A 70 años de la muerte de Cesare Pavese
Por Rodolfo Alonso
Para LA
GACETA – Olivos (pcia. de Buenos Aires)
El 27 de agosto de
1950, en Turín, se suicidaba uno de los más grandes escritores italianos del
siglo XX. Poco antes dijo: “He trabajado, he dado poesía a los hombres, he
compartido las penas de muchos.”
Piamontés
universal, Cesare Pavese es sin duda uno de los más significativos escritores
italianos del siglo XX. Nacido el 9 de setiembre de 1908 en el medio campesino
de Santo Stefano Belbo, hijo de un secretario de juzgado en Turín, iba a
concluir poniendo fin a su vida (“Palabras no. Un gesto. No escribiré más”, son
las líneas finales de su indeleble diario, El oficio de vivir), en un
cuarto de hotel en Turín, el 27 de agosto de 1950. Esa vida y esa obra se irían
cubriendo (y los argentinos fuimos tal vez de los primeros en percibirlo fuera
de Italia) de significados a la vez entrañables y nítidos, donde conviven voces
ancestrales y moderna lucidez, cuya riqueza, perfección formal, perdurabilidad
y resonancia permiten considerarlo un auténtico clásico.
Dueño de
una apasionada inteligencia, una bella sensibilidad y una indomable voluntad de
raciocinio, en pocos como en él se reunieron en su época, a la vez como
evidencia estética y como testimonio intelectual, por un lado la entereza de un
humanismo capaz de pensar y de intentar un mundo para todos (“en medio de la
sangre y el fragor de los días que vivimos va articulándose una concepción
distinta del hombre. El hombre nuevo será puesto en condiciones de vivir la
propia cultura y de reproducirla para los otros, no en abstracto, sino en un
intercambio cotidiano y fecundo de vida”). Junto a ello, la devoción por una
belleza que no se niega a ninguna verdad, por aparentemente oscura que parezca
(“La fuente de la poesía es siempre un misterio, una inspiración, una conmovida
perplejidad ante lo irracional, tierra desconocida”). En esa tensión, que no
supo dejar fuera a su propia vida, alcanza una hondura y calidad especialmente
tocantes. Y aunque el suicidio parece constituir el broche de la angustia, una
tozuda, lúcida y fecunda voluntad de vida, de belleza y de trabajo emerge
limpiamente de sus palabras.
Su
juventud creció con el fascismo, que lo arrestó el 15 de mayo de 1935 y lo
confinó, como opositor político, en Brancaleone Calabro, de donde volvió en
marzo de 1936. Pero no cambiado. A la bochinchera y grandilocuente cultura
oficial del fascismo supo enfrentarse, lúcidamente, como su impar compañero de
generación, Elio Vittorini, con la traducción y el análisis crítico de la gran
literatura norteamericana. Heredero de un mundo campesino que nunca cesó de
nutrirlo, su primer libro, Trabajar cansa (Solaria, 1936, con reedición
aumentada de Einaudi, 1943), es un nuevo ciclo abierto y cerrado por él en la
poesía italiana moderna, tanto como una revisión exhaustiva de ese mundo natal,
lleno de atavismos que, a pura luz de razón, se convierten en auténticas
iluminaciones. Y ese mundo está siempre presente en su gran narrativa. Y hasta
en sus resplandecientes ensayos, donde la percepción del claro espacio mítico
que es el campo, la viña, el bosque, la sangre, la noche, los astros, se
convierte en alimento de esclarecedoras conclusiones.
Llegó
a triunfar en Turín, la gran ciudad de sus sueños de infancia, como intelectual
y como artista: pudo ser director literario de la prestigiosa editorial
Einaudi, y poco antes de morir recibió el consagratorio Premio Strega. ”Narrar
es como nadar”, supo decir, aludiendo a los ritmos combinados con que el
nadador desplaza su cuerpo en el agua, y también “Narrar es monótono”, por
supuesto en el sentido de la insistencia, de la persistencia en un tono, en un
clima, que nunca es puramente verbal aunque está hecho de lenguaje. Las
palabras de los hombres a las que supo aludir cálida y sabiamente como “esas
tiernas cosas, intratables y vivas”.
Ítalo
Calvino advirtió lo imposible de imaginar hacia dónde habrían llevado a Pavese
las inquietudes etnográficas y antropológicas que lo apasionaban. Y percibió su
compleja y angustiada personalidad, esa voluntad de razón iluminista que sin
embargo no abandona una temblorosa auscultación instintiva. Mucho de ello se
advierte en los inteligentes y lúcidos ensayos que reunimos y tradujimos con
Hugo Gola, no mucho después de su muerte, con el título de El oficio de
poeta (Nueva Visión 1957), donde en El mito escribe: “Antes que
fábula, casi maravilloso, el mito fue una simple norma, un comportamiento
significativo, un rito que santificó la realidad. Y fue también el impulso, la carga magnética que pudo, ella sola,
inducir a los hombres a realizar obras.”
Hay
en todo Pavese la felicidad del trabajo consumado, esa satisfacción por el
logro tras el esfuerzo, pero también la insatisfacción permanente ante el vacío
posterior, ante la incapacidad de volver a colmarlo o el temor de no lograrlo.
A ese vacío aludió como uno de los motivos de su suicidio, y aunque nunca lo
sepamos con exactitud (¿quién podría?), se hace imposible no advertir que el
hombre capaz de realizar en sólo 42
años de vida una obra semejante, difícilmente estuviera terminado como
artista. El mismo que, horas antes de tomar una trágica decisión, escribía en
su diario: “Mi parte pública la he hecho –lo que podía--. He trabajado, he dado
poesía a los hombres, he compartido las penas de muchos.”
No
pocas veces reiteró Pavese que consideraba a Diálogos con Leucó “la cosa
menos infeliz que yo haya escrito”. ¿Cómo no coincidir con él ante esos
diálogos de transido lirismo y honda resonancia, que logran el casi milagroso
resurgir, como una moderna fuente de vida, de los fundacionales mitos griegos? Y
recordemos que ese libro quedó abierto junto a su lecho, en el cuarto de hotel
donde se suicidó. Que su palabra fue escuchada, lo probaron tanto su
persistente repercusión como la estima de sus contemporáneos. Emilio Cecchi lo
dijo quizá mejor que nadie: “Reconozcamos, una vez más, que de su generación
Pavese fue de los espíritus no sólo artísticamente más dotados, sino, en el
conjunto de todas las facultades, intelectual y moralmente más ejemplares.”
Rodolfo Alonso - Poeta, traductor, ensayista. Libro reciente:
“Ser sed”, poesía reunida 1993-2018 (Eduvim, Córdoba, 2019)