Un reportaje en Venezuela a Rodolfo Alonso
EL HONOR DE SER CAPAZ DEL
POEMA
En su número 66, fechado el 15 de
febrero de 1987, la revista venezolana Poesía, publicada en la ciudad de
Valencia por la Universidad de Carabobo, publicó las respuestas de un grupo de
poetas latinoamericanos al cuestionario que fuera elaborado por Eugenio
Montejo. Las que siguen pertenecen a Rodolfo Alonso.
¿Cuál es su opinión sobre la poesía latinoamericana en las actuales
circunstancias?
La
ambiciosa --y probablemente inocente-- desproporción de esta pregunta, sin duda
debería inhibirme. Generalizar siempre es riesgoso, y hasta puede derivar en lo
vacuo, en lo superficial. ¿Quién puede afirmar que se encuentra en condiciones,
cuando más estadísticas, de haber leído todo --o aún suficientemente-- lo que
se produce en nuestro maravilloso e infausto continente? ¿Quién podría aseverar
que conoce a toda la poesía
latinoamericana? Digamos, cuando menos, que en un momento de por lo general
crasa lasitud y opaca anomia para la poesía occidental contemporánea, por
contraposición el fervor y el hervor de nuestro continente se hacen palpables
más en una ausencia, en la conciencia
de una carencia, en la herida que es la poesía posible y que nos falta,
revelados por lo mucho que se escribe poesía entre nosotros.
Hay
una verdadera epidemia de autores, pero me temo también que falte el criterio
del valor. Como ya dije alguna vez, quizá el sentido de la presencia evidente
de una poesía latinoamericana contemporánea sea este: representar amplios
estados de ánimo colectivos antes que limitarse a algunas pocas cimas
significativas. Al mismo tiempo, todo hace suponer que ciertos mitos acerca del
poeta se van derrumbando lentamente. Ni ángeles caídos ni profetas redentores,
los mejores entre los poetas latinoamericanos se van redescubriendo en la
oscura selva viva del lenguaje, que no es distinta a la oscura selva viva del
corazón humano y de la mismísima e incontrastable realidad.
Abrumados
por esa desmedida cuando no asoladora realidad, orgullosos de una estirpe que
sin embargo no tiene ahora curso legal, dueños y a la vez deudores ante el
mundo, hay sin duda poetas recientes en Latinoamérica que ya nos han dejado su
señal. De la magnitud o de la persistencia de su brillo, de su resplandor en el
mejor de los casos, del alimento de su luz o del alcance de su luz, también
seremos todos un poquito responsables.
Por
enésima vez, digamos que la poesía no describe ni enuncia, que el poema es. En primer lugar, entonces, volvamos
a la obra. La poesía escrita tiene una praxis concreta que no es otra, por
supuesto, que el texto. Toda opinión, todo prejuicio, debe ser sostenido con la
alusión al texto que lo avale. No es por los servicios prestados a una u otra
causa, por los favores conquistados o los halagos merecidos que debe ser
juzgada una obra. Aunque ella tenga también su vida propia, como organismo
histórico, social y cultural, debemos esforzarnos en apreciarla ante todo como
texto: es allí, en el desafío del lenguaje, donde todo valor y todo sentido han
de encararse como evidencia para merecerse.
El llamado boom de la
narrativa acrecentó el interés por la nueva literatura de este continente.
¿Cree usted que ello haya favorecido de algún modo a nuestra poesía?
Además de
los innegables ingredientes que hicieron del publicitado boom de la narrativa latinoamericana antes otro lanzamiento comercial de la inefable
sociedad de consumo que un auténtico acontecimiento cultural, digamos que
Latinoamérica debe renunciar de una vez a sentirse condenada a esperar
perpetuamente la reiteración de su descubrimiento.
El verdadero descubrimiento de América será el que ella haga de sí misma, de su
propia ventura y de su propio dolor, de su propio lenguaje y de su propia
savia, y no el que quiera seguir viendo reflejado en los ojos del otro:
conquistador, caudillo, general, patrón, desarrollado, superpotente.
Quizá
por ello la auténtica poesía latinoamericana (mirada nueva, limpia, fresca,
original, mirada hacia sí misma, en sí misma) no pudo obtener ningún beneficio
concreto del estallido del boom
porque su misma esencia, su ser poesía
y ser además latinoamericana, la
hacía inviable para los carriles por donde circularon en cambio fácilmente
otros productos. La poesía latinoamericana, por serlo, no resultaba ni útil ni rentable
para los artífices del boom.
Tradicionalmente los poetas latinoamericanos, de expresión castellana,
al contrario de lo que ocurría en otras lenguas, no nos han dejado --salvo
excepciones-- aportes teóricos sobre poesía. Algunos, como Neruda, se rehusaron
expresamente a hacerlo, reservando esta labor a los críticos. ¿Cuál es su
parecer al respecto?
De ninguna
manera pienso que pueda entenderse como obligatorio el hecho de que un autor
reflexione teóricamente sobre su propia obra o la de otros. Pero creo también
sinceramente que nadie puede sustituir como teórico al auténtico creador cuando
se lanza a reflexionar. En esto, sin duda, volvemos a lo que ya afirmaba
Baudelaire: ningún crítico llegará a ser poeta, pero todo poeta esconde a un
crítico. Como naciones, como culturas, nos conviene que aflore urgentemente la
mayor cantidad posible del pensamiento crítico que hay sin duda dentro de los
poetas y de los artistas latinoamericanos.
Las tendencias líricas aparecidas en los últimos cuarenta años, las
mismas que se hallan más o menos vigentes, se agrupan bajo lo que tentativamente Octavio Paz ha definido como
la posvanguardia. ¿Está de acuerdo
con esa denominación o prefiere emplear otra diferente?
Aquí, en
cambio, me parece que el problema supera ampliamente a la pregunta. La cuestión
no es cómo denominamos al fenómeno, sino si lo hemos comprendido y hemos
asimilado lo que tenía de positivo, desechando por otro lado lo nocivo o
negativo. Los movimientos artísticos no existen en el vacío, no tienen entidad
si no se encarnan en obras. Son las obras, entonces, en primer lugar, y luego
sus relaciones y sus significados culturales, las que deben preocuparnos, y no
la forma de denominarlas. Salvo que esa denominación, ese nombrar, incluya,
implique una nueva perspectiva, ilumine un nuevo ámbito, amplíe nuestro espacio
para vivir y para crear. Modestamente, no creo que el vocablo post-vanguardia, apenas temporal o
físicamente clasificatorio, alcance a superar o esclarecer las ambigüedades y
contradicciones que ya el concepto de vanguardia,
acuñado a comienzos del siglo XX, acarreaba consigo desde entonces.
En la época que vivimos, de amenazas universales y tensiones de
pre-guerra atómica, ¿qué misión le asigna usted al poeta?
Otra vez,
una pregunta de inocencia demoledora. ¿Cómo evitarse decir que todos
quisiéramos que el poeta fuera capaz con su palabra a la vez de realizarse como
persona y de ayudar a todos sus hermanos, de enunciar la palabra necesaria,
imprescindible y única, la palabra a la vez tan íntima y secreta, húmeda
todavía del silencio de los orígenes, emergiendo en una orilla virgen del
universo, y también a la vez general, compartida, fraterna, solidaria, no tan
sólo ofrecida sino también aceptada por los otros, que entonces la harían suya
y le darían destino, aunque ese destino fuera el no poco glorioso de volverse
sabiamente anónima, ya sin autor ni tiempo, encarnada en el fluir mismo de la
vida y de lo humano?
Ni
traicionarse, pues, ni traicionar a los otros; y además, no traicionar la
propia lengua, el propio idioma, el sonido que uno ha venido a traer al mundo.
Y siendo uno ser la especie, tan bellamente bárbara e intuitiva como
trágicamente condicionada por las culturas que se ha hecho o le han impuesto. Y
ser la esperanza de un mañana mejor, la luz de la utopía sin la cual no merece
la pena vivir. Y ser también, al mismo tiempo, la conciencia de nuestra
irrisoria pero desmedida condición. Lo que somos, lo que podríamos ser, quizá
lo que seremos.
Pero
bien sabemos que, por ahora, la única gloria honestamente deseable ya no es
siquiera ni la de vivir en el corazón de los otros, de algún otro, sino más
humilde y sabiamente el honor y el placer, la angustia y la ansiedad de haber escrito, de haber sido capaz del poema, que por nosotros
circuló y ahora está vivo, fragante y tibio, latente carne de lenguaje, recién
amanecido, temblorosamente inclinado, libremente tendido hacia los otros,
hipócritas o no, semejantes, hermanos.
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