Publicado en Revista Ñ - Literatura 06/3/12
Operación Pavese
En 1957, Cesare Pavese fue publicado por primera vez en la Argentina, traducido por Rodolfo Alonso, para quien el italiano sigue impactando por un trabajo abrumador sobre el estilo.
Cesare Pavese publicó en vida un único libro de poesía: Trabajar cansa. Hizo una primera edición en 1936 y una segunda, aumentada, en 1943. Se suicidó en 1950. Italo Calvino, que lo sucedió como editor en la casa Einaudi, publicó luego un segundo libro, con poemas que encontró entre los papeles que dejó Pavese: Vendrá la muerte y tendrá tus ojos, que salió en 1951. También a Calvino se debe el rescate de otros dos libros esenciales de Pavese: La literatura norteamericana y otros ensayos, y su diario: El oficio de vivir.
Edgard Bayley, que dirigía la colección de literatura de la editorial Nueva Visión, le encargó a Rodolfo Alonso, entonces el más joven de los integrantes de la revista Poesía Buenos Aires, armar una antología de ensayos de Pavese. Alonso le propuso hacerla con Hugo Gola, y Bayley aceptó. Alonso y Gola tradujeron La literatura norteamericana y dos ensayos que hay al final de Trabajar cansa: “El oficio del poeta” y “A propósito de ciertos poemas no escritos todavía”. El libro salió en 1957, y fue tal el impacto que produjo que inmediatamente tuvieron que hacerse varias reediciones.
Tres años después, Alonso publicaba, por Editorial Lautaro, su versión de Trabajar cansa y Vendrá la muerte y tendrá tus ojos, un verdadero acontecimiento, por lo que significó la literatura de Pavese para los lectores y escritores argentinos. La flamante reedición de este libro, por editorial Alción, sirve ahora para poner en perspectiva esos modos de leer y de concebir la poesía para Pavese y también para su traductor. Por eso hablamos con Alonso.
-¿Revisó las traducciones para esta nueva edición?
-No para esta edición. Seguí trabajando con Pavese durante muchos años. En 1961 yo estaba en plena vanguardia y no le prestaba atención al sonido de los versos, a su estructura prosódica, a los acentos. Son cosas de las que me fui dando cuenta con los años. Así que seguir trabajando con estos poemas lo sentí siempre como una obligación con Pavese y conmigo.
-¿Por qué fue tan leído?
-Había un contexto en los ambientes de izquierda que favorecía, si bien Pavese nunca había estado muy ligado a la política. El trabajaba en Einaudi, que era una editorial de izquierda, la del antifascismo, y ahora es de Berlusconi. El partido comunista italiano era el más grande de Europa y tenía una flexibilidad única, comparado con otros como el francés, muy estalinista. Existía una gran admiración por la literatura y la cultura italiana. Y también había una cuestión más conceptual. Pavese era un tipo muy culto. Decía que el poeta tenía que ser el más culto de sus contemporáneos.
-¿Hubo una influencia estilística de Pavese en la poesía argentina?
-Pavese era un escritor con una exigencia terrible y un trabajo de estilo abrumadores.Trabajar cansa es un libro hecho con un proyecto, con una estructura, que él llama “el cancionero”. Toda una arquitectura que tiene un sentido, en la cual los poemas se relacionan entre sí. Detrás de este proyecto estaba la idea de hacer una poesía narrativa. Lo narrativo no en tanto contar hechos, sino un poco como lo que hace Saer: una narración objeto. Por algo el libro de poemas de Saer se llama El arte de narrar.
-Pero los ensayos finales lo muestran incluso crítico con ese proyecto.
-Pavese era una persona muy crítica con él mismo y con los demás. Era muy difícil de tratar. Fue un solitario. Tenía el proyecto de hacer una poesía narrativa, con personajes incluso, pero al mismo tiempo, como les pasa a todos los grandes artistas, había cosas que se le escapaban. Valery dice del poema: “Esa prolongada oscilación entre el sonido y el sentido”. Pavese tiene poemas que son de un lirismo increíble, ya no narrativos. Y poemas de mitología. El mar del principio se va convirtiendo en un espacio mítico, y termina apareciendo Ulises.
-¿Se lo publicó en Poesía Buenos Aires?
-Uno de los Diálogos con Leuco, en el último número de la revista, que está dedicado a las musas. Pero la traducción de los poemas es un poco posterior. Ahora recuerdo que (Raúl Gustavo) Aguirre nunca ponía “traducción” en la revista. Siempre ponía “versión”. Versión parece hacer referencia a algo personal, diferente a la idea de traducción que había en esa época. En realidad siempre es “una” traducción, nunca es “la” traducción. Pero “versión” no volví a ver que se usara. A Macedonio Fernández hice publicar en Poesía Buenos Aires. Había encontrado un libro de poesías suyas editado por un paraguayo en México e hinché hasta que lo sacaron. Entonces Macedonio no estaba leído como poeta.
-Tal vez hoy resulta un poco difícil entender de qué se hablaba cuando se hablaba del humanismo de Pavese, ¿no?
-Probablemente ese humanismo sí se podría definir, pero no creo que sea posible transmitir con facilidad lo que encarnaba, que era una cantidad de valores por los cuales se murió inclusive. Tipos que arriesgaban la vida por escribir, por publicar, por pintar. Y las cuestiones políticas estaban directamente ligadas con eso. Dante Milano, un poeta casi desconocido, escribió que la finalidad de un gran poeta no es hacer una gran obra, sino hacer que la poesía continúe. Ese era un poco el espíritu de Poesía Buenos Aires. Y es la cita de Juan L. que Aguirre pone cuando hace la antología de la revista: “El canto viene de lejos/ de lejos y no se detiene nunca”. Hay mucho de presocrático en Juan L. Ortíz, como en Macedonio.
-En su libro de ensayos “No hay escritor inocente”, Macedonio y Juan L. aparecen tal vez como los dos poetas argentinos que usted más pondera.
-Sí. Porque son la poesía vivida a pleno, sin segunda intención. Ellos estaban en poesía. Hay cosas que me dijo Juan L. cuando lo conocí que no me olvido jamás. “El poeta, cuando habla de una cosa, es la cosa.” Yo lo repito, cambian las generaciones y no sé si se percibe lo que significa. En ambos hay mucho de la oralidad. Como dice Borges: “Qué morirá conmigo: una barra de azufre en un cajón de la cómoda en la casona del barrio sur, un charco de orina de una caballo blanco frente a una herrería, la voz de Macedonio Fernández”. Macedonio hablaba horas, Juan L. también.
-¿Es cierto que los integrantes de Poesía Buenos Aires no participaban de concursos ni escribían para suplementos?
-No se editaba con editoriales de prestigio, no se escribía en suplementos literarios, no se presentaba a premios literarios. Había normas éticas y estéticas que no estaban escritas, que se embebían con la práctica. ¡La beca Guggenheim! Con los yanquis no se podía hacer nada. Cuando llegué, me preguntaron si tenía poemas. Saqué un rollo, los leí, y me los empezaron a criticar. Era una cuestión de fraternidad y exigencia.
-Y esos imperativos éticos, ¿para qué?
-Hablamos peyorativamente de la literatura, como de una profesionalidad. Hacíamos otra cosa. Estaba en el aire una frase de Tzara: la poesía es una manera de vivir. Y de vuelta esa frase de Juan: el poeta es la cosa. Y las cosas no son gratuitas. Implican una serie de responsabilidades, de obligaciones. Lo ético y lo estético estaban unidos. Se podía ser poeta y otra cosa, pero no otra cosa y poeta. La poesía era una cosa seria.
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