11.4.14

Presentación de libros







MARTES, 8 DE ABRIL DE 2014
LITERATURA › RODOLFO ALONSO PRESENTARA HOY LA REEDICION DE ENTRE DIENTES Y DOS TRADUCCIONES

“La poesía es algo que me sobrepasa”

“Toda gran poesía es un ser soberano
y autónomo, de lenguaje vivo, orgánico”,
dice Alonso.
El encuentro de hoy a las 19, en la Biblioteca Nacional, será una oportunidad para homenajear la intensa trayectoria de este poeta y traductor. “La poesía me ocurre, jamás me senté a escribir un poema con esa intención previa”, asegura.




 Por Silvina Friera
“Qué sería/ la vida/ sin música...” Los versos finales de “Yuyo brujo” pueden iluminar el principio existencial del poeta y traductor Rodolfo Alonso. Entonces, cuando escribió este poema que integra Entre dientes, reeditado por Alción junto con sus traducciones de Leda y otros poemas, de Paul Eluard, y Poesía alemana de posguerra (1945-1966), de Paul Celan, Günter Grass y otros –en colaboración con Klaus Dieter Vervuert–, tenía poco más de 20 años y ya era el más joven de los poetas de la legendaria revista de vanguardia Poesía Buenos Aires. La presentación de estos tres libros en compañía de Daniel Freidemberg, hoy a las 19 en la Biblioteca Nacional (Agüero 2052), será la oportunidad para homenajear su intensa trayectoria. “Si resultara un homenaje, sería el primero en sorprenderme. Lo siento más como una celebración. Una celebración de la poesía a través de uno de sus instrumentos posibles: toda una vida que se descubrió dedicada a ella espontáneamente, sin habérmelo propuesto, en creación, traducción y reflexión”, aclara el poeta a Página/12. “Sigo coincidiendo con lo que puntualizó José Pedroni: ‘La gloria es un verso recordado’. Incluso, y quizás especialmente, cuando ya ni se recuerda el nombre de su autor. Y por supuesto, sin que éste haya tenido nada que ver en el asunto. Ya lo sabía bien Paul Valéry: ‘La más grande gloria imaginable es una gloria que permanecerá siempre ignorada por aquel que la obtiene’. O, mejor aún: ‘La gloria debe obtenerse como sub-producto...”

–¿Cuál es el primer recuerdo que tiene en el que está escribiendo un poema?

–La poesía me ocurre, jamás me senté a escribir un poema con esa intención previa. Que yo recuerde, mi primera vez fue en plena infancia, entre los 13 y 14 años. Un día de lluvia, circunstancia que aún me sigue conmoviendo, creando como un aura donde me siento más íntimo y fraterno. Y ya concentrada en pocas líneas, como me iba a ocurrir toda la vida. Aunque parezca increíble, las recuerdo: “Largos cuchillos de acero/ rasgan un paño ceniza.// Lejos, el horizonte agoniza...”.

–¿Qué era para ese adolescente la poesía? ¿Qué cambia con los años?

–Es algo que me sobrepasa, que me excede. Un llamado que no se puede desoír. Y de que viene tanto de adentro como afuera. De la vida personal, secreta, interna, y también de la vida con los otros, social, histórica, que nos envuelve. Y casi siempre al mismo tiempo. No suele presentarse de la misma manera. Pero es como un don. Un don de oído, un don de lenguas. Que desencadenan los hechos más diversos, aunque también en gran medida recurrentes. Y que se asoma en algún ritmo, en algún timbre, hasta en un juego de palabras. Algo inefable, y que sólo llegué mucho más tarde a aludir como una experiencia de vida y de lenguaje. Algo quiere nacer y busca su forma. No una forma retórica sino más bien la de un organismo verbal que quiere ser, de palabra encarnada. Que es de uno y de todos, fraternidad y exigencia, ambigüedad y precisión. Pero siempre tembloroso, latente, limpiamente ofrecido, sin propósito de seducir o convencer. Y extrañamente, o en realidad honradamente, sigo sintiéndome el mismo que al comienzo. Siempre fui así, siempre iba a ser así.
Mucha poesía corre por el río vital de Alonso desde que publicó Salud o nada en 1954. Ese “llamado que no se puede desoír” persiste y se renueva luego de más de sesenta años de creación ininterrumpida en las vertientes de la poesía, la traducción y el ensayo. Ha publicado poemarios como Buenos vientos (1956), El músico en la máquina (1958), Hablar claro (1964), Señora vida (1979), Jazmín del país (1988), El arte de callar (2003) o Poemas pendientes (2006) para consignar apenas un puñado de títulos; ensayos como La palabra insaciable (1992) y República de viento (2007), entre muchísimos otros; y ha traducido del francés, italiano y portugués a Fernando Pessoa, Cesare Pavese, Giuseppe Ungaretti, Paul Eluard, Marguerite Duras, Eugenio Montale, Carlos Drummond de Andrade, Jacques Prévert, Pier Paolo Pasolini, Charles Baudelaire y Manuel Bandeira, entre tantos otros. “Tiembla/ copa/ en tu sabor/ hay años/ magias/ días futuros/ tiembla conmigo/ abrasa/ calienta el corazón/ del mundo”, se lee en “El poeta busca trabajo”, otro de los poemas de su primera juventud incluido en Entre dientes, publicado por primera vez en 1963. ¿Será la poesía lo que está siempre “entre dientes”? “Nunca me sentí en condiciones de definir nada con respecto a todo esto. Insisto: la poesía me ocurre. Y eso incluye a los títulos”, advierte Alonso. En un comentario publicado en 1965, H.A. Murena planteaba: “El título, Entre dientes, es en sí la acertada definición de una estética. Entre dientes no se pueden decir más que pocas palabras: los dientes son un filtro que, a la vez que impide la cuestionable fluidez del discurso habitual, brinda en vocablos contados –cuyo poder expresivo se multiplica proporcionalmente a la disminución de su número– la esencia del discurso”.

–¿Qué implica “traducir un poema”? ¿Es reescribir a Eluard o los poetas alemanes para intentar preservar algo del ritmo o del sonido original?

–Nadie vive en estado de diccionario. Toda gran poesía, todo poema logrado, hecho carne en su idioma, es un ser soberano y autónomo, de lenguaje vivo, orgánico. Intentar transferirlo a otra lengua será siempre utópico. Pero también irreprimible. De los muchos problemas que plantea una versión honesta: sonido, sentido, ritmo, acentos, tono, densidad, timbre, medida, y rima si la hubiere, no todos pueden ser resueltos. Hubo poetas bilingües –lo soy y nunca pude– incapaces de transportarse con vida de una a otra de sus lenguas. Y hubo también escasas versiones que nos suenan mejores que el modelo. En mi caso actual, hay situaciones diferentes. Una cosa es traducir Eluard, un gran poeta que amo y me embebe desde mi adolescencia, uno de los más extraordinarios líricos de la lengua francesa, absolutamente original. Y otra muy distinta es la Poesía alemana de posguerra, que un joven germano, Klaus Vervuert, vino especialmente a proponerme, en 1966, sin saber yo alemán. Y que resultó una experiencia única de trabajo en equipo. Algo muy poco usual.

–¿Cómo ha impactado la traducción en su escritura?

–Me gustaría saberlo, en serio. Me gustaría ser capaz de explicitarlo, de transmitirlo. Lo mismo que con los grandes poetas, o los grandes poemas, o los hallazgos de la canción popular o del lenguaje cotidiano, con los que uno se nutrió instintivamente. La traducción, después de todo, ¿no es una forma de lectura más profunda, más personal, más empática?

–¿Está por publicar algún nuevo libro de poemas?

–Sí, mucho me temo que volveré a incurrir en libro. Con los últimos años se fueron reuniendo, por su cuenta, sin proyecto previo, un conjunto de poemas a los que siento en gran medida como poesía de circunstancias, ese placer perdido. Aún está en gestación, pero ya falta poco. Ultimamente he sentido la necesidad de denominarlos no poemas sino música de circunstancias. El título, que desde hace tiempo se sostiene, será muy probablemente A flor de labios.

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