20.10.09

Entusiasmo, esperanza y certeza por I. Navarro

Entusiasmo, esperanza y certeza

por Ignacio Navarro

A favor del viento
Poesía reunida 1952-1956
por Rodolfo Alonso
Argonauta, Buenos Aires, 2004

Rodolfo Alonso (Buenos Aires, 4 de octubre de 1934) tiene una larga y prestigiosa trayectoria como poeta, traductor y ensayista. Sus más de veinte libros han cosechado numerosos premios. Acaban de otorgarle el Premio Konex.
A favor del viento es una muy cuidada edición que rescata los seis primeros libros de Alonso, que en su prólogo anota: “Este milagroso volumen viene a reunir, tan milagrosamente como fueron producidos, entre la última niñez y la primera juventud, aquellos seis primeros libros de poesía.” El prólogo es extenso y entusiasta, una interrogación que pretende aproximarse a ese joven que acaso pueda contestarle al hombre adulto la pregunta que ahora hace allí: “¿De dónde surge la inclinación por la poesía?” Nacemos en el lenguaje y como lenguaje; somos lenguaje. Alonso contesta y no contesta, transcurre: “La lengua venía de la vida, y era también la vida.” Eso es lo que experimentó el niño que se abría a las palabras. “Y al mismo tiempo hay que volver atrás. Porque nunca ha podido decirse nada del todo.” Esto es lo que sabe el hombre que ahora relee aquellas palabras. Y sin embargo eso no ha desaparecido, ha madurado. Hay un origen sacral, osado y convencido, una raíz.
Lo que se revela en aquellos seis libros iniciales es una fuerza poética; hay en ese primer aliento entusiasmo, esperanza y certeza. Así lo expresa en Salud o nada, el primer libro: “la muerte ha de morir / sabemos lo que amamos / sobre qué piedra sobre qué raíz / habrá que aventurarse” (página 43). Y en Buenos vientos, el segundo libro, se establece un solo pecado original: “Ha malgastado su silencio.” (60). El tercer libro, El músico en la máquina, revela ya la afinidad espiritual que Alonso siempre ha tenido con el Camus de Bodas y El verano (textos que insisten también sobre la infancia y la juventud): “El árbol crece, la tierra gira y vence: los párpados arden en el sol.” (74). Y también: “Aire de la mañana, blanco, sorprendido en su gracia.” (76). (Camus dice: “No es que hayan leído las tediosas prédicas de los naturalistas... es que están bien al sol.”)
Ya en el cuarto libro, Duro mundo, esas certezas físicas y lenguajes inmediatos quieren tornarse comunión, necesidad de los otros: “quisiera hablar de mí / sin olvidar a nadie” (84); “y para recordar / sé cuánto pesa la esperanza // la esperanza / tu mano sobre mí” (85-86). El contacto con la naturaleza también puede abrir hacia los otros; así, en el quinto libro, El jardín de aclimatación, en la página 105: “Esta noche respira. / Es vida sin usar, silencio abierto, amores que creímos abandonar. / Mi soledad que cede.” Y en el hermoso poema “Gente del río”, que es cercano a Alberto Caeiro: “Libres al bajo sol, los isleños maniobran dulcemente sobre el lomo del agua. / Sus embarcaciones se nos adelantan con intolerable rapidez. / Sus brazos crecen. Sus cuerpos cultivados por el tiempo conocen la alegría de estar en el mundo, la única seguridad. / Nosotros podemos saludarlos de lejos con un gesto.” (112).
El sexto y último libro, Gran Bebé, está hecho de exhuberancia y de avidez: “Ejerzo la desocupación más definida: no estoy harto de nada.” (121). “Yo ceno como Dios. Lo siento en la garganta.” (122). “Gran Bebé acaricia el pan antes de comerlo.” (122). “Gran Bebé tiene confianza.” (130).
Rodolfo Alonso se proyecta y se seguirá proyectando desde allí, por ejemplo desde los dos últimos versos de este libro: “Y estas son tus palabras y tus gestos, tus alabanzas y tus decisiones, lo mejor de ti mismo.” (133).

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