20.10.09

Hablar claro por Fernand Verhesen (Bruselas)

HABLAR CLARO CON RODOLFO ALONSO

por Fernand Verhesen (Bruselas)



El poema de Rodolfo Alonso es un acto, un acto de ternura irradiante como un gesto de amor en una luz discreta y refinada. Es en ese acto que se manifiestan, y se resuelven temporariamente, las contradicciones de las que toda existencia está animada. En el curso de esta aproximación activa, siempre inquieta y sin embargo feliz, de una resolución precaria, los poemas se escriben, casi fortuitamente, según las condiciones del momento e independientemente de todo proyecto formal. Rodolfo Alonso no es de aquellos que se sientan a la mesa con intención de “fabricar” un poema: eso le parecería no solamente ridículo, sino lógicamente absurdo. Es en la existencia misma y en sus datos inmediatos que las palabras hallan su fuente, no para traducirlos, sino para clarificarlos, para elucidarlos. No es inocentemente que Rodolfo Alonso tituló a una de sus más bellas colecciones Hablar claro 1. Elucidación a menudo dolorosa, a veces tangencialmente risueña, pero constantemente aireada como por un sentimiento de alivio, la voz de Rodolfo Alonso se hace vuelta a vuelta extremadamente breve, a menudo muy lacónica, a veces más distendida pero siempre de una profunda discreción. Hay pocos lenguajes, sobre todo en la América hispánica, que sean de una tan escrupulosa precisión, perfectamente exenta de la menor nota falsa, de la más mínima importunidad. Ese “porte”, esa elegancia (en el sentido más elevado del término) no son para nada pretendidos ni apremiados, sino muy simplemente naturales, y probablemente el efecto de una suerte de timidez que depende, ella, de la incertidumbre, de la duda, que son lo propio de todo poeta auténtico. Estoy convencido que Rodolfo Alonso, precisamente porque lo que escribe es un acto de vida, radicalmente extraño a toda vanidad de elaborar una obra “literaria” (aunque, de hecho, ella se haya constituido magistralmente bajo nuestros ojos), ¡fue el primer sorprendido al descubrir que sus escritos eran eso que se llama poemas! Quizá fue eso lo que me tocó tan profundamente cuando leí por primera vez y por otra traduje 2, sus textos. Se trataba especialmente de El jardín de aclimatación 3. Entre esa obra y las últimas aparecidas, una evolución se ha producido normalmente que llevó a Rodolfo Alonso hacia horizontes muy diversos, pero desde esa época hasta hoy los textos juegan todos el juego extraño, fascinante y sin embargo con una desconcertante soltura, del instante, y éste, cualquiera que sea la muy secreta duración de su maduración interior encuentra su formulación precisa, justa, inevitable, en un texto de apariencia ligera, que no ofrece a la mirada o al oído más que palabras destacadas con una parsimoniosa atención en la lengua simple y cotidiana milagrosamente valorizada. Ocurre en efecto que el poema, rompiendo con toda discursividad, cabe en muy pocas palabras. Me hace pensar, por ejemplo, en un trazo de lápiz de Paul Klee que reviste una intensidad poética tanto más grande cuanto más ligero es el trazo, apenas, de alguna cosa que pasa, en un momento dado (el instante) entre la vida, el pensamiento, la sensibilidad, el sueño, la realidad, el yo y el otro, el “yo” y el mundo, y en fin el lenguaje. Comunicación, por cierto e inclusive esencialmente, puesto que sin ella el poema no existiría (al menos el de Alonso), pero comunicación a la vez de una extrema claridad y de una extrema ambigüedad: perfectamente descifrable en tanto que “signo” sugerido de una necesidad interior, pero igualmente enigmática en tanto que creadora de sentido del cual una cierta orientación no limita nunca la radiante multiplicidad. Mencioné a Paul Klee, pero es Cézanne quien viene paradojalmente en nuestra ayuda para intentar denominar, no a la poesía, sino al poema de Rodolfo Alonso. Cézanne escribía a un amigo en una carta del 23 de octubre de 1905 estas líneas admirables: “Las sensaciones coloreadas que dan la luz son causa de abstracciones que no me permiten cubrir mi tela, ni proseguir la delimitación de los objetos cuando los puntos de contacto son tenues, delicados; de donde resulta que mi imagen, o cuadro, es incompleto.” El inacabamiento del poema, así como el de la tela, es inevitable puesto que aquel es fundamentalamente “abierto”, como lo reconoce el mismo Alonso 4: el poema es trazo del trayecto cumplido por esos “puntos de contacto” que son efectivamente, lo hemos visto, tenues y delicados, y si las sensaciones vitales que los provocan no son coloreadas, no son menos radiantes de esa singular luz que ilumina aquello que Rodolfo Alonso llama tan justamente la “conciencia abierta” 5. Por otra parte, no se trata para nada, en la obra de este último, de abstracciones en el sentido que lo entendía Cézanne, puesto que en él, como por otra parte en Roberto Juarroz, el poema crea al contrario un “lo real” más evidente todavía que el de la realidad común, es decir (por citar nuevamente a Alonso) “una poesía cotidiana de la vida extrordinaria” 6.
El poema de Rodolfo Alonso constituye una suerte de transacción dulce, ajena a todo contrato previo, pero formalmente evidente en eso de que la lengua se descoyunta para ofrecer pasaje del sentido al nivel, justamente, de esos puntos de contacto donde se entrecruzan las oposiciones, las contradicciones del exterior y del interior. Se trata entonces de probar, en el instante de ese pasaje, lo que ofrece de desconocido, de imprevisible, esta aprehensión efímera de una cuestión que no puede aclararse, sin resolverse nunca completamente, más que abriéndose a la vez sobre sus orígenes y sobre su devenir, sobre la vertiente y sobre la desembocadura. El poema no se escribe más que para formular esta cuestión y para que exista su poeta. Maurice Blanchard escribió un día: “El poema escribe a su poeta”, lo que no reduce en nada la presencia de este último, al contrario, y sustituye aun al eventual automatismo una gestión en y por el lenguaje indisociable de lo vivido más sensible, más profundo. Así la obra de nuestro autor se erige en un espacio absolutamente presente, donde se sitúan las evidencias vividas y sensibilizadas en lo concreto del poema, siempre inicial, siempre recomenzado, siempre ofrecido con una generosidad sin límites, porque lo que es necesario subrayar, en fin, es que la poesía de Rodolfo Alonso es antes y por encima de todo, amar, y compartir.

1 Hablar claro, de Rodolfo Alonso. Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1964.
2 Poèmes, de Rodolfo Alonso. Selección y traducción de Fernand Verhesen. Editions Le Cormier, Bruselas, 1961.
3 El jardín de aclimatación, de Rodolfo Alonso. Boa Ediciones, Buenos Aires, 1959.
4 Poesía: lengua viva, de Rodolfo Alonso. Editorial Libros de América, Buenos Aires, 1982, pág. 58.
5 Idem, pág. 30.
6 Idem, ibidem.




Fernand Verhesen (1991)11)
“HABLAR CLARO” AVEC RODOLFO ALONSO
Le poème de Rodolfo Alonso est un acte, un acte de tendresse rayonnante comme un geste d’amour dans une lumière discrète et raffinée. C’est en cet acte que se manifestent, et se résolvent temporairement, les contradictions dont toute existence est animée. Au cour de cette approche active, toujours inquiète et cependant heureuse, d’une résolution précaire, les poèmes s’écrivent, quasi fortuitement, selon les conditions du moment et indépendamment de tout projet formel. Rodolfo Alonso n’est pas de ceux qui s’attablent dans l’intention de “fabriquer” un poème: cela lui paraîtrait non seulement ridicule, mais logiquement absurde. C’est dans l’existence elle-même et dans ses données immédiates que les mots trouvent leur source, non pour les traduire, ni même pour les exprimer en les révoquant aussitôt, mais pour les clarifier, pour les élucider. Ce n’est pas innocemment que Rodolfo Alonso intitulait l’un de ses plus beux recueils Hablar claro (Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1964). Elucidation souvent douloureuse, parfois tangentiellement souriante mais constamment aérée comme par un sentiment d’allègement, la voix de Rodolfo Alonso se fait tour a tour extrêmement brève, souvent très laconique. Il est peu de langages, surtout en Amérique hispanique, qui soient d’une aussi scrupuleuse justesse, parfaitement exempts de la moindre fausse note, de la plus minime importunité. Cette “tenue”, cette élégance (dans le sens le plus élevé du terme) ne sont nullement voulues ni contraintes, mais tout simplement naturelles, et probablement l’effet d’une sorte de timidité qui tient, elle, à l’incertitude, au doute qui sont le propre de tout poète authentique. Je suis convaincu, que Rodolfo Alonso, précisément parce que ce qu’il écrit est un acte de vie, radicalement étranger à toute vanité d’élaborer une oeuvre “littéraire” (encore que, de fait, celle-ci se soit magistralement constituée sous nos yeux), fut le premier surpris de découvrir que ses écrits se trouvaient être ce qu’on appelle poèmes! Peut-être est-ce cela qui m’a si profondément touché lorsque j’ai lu pour la première fois et d’ailleurs traduit (1), ses textes. Il s’agissait notamment de El jardín de aclimatación (Boa Ediciones, Buenos Aires, 1959). Entre cet ouvrage et les derniers parus, une évolution s’est normalement produite qui a mené Rodolfo Alonso vers des horizons très divers, mais dès cette époque comme aujourd’hui les textes jouent tous le jeu étrange, fascinant et cependant avec une déconcertante aisance, de l’instant, et ce, quelle que soit la très secrète durée de leur maturation intérieure qui trouve sa formulation précise, juste, dense, inévitable, dans un texte d’apparence légère, n’offrant au regard ou à l’oreille que des mots prélevés avec une parcimonieuse attention dans la langue simple et quotidienne miraculeusement valorisée. Il arrive en effet que le poème, rompant avec toute discursivité, tienne en très peu de mots. Il me fait penser, par exemple, à un trait de crayon de Paul Klee qui revêt une intensité poètique d’autant plus grande qu’il est légère trace, à peine, de quelque chose qui se passe, à un moment donné (l’instant) entre la vie, la pensée, la sensibilité, le rêve, la réalité, le moi et l’autre, le “je” et le monde, et enfin le langage. Communication, certes et même essentiellement, puisque sans elle le poème ne serait pas (du moins celui d’Alonso), mais communication à la fois d’une extrême clarté et d’une extrême ambiguïté: parfaitement déchiffrable en tant que “signe” issu d’une nécessité intérieure, mais également énigmatique en tant que créatrice de sens dont une certaine orientation ne limite jamais la rayonnante multiplicité. Je citais Paul Klee, mais c’est Cézanne qui nous vient paradoxalement en aide pour tenter de dénommer, non la poésie, mais le poème de Rodolfo Alonso. Cézanne écrit à un ami dans une lettre du 23.X.1905 ces lignes admirables: “Les sensations colorantes qui donnent la lumière sont cause d’abstractions qui ne me permettent pas de couvrir ma toile, ni de poursuivre la délimitation des objets quand les points de contacts son ténus, délicats; d’où il ressort que mon image, ou tableau, est incomplète”. L’inachèvement du poème, ainsi que celui de la toile, est inévitable parce qu’il est fondamentalement “ouvert”, comme le reconnaît Rodolfo Alonso lui-même (2); le poème est trace du trajet accompli par ces “points de contacts” qui son effectivement, nous l’avons vu, ténus et délicats, et si les sensations vitales qui les provoquent ne son pas colorantes, elles n’en sont pas moins rayonnantes de cette singulière lumière qui éclaire ce que Rodolfo Alonso nomme si justement la “conscience ouverte” (3). D’autre part, il n’est guère question, dans l’oeuvre de ce dernier, d’abstraction au sens où l’entendait Cézanne, puisque chez lui, comme d’ailleurs chez Roberto Juarroz, le poème crée au contraire un “réel” plus évident encore que celui de la réalité commune, c’est-à-dire (pour cite encore Alonso) “une poésie quotidienne de la vie extraordinaire” (4).
Le poème de Rodolfo Alonso constitue ue sorte de transaction douce, étrangère à tout contact préalable, mais formellement évidente en cela que la langue s’écartèle pour offrir passage du sens au niveau, justement, de ces points de contacts où s’entrecroisent les oppositions, les contradictions de l’extérieur et de l’intérieur. Il s’agit alors d’éprouver, à l’instant de ce passage, ce qu’offre d’inconnu, d’imprévisible, cette saisie éphémère d’une question qui ne peut s’éclairer, sans jamais se résoudre complètement, qu’en s’ouvrant à la fois sur ses origines et sur son devenir, sur l’amont et sur l’aval. Le poème ne s’écrit que pour formuler cette question et pour qu’existe son poète. Maurice Blanchard écrivit un jour: “Le poème écrit son poète”, ce qui ne reduit en rien la présence de ce dernier, au contraire, et substitue même à l’éventuel automatisme une démarche dans et par le langage indissociable du vécu le plus sensible, le plus profond. Ainsi l’oeuvre de notre auteur s’érige-t-elle dans un espace absolutement présent, où se situent les évidences vécues et sensibilisées dans le concret du poème, toujours initial, toujours recommencé, toujours offert avec une générosité sans limites, car ce qu’il faut souligner, enfin, c’est que la poésie de Rodolfo Alonso est avant et par-dessus tout, amour, et partage.

1. Poèmes, par Rodolfo Alonso. Sélection et traduction de Fernand Verhesen. (Éditions Le Cormier, Bruxelles, 1961.)
2. Poesía: lengua viva, par Rodolfo Alonso. (Libros de América, Buenos Aires, 1982, p. 58.)
3. Idem, p. 30.
4. Idem, ibidem.

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