25.7.19

PESSOA EN CHILE


PESSOA EN CHILE





La Editorial Universidad de Valparaíso acaba de lanzar “YO es otros”, antología esencial de Fernando Pessoa, con selección, traducción, prólogo y notas de Rodolfo Alonso.
Esta edición es exclusiva para Chile. El mismo título ya había sido publicado en Argentina un año atrás, en julio de 2018, por la editorial universitaria Eduvim.

Como ocurrió entre nosotros, el cuidado volumen tiene 320 páginas y, en el caso chileno,  fue ilustrado por el artista local Roberto Acosta. En ambas ediciones, incluye una nueva y amplia antología poética bilingüe de Fernando Pessoa él mismo y sus heterónimos  Álvaro de Campos, Ricardo Reis y Alberto Caeiro, así como valiosos y significativos documentos, una selección de su prosa y correspondencia escogida.
Como se recordará, Rodolfo Alonso fue el primer traductor de Pessoa en América Latina, a la vez primera en castellano con sus heterónimos.



15.7.19

UN ESCRITOR DE RAZA

Publicado en el diario web JUJUY AL MOMENTO



UN ESCRITOR DE RAZA

Juan Carlos Onetti







Es apenas un detalle que el 1º de julio se hayan cumplido veinticinco años de su muerte. O que con esa misma vida, desarreglada y bohemia si las hubo, llegara a alcanzar los noventa. Lo esencial va más allá. O, mejor dicho, más acá.

Porque a veces basta una línea, unas pocas palabras: “Miraba sin entusiasmo al hombre ancho y oscuro como si lo estuviera soñando así, construido con sustancia de tedio y absurdo.” Y es que cuando nos encontramos ante un escritor de raza, no es difícil descubrir un temple, un temblor, percibir en las palabras un sonido de fondo, un rumor más que expresivo, un retumbo de latir percibido por dentro: desde el cuerpo, en el cuerpo. Mucho más que habilidad o don, mucho más que los supuestos límites de un género: una experiencia encarnada de vida y de lenguaje.

Después de Faulkner y de Arlt, y casi al mismo tiempo que Borges, ¿acaso antes que Borges?, el singular uruguayo Juan Carlos Onetti (1904-1994), con un pie en su Montevideo natal y otro en la Buenos Aires que nunca dejó de acunarlo, tal vez sin proponérselo, como emergencia natural, revela un dominio que se intuye propio, a la vez irremediable y leve, incierto y troquelado. Así como existe un envidiable mundo del Caribe, y otro cálidamente brasileño, en realidad varios mundos brasileños, siento que en la cultura latinoamericana hay una cuenca rioplatense, que a los porteños o entrerrianos nos hermana con el Uruguay, y que emite un clima, un matiz propio, al mismo tiempo preciso e impreciso, brumoso y nítido. Una huella, señales.

Pero que en un escritor se da en lenguaje. Quizás a algo así aludía certeramente el también uruguayo crítico Ángel Rama cuando afirmó que, al leer a Onetti, se presentía un no muy lejano respirar de cuerpo dormido. Hay un aliento allí, un gran aliento, pero también una presencia orgánica, cálida y de fondo, barrosa –como el barro de los orígenes, oscuro y nutritivo-- y oscuramente viva, inquieta y contagiosa. Si alguna vez me pregunté públicamente por qué no había un Juan L. Ortiz del Río de la Plata, ahora puedo intentar contestarme que tal vez no era posible para nosotros. Y que es en algunos narradores de raza donde esa poesía (por supuesto mucho más que un género) ha logrado asomarse. Y consumarse.

Sin resquicios para olvidar de qué estamos hablando: “un mundo hecho, administrado por hombrecitos imbéciles”, “un mundo normal y astuto”, leyendo a Onetti, comulgando en Onetti no es difícil percibir, como en los grandes, en la materia de su texto –que en tanto música del sentido es totalmente lírico-- la plena irrupción de la palabra poética, precisa e irradiante: “entro en el temblor del cuerpo, amo la crueldad y la alegría“. Como bien dijo Paul Valéry, la prosa agota su valor de cambio. Y la poesía es aquello que, precisamente, no puede terminar de decirse, de traducirse. Pero que se roza cuando uno es escrito: “Arrastró los pies en la frescura de las baldosas yendo hacia la sombra de la casa, hacia la fluctuante gruta de concordia, destierro y autonomía que excavaba en la sombra el ronquido acuoso, desligado, de la mujer dormida...” ¿De qué otra manera es posible, honestamente, aludir a la palabra, inmediata y tensa, huidiza e invasora, cargada y neta, de Juan Carlos Onetti? Y él mismo nos respondería, sabio indolente: “tengo que darles capacidad de olvido, entrañas y rostros inconfundibles”.

(Al recibir en su momento otra bienvenida reedición de Juntacadáveres que, como se lo merece, mantiene su obra indeleble en circulación, no pude evitar ir a mi biblioteca y palpar otra vez aquella primera, modesta, entrañable edición montevideana, que con tamaña dignidad encaró uno de tantos exiliados republicanos españoles en estas playas, Benito Milla. El peso latente de ese pequeño volumen, favorecido con benevolencia por la muy uruguaya Comisión del Papel, siempre me lo hará sentir, como en aquella primera ocasión, incluso físicamente cerca.)





Rodolfo Alonso

Poeta, traductor, ensayista argentino