Por Rodolfo Alonso *
Un fantasma recorre
México. Un fantasma que en realidad son muchos, demasiados. Sólo desde 2006, no
menos de 10.000 desaparecidos y más de 120.000 asesinados. En los 2 años que
lleva de presidente el neoliberal Peña Nieto (del largamente hegemónico PRI),
ya van 7.000 desapariciones forzadas. Es el trágico balance, trágicamente
provisorio, de la histórica corrupción político-institucional que se ha
ensamblado ahora nada menos que con las sanguinarias bandas del narcotráfico.
Pero una gota más que densa ha
derramado el vaso de sangre que está apurando el pueblo hermano. Y a partir de
la noche del 26 de septiembre, con la ignominiosa desaparición y muy probable
masacre de 43 jóvenes normalistas agrarios en Ayotzinapa, la sociedad mexicana ha
recuperado lo mejor de su legendaria tradición de rebeldía, y a lo largo y ancho
del país continúa expresando masiva y pacíficamente sus más que justos reclamos
de verdad y justicia.
Y para nosotros, los argentinos, que
tanto sufrimos crímenes similares, con la duplicada emoción de que reaparezcan
allí, espontáneamente, algunas de nuestras históricas consignas: “Con vida los
llevaron, con vida los queremos”. Y con el honor de que sea nuestro muy digno
Equipo Argentino de Antropología Forense (que acaba de firmar un convenio
semejante con Vietnam), quien se encuentra trabajando arduamente y ha
identificado ya los restos quemados de uno de los estudiantes desaparecidos.
En semejante contexto, la alegría de
que Argentina fuera por segunda vez “invitada de honor” a la célebre Feria
Internacional del Libro de Guadalajara, la mayor de nuestro idioma, no dejó de
producirme cierta leve aprensión. ¿Cómo podríamos hacer convivir nuestra justificada
euforia con el hondo, desgarrado dolor que sentimos como hermanos de la patria
grande?
Aprensión que pronto fue desechada. Ya en la
prolongada ceremonia de inauguración, entre casi una decena de discursos, y
dejando aparte el memorable texto final de ese gran intelectual que es el italiano
Claudio Magris, galardonado en la ocasión (y con quien coincidimos tanto en La Habana como en su Trieste
natal), el discurso más claro y vehemente me pareció el de nuestro canciller
Héctor Timmerman, que no sólo recordó a los pueblos originarios sino también la
estrecha, profunda, dolorosa relación que ligaba a nuestros desaparecidos con
los del hermano país azteca. (Sin olvidar a los fondos buitre.)
Y ya el primer día surgió de nuestra
delegación un manifiesto de solidaridad fraternal con el agredido pueblo mexicano,
resaltando la relación con nuestra propia historia, que muchos firmamos y que,
me temo, no alcanzó tal vez la debida difusión ni aquí ni allá. Solidaridad que
se volvió a poner de manifiesto en no pocas intervenciones de nuestra
delegación. Invitado por la
Feria a abrir su Salón de la Poesía , me descubrí susurrando
al concluir, no sin respetuosa emoción: “Yo también soy Ayotzinapa”.
Pero
nada fue tan conmovedor como el comienzo de aquella mesa dedicada a la estrecha
relación de nuestro Juan Gelman con los derechos humanos, cuando su viuda Mara
Lamadrid, su nieta recuperada Macarena Gelman y su gran amigo Horacio Verbitsky
no sólo alzaron ambas banderas sino también 43 fotos de otros estudiantes
argentinos, desaparecidos del Colegio Nacional de Buenos Aires.
Estamos seguros de que esta
extraordinaria lucha del pueblo mexicano continuará. Y que, como los
“indignados” españoles, ante la desidia, corrupción y cinismo de sus partidos,
incluso los supuestamente progresistas, será capaz de crear y aún de enarbolar
una nueva fuerza política que pueda llevar sus ideas a la acción.
Porque quizá no todo está perdido. Allí
está, por ejemplo, Cuauhtémoc Cárdenas (hijo del justicieramente legendario
presidente Lázaro Cárdenas, figura ejemplar), que en 1989 abandonó el Partido
Revolucionario Institucional (PRI) para fundar una fuerza destinada a
regenerarse y renovar las viejas banderas, el Partido de la Revolución Democrática
(PRD). El mismo partido al cual acaba de renunciar también ahora, justamente indignado
no sólo por su corrupción y complicidad, sino porque (¡cosa terrible!) era suyo
el alcalde de Iguala, responsable directo de las masacres de Ayotzinapa, de
quien acaba de saberse que no sólo todos sus policías municipales estaban
“aprobados”, sino que se rodeaba además de casi 100 parapoliciales,
Y allí está también Andrés Manuel
López Obrador, a quien le fue robada la presidencia ganada en elecciones y que
ya hace 2 años había renunciado al PRD para fundar su Morena (Movimiento de
Renovación Nacional).
Pero la verdad está ahora en la
calle, Y a la vista de todos. Y nada volverá a ser lo mismo. Sólo el pueblo
mexicano salvará al pueblo mexicano. Porque todos somos, qué duda cabe,
Ayotzinapa.
* Poeta, traductor, ensayista.
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