30.10.16

EUGENIO MONTALE



Eugenio Montale
UNA LECCIÓN DE MORAL
Por Rodolfo Alonso 

*El 12 de octubre se cumplen ciento veinte años del nacimientode un gran poeta europeo: Eugenio Montale (1896-1981). Aunqueresulte hoy difícil concebirlo, a comienzos del siglo XX el lirismoitaliano vivió un periodo fundacional. De tal calibre que fue conocidocomo “la grande stagione poetica”, donde sólo parecían erguirse lasdos cumbres aisladas del (mal llamado) “hermetismo”: nada menosque   Giuseppe   Ungaretti   (1888-1970)   y   el   único   que   mereceaproximársele: Eugenio Montale.El nivel de exigencia que esta poesía se hizo a sí misma, en loestético   y   ético   indisolublemente   unidos,   se   intentó   devaluaraludiéndola   como   impenetrable   o   sellada.   Pero   esa   experiencialírica fue casi de inmediato valorada y comprendida, tuvo amplísimoeco, se incorporó a la cultura viva no sólo de su país sino tambiénde Europa o más allá.En esa línea intensa y evidente, densa y enriquecedora, estáEugenio   Montale,   una   voz   absolutamente   original:   “Felicidadlograda, se camina / por ti en filo de espada. / Al ojo eres vislumbreque vacila, / para el pie, tenso hielo que se raja; / y no te toqueentonces   quien   más   te   ama.”   Hombre   de   pocas   y   fecundaspalabras,   que   sin   apuro   se   despliegan   en   sus   tres   primeros   yhondos libros (“Huesos de jibia”, “Las ocasiones”, “La tormenta ydemás”), el Premio Nobel de Literatura en 1975 vino a coronar, almenos esta vez, una obra y una vida absolutamente despojadas devanagloria y exhibicionismo. Cuidadosamente atento a su materia y a su canto, en unademostración de infinito pudor y de casi inefable artesanía, el lirismode Montale dejó anidado en la cultura occidental, con esos tresprimeros libros  indelebles, un  fermento no  por  silencioso  menoseficaz, una auténtica lección de moral. Que no se aquieta y que nocesa.El adjetivo “hermético” no deja de arrastrar diferentes y hastacontrapuestas perspectivas. Una de las cuales podría ser (aunquesuperficialmente,   claro)   el   supuesto   desinterés   cuando   no   laindiferencia  por   su  sociedad   y  sus   semejantes.   Pero   ese   matiz
injusto mal podría caber a Montale. No sólo estampó su firma enaquel legendario manifiesto antifascista de 1925, encabezado porBenedetto   Croce.   Sino   que,   habiendo   sido   designado   en   1929director de una célebre y respetada institución científico-literaria, elGabinetto Vieusseux, diez años después el régimen fascista lo dejócesante al no aceptar ser afiliado.Contemporáneo ilustre de Ungaretti, aunque algo más jovenMontale   no   vaciló   en   afirmar:   “Él   solo,   en   su   tiempo,   logróaprovechar   la   libertad   que   ya   estaba   en   el   aire,   los   otros   nosupieron   qué   hacer   con   ella,   y   cambiaron   de   oficio   o   gimieronincomprendidos...”.  No es casual, entonces, que Eugenio Montalehaya sido de los primeros en advertir las otras dos altas cumbres,decididamente   individuales,   de   aquel   gran   momento   lírico:   “lanaturaleza más personal y más oscura del mensaje bárbaro de DinoCampana” (1885-1932), un auténtico “poeta maldito”, y la escondidaintensidad melancólica y cotidiana de Umberto Saba (1883-1957).El mismo Saba, de madre judía, que sólo abandonó su Triestenatal  durante aquel período, siniestro, en que se vio  obligado arefugiarse   en   Florencia,   donde   cambió   hasta   once   veces   dedomicilio, escapando de las inicuas leyes antisemitas del fascismo(y donde la figura de Ungaretti se ilumina por haberlo ocultado en sucasa), siempre bajo el temor de ser deportado a la Alemania nazi. Apesar del peligro, Montale lo visitaba casi a diario. Y no sólo eso: loalbergó   en   su   hogar   de   Roma,   así   como   a   otro   gran   escritorperseguido por el racismo, Carlo Levi. Como lo hacían por entonces otras dos figuras significativas:el piamontés Cesare Pavese (1908-1950) y el siciliano Elio Vittorini(1908-1966),   en   implícita   oposición   al   régimen,   que   prohibió   laantología “Americana” del segundo, Montale traduce entonces nosólo  a Cervantes  o  Marlowe,  sino  también  a grandes  escritoresnorteamericanos   como   Herman   Melville,   Mark   Twain,   WilliamFaulkner.En las Notas con que cierra su tercer libro, “La tormenta ydemás”, Montale dice textualmente sobre uno de sus poemas paramí   más   tocantes   pero   cuya   potencia,   no   obstante,   suele   serdesapercibida:   “La   primavera   hitleriana.   Hitler   y   Mussolini   enFlorencia. Velada de gala en el teatro Comunal. Sobre el Arno, unanevada de mariposas blancas.” En cuyo largo texto, acaso nadaherméticamente,  dice:   “Hace   poco   surcó   la   avenida  volando   unenviado   infernal   /   entre   un   ulular   de   sicarios,   un   golfo   místicoencendido / y empavesado de cruces gamadas lo unció y  lo tragó, /se   cerraron   vidrieras,   pobres   /   e   inofensivas   aunque   tambiénarmadas / de cañones y juguetes de guerra…”
Fue durante la segunda de las tres visitas que Hitler hizo aMussolini,   del   3   al   10   de   mayo   de   1938.   Quizás   recién   ahoraalcanzo a comprender cabalmente por qué, hace muchos años, enuna revista belga, desde el título de un sutil ensayo ya entonces loaludían así: “Una moral de la poesía italiana, Eugenio Montale”.* Poeta, traductor, ensayista.

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