Contratapa | Sábado, 7 de noviembre de 2015
A CUARENTA AÑOS DE SU ASESINATO
Pasión de Pasolini
Por Rodolfo
Alonso *
Fue
asesinado el 2 de noviembre de 1975. Ya
han pasado cuatro décadas y, sin embargo, su memoria continúa tibia, encendida.
Si tuviéramos que preguntarnos por lo que mantiene aún hechas brasa a sus
cenizas, no tendríamos sino que acudir a una de sus propias palabras
recurrentes, la que utilizó inclusive en alguno de sus títulos: pasión. Y
aunque causáramos todavía la extrañeza de algún que otro extraviado en la
tramoya de los géneros, ésos mismos a quienes, de vivir él, hoy, no ahorraría
ninguno de aquellos urticantes epigramas suyos con nombre y apellido, esa
pasión encontró su fuego y su fondo y su forma en la poesía.
Es verdad que el ensayo, la novela, el
cine, la polémica, la crítica, el panfleto, la ironía y la injuria fueron
algunas de las muchas apariencias que adoptó su insobornable pasión poética,
pero ¿cuál de esos textos-imágenes o imágenes-textos puede alcanzar por ejemplo
la densidad cabal, la grave hondura, la dolorosa belleza de sus indelebles versos
“A las campanas de Orvieto”?
No se negó a experiencia alguna, ni se
negó a ningún combate. Heredero poco complaciente de una gran literatura y de
una envidiable conciencia civil, devolvió al mejor neorrealismo su contacto con
las nuevas asperezas en “Accatone” o “Mamma Roma”, despabiló a no pocos
clericales con su “Ruiseñor de la Iglesia Católica”
pero también reintegró un profundo sentido místico y humano al mejor
cristianismo con “El Evangelio según San
Mateo”, supo recuperar la saludable rugosidad primitiva de los clásicos
griegos en su sabroso “Edipo Rey”,
teorizó siempre entre “Pasión e ideología”,
fue capaz de inquietar a un comunismo ya tan poco dogmático como el italiano
dialogando fecunda y libremente con “Las cenizas
de Gramsci”. No dejó insulto, ofensa o diatriba sin devolver. Y se sentía
fieramente orgulloso de que su propio rostro, de agudos planos cortados a pico
con sólida prestancia francamente popular, le diera un parecido con Sekú Turé,
entonces Presidente de Guinea.
Vio la luz en Boloña, pero sus raíces
estaban en el viento. En el viento de Italia, que es África en el sur y Europa
en el norte. En el viento del cambio y del nomadismo con que obligaron a su
infancia los oficios de su padre. Nació en 1922, el año de “Trilce” y del modernismo brasileño. El
año del “Ulises” y de “Tierra Baldía”, el año de la muerte de
Proust. Pero también el año que siguió a la represión del Ejército Rojo contra
los obreros revolucionarios de Kronstadt, o el año mismo de la Marcha sobre
Roma, aquella caminata ostentosa que dio pie a los veinte años siniestros del
fascismo. Su estrella aparecía entonces indisolublemente ligada con la
historia, vivida ya no desde las bases sino desde el subsuelo, el humus mismo y
a la vez fecundo pero también contradictorio de una inestable y tornadiza
frontera entre lo proletario y lumpen, que conocería de primera agua al tener
que volver a “adaptarse”, en 1949, a las violentas barriadas plebeyas de Roma,
donde vuelve a envolverlo un dialecto, esta vez urbano y de avería. Porque en
su sangre venían bullendo los jugos agridulces, macerados, fermentados, de la
lengua friulana, heredada de su madre, nacida en aquella Casarsa donde él
también tuvo que refugiarse, en 1943, durante la guerra.
Y ya desde entonces, desde 1940, antes
aún de los primeros pasos en una Universidad, el joven Pasolini no sólo escribe
en friulano, sino que ésta es directamente la lengua de sus primeros libros, y
suya es la intentona de una Academiuta da
Lenga Furlana. Si alguno llega a preguntarse de qué se habla cuando alguien
hace referencia a la lengua materna, he aquí una respuesta. Y por eso la vida y
la obra de Pier Paolo Pasolini están indisolublemente ligadas con la poesía.
Mejor dicho, con esa encarnación de una lengua viva que es la poesía lograda.
Porque, a la vez, qué es lo que llaman
un dialecto sino la irrupción visceral, orgánica, no controlada ni regimentada,
no socializada administrativamente aún, de una comunidad sumergida junto con su
lengua. Lo que ello arrastra, hecho luego teoría, aunque en verso, claro, sigue
y seguirá siendo para Pasolini una verdad primaria, elemental, en el mejor
sentido, tan bellamente bárbara como sanamente fecunda: “Todos juran ser puros:
/ puros en la lengua... naturalmente: / señal de que está sucia el alma”. Y
también, magníficamente: “¡La Lengua es oscura / no límpida -- y la Razón es
límpida, / no oscura!”. Y más aún: “Son infinitos los dialectos, las jergas, /
el pronunciar, porque es infinita / la forma de la vida: / no hay que hacerlos
callar, hay que poseerlos...”.
Asesinado en
1975, lo que mantiene vivas, todavía hoy, como decíamos, a las cenizas de Pier
Paolo Pasolini, es lo mismo que lo volvió ineludiblemente poeta: la conciencia
visceral, empática, de que la lengua es un organismo vivo, en combustión,
activo, que gasta y que consume, que vive y muere, hecho a la vez de
sublimaciones y detritus, pura y feroz materia nunca inerte, como la vida
misma, gran mar nutricio y a la vez devorador, matriz y forma inevitable de lo
humano, lengua viva en los hombres, de los hombres, por los hombres.
*
EL CIELO TRANSPARENTA...
El cielo transparenta un leve signo
sobre mí... Sólo es cándida sombra,
una nube. (Reconozco esa sombra,
la no dicha palabra... la herida...
Ah, mi conciencia sola como el cielo.)
El henil y las losas me devuelven
el claro azul de la luna en los ojos.
¿Quién me pone de frente con mi vida?
y ya un aire celeste de lo alto
ha alejado las nubes: ni una sombra
en el cielo desnudo.
PIER PAOLO PASOLINI
(Traducción de Rodolfo Alonso)
*
* Poeta, traductor, ensayista.
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