Cristina Piña escribe sobre
“ELLE, SOUDAIN (Choix de poèmes)”, por Rodolfo Alonso.
Selección, prefacio y traducciones de Fernand Verhesen,
con la colaboración de Roger Munier y Jean A. Mazoyer.
(L´Harmattan, París, 1999.)
Aunque siempre ha habido una fuerte conexión entre la poesía argentina y la francesa, los intercambios se han dado, por lo general, en mayor proporción desde Francia hacia la Argentina que en sentido inverso. Sin embargo, también es cierto que, gracias al interés de algunos poetas franceses de este siglo en nuestra producción -precisamente Fernand Verhesen y Roger Munier- un puñado de argentinos -entre los cuales se cuentan, al margen de Borges, el propio Rodolfo Alonso, Roberto Juarroz y Alejandra Pizarnik- han tenido la suerte de ser traducidos al francés.
Y si digo “la suerte” no es sólo por la difusión y reconocimiento que ello implica, sino porque casi infaliblemente se ha tratado de excelentes traducciones, en gran medida debido a que los traductores eran, a su vez, poetas.
El hermoso libro que hoy me ocupa -tanto por su contenido como por su cuidada edición- vuelve a llevar al francés la poesía de Rodolfo Alonso -ya que el mismo Verhesen había traducido una antología de sus poemas en 1961-, acompañada por un penetrante prólogo que, con singular precisión, señala los rasgos más típicos de la poesía de Alonso, introduciéndola de manera ejemplar para sus lectores franceses, aunque, en rigor, no sólo para ellos, ya que su acertada lectura de la poesía de este excelente poeta de la Generación del 50 nos esclarece a todos y llena, en parte, el curioso e injusto vacío crítico que hay alrededor de la obra de Alonso.
Desde mi punto de vista, tal captación profunda de las cualidades personales e intransferibles de la poesía de Alonso -su capacidad de hacer brillar la chispa de lo poético en medio del lenguaje coloquial y las situaciones más habituales; su transformación del acto menos sospechoso de “poeticidad” en epifanía del núcleo poético de la realidad; su articulación de la más nítida claridad y la más rica ambigüedad en palabras escuetas y justas; la “virginidad” de la mirada que dirige al mundo y que nos lo devuelve como recién nacido- son, en gran medida, responsables de la belleza de las traducciones. Porque tanto como es casi imposible ser un buen traductor si no se tiene experiencia del oficio poético, tampoco se logra gran cosa si no se ha comprendido a fondo la peculiar operatoria del lenguaje propia de aquél a quien se traduce.
Además, la compenetración de Fernand Verhesen con la obra de Alonso lo lleva a hacer una selección de sus poemas que me atrevo a calificar de ejemplar, con lo cual “Elle, soudain” responde a todos los parámetros de excelencia que un poeta puede soñar para la presentación de su obra en otra lengua.
Y si para Alonso esta selección es, sin duda, un cumplimiento de deseos, para los lectores resulta una auténtica fiesta, pues los pone en contacto con una palabra viva y luminosa, dotada de esa irradiación que sólo puede darnos la poesía entendida como una forma de la felicidad y de la fidelidad a la propia lengua. Con el agregado de que, en este caso, tal fidelidad lingüística ha sido recuperada para la lengua francesa merced a la solvencia y el vuelo del traductor.
En resumen, un libro que es, a la vez, una celebración y una advertencia, ya que nos recuerda a los lectores argentinos la belleza de una poesía que, a juzgar por el silencio crítico que señalaba antes, hemos olvidado. O que la crítica ad usum ha olvidado.
Cristina Piña
20.10.09
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