RODOLFO ALONSO: VIVIR ES ROTUNDO
Por Jorge Monteleone
Lengua viva
Poesía reunida
1968-1993
Rodolfo Alonso
Eduvim, Córdoba,
2014
Hace
mucho tiempo que la vida acontece en la poesía de Rodolfo Alonso. Hace mucho
tiempo que la vida aparece manifiesta en la poesía de Rodolfo Alonso, como si
la poesía misma fuera el sentido intrínseco de la vida, o como si la vida
tuviera su ser implícito en la lengua poética que la vuelve viva. No porque la
vida no sea redundantemente viva, sino porque la vida vive como un incremento
de sí misma en la medida en que es nombrada. Pero a la vez el que nombra es el
poeta, que vive y posee un cuerpo que la vida atraviesa: así la vida respirada
es también la vida como nombre y hálito, como si cada palabra fuera una
respiración. La vida es vida porque se vuelve palabra, pero se vuelve palabra
porque alguien la vive nombrándola. “Hablar ---escribe Rodolfo Alonso--- es la
riqueza de mi cuerpo”, “Una palabra emerge / crece vibra / y ocupa su lugar /
en el espacio // Pero en el centro / ávido / de ese espacio / que la irisa / y
que la hace / enriquecerse / no hay sino cuerpo // Cuerpos / que irrigar, no /
enrigidecer”. Así la palabra encarna la vida y la vida es palabra encarnada. La
palabra encarnada no como verbo divino, sino como testimonio. La palabra es lo
que la vida atestigua, el modo en el que la vida misma se vuelve testimonio. Y
lo que testimonia es lo que vive viviendo en la palabra que un cuerpo nombra
La
poesía es entonces lengua viva ---el
nombre de esta compilación--- en cuanto la vida se torna poesía. Escribí hace
unos años que la vida es el espacio donde la poesía de Alonso tiene lugar. “Tú
confirmas la vida con tu voz” escribió en su primer libro. La vida confirmada
en la voz es para Rodolfo Alonso la voz poética. “La gran vida” es el título de
un poema de su segundo libro. La gran vida es para Alonso esa suplementariedad,
esa exageración de lo vivido que se halla en los hechos transfigurados en el
poema. “La vida no da más de lo que se le pide” escribió en el tercero. Y lo
que Rodolfo Alonso le pide a la vida es el poema. Tituló a su antología de 1952 a 2008: La vida entera. El primer libro incluido
en Lengua viva se llama Señora Vida (1979). No me parece, decía,
un lugar común ni una casualidad. La noción de vida lleva al poema de Alonso el
acontecimiento. La poesía de Rodolfo Alonso es una poesía donde lo que
acontece, lo que se halla pendiente del tiempo, se transforma, por vía poética,
en un acontecimiento. Por eso su poesía produce un curioso efecto: los poemas
parecen a la vez un artefacto, es decir, un objeto más agregado al mundo donde
el artificio es ostensible ---es decir, se halla alejado de la vida--- y a la
vez tienen el aire casual de aquello que simula un jirón del mundo, un
fragmento dicho al pasar, como si fuera un diario ---lo periódico, la
circunstancia elevada a una categoría epifánica. La vida es lo que acontece y
como tal se transforma en una presencia insoslayable, que el poeta de pronto,
ve.
En
“La canción de las hojas”, del segundo libro de esta compilación, Sol o sombra (1981) se lee: “Vida que se
desvive / por vivir, vida viva, / maravilla sedienta / coronada de ecos. // Cada
murmullo late / atento a cada hoja, / silencio suspendido / por una boca
eterna”. Pero me interesa un contraste no dicho en ese libro. Los poemas
incluidos están fechados entre 1979 y 1981. Es decir fueron escritos durante la
dictadura argentina más sangrienta de la historia. La poesía argentina no sólo
es testimonio de la vida, sino un síntoma de la historia. Y en ese libro hay
inflexiones que dicen ---como lo hicieron todos los poetas de la época--- lo
que no se puede decir. Hay un poema muy breve, “Soy escrito”, que reza:
“Escribo soy escrito / lenguaje mi país
// Me baño en una lengua / donde se lava el mundo. ¿Cómo era posible
escribir poesía en esos años? ¿Cómo era posible escribir, lo dije muchas veces,
con una lengua culpable? Del único modo en el cual la poesía puede tener lugar.
Si no puede tomar la palabra del desaparecido, hablar por él ---un ejercicio de
la vergüenza, como pensaría Agamben, ser testigo en la medida en que hablo por
otro que no está--- al menos saneará la lengua, la poesía escribe al sujeto y
al país y en ese escribirse lava el mundo, como las aguas lustrales de un
origen o un bautismo. Usa la lengua para nombrar lo que está interdicto, usa,
con la lengua oral de su país, lo que no existe, como en “Oratoria de un hombre
confuso”: “La libertá es redonda / fecunda indeseable nutritiva / pequeña
amartillada // La libertá es temible // La libertad se ve como se palpa /
rugosa primitiva // La libertá andrajosa / en la penumbra desollada”. Y si la
poesía es la vida, lo que es en la medida en que puede decir la palabra libertá en la lengua materna en medio de
la penumbra desollada. Y si la poesía sólo puede encarnarse en un cuerpo, lo
que nombra en la penumbra es un cuerpo desollado. La poesía es así luz para la
sombra ---así se llama el libro: Sol o
sombra---, la poesía es disyunción respecto de la sombra. Sol: “recuerdo
con auténtico dolor tanto garguero hendido, tantas vísceras víctimas de su
llama, tanto hígado corroído por el vino común, tanto viento pasado. Y el sol,
feroz, cuartea la tierra. Y esas hojas que vuelan en la brisa contra el opaco
cielo ni siquiera dan sombra” se lee en “Discépolos”. Pero también la poesía es
testimonio de la sombra y puede leerse solo
sombra. Así la poesía cuando nombra lo que ella no es también es un
ejercicio nutricio de resistencia: la poesía como negación. Dedicado a Herman
Melville, que hacía decir a Bartleby que preferiría no hacerlo, en este libro
el poeta dice NO, afirma el NO: “Afirmarse en el no, ahondar el no,
pulirlo, el no limpio de polvo y ambición, el positivo no, el no pequeño
atronador, cara de hombre, altura de hombre, tan vivo como un álamo, un arroyo,
una foca”. Ahora el NO es la
afirmación de la vida, el no del poema hace la vida sustantiva en nombre de la libertá. En el tercer libro, Jazmín
del país, la poesía aparece como lo contradictorio: “Bajo el bárbaro cielo
/ la despiadada noche // Los rescoldos del miedo / inspirando al horror //
Comidos digeridos / por la ávida nada // El ojo insobornable / que tiembla en
el vacío”. La poesía como el ejercicio soberano contra la muerte, como esos dos
versos puros levantados del poema “Anti-funeral”: “Fiera vida feroz / y
ferozmente amada”.
En
la poesía de Rodolfo Alonso el vivir es
rotundo, la libertá es redonda.
Esa palabra rotundo, también es redonda y tiene la misma raíz: redondo es lo
que también rueda, rota, lo que circula, lo que se mueve, muta, avanza. El no progresista es aquello que no afirma la inmovilidad, lo que está
quieto: “Estaba yo tan hondamente / desorientado y angustiado, / desanimado y
aún confuso, / que alguien me dijo: “Quédate / quieto y sólo deja, / oye a la
vida fluir en ti. // ¿Pero es que entonces fluye / la vida, todo fluye / y ha
de quedarse quieto uno?” pregunta un poema del primer libro, “En el mismo río”.
La respuesta es la propia poesía de Rodolfo Alonso. La poesía de Rodolfo Alonso
es profundamente dinámica, pero como manifestación orgánica de la vida mutable.
Y si esos poemas escritos entre 1968 y 1979 reconocían la vida hasta en la
muerte, los poemas de los dos libros siguientes, Jazmín del país y Música
concreta son la manifestación yo diría la asunción de la potencia poética.
No se trata sólo del vivir rotundo, sino de la vida poética misma, de la
capacidad de vivir poéticamente. La poesía, no como una moral, sino como una
ética. Pero no se trata de una ética referida a la institución de lo social,
aunque se manifieste en ese espacio, que es el espacio de intercambio simbólico
de la palabra. Se manifiesta en un mas allá de la lengua que es otra vez el
espacio de manifestación de la vida: es la vida en el mundo. La poesía nombra
la vida encarnada en el mundo. Y al hacerlo ilumina súbitamente las caras, como
la de Espartaco, en el agon de la libertad: “Por un momento / el preciso
relámpago / rasga esta selva oscura // Alumbra un rostro de hombre / ojos de un
fuego inmenso / el momento preciso”.
Así
el poeta atestigua la vida que acontece como un relámpago en la redención del
instante.”Immortale é chi accetta l´istante” es el epígrafe de Pavese que cita
Alonso en el poema “Pavese como Ovidio”. Ese instante, que relampaguea en la
historia, es aquello que la poesía va a nombrar incesante. Y en ella, en la voz
y la palabra, pasa así todo el mundo, y pasan también las cosas ardidas, y el
fresno y el ave: pasa también el nombre de todas las cosas, como
incandescencias, como fuga estelar, como reverberación y rumor. No hay olvido
en la poesía aunque sea olvidada e ignorada, como le reza al Leteo: “Intensa
invicta insomne / inquietante invisible / invasora invadida”. Y ese nombrar es
colectivo, nunca individual. Rodolfo Alonso sabe que al nombrar el árbol, como
el joven fresno, nombra también el coro de las voces que miran, donde se halla
la huella de la vida: “Fiel rastro de lo vivo / primavera insaciable // El
joven fresno estalla / y alguien cree que resurge // ¿En el cuerpo del habla /
florecerán las voces?”. La poesía en la vida se despliega en el mundo a través
del nosotros:
¿NOSOTROS?
nos otros
nuestros otros
nosotros somos otros
somos el otro nos
somos el otro
somos el otro nuestro
el otro es nos
el otro es nuestro
no sin otros
nuestros
nuestros nos
nuestros nosotros
nuestros otros nosotros
no es otros
nuestro otro
el nos es otros
en el desierto refulgente
estrepitoso y trepidante
en el lago de sed
en el hambre lujosa
la tumba sin silencio
El libro Música concreta renueva esa profesión de
fe, pero por algo que nos conmueve y nos convoca. La vida del poeta Rodolfo
Alonso. Todos podemos atestiguar que la vida de este poeta es la de una vida
poética, que su vivir rotundo es una vida dedicada a la poesía. La música se
vuelve concreta en este cuerpo que la profirió: la vida es así corporal y
personal, halla en el nombre de Alonso una de sus encarnaciones. Rodolfo
Alonso, como el sujeto de su poema, “Ha dicho”:
HE DICHO
A la sombra del miedo
ante los vastos rumbos
bajo cielos gigantes
he dicho
Con muchísimo gusto
contra la inmensa muerte
de una cierta manera
he dicho
Desde el lugar común
en medio de la lluvia
entre tanto entre todos
he dicho
Hacia los grandes vientos
hasta que el día llegue
para ser uno mismo
he dicho
Por hacer compañía
según ruedan los astros
sin pensarlo dos veces
he dicho
So pena de penar
sobre las propias huellas
tras las huellas de muchos
he dicho
Así el poema predica y se predica atravesando el vacío, el
desierto, incluso la nada. Así el poema reproduce en el tiempo la vida vivida
como rumor del mundo. Arroyo, río, yo:
el tiempo que fluye en la vida del poeta se arremolina en el poema como una
piedra, o como el guijarro que se vuelve perla en la ostra. Esa voz que es de
todos y de nadie, que es la voz de la vida y el rumor del mundo, atraviesa el
cuerpo del poema y al decirla, se dice: “Es una voz de aliento, que se siente
muy cerca y llega desde lejos. Hija del cielo y de la sierra, de las ramas y
del agua, de la piedra y el pájaro, en la ciudad ajena y estruendosa, inhóspita
e indócil, se hace un íntimo río que nos impregna y transcurre desde siempre,
en la mirada y su memoria.”
Ese vivir
rotundo halla en el cuerpo del poeta el tiempo como un hiato: el poema de cada
poeta obra en ese hiato de la vida con fondo de muerte. Todo poeta sabe
íntimamente que su ejercicio adamantino contra la muerte es una garantía de que
un día su voz de vida será la voz de un muerto, y ese fantasma todavía
proferirá la vida, la vida misma, toda la vida clamando en el desierto. Esta
poesía es el aquí y ahora de todos los tiempos, los mundos, en el nombrarse a
sí misma de la vida en el poema. Cada poeta, todo poeta, Rodolfo Alonso, dirá
como en el poema “Entretanto”: “He conducido mi cuerpo hasta aquí / Lo que me
ha conducido ha conducido // Me ha conducido mi cuerpo hacia mí / Me ha conducido
la muerte hasta mí”.
Y, con esa
condición inexorable de cada palabra encarnada y dicha, con la sabiduría de
advertir que “Todavía / hay sol, dioses y olvido”, asimismo Rodolfo Alonso dice
el extraordinario poema “Tormenta de Qumrán”, llega del desierto la evidencia
desmesurada del viento, llega esa palabra del viento como una borrasca, llega
una palabra de la vida como algo santo, el verbo que se hace carne
incesantemente en la duración del mundo, la vida que se empecina, la alegría
del habla: “Del viento del desierto, saludable, / incómodo, inmortal, sólo
podía / esperarse algo santo: el espesor / ácidamente vivo de la verdad /
desnuda”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario