18.7.15

UNA GALLEGA UNIVERSAL

 

por Rodolfo Alonso*




Cuando yo era un niño, Rosalía de Castro podía ser en nuestra casa, un modesto hogar de inmigrantes gallegos en el centro-sur de Buenos Aires, tan cotidiana como el pan y la sal. Su presencia y su palabra aparecían vivas, de repente, sin haberlo previsto, casi como si formara parte del aire que se respiraba, y en una casa donde no había demasiados libros nunca faltó uno suyo. Y sus versos emergían de pronto, citados sin pensarlo, de manera espontánea, como se escucha casi inconscientemente el arrullo de una fuente muy conocida, bien cercana, límpida y habitual.
Pero era también la presencia de una inmensa mujer, casi mítica, siempre de transida sonrisa melancólica, doliente (a la cual llegaría a identificar con la de mi madre, tan similar) que, de una honda tragedia personal: ser hija natural de un sacerdote, en el ámbito aldeano de una Galicia rural enclaustrada en la España decimonónica, milagrosamente sublimada, había llegado a convertirse en paradigma del renacimiento de  su pueblo.  Porque gracias a sus Cantares gallegos, en 1863 el idioma de Galicia volvió a erguirse y a resurgir, después de siglos de censura y oscurecimiento.
Pero no sólo eso consiguió Rosalía de Castro, nacida en 1837 y de quien, el 15 de julio, se cumplen 170 años de su muerte. Sino también acaso lo imposible: ser íntima y hondamente ella misma, y ser también la voz misma de su gente, y ser (al mismo tiempo, de modo inescindible) una gran figura universal, universalmente reconocida y admirada. Y también uno de los pocos románticos españoles que valga la pena.
Pero en mi infancia, como dije, ella era algo más fuerte que ningún convencimiento intelectual. En una de mis primeras actividades sociales, al salir del patio de mi casa para pisar el amplio vestíbulo de entrada al Centro Gallego de Buenos Aires, la presencia (para un niño, imponente) de su estatua no me la volvió fría, lejana o inaccesible. Podía ser ella misma y ser los otros, los suyos y los de todas partes.
Por eso me emocionó tanto ser invitado a traducirla. Una editorial argentina me propuso seleccionar una antología bilingüe, dejándome entera libertad. Traducir a Rosalía fue para mí una auténtica catarsis. Y así me dejé fluir de uno a otro de los dos idiomas en que me crié simultáneamente, tratando sin forzarlo de que el canto de Rosalía fluyera también --con sonido y sentido-- en esta otra lengua castellana que, después de todo, ella también empleó. No sin tomar conciencia de sus límites y de sus riesgosas similitudes. Nadie puede, humanamente, traducir nunca del todo eso tan bien encarnado, ricamente expresivo, bello y logrado en sólo tres palabras: “Cómo chove miudiño”. Y logré que el título mismo del libro quedara en gallego.
Rosalía era, en mi infancia, como el pan y la sal, compartidos en la mesa familiar, en la mesa de todos. De algún modo, ahora  también lo sigue siendo. Y eso resiste hasta a una traducción.


* Poeta, traductor, ensayista.










CUANDO PIENSO QUE TE FUISTE...

Cuando pienso que te fuiste,
negra sombra que me asombras,
al pie de mi cabecera
vuelves haciéndome mofa.

Cuando te imagino ida
hasta en el sol te me asomas,
y eres la estrella que brilla,
y el viento eres que rezonga.

Si cantan, tú eres quien canta:
si lloran, tú eres quien llora;
y eres murmullo del río,
y eres la noche, y la aurora.

En todo estás y eres todo,
para mí y en mí tú moras,
ni me abandonarás nunca,
sombra que siempre me asombras.

ROSALÍA DE CASTRO


Traducción de Rodolfo Alonso

Un negro 18 de julio

El mundo  |  Sábado, 18 de julio de 2015
OPINION



Por Rodolfo Alonso *

El 18 de julio de 1936, hace setenta y nueve años, el golpe militar franquista se alzaba contra el gobierno legal de la República Española. Generada por la espontánea y ejemplar resistencia del pueblo leal, que la llevaría hasta 1939, la Guerra civil española constituyó al mismo tiempo un hecho política y socialmente relevante y un acontecimiento legítimamente legendario. Considerada la última guerra de hombres, antes de que la tecnología bélica ocupara definitivamente el lugar predominante, fue también la primera batalla de la democracia contra el fascismo que de inmediato iba a sumergir a Europa en la segunda guerra mundial, de imprevisibles consecuencias.
Marcada a fuego en la conciencia de muchas generaciones de españoles, una gran cantidad de testimonios, documentos y obras de creación fue dada a luz con la recuperación de la democracia, una vez fallecido el dictador. Pero esa intensidad se fue amenguando, en cierta medida, no sólo por el paso del tiempo, sino también con el ingreso en los antaño confortables beneficios de la comunidad europea. Por eso fue doblemente significativo que haya sido un entonces joven escritor y periodista español, Javier Cercas, quien con un libro por tantos motivos indeleble, y de una manera absolutamente nada maniquea, volvió a plantearnos con claridad e inteligencia los significados y las consecuencias de aquella gesta histórica.
Por su factura y por su tema, “Soldados de Salamina” (publicado originalmente en 2001, llevado al cine, y que Tusquets de Barcelona no cesa de reeditar desde un primer momento), es sin duda un texto fascinante. Partiendo de una escritura donde el autor se involucra activamente, ya que no se plantea como creación literaria sino como relato real, y de una anécdota apenas esbozada de la cual no se tienen casi certezas, Cercas consigue erigir un texto de demoledora y tocante eficacia, tan literariamente logrado como fraternalmente conmovedor.
En los meses finales de la guerra, mientras las últimas tropas republicanas asediadas se retiran hacia la frontera francesa, alguien decide fusilar a un grupo de destacados jerarcas franquistas prisioneros. Entre ellos se encuentra Rafael Sánchez Mazas (1894-1966), un brillante intelectual de derecha, fundador e ideólogo de la Falange, quizás uno de los responsables directos del conflicto fratricida que ha ensangrentado a España y dislocado su destino. Sánchez Mazas consigue escabullirse y logrará salvarse, mientras es minuciosamente perseguido, en un instante que lo acompañará toda su vida, gracias a que un humilde miliciano, que lo descubre y encañona, no se sabe bien por qué y con sólo una mirada de por medio, decidirá no denunciarlo.
Ese humanísimo momento, a la vez oscuro y revelador, es el desencadenante del libro. Pero tampoco aquí la mera anécdota alcanza a transmitir lo que el texto contagia con precisión y fluidez, como sin proponérselo, de modo que poco a poco, y hasta en indagaciones realizadas muchos años después, el calibre de aquellos hechos, individuales y colectivos, va cobrando una honda dimensión que termina rozándose inclusive con aquel bienestar democrático de que gozaron hasta hace tiempo, como dijimos, tantos millones de europeos, sin imaginar que todo lo debían acaso a un puñado de héroes anónimos que, en el momento justo, se jugaron la vida para salvar la civilización. Porque es sabido que cuando los tanques del general Leclerq entran en París, consolidando la liberación de Francia del yugo nazi, con él venían veinte mil combatientes republicanos españoles, quienes ingenuamente imaginaron que el próximo paso iba a ser devolver la democracia a España.
Esas páginas, como ya dije, se leen de un tirón y nos contagian una inmensa luminosidad. Literatura en el mejor estilo, son también periodismo de primera. Y entre otras muchas alusiones constituyen también acaso un homenaje implícito a aquella primera generación de intelectuales españoles progresistas, muchos de ellos descendientes de jerarcas del régimen, que se enfrentaron al franquismo desde adentro y entre los cuales se destaca Rafael Sánchez Ferlosio, el hijo preferido de Sánchez Mazas, cuya tocante y desinhibida novela “El Jarama” (1956) constituye el primer hito de aquella camada inconformista.
Pero algo más nos reserva este incisivo y bello libro. Como si quisiera evidenciar desde la tapa lo que la fotografía arrastra etimológicamente (photos graphein: “escribir con luz”), una deslumbradora instantánea de Robert Capa (el legendario compañero de Henri Cartier-Bresson en Magnum Photo), tomada en Barcelona el 25 de octubre de 1938, durante la emocionante ceremonia de despedida a los voluntarios de las no menos legendarias Brigadas Internacionales, mediante la intensidad de una mirada tan límpidamente trágica como plena de convicción, decisión y coraje, nos dice mucho más de lo que podría transmitirnos cualquier texto. Incluso uno tan revelador y hondo como este imborrable libro de Javier Cercas.

* Poeta, traductor, ensayista.

9.7.15



PREMIO INTERNACIONAL DE POESÍA REINA SOFÍA 2015

Mejor unas violetas para Ida Vitale

Por Rodolfo Alonso *







 “Los premios no escriben por uno”, me dejó caer alguna vez Juan Gelman, en uno de sus breves (pero sustanciosos) mensajes de texto. De ese nivel, de tal calibre había de ser también la montevideana Ida Vitale, a quien el Reina Sofía se ha honrado al premiarla. Seguramente ha de haber recibido con calma la noticia, en el silencio habitado que la envuelve, quizá con esa misma inolvidable sonrisa tierna y levemente triste con que nos regaló aquí, al citarnos de paso, para tanto tiempo de sosegado diálogo “cuyo tibio recuerdo”, como bien diría ella después, “persiste en aquella noche de un Buenos Aires, después de mucho recobrado”.
¿Y cómo no nos iba a dar un enorme alegrón y al mismo tiempo sorprendernos, cimarrones como somos, que un premio de a veces tan estruendosos relumbrones le haya tocado, ahora, a una de las más recoletas, ceñidas y acendradas voces de nuestro sur, de nuestro sur del Sur? ¿Cómo no nos iba conmover que fuera a una uruguaya, es decir la otra orilla de esa cuenca rioplatense que los argentinos compartimos con nuestros hermanos orientales, a la que solían imaginarse tiempo atrás como preferentemente inclinada hacia la introversión y la melancolía?
Al encarar la personalísima producción lírica de Ida Vitale, me resulta imposible no percibir de qué fecunda manera esta poesía que parte ---desde un comienzo--- de la absoluta, nítida, insoslayable conciencia de nuestra mortalidad (“Serás ceniza y no tendrás sentido” dice, quevedianamente), y por lo tanto de la consiguiente precariedad de nuestros actos (“La historia no se olvida y roe, roe”), se descubre a la altura de ese ineludible despojamiento con el no menos despojado ahondar de su palabra (“Puedo cantar / en medio del más cauto, / atroz silencio”) y, al mismo tiempo, de su propia vida (“Ahora estamos a solo, duro, / enemistado cielo”).
Sin la falsa vergüenza de que no la denuncie su propia entidad, su auténtico sentir, Ida Vitale ha logrado erigir la escueta carnalidad de sus textos a la vez concisos y jugosos, que no desdeñan la médula ni el hueso, y que encauzan en su lengua ese contagioso, desesperado y humanísimo aliento, ese jadeo de nuestra condición.
         Entre “un ramo de ruina” y “el gran árbol de luz”, con “ácida paciencia” la autora no sólo “trueca el duelo en canto”, sino que es capaz de experimentar ---y transmitirnos--- la densidad grave y no sólo fonética del lenguaje, de esas palabras a las que de forma tan tierna y tan lúcida llama “Hermanas, tristes nuestras”, a las que sanamente también concibe siempre al borde de la mortal retórica: “Un breve error / las vuelve ornamentales”. La pasión, a un tiempo enamorada y desolada que se percibe, vívida, en la escritura desnuda, árida y ávida de Ida Vitale, es a la vez (al unísono, como debe ser) una pasión de vida y de belleza, y no se entrega a la mortalidad sino para hacer de ella señales preñadamente contagiosas de la especie, modos de ser más ser, crudo y veraz lenguaje de los hombres, tenso y transido, que no nos seduce ni encandila. Vida escrita latente y lista a fecundarnos, de igual a igual, sin trampas ni añagazas: “Como este pájaro / que espera para cantar / a que la luz concluya, / escribo entre lo oscuro, / y cuando nada hay que brille / y llame de la tierra. / Inauguro en lo oscuro, / observo, escarbo en mí / que soy lo oscuro.”


* Poeta, traductor y ensayista argentino.




7.7.15

RODOLFO ALONSO EN FRANCIA 2015






La editorial Reflet de Lettres, de París, acaba de publicar “L´art de se taire”, poemas de Rodolfo Alonso, con traducción de Bernardo Schiavetta y versión bilingüe.
El libro original: “El arte de callar” (Alción, Córdoba, 2003), ya fue editado en Argentina, Venezuela y, en breve, México. En 2006 obtuvo el Premio del Festival Internacional de Poesía de Medellín (Colombia).
L´art de se taire” será presentado, a partir del 30 de junio, en el Marché de la Poèsie de París. Y del 24 de julio al 1º de agosto en el Festival Internacional de Poesía de Sète: Voix vives, De Mediterranée en Mediterranée, al cual Rodolfo Alonso ha sido invitado a representar a la Argentina.

Como se recordará, Sète es la ciudad natal de Paul Valèry y de Georges Brassens.



Un visionario en los infiernos


 

por Rodolfo Alonso *



         Hace setenta años, el 8 de junio de 1945, a los pocos días de haber sido liberado de su calvario infernal por los campos de concentración nazis de Auschwitz, Buchenwald y Flöha, uno de los más singulares y míticos poetas del surrealismo, Robert Desnos, enfermo de tifus, moría en el abarrotado hospital ruso improvisado en otro siniestro eslabón de esa misma cadena, Terezin. No sin admirada sorpresa, en su cadáver se descubrió un último poema de amor seguramente destinado a Youki, la mujer de su vida, de modo extraño similar a otro escrito mucho antes (“Tanto he soñado contigo”). Otro blasón del surrealismo, “el amor loco, el amor único”, se había hecho en él carne palpitante.
Concluía así, en forma tan emblemática como había vivido, el singular, más que trágico destino de Robert Desnos. Nacido con el siglo, el 4 de julio de 1900, y nada menos que en el barrio des Halles de París, desde muy joven su suerte se liga con la del grupo de quienes iban a revolucionar la poesía del siglo XX: Benjamin Péret, André Breton, Louis Aragon, Tristan Tzara, Paul Éluard, Philippe Soupault, René Crevel, Antonin Artaud, Jacques Prévert, René Char. Con ellos, le tocó vivir la etapa heroica e “inocente” del surrealismo, aquella que en la década de los veinte del siglo pasado creía hacer realidad a la vez todos los sueños y todos los deseos. Y en la cual participó no sólo con algunos de los libros más significativos de ese período fulgurante (en 1924: Deuil pour deuil; en 1927: La Liberté ou l´Amour!; en 1930: Corps et biens), sino también hasta exponiendo su cuerpo y su psiquis en inolvidables sesiones de ensoñación hipnótica, que lo conducían a un auténtico trance. Por eso, sin duda, pudo decir con justicia André Breton: “Nadie como él ha cargado con la cabeza baja en todas las vías de lo maravilloso”.
         Pero también le tocó a él percibir –y manifestar--, llegado el momento, que el surrealismo había caído ya en el “dominio público” (título que se daría póstumamente, en 1953, a un volumen con la mayor parte de su obra poética: Domaine public), y que estaba en consecuencia “a disposición de los heresiarcas, de los cismáticos y de los ateos”. Después de romper con el exigente casi puritanismo a la inversa de André Breton, aquel ortodoxo de la heterodoxia a quien no pocos de sus adeptos terminaron tildando como Papa del surrealismo, Robert Desnos volcó en el periodismo, la radio, la canción, el cine y, aunque fugazmente, hasta en la publicidad, su genio y su ingenio.
         Heroico participante en la Resistencia francesa contra la ocupación nazi, fue arrestado por la Gestapo una mañana de febrero de 1944. Internado primero en Buchenwald, conoció luego la siniestra serie de los campos de concentración del hitlerismo. Que lo ofrecería a la muerte.
         Exponente de las mejores virtudes, no sólo estéticas por supuesto, que emergieron con la rebelión surrealista, la poesía de Robert Desnos nos inquietó con las experiencias inefables de Rrose Sélavy (un personaje imaginario creado por telepatía con el pintor Marcel Duchamp), se anticipó con mucho a las inquietudes de la lingüística sin dejar nunca de ser poeta en L´Aumonyme o Langage cuit, y nos deslumbra en textos como los de A la mystérieuse y Les ténèbres con un lirismo límpido y poderoso, entrañable y fraterno, siempre enamorado de las fuentes más hondas y fecundas de la vida.





EL ÚLTIMO POEMA

Tanto he soñado contigo,
Tanto he caminado, hablado tanto,
Tanto he amado tu sombra,
Que no me queda ya nada de ti,
Me queda ser la sombra entre las sombras
Ser cien veces más sombra que la sombra
Ser la sombra que retorna y retornará
En tu vida asoleada.

Robert Desnos
(Traducción de Rodolfo Alonso)




* Poeta, traductor, ensayista.