PREMIO INTERNACIONAL DE POESÍA REINA SOFÍA 2015
Mejor unas violetas
para Ida Vitale
Por Rodolfo Alonso *
“Los premios no escriben por uno”, me dejó caer alguna vez Juan
Gelman, en uno de sus breves (pero sustanciosos) mensajes de texto. De ese
nivel, de tal calibre había de ser también la montevideana Ida Vitale, a quien
el Reina Sofía se ha honrado al
premiarla. Seguramente ha de haber recibido con calma la noticia, en el
silencio habitado que la envuelve, quizá con esa misma inolvidable sonrisa tierna
y levemente triste con que nos regaló aquí, al citarnos de paso, para tanto
tiempo de sosegado diálogo “cuyo tibio recuerdo”, como bien diría ella después,
“persiste en aquella noche de un Buenos Aires, después de mucho recobrado”.
¿Y cómo no nos iba a dar un enorme
alegrón y al mismo tiempo sorprendernos, cimarrones como somos, que un premio
de a veces tan estruendosos relumbrones le haya tocado, ahora, a una de las más
recoletas, ceñidas y acendradas voces de nuestro sur, de nuestro sur del Sur?
¿Cómo no nos iba conmover que fuera a una uruguaya, es decir la otra orilla de
esa cuenca rioplatense que los argentinos compartimos con nuestros hermanos
orientales, a la que solían imaginarse tiempo atrás como preferentemente
inclinada hacia la introversión y la melancolía?
Al encarar la personalísima
producción lírica de Ida Vitale, me resulta imposible no percibir de qué
fecunda manera esta poesía que parte ---desde un comienzo--- de la absoluta,
nítida, insoslayable conciencia de nuestra mortalidad (“Serás ceniza y no
tendrás sentido” dice, quevedianamente), y por lo tanto de la consiguiente
precariedad de nuestros actos (“La historia no se olvida y roe, roe”), se
descubre a la altura de ese ineludible despojamiento con el no menos despojado ahondar
de su palabra (“Puedo cantar / en medio del más cauto, / atroz silencio”) y, al
mismo tiempo, de su propia vida (“Ahora estamos a solo, duro, / enemistado
cielo”).
Sin la falsa vergüenza de que no la
denuncie su propia entidad, su auténtico sentir, Ida Vitale ha logrado erigir
la escueta carnalidad de sus textos a la vez concisos y jugosos, que no
desdeñan la médula ni el hueso, y que encauzan en su lengua ese contagioso,
desesperado y humanísimo aliento, ese jadeo de nuestra condición.
Entre “un ramo
de ruina” y “el gran árbol de luz”, con “ácida paciencia” la autora no sólo
“trueca el duelo en canto”, sino que es capaz de experimentar ---y
transmitirnos--- la densidad grave y no sólo fonética del lenguaje, de esas
palabras a las que de forma tan tierna y tan lúcida llama “Hermanas, tristes
nuestras”, a las que sanamente también concibe siempre al borde de la mortal
retórica: “Un breve error / las vuelve ornamentales”. La pasión, a un tiempo
enamorada y desolada que se percibe, vívida, en la escritura desnuda, árida y
ávida de Ida Vitale, es a la vez (al unísono, como debe ser) una pasión de vida
y de belleza, y no se entrega a la mortalidad sino para hacer de ella señales
preñadamente contagiosas de la especie, modos de ser más ser, crudo y veraz
lenguaje de los hombres, tenso y transido, que no nos seduce ni encandila. Vida
escrita latente y lista a fecundarnos, de igual a igual, sin trampas ni
añagazas: “Como este pájaro / que espera para cantar / a que la luz concluya, /
escribo entre lo oscuro, / y cuando nada hay que brille / y llame de la tierra.
/ Inauguro en lo oscuro, / observo, escarbo en mí / que soy lo oscuro.”
* Poeta, traductor y
ensayista argentino.
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