicto del alcohol y de la música,
de la poesía y del amor, su
asunción de una figura nueva
(brasileñísima) de hombre público,
lo llevó a enfervorizar primero
a su país, luego a América toda
y finalmente al mundo.
¿Quién iba a sospecharlo cuando
se inició como el alumno más
fiel de los jesuitas, ceñido por límites,
culpas y sueños metafísicos?
¿Quién podía imaginarlo
cuando muy joven alcanzó el ansiado
rol de diplomático, y ejercido
en las más bellas ciudades?
Pero en él bullían los mil rostros
complejos de Brasil. Y el primer
cambio fue ya revelador: dejó Itamaraty
para recluirse en la ciudad
más espiritual de su país: Bahía,
“la Roma negra” de Jorge
Amado.
Luego su vida se hace torbellino
(un torbellino envidiable), y
poemas y libros se unen con la
música y los ritmos de la bossa
nova, contagioso movimiento
musical que, como ocurre en Brasil,
fue tan local como universal.
Se dijo que dejaba la poesía por
el espectáculo. Y no fue así: Vinicius
se mantuvo siempre leal a la
poesía, y esas canciones y esa
música eran la mismísima, la mejor
poesía. Juntó la secular tradición
de los trovadores, que cantaban
sus poemas, con el rico manantial
de la música popular.
Vinicius logró devolver a la
poesía, que nunca estuvo encerrada
en los libros, el fuego y el
calor de la música hecha voz: la
poesía misma.

© LA GACETA
Rodolfo Alonso -
Poeta, traductor y ensayista.


POEMA DE NAVIDAD

POR VINICIUS DE MORAES

Para eso fuimos hechos
Para recordar y ser recordados
Para llorar y hacer llorar
Para enterrar a nuestros muertos
Por eso tenemos brazos largos para los
adioses
Manos para tomar lo que fue dado
Dedos para cavar la tierra.
Así será nuestra vida:
Una tarde siempre por olvidar
Una estrella apagándose en la sombra
Un camino entre dos sepulcros –
Por eso necesitamos velar
Hablar bajo, pisar suave, ver
A la noche dormir en silencio.
No hay mucho que decir:
Una canción sobre una cuna
Un verso, tal vez, de amor
Una oración por quien se va
Pero que esa hora no olvide
Y por ella nuestros corazones
Se dejen, graves y simples.
Pues para eso fuimos hechos
Para confiar en el milagro
Para participar de la poesía
Para ver el rostro de la muerte –
De repente nunca más esperaremos
Hoy la noche es joven; de la muerte, apenas
Nacemos, inmensamente.

*Traducción de Rodolfo Alonso


Vinicius de Moraes

7.10.13

Roberto Arlt


espectaculos
VIERNES, 4 DE OCTUBRE DE 2013
TEATRO › OPINION

Roberto Arlt, entre la redacción y el libro

Cada nueva muestra del feliz interés editorial por inéditos del gran escritor argentino Roberto Arlt (1900-1942) me recuerda mi temprana adolescencia, cuando lo descubrí espontáneamente en librerías de viejo, donde se conseguían aún sus primeras ediciones y se arrumbaban, sin lectores, aquellas heroicas reediciones de Raúl Larra para su editorial Futuro. Prácticamente ignorado, Arlt fue entonces, y sigue siendo para mí, una presencia personal, casi íntima. Y no dejo de sonreír al imaginar lo que diría, con su ironía agridulce y socarrona (pero tan complacido), de su merecida resonancia actual.
Una investigadora mexicana, Rose Corral, ha reunido en un cuidado volumen, Al margen del cable, todas las crónicas periodísticas de Roberto Arlt publicadas en el significativo diario El Nacional, de México (1937-1941). Crónicas que habían aparecido previamente en nuestro memorable diario El Mundo, donde el autor integraba una brillante redacción de destacados escritores.
Es sin duda la notable capacidad creadora de Roberto Arlt –que podía convertir la sucinta noticia de un cable en un vívido, inquietante retrato literario– lo que motiva el interés de los editores mexicanos, sostenido hasta la muerte del autor. Pero hay algo más. Reparemos en el intenso, doloroso período histórico de lucha antifascista que acompaña estas crónicas: desde la Guerra Civil Española hasta la Segunda Guerra Mundial. Y recordemos, asimismo, no sólo que El Nacional es el diario fundado en 1929 por la revolución mexicana sino que, al asumir la presidencia el legendario general Lázaro Cárdenas, aquel proceso entró en una etapa de acelerada profundización: reforma agraria, nacionalización del petróleo, solidaridad con la República Española, cuyos refugiados políticos fueron acogidos con ejemplar amplitud. Del mismo modo que lo fueron nada menos que León Trotsky, perseguido y finalmente asesinado por el stalinismo, o las primeras víctimas del nazismo que ya devastaba Europa.
Lo que ese libro nos devuelve, entonces, no es apenas la penetrante capacidad creadora de Arlt, su apasionada inteligencia y su demoledora, sutilísima ironía, sino igualmente sus lúcidas opiniones de política internacional, en un momento clave y densamente trágico de la historia del mundo. Quien lea ahora esas páginas podrá comprender no sólo las sólidas razones del gran diario mexicano para publicarlo sino, también, la no menos sólida inventiva con que Arlt consiguió enfrentar su gran dilema (“Escribí siempre en redacciones estrepitosas, acosado por la obligación de la columna cotidiana”): supo hacer de sus crónicas buena literatura y de sus relatos, una tocante prueba de experiencia vivida.
Una reflexión final. No es que la narrativa ácida y mordaz de Arlt haya reflejado, simplemente, la realidad argentina sino que, mucho me temo, fue nuestro tanto tiempo desdichado país el que había terminado imitando, hasta el exceso, el mundo despiadado y grotesco del hondo, indeleble Roberto Arlt.
* Poeta, traductor y ensayista.

20.9.13

¿Nuestra soberanía puede hablar "español"?




 Viernes, 20 de septiembre de 2013

EL PAIS > OPINIÓN

¿Nuestra soberanía puede hablar “español”?


 Por Rodolfo Alonso *
Estoy seguro de que a nadie habré inquietado con mi ausencia. Pero siento la obligación de explicar(me) por qué no acepté firmar el documento “Por una soberanía idiomática”, publicado el 17 de septiembre en Página/12, con cuyos fundamentos coincido en gran medida, y que rubrican muchos queridos y admirados amigos.
Como en estos temas del lenguaje no hay nada inocente, sólo se trató para mí de una sola palabra: llamar “español” a la lengua que hablamos. Ya en 1492, Antonio de Nebrija denominó “Gramática castellana” a la primera codificación de dicha lengua, por entonces naciente. Y ya entonces, y no sólo por obsecuencia, la dedicó a la reina Isabel como “instrumento del imperio”.
Desde muy pequeño supe que en España se hablaban varias lenguas, pero que sólo una no estaba prohibida. Y que esa prohibición duró muchos siglos, y sólo concluyó con la muerte de Franco y de su dictadura. A partir de entonces, recuperada la democracia, en España existen por lo menos cuatro lenguas oficiales: castellano, vasco, catalán y gallego.
Es algo que ya sabía Juan María Gutiérrez (1809-1878), un miembro clave de nuestra primera generación de intelectuales, la de 1837, cuando el 30 de diciembre de 1875, con una digna y larga carta, ampliamente fundamentada, rechazó aceptar su nombramiento como miembro de la Real Academia Española.
Desde entonces, la cuestión de la lengua tuvo amplio anclaje histórico en nuestro país, incluso con largos períodos donde se la enseñó nada menos que como “idioma nacional”. Lo que dio, por supuesto, pie para muchas y fecundas polémicas.
Pero así como no es azaroso ni ingenuo que la “Ñ” sea el logo de los muchos congresos que la Real Academia Española viene realizando sobre todo en nuestra América, tampoco es menos cierto que esa misma Academia, desde sus orígenes, utiliza el adjetivo de Española para su condición de organismo, y no para la lengua de la que dice ocuparse. La cual siempre fue llamada castellano.
Que nosotros aceptemos denominarla “español”, especialmente en estos tiempos donde el término “spanish” es impuesto por la avasalladora masificación de los medios digitales (que tampoco son ingenuos), es como si aceptáramos que, tal cual ocurre en las aduanas de Estados Unidos, nos califiquen de “hispanos”, o como si nosotros mismos siguiéramos aceptando el apelativo de “hispanoamericanos” con el cual quisieron cautivarnos. Es decir, hacernos cautivos.
Por eso, a mi modesto entender, pregunto (y me pregunto): ¿nuestra soberanía idiomática no debería comenzar por negarnos a designar con el nombre de una nación europea a la lengua en que hablamos, sobre todo, tantos millones de latinoamericanos?
* Poeta, traductor y ensayista argentino.

19.9.13

¿NUESTRA SOBERANÍA PUEDE HABLAR “ESPAÑOL”?

Por Rodolfo Alonso *



Estoy seguro que a nadie habré inquietado con mi ausencia. Pero siento la obligación de explicar(me) por qué no acepté firmar el documento “Por una soberanía idiomática”, publicado el 17 de septiembre en Página/12, con cuyos fundamentos coincido en gran medida, y que rubrican muchos queridos y admirados amigos.
Como en estos temas del lenguaje no hay nada inocente, sólo se trató para mí de una sola palabra: llamar “español” a la lengua que hablamos. Ya en 1492, Antonio de Nebrija denominó “Gramática castellana” a la primera codificación de dicha lengua, por entonces naciente. Y ya entonces, y no sólo por obsecuencia, la dedicó a la reina Isabel como “instrumento del imperio”.
Desde muy pequeño supe que en España se hablaban varias lenguas, pero que sólo una no estaba prohibida. Y que esa prohibición duró muchos siglos, y sólo concluyó con la muerte de Franco y de su dictadura. A partir de entonces, recuperada la democracia, en España existen por lo menos cuatro lenguas oficiales: castellano, vasco, catalán y gallego.
Es algo que ya sabía Juan Maria Gutiérrez (1809-1878), un miembro clave de nuestra primera generación de intelectuales, la de 1837, cuando el 30 de diciembre de 1875, con una digna y larga carta, ampliamente fundamentada, rechazó aceptar su nombramiento como miembro de la Real Academia Española.
Desde entonces, la cuestión de la lengua tuvo amplio anclaje histórico en nuestro país, incluso con largos períodos donde se la enseñó nada menos que como “idioma nacional”. Lo que dio, por supuesto, pie para muchas y fecundas polémicas.
Pero así como no es azaroso ni ingenuo que la “Ñ” sea el logo de los muchos congresos que la Real Academia Española viene realizando sobre todo en nuestra América, tampoco es menos cierto que esa misma Academia, desde sus orígenes, utiliza el adjetivo de Española para su condición de organismo, y no para la lengua de la que dice ocuparse. La cual siempre fue llamada castellano.
Que nosotros aceptemos denominarla “español”, especialmente en estos tiempos donde el término “spanish” es impuesto por la avasalladora masificación de los medios digitales (que tampoco son ingenuos), es como si aceptáramos que, tal cual ocurre en las aduanas de Estados Unidos, nos califiquen de “hispanos”, o como si nosotros mismos siguiéramos aceptando el apelativo de “hispanoamericanos” con el cual quisieron cautivarnos. Es decir, hacernos cautivos.
Por eso, a mi modesto entender, pregunto (y me pregunto): ¿nuestra soberanía idiomática no debería comenzar por negarnos a designar con el nombre de una nación europea a la lengua en que hablamos, sobre todo, tantos millones de latinoamericanos?


                              * Poeta, traductor y ensayista argentino.

18.9.13

Dos Poemas con Chile



Viernes, 13 de septiembre de 2013 | 

EL MUNDO > OPINIÓN

Dos Poemas con Chile


 Por Rodolfo Alonso *
Quizás estos dos poemas, escritos uno a muy pocos días del golpe y el otro bastante después, deberían haberse publicado el 11 de septiembre, cuadragésimo aniversario del primer zarpazo de la sangrienta garra pinochetista sobre Chile. Pero, en realidad, acaso sea mejor así. Porque el pensamiento vivo de Salvador Allende es el que se está concretando, cada día, en las nuevas democracias soberanas de América del Sur, unidas como nunca y como nunca atentas cada una a su propia identidad, a su propio camino dentro del destino general, en su gran mayoría ampliando las libertades constitucionales y los derechos humanos con la inclusión popular y la justicia social. Como quería Allende.

Ay, Chile
Me duele el corazón
pero me duelen
también el hígado, las manos, los riñones,
y también los testículos
y el alma.
Ay Chile, ay amor mío.
Los pequeños mendigos
de mi patria
que duermen en los subtes
no me han visto llorar.
(Buenos Aires, 19-9-1973)
Aquel Allende
Como un endecasílabo curioso
Avanzará la tarde a manos llenas
Y se abrirán las grandes alamedas
En nuestro desolado corazón
Estallarán en luces los opuestos
Y no se negarán contradicciones
Habrá ricos de amor cuando lo quieran
Y se abrirán las grandes alamedas
Al fin restañará su aura el obrero
Soldándonos de a uno uno a uno
Y no toda la luz será de sombra
Y se abrirán las grandes alamedas
Hacia lo que nos queda por hacer
Hacia lo que nos queda por vivir

(Buenos Aires, 17-2-2002)

* Poeta, traductor y ensayista argentino.


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21.8.13

CUESTIONARIO SCHMIDT

RODOLFO ALONSO ( BUENOS AIRES,1934 )

.    qué objetos te acompañaron toda tu vida?

 DEMASIADOS.

2.    sentís presencias, voces, músicas del trasmundo?

NO HASTA EL  MOMENTO.

3.    qué pensás de la rosa, los anillos, el mar y los tatuajes? 

 LO QUE ELLOS DECIDAN.

4.    cuál es tu superstición?

 NO CONOCERLA.

5.    en qué parte del cuerpo, el aire o el paisaje sentís la poesía? 

¿QUIÉN SERÁ ESE DEL QUE HABLAN?

6.    escribís mientras escribís o antes o después?

DEPENDE.

7.    qué autores no releerías? 

 BASTANTES.

8.    de los poetas que conociste cuál, cuales te parecieron que unían su vida a sus palabras? 

NO MUCHOS.

9.    qué, quién, quiénes escribe en vos?

ME GUSTARÍA SABERLO.

10.    vuelven algunas palabras, algunos temas o algunos climas? 

PUEDE OCURRIR.

11.    en tu vida, la poesía como propósito, destino o circunstancia? 

YO NO BUSCO, ME ENCUENTRA.

12.    qué quisieras leer mañana, que quisieras releer para siempre? 

ALGUNAS DE ESAS LÍNEAS QUE ALCANZAN PARA SIEMPRE.

13.    qué pensás del romanticismo alemán? 

QUE SIN SABER ALEMÁN ES IMPOSIBLE HABERLO CONOCIDO.

14.    el silencio, la soledad, la transparencia, el orden, adentro, afuera, a veces, nunca?

 NO SIEMPRE.

15.     qué fue lo imposible? 

¿DE QUÉ? ¿DE QUIÉN?

16.    la poesía es un arma cargada de futuro, pasado, eternidad? 

ESO DICEN.

17.    la poesía es literatura?

 SÍ Y NO.

18.    qué lugar ocupa la poesía argentina en Latinoamérica y en la lengua castellana?

 LA CUESTIÓN ME SUPERA, AMPLIAMENTE.

19.    cuáles poetas argentinos te parece que deberían estar y no están? / 

ELLOS SABRÁN.

20.    alguien te llevó o fuiste solo a esa palabra oscura?

¿CÓMO SABERLO?

21.    fuera de la poesía que campo del arte te interesa? 

TODO ES POESÍA O NADA ES POESÍA.

22.    la poesía es una tarea del espíritu o una emanación de la historia ¿hay espíritu, hay historia?

SI SUPIERA LES DIRÍA.

23.    cuál es la mayor dificultad en la relación existencia-poesía? 

PREGUNTAS COMO ÉSTA.

24.    quisieras responder otras preguntas, quisieras hacer otras preguntas? 

PREFERIRÍA NO HACERLO.


27.7.13

QUÉ ES SER ARGENTINO

                    ANDREA COBAS



República de viento. Un país sin memoria,
Rodolfo Alonso,
Leviatán,
Buenos Aires, Argentina, 2007.

A primera vista, sobre un fondo de azul intenso, se recorta la figura de una Argentina dibujada con palabras. Así se presenta ante sus potenciales lectores República de viento. Un país sin memoria de Rodolfo Alonso. Desde el diseño de su tapa, el sentido emerge sugiriendo un entramado de problemáticas que se abordará una y otra vez: lengua, patria, identidad, inmigración son algunos de los ejes que recorren los textos que componen el libro.
Alonso no es prescriptivo: no obliga a una lectura cuyos sentidos nos brinda digeridos. Los ensayos, las crónicas, los fragmentos literarios que componen el libro van más allá: asumen el desafío de invitar al lector a poner a prueba categorías tan centrales que adoptamos sin cuestionar. El interés por esos temas no es casual: hijo de inmigrantes gallegos, Alonso asume su doble origen, su bilingüismo, sus dos orillas. A un tiempo, su tradición son los versos gallegos de Rosalía de Castro y también lo son las Aguafuertes gallegas de Roberto Arlt. Pero Alonso no se queda allí, también hace suya la poesía de Atahualpa Yupanqui, recreador de esa otra herencia que Alonso busca recuperar incansablemente: la de aquellos aborígenes, primeros pobladores de estas tierras. Los complejos dibujos que nacen del encuentro entre las tres aristas de la nacionalidad argentina –pueblos originarios, inmigrantes, criollos– motivan reflexiones que establecen nexos ineludibles entre los textos de su libro: desde la colonización hasta nuestros días, Alonso disloca para explicarlos los procedimientos que contribuyeron a instaurar la república de viento que hoy llamamos “Argentina”.
Trazando una línea que va desde la conquista de América a la conquista encabezada por Julio Argentino Roca, Alonso aborda la primera de las tradiciones nacionales desarticulando frente al lector las operaciones discursivas implícitas en la histórica metáfora del desierto argentino: la lengua –al nombrar– no es inocente. Armazón de ejercicios de índole política, la mirada que –en el siglo XIX– organiza la construcción de la “patria argentina” surge de un proyecto cultural y nacional que encuentra en la homogeneización y en el borramiento la clave de su éxito. Instaurando la idea de un vacío que es imperioso poblar, se emprende la búsqueda de una “nación para el deserto argentino”. No extraña que ese vacío se llene, en primer término, con palabras. Por eso, Alonso recupera la veta más claramente política de la etapa fundacional de la literatura argentina, la porción del corpus que busca intervenir en la construcción de la nacionalidad: Echeverría, Alberdi, Sarmiento, Hernández, Mansilla: nombres propios que evocan textualidades en las que indio, patria, inmigrante, son palabras que representan ideas medulares. Aquel paradojal vacío que delinean los románticos –y que materializan con sangre algunos de los hombres de la generación del '80– cobrará espesor en el imaginario nacional en la figura del inmigrante, esa presencia que con el paso de los años se transfigura de promesa en peligro. Si para los románticos la figura del inmigrante condensa los sueños de construcción de una verdadera república, la generación del '80 pondrá en escena el rostro de una xenofobia intransigente que, bajo la máscara de la defensa de una pretendida identidad argentina, oculta el rostro de los que buscan preservar ciertas prerrogativas de clase amenazadas por el avance social, económico y cultural de los inmigrantes y de sus hijos. Alonso también nos presenta una cara más actual de este modo de entender lo argentino: la supervivencia del estereotipo que aflora en el chiste de gallegos; en la suspicaz mirada hacia el “ruso”; o en la xenofobia desplazada hoy hacia las figuras de bolivianos, peruanos o paraguayos.
La cuestión de fondo que vertebra República de viento tiene que ver con la identidad, con la pregunta sobre qué significa ser argentino. Alonso responde ese interrogante y lo hace rechazando la decimonónica idea monolítica de la argentinidad como un constructo homogéneo y sin fisuras: pensar las inflexiones de la identidad argentina es un ejercicio de apertura, es la elección de un camino que encuentra su razón de ser en la diversidad, en la pluralidad, en el cruzamiento. Alonso cita la frase de Rilke en la que afirma que la verdadera patria del hombre está en su infancia. Esta referencia ilumina República de viento: para Alonso su patria infantil tiene partes iguales de Galicia y de Argentina; de allí que para él, su bilingüismo sea pura riqueza, sea la llave de acceso a un universo en el cual, lejos de motivar el autoodio, la diferencia es pura positividad.

Rodolfo Alonso parece decirnos que es desde el presente que el argentino debe interrogar su modo de entender la argentinidad impresa en las marcas de una variedad étnica que todavía hoy pervive en rostros, lenguajes, edificios e instituciones colectivas: las hendiduras del presente argentino tienen mucho que ver con un pueblo que eligió olvidar sus orígenes, que suele estigmatizar lo que no comprende, que muchas veces elige la burla como un pobre ejercicio para conjurar el miedo. 



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RESENHA QUÉ SIGNIFICA SER ARGENTINO




Algunas palabras a propósito de República de viento, de Rodolfo Alonso (Leviatán,
Buenos Aires, 2007)
Andrea Cobas Carral*
A simple vista, sobre un fondo de azul intenso se recorta la figura de una Argentina dibujada con palabras.
Así se presenta ante sus potenciales lectores República de viento (Un país sin memoria), de Rodolfo Alonso.
Desde el diseño de su tapa, el sentido emerge sugiriendo un entramado de problemáticas que se abordará
una y otra vez: lengua, patria, identidad, inmigración son algunos de los ejes que recorren los textos que
componen el libro.
Rodolfo Alonso no es prescriptivo: no obliga a una lectura cuyos sentidos nos brinda digeridos. Los ensayos,
las ponencias, los fragmentos literarios que componen República de viento van más allá: asumen el desafío de
interrogar, de estimular, de invitar al lector a poner a prueba categorías tan centrales que solemos no
cuestionar. El interés por esos temas no es casual: hijo de inmigrantes gallegos, Alonso asume su doble
pertenencia, su bilingüismo, sus dos orillas. A un tiempo, su tradición son los versos gallegos de Rosalía de
Castro pero también lo son las Aguafuertes gallegas de Roberto Arlt – esa mirada de un argentino sobre
Galicia y su gente. Pero Alonso no se queda allí, también hace suya, por ejemplo, la poesía de Atahualpa
Yupanqui, recreador de esa otra herencia que Alonso busca recuperar incansablemente: la de aquellos
aborígenes, primeros pobladores de estas tierras. Los complejos dibujos que nacen del encuentro entre las
tres aristas de la nacionalidad argentina – pueblos originarios, inmigrantes, criollos – motivan reflexiones que
establecen nexos ineludibles entre los textos de su libro: desde la colonización hasta nuestros días, Alonso
disloca para explicarlos los procedimientos que contribuyeron a instaurar esta república de viento que hoy
llamamos “Argentina”.
Trazando una línea que va desde la conquista de América a la conquista encabezada por Roca, Rodolfo
Alonso aborda la primera de las tradiciones nacionales, desarticulando ante el lector las operaciones
discursivas implícitas en la histórica metáfora del desierto argentino: la lengua – al nombrar – no es
inocente. Armazón de ejercicios de índole política, la mirada que organiza la construcción de la “patria
argentina” emana de un proyecto cultural y nacional que – sabemos – encuentra en la homogeneización y el
borramiento la clave de su éxito. Instaurando la idea de un vacío que es imperioso poblar, se emprende –
como tan bien ha señalado Tulio Halperin Donghi – la búsqueda de “una nación para el desierto argentino”.
No extraña que ese vacío se llene, en primer término, con palabras. Así, buceando en la etapa fundacional de
nuestra literatura, Rodolfo Alonso recupera la veta más claramente política de esa tradición literaria, la
porción del corpus textual argentino que busca intervenir en la construcción de la nacionalidad: Echeverría,
Alberdi, Sarmiento, Hernández, Mansilla: nombres propios que evocan textualidades en las que indio, patria,
inmigrante son palabras que representan ideas medulares que se centran en un más allá del lugar común o
del discurso de época. Juan Bautista Alberdi inaugura esta línea de pensamiento a partir de un movimiento
múltiple: enunciando hacia finales de los años 30 que el “indio no constituye patria” y que “la patria no es el
suelo”, prepara las coordenadas que le permiten decir que necesariamente: “Gobernar es poblar”.
Aquel paradójico vacío que delinean los románticos – y que materializan con sangre algunos de los hombres
de la generación del 80 – cobrará espesor en la figura del inmigrante, esa presencia que con el paso de los
años en el imaginario nacional se transfigura de promesa en peligro. Si – como señala Alonso – para Alberdi
y Sarmiento la figura del inmigrante condensa los sueños de construcción de una verdadera república, la
generación del 80 pondrá en escena el rostro de una xenofobia intransigente que bajo la máscara de la
defensa de una pretendida identidad argentina oculta el rostro de los que buscan preservar ciertas
prerrogativas de clase amenazadas por el avance social y cultural de los inmigrantes y de sus hijos.
Xenofobia que se explicita con la generación del 80 pero que va más allá: la Ley de Residencia de Miguel
Cané; las descripciones entre patéticas e inverosímiles de Ramos Mejía; o las encendidas alarmas de un
Lugones que se escandaliza con la plebe ultramarina que le alborota el zaguán. Pero también Alonso nos
presenta una cara más actual de este modo de entender lo argentino: la supervivencia del estereotipo que
aflora en el chiste de gallegos; en la peyorativa y suspicaz mirada hacia el “ruso”; o en la nada velada
xenofobia desplazada hoy hacia las figuras de bolivianos, peruanos o paraguayos. Es desde el presente que el
argentino debe cuestionar su lugar en el mundo, su modo de entender la argentinidad, las marcas de una
variedad étnica que todavía pervive no sólo en rostros y lenguajes, sino también en edificios e instituciones
colectivas. Las grietas del presente argentino – parece decirnos Alonso – tienen mucho que ver con un
pueblo que ha elegido olvidar sus orígenes, que suele estigmatizar lo que no comprende, que muchas veces
elige la burla como un pobre ejercicio para conjurar el miedo.
Escribe Rodolfo Alonso en su ensayo “Inmigración y cultura nacional”: “Si la línea de descendencia que se
imagina racial bajando desde las Carabelas de Colón fuera tan cierta, no sólo no sabríamos dónde poner a
los indígenas, que estaban antes, o a los negros, que trajeron consigo los conquistadores, sino a la
multiplicidad de naciones inmigrantes que fueron convocadas después.” Como se infiere, la cuestión de
fondo que vertebra República de viento tiene que ver con la identidad. Con la pregunta sobre qué significa
ser argentino. Rodolfo Alonso responde ese interrogante y lo hace rebatiendo la decimonónica idea
monolítica de la argentinidad como un constructo homogéneo y sin fisuras. Para Alonso, para este
argentino hijo de Galicia, para este hombre que – o como muchos de nosotros – asume el desgarro del
exilio, que admite las dificultades de la vida de emigrante, que comprende las trampas de la lejanía, pensar las
inflexiones de la identidad argentina es – imperiosamente – un ejercicio de apertura, es la elección de un
camino que encuentra su razón de ser en la diversidad, en la pluralidad, en el cruce. En este sentido no es
accidental la presencia sistemática en las páginas de República de viento de la figura de Juan María Gutiérrez,
instaurador de un gesto fundante y simbólico que Rodolfo Alonso actualiza: en el rechazo de Gutiérrez a
ingresar como miembro de la Real Academia Española se manifiesta lo que cierta mirada buscaba obturar: la
presencia de una lengua “americana”, y por extensión, la existencia de una paradójica identidad que reclama
un lugar propio.
Quién mejor que un gallego para discutir con la idea de patria monolingüe: nuevamente aquí y allá – es
evidente – lo insostenible: la idea de pureza lingüística – como la de pureza racial – se desvanece. Alonso
cita la frase de Rilke en la que afirma que la verdadera patria del hombre está en su infancia. Esta referencia
ilumina República de viento: para Alonso su patria infantil tiene partes iguales de Galicia y Argentina, de allí
que para él, su bilingüismo sea pura riqueza, sea la llave de acceso a un universo en el que, lejos de motivar
el auto-odio, la diferencia es pura positividad.
Quizá la mejor manera de concluir este parcial recorrido a través de las páginas de República de viento sea
acercándoles un fragmento que sintetiza de un modo perfecto y sutil las tensiones que Rodolfo Alonso
construye a lo largo de las páginas de su libro:
El bilingüismo de mi infancia de hijo de inmigrantes me hizo nacer también a la riqueza de Babel, a la
riqueza misma de la diversidad del mundo de los hombres. Y también a la infinita riqueza de las
patrias, las de la tierra, las de la sangre. Ningún lenguaje humano me es ajeno. Ninguna patria humana
me es ajena. Y ni mi patria ni mi lengua servirán para encerrarme sino para expandirme, en el diálogo
y en la peculiaridad. Y en la maravillosa riqueza de la diferencia, de lo plural, de lo viviente y movedizo,
la errancia de la palabra humana sobre las patrias del planeta, la voz de la memoria que se hace
memoria, la poesía misma, se sigue desplegando como una lengua disponible.
Dados da autora:
*Andrea Cobas Carral
Professora – Universidad de Buenos Aires (UBA) – e Membro – Consejo Nacional de Investigaciones
Científicas y Técnicas/CONICET
Endereço para contato:
Universidad de Buenos Aires
Facultad de Filosofía y Letras – UBA
25 de Mayo 200 – Instituto de Literatura Hispanoamericana
Ciudad Autónoma de Buenos Aires
C. Autónoma Buenos Aires – Argentina
Endereço eletrônico: cobas63@hotmail.com.ar; acobascarral@filo.uba.ar


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