DESDE LA UNIVERSIDAD IBEROAMERICANA (TORREÓN,
MÉXICO),
DESTACAN LA REEDICIÓN DE “DEFENSA DE LA POESÍA”,
ENSAYOS DE RODOLFO ALONSO
Un día lluvioso de silencio
Por Daniel
Lomas
Quizás la primera vez que Rodolfo Alonso se
sentó a escribir un poema fue allá a finales de la década del 40, precisamente
un día lluvioso. Y no es gratuito que haya ocurrido un día lluvioso. Dejó en el
papel tres líneas concisas, reconcentradas, que seguramente le habrán quemado
los ojos a aquel muchacho que por entonces no rebasaba los catorce o quince
años de vida. Y entre ese acto iniciático de sentarse a escribir, empujado por
quién sabe qué fuerza inaplazable, y la frase que a continuación transcribiré,
surgida también de la pluma de Rodolfo Alonso pero varias décadas más tarde y
ya en su etapa de plena madurez, hay una conexión no oculta sino evidente: “No
se es realmente parte del universo cuando no se le ha experimentado con la
piel. Y, lo sepamos o no, la poesía, la verdadera poesía, tiene que ver con
eso”. De ahí que no resulta extraño que se haya sentado a escribir un día
lluvioso. Porque, qué es la lluvia y qué es el olor que despierta la lluvia en
los campos mojados, y qué el aroma que uno rastrea con olfato de amante en los
alrededores del ombligo de una mujer, y qué las lágrimas con que nos arrasa la
muerte cuando nos roba a los seres más amados, qué es todo esto sino una
experimentación del universo a ras de piel. Pues, en efecto, la piel es también
un órgano del conocimiento, un pararrayos de las revelaciones.
Por fortuna ya cayó en mis manos un primer libro
del argentino Rodolfo Alonso: Defensa de
la Poesía. Obvio no es el primero que él publica (en su corpus poético se
cuenta al menos una treintena de títulos e innumerables traducciones; fue, por
cierto, el primero en verter al castellano a los heterónimos de Fernando Pessoa
y continuó luego con un repertorio de poetas de gran talla: Pavese, Paul Celán,
Ungaretti, Drummond de Andrade, Mallarmé, Baudelaire, Apollinaire, Antonin
Artaud, Manuel Bandeira, Lėdo Ivo, Eugenio Montale y un larguísimo etcétera).
Pero, ríanse de mí, Defensa de la Poesía
es el primer libro suyo que leo. Por ignorancia, por azar, por deficiencia de
las librerías, porque el mundo es vastísimo y la literatura no es de menor
tamaño, en ocasiones uno suele tardar en dar al blanco con los escritores que
vale la pena leer. No dudo que Rodolfo Alonso pertenezca a esa estirpe. Uno de
esos escritores que valen por la autenticidad con que ejecutan su oficio, por la
obediencia al mandato que les palpita en el pecho y los obliga a enfrentarse al
solitario papel incluso en contra de su propia voluntad. Cierto que la
autenticidad con que se ejercita un oficio es una cosa tan subjetiva que casi
no podría rastrearse ni con la ayuda del detector de mentiras, pero en estos
casos la intuición como lectores no nos desampara. Ya volveré a esta idea
párrafos más delante.
Gracias al youtube (hoy tan vidente como el ojo
de Dios o como el Aleph de Borges) he descubierto en la red un puñado de videos
en que se ve y escucha charlar a Rodolfo Alonso. Vamos a ver quién es este
hombre, poeta, traductor, ensayista, antiguo editor, crítico, narrador, que
nació en Buenos Aires, Argentina, primer hijo de inmigrantes gallegos, y que
vivió una infancia bilingüe. Hoy, hombre ya maduro, y a pesar de los cabellos
nevados, luce fuerte y permanece activo en términos literarios, y al oírlo
charlar en medio de una salita que probablemente sea la de su casa, encontré
otra razón (no menos subjetiva) para que me cayera bien: no se nota en él pizca
de petulancia, no hay en sus modales atildamiento intelectual. Sereno, pausado
y con voz ronca, dice ser un hombre tímido, lo cual no deja de ser asombroso y
loable en alguien con tantas horas de estudio a cuestas, sabedor acaso de que
la poesía no está en los reflectores de la vanidad.
Hablemos, sin embargo, del libro Defensa de la Poesía. Que es una
recopilación de sesenta y tantos artículos, comentarios y breves piezas
ensayísticas, cómodos de leer en estos tiempos en que se recurre a lo
fragmentario y lo aforístico, y que según entiendo aparecieron publicados
paulatinamente en periódicos o revistas. El nervio del libro, obvio, es la
poesía. Y satélites de temas variados giran en torno de ella: por ejemplo, se
nos recuerda cómo la prosa poética se inició con Baudelaire tal vez para captar
el ritmo febril de las ciudades, o cómo la infancia es un dulce país a donde el
poeta puede volver desde su exilio, como lo sostuvo Rilke. O por ejemplo, se
nos plantea cómo el poeta a veces elige esconderse debajo de alguna máscara:
pensemos en los heterónimos de Pessoa, o en Juan de Mairena y Abel Martín, los
alter ego de Antonio Machado (y aquí yo agregaría al mexicano Francisco
Hernández, que en este rubro es genial); Defensa
de la Poesía nos dice también que las peores enfermedades que padece el
idioma castellano son la verborrea, la ampulosidad, la charlatanería, la
grandilocuencia que rima con delincuencia, y, en cambio, los frutos más nobles
se ganan en el recato y la hondura, en la concentración y la reticencia.
Por otra parte, y con más fuerza que una
obsesión, hay una convicción que relampaguea a lo largo del libro: la idea de
que el hombre es lenguaje: “No usamos el lenguaje, somos lenguaje.” Me veo
remitido así a pensar que nuestra conciencia es un flujo imparable de palabras,
como ya lo demostró Dostoievski con sus personajes de hiperactividad mental. Y Defensa de la Poesía nos recuerda
también que la palabra nos hominiza, nos vuelve literalmente hombres.
Sin embargo, casi enseguida, Rodolfo Alonso nos
fustiga con otra de sus convicciones cruciales. Trataré de explicarlo: él
afirma que el lenguaje, botella al mar arrojada por un náufrago para
comunicarse con otro náufrago, es impreciso, es aproximativo, es insuficiente,
es ambiguo. Y así lo reitera firmemente en unas páginas y otras: la tara que
padece el lenguaje es la ambigüedad. Qué extraño entonces, estamos hechos de
palabras pero las palabras no bastan para decir lo que somos. No obstante,
Rodolfo Alonso no se arredra ante esta limitación del lenguaje. Por el
contrario, él confía en la ambigüedad de las palabras; confía, que es casi como
decir que profesa una fe en la pata coja de las palabras, ya que al mismo
tiempo considera (y esto deviene en una bella paradoja), considera, repito, que
es precisamente a partir de esta limitación del verbo donde el poeta podrá
encontrar la veta mineral de la cual extraer la cantera que edifica a los
poemas. Gran exigencia pues y gran acto de magia: trascender el lenguaje con un
salto desde los mismos vacíos del lenguaje.
Y quizás de todo esto se derive otra certeza más
de Rodolfo Alonso: la de creer en la poesía no solamente como un acto de
comunicación entre los hombres, sino como algo más profundo: una vía de
comunión.
Por otra parte, Rodolfo Alonso sabe que, a la
hora de las definiciones, la poesía es como un pez invisible que nada rápido y
no se deja atrapar. Así que no da ninguna. Pero, en cambio, insiste en la necesidad
de que el poeta afile sus armas: la exigencia, la precisión, la infinitud, el
instinto, el cerebro, el oído, la honestidad consigo mismo, todo eso que
minuciosamente deberá invertir en la práctica de su arte. La poesía no es pues
ningún abanico para espantarse el calor o las moscas. Es más bien un juego en
serio. Que exige una manera de vivir: de entrega absoluta a la llama del
lenguaje.
Casi al final de su libro, Rodolfo Alonso nos
zarandea con una gravísima disertación, en cuyo tono es imposible no escuchar
el aliento de auténtica angustia que ahí resuena. Resulta muy complejo encapsular
o reducir al máximo su inquietud en unos cuantos renglones, pero aquí va.
Durante miles de años la humanidad ha vivido dentro de civilizaciones cuyo
centro es el lenguaje. Sin embargo, después de la segunda guerra mundial, se ha
extendido sobre el planeta una nueva cultura: han aumentado las sociedades de
consumo, la ciencia ha favorecido el endiosamiento de la tecnología que no
siempre se traduce en una búsqueda del bien común; se ha disparado la idolatría
al dinero, la adicción a la banalidad, a los shows que ofertan los medios
masivos de comunicación, y la seudocultura light, y con todo ello se ha
desacralizado a la vida y al planeta. Y ahí no para el daño. Se ha perjudicado
asimismo al lenguaje que ahora sufre una mutación o mutilación: ya no ocupa el
centro de la vida en las civilizaciones. De ahí que, si enfrenta alguna crisis
la poesía, que casi no cuenta con adeptos en el mercado o vende poco y es poco
visitada, esto no se debe a una mera crisis del género, sino a algo más
profundo: al daño contra el lenguaje que a su vez representa un daño contra la
raíz del hombre, contra aquello que nos hominiza o humaniza, y cuyos estragos
aún son insospechables. Así pues, Rodolfo Alonso remata su discurso con una
pregunta desasosegadora que formulara el querido César Vallejo: “¿Y si después
de tantas palabras / no sobrevive la palabra?”. Como verán, se trata de una
angustia complejísima y casi apocalíptica la que él viene a tirar sobre la mesa
de las discusiones, abierto al eco de los demás. Y he aquí la solución que
ofrece: Rodolfo Alonso considera que solamente aquellos que sean capaces de
reflexionar en medio de esta pesadilla de banalidad se volverán absolutamente
imprescindibles.
Una vez que finalicé la lectura de Defensa de la Poesía, me intrigó una
duda. Cada vez más convencido de que palabra y silencio son retoños del mismo
útero, me pregunté qué pensaría este autor acerca del silencio. Buceé en
internet, y miren el hallazgo que encontré a la mitad de una entrevista:
“El silencio valoriza con su halo a la palabra. Ese
silencio que hoy, en esta sociedad del ruido ensordecedor, se ha vuelto casi
subversivo. Sin silencio no se puede pensar, no se puede meditar, no se puede
oír lo más profundo de uno mismo, lo que es a la vez individuo y especie. Y no
se pueden oír tampoco las voces, la voz de la Naturaleza, de nuestra
naturaleza. Sin silencio, intuyo, es imposible que pueda haber gran poesía”.
Como supondrán, respiré felizmente aliviado después de su comentario.
En fin, decía que Rodolfo Alonso es un autor a
quien vale la pena seguirle los pasos. Para mí, Defensa de la Poesía es apenas el picaporte de una puerta que habrá
que franquear, pues me quedo con el apetito y el compromiso ante mí mismo de
indagar más libros de este autor.
Ya para cerrar mi texto, agregaré una posdata con
ánimo de que las últimas y primeras palabras en brillar sean las del argentino.
Transcribo aquí un poema suyo, y me despido.
Déjà vu
Una mujer se desnuda en
mi memoria
mientras afuera resplandece la ciudad
o llueve y hace frío
mientras afuera resplandece la ciudad
o llueve y hace frío
Una mujer lava su pelo
negro con el agua de mi infancia
una distancia va formándose
Su piel es lenta y fresca como la mañana que acaricia
su voz se hace lejana
Una mujer me alcanza
el primer seno descubierto
el primer seno acariciado
Mientras adentro resplandece la memoria
una distancia va formándose
Su piel es lenta y fresca como la mañana que acaricia
su voz se hace lejana
Una mujer me alcanza
el primer seno descubierto
el primer seno acariciado
Mientras adentro resplandece la memoria
(Revista “Acequias”, nº 67, mayo-agosto
2015,
Universidad Ibeoramericana, Torreón,
México)
Bibliografía:
Defensa de la Poesía, ensayos de Rodolfo Alonso, Universidad Veracruzana, Xalapa, México, 2014
Defensa de la Poesía, ensayos de Rodolfo Alonso, Alción Editora, Córdoba,
2012
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